Cultura
Imposible hasta en el cine: el amor entre un guardia civil y un abertzale
‘Galopa y corta el viento’ es el guion LGTB más extremo de Eloy de la Iglesia. Nunca se convirtió en una película. Más de 40 años después, ha visto la luz en papel
Francisco Pastor 3/05/2022
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Trabajaron codo con codo durante una década y también a ambos les dio por la heroína. Los dos eran vascos y de buena familia. Pero Eloy de la Iglesia y Gonzalo Goicoechea jamás fueron pareja. Les gustaba el mismo tipo de chicos, como suelen recordar sus amigos. Adoraban el cine. Juntos, además de otra decena de piezas, escribieron El diputado (1978) y La mujer del ministro (1981), algunas de las primeras películas que hablaban de homosexualidad en España. Un tercer capítulo para esa trilogía era Galopa y corta el viento, un guion muy osado, al menos en lo que se refiere a la historia de amor: Manolo es un guardia civil andaluz que se enamora de Patxi, vecino de un pequeño pueblo vasco y muy cercano a la izquierda abertzale. Aunque Goicoechea y De la Iglesia vivieron grandes triunfos con los que financiar sus propuestas, jamás lograron sacar este proyecto adelante. Hoy, y desde hace pocos días, el guion existe como libro, gracias a la editorial niños gratis*.
De hecho, este guion se inspiró en una historia real. En noviembre de 1980, y casi tras cruzárselos por casualidad, ETA disparó a un policía nacional, Alberto Lisalde, y al peluquero Sotero Mazo. Cuando fueron acribillados a tiros, salían en coche de la casa del primero. Los dos tenían mujer e hijos, pero la imaginación de los cineastas echó a rodar hasta convertirles en los mencionados Manolo y Patxi, el guardia civil y el tendero que vivieron un tórrido romance y, finalmente, murieron también abatidos. En el relato de ficción, firmado apenas unos meses después, la tragedia llegaba durante uno de sus encuentros, en un caserío abandonado. De la Iglesia y Goicoechea no quisieron concretar quién pegó los tiros que mataban a la pareja. Podría ser ETA, que en 1980 había acabado con 90 vidas y acometido el año más sangriento de su historia. Pero los disparos también podrían llegar del otro lado, el que defendía al Estado español y no podía asumir esa doble traición: la de que uno de los suyos resultara ser marica y, además, lo fuera junto a alguien del bando contrario.
De la Iglesia y Goicoechea no quisieron concretar quién pegó los tiros que mataban a la pareja
Porque en Galopa y corta el viento, la homosexualidad no compone el único conflicto de los protagonistas, que habrían corrido un destino similar si hubieran sido hombre y mujer. En la batalla que asolaba Euskadi en aquel momento, la homosexualidad ni siquiera se contemplaba, y así se desprende de los estudios introductorios que acompañan al guion en este libro. Uno es el prólogo del periodista Eduardo Mendicutti, buen amigo de Goicoechea. El otro es un extenso trabajo escrito por otro Eduardo: el cineasta Eduardo Fuembuena, experto en De la Iglesia y su cine. Fue él fue quien buscó una editorial para este texto en sus redes sociales, ya por primera vez, a finales de 2019. Fue él quien rescató todo el material, la documentación y las fotografías que aparecen en el volumen. Al tiempo, y según comenta al otro lado del teléfono, ha renunciado a cualquier derecho sobre esta publicación en favor de los familiares de los autores.
“Si un hombre homosexual se significaba en lo político, se exponía a que le machacaran. Yo mismo tuve que ir dos veces ante el Tribunal de Orden Público”, recuerda Mendicutti. El escritor aún se sorprende del compromiso que mostraba Goicoechea, por ejemplo, con sus ideales socialistas. “¿Pero cómo que sueñas con la Cuba de Castro, si allí te matarían por maricón?”, solía decirle el primero al segundo. Según el firmante del prólogo, “el PCE era un partido intransigente. Muchos jóvenes soñaban con militar allí y eran rechazados por mariquitas. El gran mérito de Eloy fue enfrentarse a una organización rígida y hermética, desde esa contradicción tan tremenda con su moral sexual”. En efecto, y como menciona la introducción a Galopa y corta el viento, De la Iglesia arrancó su carrera como cineasta en el seno del Partido Comunista, allá a finales de los 70. En él conoció a Goicoechea y encontró el cobijo de algunos valedores, como Juan Diego o Juan Antonio Bardem. Al tiempo, de allí saldrían parte de sus fieles.
Muchos jóvenes soñaban con militar en el PCE y eran rechazados por mariquitas
Por el día, los dos cineastas trabajaban juntos. Goicoechea era el más culto, asevera Mendicutti. De la Iglesia, con más olfato para lo puramente cinematográfico, retocaba los diálogos que había esbozado el otro. Así, hasta la tarde. “Luego aparecían los cortesanos y acólitos de Eloy e interrumpían la jornada de trabajo”, figura por escrito en las primeras páginas de este libro. Leyéndolo, resulta fácil imaginar una suerte de Círculo de Bloomsbury, algo más furtivo, a la española y en plena Transición, en el que todos tuvieran algún tipo de aventura con los demás. Pero Mendicutti, desde luego, no lo vivía así. A ellos, intelectuales de clase acomodada, les encantaban los chicos jóvenes y de barrio. Y así fue, también, la convivencia entre De la Iglesia y uno de sus actores, José Luis Manzano. Otra relación marcada por la heroína hasta el último minuto.
De la Iglesia y Goicoechea, de quienes ya se conocía su adicción a las drogas, no disfrutaron de ninguna subvención
“A Eloy, como a mí, siempre le interesaron los chicos con otro tipo de historia, los de extracción popular”, insiste Mendicutti. Quizá por ello, los protagonistas de Galopa y corta el viento son de clase trabajadora. Sus vidas no eran tan acomodadas como las de quienes lo escribieron, al menos en ese momento. Porque a los autores de este guion también les acabó sobreviniendo el abandono y el silencio. En enero de 1984, la España de Felipe González proclamaba la Ley Miró, esto es, un decreto que favorecía la financiación pública del cine. Pero De la Iglesia y Goicoechea, de quienes ya se conocía ampliamente su adicción a las drogas, no disfrutaron de ninguna subvención. En 1985 volvieron a escribir el guion de Galopa y corta el viento, si acaso algunos cambios pudieran acabar de encajarla en la primavera del cine español que prometía la ley. Hasta llegaron a personarse en el despacho de Pilar Miró, entonces directora general del Cine. Ni siquiera les recibió, según refleja este libro en las primeras de sus casi 300 páginas. En algunos diálogos de Galopa y corta el viento se criticaba explícitamente el bajo sentido de la izquierda que existía en el PSOE. Ya en los ochenta.
Las pasiones, mientras tanto, sí se abrían camino. “Yo me pasaba horas deambulando por la Gran Vía, la Puerta del Sol o la calle de Espoz y Mina. Por la acera, a plena luz del día. Eran los lugares donde pillar algo. Ojo de loca no se equivoca, decíamos”, anota Mendicutti. Él no recuerda un momento concreto en el que saliera del armario, ni haber hablado de todo ello explícitamente con su familia. Escribía sobre personajes homosexuales y daba por hecho que el mensaje llegaría a quien tocara. O quizá se permitió comentar más de la cuenta Muerte en Venecia (1971) cuando hablaron de ella en la universidad, y con especial hincapié en el atractivo de sus intérpretes. Entre amigos, se rumoreaba que algunos vivían juntos, pero los amantes jamás se presentaban como tal en público. “Entonces ni siquiera nos planteábamos encontrar una pareja o levantar un proyecto de vida común. Había lo que había. Recuerdo personas que sí contaban sus vidas con verdadero entusiasmo, pero eran muy pocos”, comenta el periodista. Cuando se firmó el guion de Galopa y corta el viento, faltaban casi 25 años para que se permitiera el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ni siquiera era legal el divorcio en las familias heterosexuales.
“Los mariquitas no tenemos patria. Nuestra patria puede ser un urinario público, las últimas filas de un cine de ambiente”, cuenta uno de los personajes secundarios de Galopa y corta el viento. Así de claro era el discurso que De la Iglesia, en respuesta al nacionalismo de cualquier suerte, incluyó en la pieza. Otro de los personajes baila Mi jaca a escondidas. El título del guion se corresponde con uno de sus versos. Y en la vida real, más allá de las calles que enumeraba Mendicutti, el sexo asomaba en bares y saunas. “Siempre pendía sobre nosotros el peligro de que llegara la policía, pero nunca me pareció grave. Una vez, uno de mis ligues me robó. Cuando fui a denunciarlo, en la comisaría se preguntaban cómo había llegado un desconocido a mi casa. Lo conté sin más. Creo que siempre viví todo esto desde el privilegio. Cuando me ha tocado dar alguna charla sobre la homosexualidad, me ha avergonzado que mi historia fuera más suave que la del resto”, expone el escritor, acerca de unos años en los que el barrio de Chueca aún no existía.
La última vez que De la Iglesia y Goicoechea trataron de contar con la ayuda del Estado para este proyecto era 1987. Los informes no fueron favorables. Aunque en ellos no figuran los motivos, Fuembuena adivina algunos en las líneas que aportó a este libro. Era una película cara, de 50 millones de las antiguas pesetas. Una de cada cinco páginas del guion contenía diálogos en euskera. Muchas secuencias se grababan en exteriores, con las complicaciones que esto podría traer en aquel momento en Euskadi. De la Iglesia llegó a aparecer en la prensa norteamericana comentando lo alocado de su propuesta. “Topó con una abierta oposición por parte de los sectores abertzales. Creó auténticos terrores y no hubo forma de rodarla”, explicaba el realizador.
Luego apareció la muerte. De la Iglesia se marchó en 2006, a los 62 años. Hacía tiempo que la heroína no formaba parte de su vida. No mucho antes, el cineasta había rodado Los novios búlgaros (2003), basada precisamente en una novela de Mendicutti. Aquella película había supuesto la vuelta al cine del director pasados unos tres lustros lejos de los focos. Murió en el hospital, tras una operación para la extracción de un tumor. En Internet apenas una pieza en El Diario Vasco menciona que la culpa pudo ser de una negligencia médica. El prólogo de este libro lo sostiene claramente: “Eloy no contó con nadie que (…) consiguiera que se le hiciese justicia y reparación. Gonzalo hacía tiempo que ya no estaba a su lado para escribir con empuje y gallardía el último tramo de sus vidas”. Goicoechea murió solo tres años después de aquello, en su dormitorio. Él tenía 56. Atrás quedaba el capítulo en el que uno, a pesar de la amistad que les unía, se negó a alojar en su casa al otro. O el día en el que De la Iglesia trató de suicidarse en un baño de Atocha. Así acabaron décadas de recaídas y buenos propósitos, el cuidado puntual de amigos y familiares y la caridad que llegaron a obtener de quienes, mucho tiempo atrás, fueron sus compañeros de partido. Y el sueño de rodar Galopa y corta el viento, siempre postergado.
Trabajaron codo con codo durante una década y también a ambos les dio por la heroína. Los dos eran vascos y de buena familia. Pero Eloy de la Iglesia y Gonzalo Goicoechea jamás fueron pareja. Les gustaba el mismo tipo de chicos, como suelen recordar sus amigos. Adoraban el cine. Juntos, además de otra decena de...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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