En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
No sé si lo es, pero el Atlético de Madrid parece ahora mismo un equipo en decadencia. Me encantaría decir otra cosa, pero sería un mentiroso. La imagen que el equipo de Simeone ha dejado en San Mamés es más preocupante que paupérrima, siendo paupérrima hasta decir basta. La falta de juego, de espíritu y de personalidad abre la puerta de las dudas, de los miedos y de las cuentas derrotistas, y no podemos sostener que sea descabellado pensar así. Decía Montesquieu que la descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado y personalmente creo que hay bastante de eso. No hay nada en el equipo que ha saltado al campo que recuerde al Atleti que se ha paseado por la élite en la última década. Y no hablo de fiabilidad, de capacidad defensiva o de contundencia, que tampoco, estoy hablando de carácter, de intensidad y de espíritu.
La primera media hora de partido fue tan horrible para los de Simeone que podría servir como compendio de todos los defectos que han rodeado al juego del Atleti durante la presente temporada. Absolutamente alérgico al balón, apático hasta niveles incompatibles con el deporte profesional, lento, muy inferior a su rival en intensidad, incapaz de trenzar una jugada en la que el balón no saliese picudo, transmitiendo miedo y llegando tarde a cualquier cruce. Mientras que el Athletic, el de Bilbao, parecía un vendaval desatado, el otro, el de Madrid, parecía una colección de jugadores en ruinas. Y para sumarse a la colección de despropósitos, apareció también la clásica actuación del colegiado, haciendo que todas las jugadas dudosas cayeran del mismo lado, cambiando el sentido de los fueras de banda y sacando dos tarjetas amarillas a jugadores que no podrán disputar el derbi por jugadas que claramente no merecían ese castigo.
Pero nada puede justificar esa primera hora de horror en la que el Atlético de Madrid sembró lo que recogió después y donde pareció una mala falsificación de sí mismo. En ese contexto, llegó el primer gol del partido. Un balón largo que no mide bien un Giménez particularmente bajo de forma, que incomprensiblemente acabó confiándose delante de uno de los jugadores más rápidos de la liga, Iñaki Williams, que continuó la jugada y disparó a puerta teniendo la suerte de que Hermoso desviara el balón a su propia portería.
Pasados los primeros treinta minutos, quizá porque el club vasco decidió que fuese así, llegó algo más parecido a lo que el Atleti debería ser. Con las mismas carencias de siempre (lentitud, pases de más, pereza a la hora de disparar…), pero bastante más digno. Y a punto estuvo de irse al descanso con un empate en el marcador, si Kondogbia no hubiese disparado desviado o Carrasco hubiese acertado a rematar a puerta después de varios regantes en horizontal en la frontal del área. Ay, la antigua contundencia rojiblanca.
La segunda parte comenzó con otro tono. La entrada de Correa por Reinildo dio algo de dinamismo al juego y el Atleti se quedó con el balón, aunque es probable que eso fuese también lo que quisiese su rival. Antes de que los aficionados colchoneros pudieran comenzar a soñar con darle la vuelta a algo que tenía mala pinta, llegaron dos nuevos fantasmas recurrentes este año: la mala suerte y los errores en defensa. El primero apareció con la forma de un lanzamiento de falta de Griezmann que pegó en el larguero. El segundo, pocos minutos después, se hizo presente con un lamentable pase de Lodi a la frontal del área que Herrera resolvió como los tipos que tienen la cabeza en otro sitio: haciendo un penalti absurdo. Un penalti que Williams tiró a lo Panenka para subir el segundo gol al marcador.
Simeone trató de variar el guion con un triple cambio que colocaba a De Paul en el campo junto a Koke y Cunha. Y se acabó el partido, porque el equipo se hizo todavía peor
Simeone trató de variar el guion con un triple cambio que colocaba a De Paul en el campo junto a Koke y Cunha. Y se acabó el partido, porque el equipo se hizo todavía peor de lo que ya era. Ninguno de los tres aportó más que pesadez y errores, pero especialmente significativa fue la labor del argentino. Un jugador que ahora mismo no es que no sume, es que resta. Al Athletic le bastó estar colocado en el campo y poner un poquito de intensidad al juego para desactivar a un rival que, honestamente, daba la sensación de desactivarse solo. Apenas hubo llegadas al área bilbaína, más allá de un postrero remate de Correa al palo que venía a certificar que no era la noche del equipo madrileño.
Soy de los que piensa que es absurdo hacer cuentas a futuro, pero habría que ser muy cínico para no reconocer lo desolador del panorama que queda para las cuatro jornadas que faltan. Nunca dejes de creer, reza el mantra y a eso habrá que agarrarse. Sobre todo, porque al Atleti le va a dar igual si yo soy optimista o pesimista. Decía Delibes que alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Intentemos no sufrir, entonces. De momento.
No sé si lo es, pero el Atlético de Madrid parece ahora mismo un equipo en decadencia. Me encantaría decir otra cosa, pero sería un mentiroso. La imagen que el equipo de Simeone ha dejado en San Mamés es más preocupante que paupérrima, siendo paupérrima hasta decir basta. La falta de juego, de espíritu...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí