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Cambio climático

Las élites ante la crisis ecosocial: luchas internas y escapismo

Fragmento del libro ‘La batalla por el colapso’ sobre cómo los capitalistas se preparan para el mundo que viene

Pablo Font Oporto 17/05/2022

<p>Una de las protestas organizadas por el grupo ecologista Extinction Rebellion.  </p>

Una de las protestas organizadas por el grupo ecologista Extinction Rebellion.  

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Después de advertir (en su doble sentido de constatar y avisar) que vamos hacia el abismo, y de denunciar que el capitalismo global ha ido apaciguando nuestra inquietud al respecto, acabamos de ver que la crisis de legitimidad que éste está sufriendo ha generado un enfrentamiento entre las oligarquías (las locales contra las globales). Pero no debemos perder de vista que este enfrentamiento actúa también, incluso de manera conscientemente interesada, como una pantalla distractora ante el gran problema real: el colapso socioambiental.

Antes de entrar a analizar todo lo que comporta esta guerra de élites (élites “extractivistas o extractivas” como advierten Acemoğlu y Robinson, 2012), es importante alertar que este conflicto, en sí mismo, supone ya, en primer lugar, la posibilidad de un drama. En efecto, una época de turbulencias como la que estamos viviendo puede acabar en una tragedia que reproduzca el ciclo de la primera mitad del siglo XX. Por otro lado, supone evidentemente una pérdida de tiempo y energías (humanas y biofísicas).

Dejando de lado la gravedad de estos aspectos, parece que el conflicto entre las élites encubre la existencia de una agenda compartida por parte de estas ante lo que se nos viene encima, y esa agenda lo que significa en realidad es una guerra contra el resto: la exclusión de la gran masa de la población mundial. La pandemia ya nos ha dado pistas de por dónde pueden ir las cosas si se ponen realmente serias.

Lo que la confrontación entre nativistas iliberales y globalistas esconde es que, aunque lo nieguen, saben que viene un colapso ambiental

En efecto, tras el fuego de artificio, lo que la confrontación entre nativistas iliberales y globalistas esconde es básicamente que, aunque no reconozcan abiertamente la posibilidad de un colapso ambiental, saben bastante bien lo que en realidad viene y se están preparando. Mediante sus afirmaciones públicas mantienen un relato que, o bien directamente niega la existencia de un problema ambiental, o bien indirectamente sostiene que no es un problema insoluble porque la tecnología nos permite tener la situación bajo control. Pero una cosa son sus manifestaciones públicas y otra sus previsiones. Bruno Latour entiende que existe esa agenda oculta compartida entre el negacionismo y el capitalismo “verde”, y que detrás del supuesto negacionismo de las élites cabe detectar una estrategia más o menos similar. Esto nos llevaría, una vez más, a detectar que la confrontación entre globalistas y nativistas no solo tiene mucho de impostada, como construcción sociomediática, sino también de falsa, en cuanto que los planes que unos y otros tienen previstos en la gestión de un posible colapso socioambiental y del futuro de la Humanidad no difieren en absoluto en lo esencial: exclusión de la inmensa mayoría y huida a un refugio protector para los destinados a salvarse. En este sentido, Latour percibe que las políticas reaccionarias actuales serían reveladoras de un claro movimiento de escape de las élites.

Ahora bien, por nuestra parte apreciamos que en esta coyuntura de nuevo se presenta un dilema para las oligarquías locales: ¿huir o excluir? Lo primero resultaría fácil para las aristocracias globalistas, que no sienten apego especial más que por su bienestar y sus relaciones sociales igualmente trasnacionales. Huir y abandonar el territorio, la nación, no es plato de buen gusto para los nacionalpopulismos: a priori, mejor quedarse en la tierra de mi pueblo, de mis antepasados. Pero, eso sí, excluyendo a los que no forman parte de la nación e incluso a los que siendo nacionales no forman parte de la verdadera esencia de esta. Ahora bien, esto no es sino otra forma de huir: negar la realidad que no les conviene e intentar imponer su visión.

En todo caso, como ya hemos indicado, la estrategia pura de escape no es sino una huida hacia adelante con la que las élites –en particular, las globalistas– piensan apurar hasta el final este modelo productivo de explotación de recursos y obtención de energía: BAU (business as usual) hasta que el cuerpo aguante. Pero no solo se trata de exprimir el limón hasta el final. Dos finalidades más pueden percibirse. Primera, obtener el mejor posicionamiento en la carrera que se avecina en un futuro muy próximo. Segunda, extender una cortina distractora que permita ocultar todo esto: lo que se avecina, el hecho de que ellos lo saben, la verdad de que se está preparando para ello y, en definitiva, su toma de las mejores posiciones para otras futuras guerras, tanto entre las élites como contra el resto.

En un mundo tan fluctuante, lo más importante es, en todo caso, estar hasta el final bien posicionados para el sprint de la última vuelta, tapados y a rueda de los convenientes gregarios. En este sentido, las oligarquías obtienen dobles resultados del exprimido total de los recursos: no solo les reporta beneficios actuales, sino que simultáneamente les permite mejorar al máximo sus posiciones de cara al futuro, e incluso tener la posibilidad de implementar un plan B. La ventaja posicional comparativa funciona como aquella frase del Evangelio: “Al que tiene, se le dará…” (el conocido efecto Mateo). Y permite una preparación que incluya la huida y puesta a salvo de las élites, abandonando al resto.

Mucho de esto se encuentra detrás de la creciente desigualdad. La desigualdad actual no es solo reflejo de un mundo donde la ideología neoliberal consiguió volver a naturalizar las diferencias con el cuento de la meritocracia culpabilizante y destruyó las resistencias internas (el empresario de sí) después de haber eliminado las externas (sindicatos, partidos de izquierda, mundo intelectual libre). No es solo efecto de la innecesariedad de máscaras amables en un mundo globalmente competitivo. No es tampoco la sencilla consecuencia de la implementación de unas políticas desregulatorias, juntamente con las posibilidades que la tecnología ha brindado a las grandes trasnacionales. Ni aun el mero producto del desmantelamiento de la izquierda, desnortada y obsesionada con las identidades múltiples, que ha dejado el espacio político al enfrentamiento entre las ideologías de las élites globales y las locales. Ni siquiera el simple resultado de una visión económica cortoplacista que solo piensa en los máximos beneficios inmediatos, sin pensar siquiera en la destrucción de la propia economía real o sus empresas a la hora de obtenerlos (Hernández Jiménez, 2016). Es también un producto elaborado estratégicamente por aquellos que-saben-y-se-están-preparando para acceder al poder en todas sus dimensiones en los nuevos escenarios –de múltiples crisis solapadas, en particular socioambientales– que se avecinan. Y si –como suele decirse– la información es poder, en un escenario de colapso, el poder puede permitir, puramente, ser. Sobrevivir. Algo que no está ni muchísimo menos asegurado (y no solo por la pandemia, no olviden su occidental-centrismo) para la inmensa mayoría de la Humanidad en este preciso momento. Imaginen después.

A partir de aquí es posible comprender. Comprender la trascendencia de la cortina de humo. La significación de la negación del colapso –que, en última instancia, comparten unos y otros–. La guerra entre Trump y Biden (como personalización simbólica de la confrontación elitista). Y, finalmente, la estrategia del no-miedo (al colapso).

Alto. Acabamos de decir, en efecto, que la voz de unos y otros proclama: no tengáis miedo a un colapso socioambiental. Aquellos mismos, unos y otros, que se desgañitan para insuflar miedo a la sociedad y lo lanzan contra sus enemigos, derramándolo a espuertas desde sus atriles, coinciden en alimentar, precisamente, una idea común: ya tenemos demasiados miedos, no metáis miedo a la población con más ideas catastróficas. Aquí es donde podemos descubrir, de nuevo, la trampa detrás de todo el relato de las élites: la banalización y el debilitamiento del miedo al colapso es parte de su estrategia. No quieren que se sepa esa posibilidad real, ni que la temamos. En primer lugar, porque si lo supiésemos no atenderíamos a los miedos estúpidos con los que unos y otros taladran nuestra inteligencia. Segundo, porque nos desconectaríamos de un sistema –cultural– de consumo que les alimenta a ellos. Tercero, porque seguramente nos revolveríamos contra ellos en su calidad de gestores políticos. Y, cuarto, porque nos empezaríamos a preparar para lo que ya es muy difícil de evitar. Y esto último sería lo más peligroso: en igualdad de condiciones, el relato meritocrático no es tan atractivo para sus impulsores. Legitimar las diferencias es lo que permite presentar como lógica la existencia de posiciones de partida distintas ante las situaciones de colapso que se avecinarían.

Pregunten a la gente a qué tiene miedo. Piensen qué respondían hace pocos meses. Con la pandemia covid una minoría de gente tal vez haya empezado a hacerse preguntas, pero no dejan de ser entornos minoritarios, a los que se acusa de frikis. Lo que a la gente le preocupa es lo que los grandes poderes introducen en el imaginario colectivo desde sus plataformas. Las causas del no-miedo, de la debilidad del miedo al colapso medioambiental son, por tanto, claras: el ocultamiento de esta cuestión en el debate público (merece verse, al respecto, el último episodio de la serie El colapso). Las causas de ese ocultamiento se hallan en los intereses de las élites, que controlan el discurso público.

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Este texto es un fragmento de La batalla por el colapso. Crisis ecosocial y élites contra el pueblo. (editorial Comares, 2022). Su autor, Pablo Font Oporto (Sevilla, 1980) es profesor de Filosofía Política en la Universidad Loyola Andalucía.

(Nota: el libro fue publicado antes de que se desatase la guerra de Ucrania).

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Presentaciones en Madrid 23 y 24 de mayo:

Lunes 23 de mayo, 19:00 

Lugar: Ecooo. C. de la Escuadra, 11 

Miguel Urbán. Eurodiputado y miembro de Anticapitalistas. 

Emilio Santiago Muíño. Científico titular del CSIC. 

Carmen Madorrán Ayerra. Profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid. 

Alba G. Ferrín. Militante de Anticapitalistas.

Martes 24 de mayo, 19:00 

Lugar: Librería Muga. Av. Pablo Neruda, 89 

Esteban Hernández. Periodista y escritor. 

Tom Kucharz. Miembro de Ecologistas en Acción. 

Almudena Sánchez. Máster en Humanidades Ecológicas, Sustentabilidad y Transición Ecosocial.

Presentaciones en Barcelona:

Miércoles 1 de junio, 18:30

Lugar: Cristianisme i Justícia. Carrer de Roger de Llúria, 13.

Xavier Casanovas (Profesor. IQS-Universitat Ramon Llull).

Joan Carrera (Profesor. Facultad de Teología de Cataluña).

Sonia Herrera (Profesora. Universitat Autònoma de Barcelona).

Jueves 2 de junio, 18:30. 

Lugar: Lafede. Carrer de les Tàpies, 1.

Organiza: Observatori del Deute en la Globalització.

Presenta: Alfons Pérez.

Después de advertir (en su doble sentido de constatar y avisar) que vamos hacia el abismo, y de denunciar que el capitalismo global ha ido apaciguando nuestra inquietud al respecto, acabamos de ver que la crisis de legitimidad que éste está sufriendo ha generado un enfrentamiento entre las oligarquías (las...

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Autor >

Pablo Font Oporto

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1 comentario(s)

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  1. enrbalmaseda

    Dicen y nos quiren hacer creer que los ricos no temen un desatre medioambientales o incluso que muchos lo desean, porque entonces ellos y solo ellos se salvarán y serán más privilegiados -incluso en el ridículo cuento de que ellos se irán a vivir en Marte- que nunca antes en la historia. Pero una cosa es el deseo y otra la realidad. Que el capitalismo si no se reforma de manara radical nos llevará al desastre a todos -ahora lo hace con dos tercios de la humanidad- es más que probable, pero no creo que sea porque a los ricos les da igual o incluso porque lo desean, sino porque la codicia ciega, individual y colectivamente, y se algo caracteriza a Occidente es la codicia colectiva, desgraciadamente no solo la de los ricos.

    Hace 2 años 3 meses

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