1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

CTXT necesita 3.000 suscriptores más para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

HOMEOPATÍAS

Barro

Al mundo hay que dejarle algo de barro en el suelo (algo de barrio) y no rascárselo nunca del todo si queremos que siga siendo habitable

Santiago Alba Rico 15/05/2022

<p>Fósil de oviraptosaurio.</p>

Fósil de oviraptosaurio.

Fossil Wiki

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Leí hace poco la noticia de un gran descubrimiento efectuado en 2016 cerca de Ghanzou, en China: el de un dinosaurio emplumado que habría muerto hace 70 millones de años tratando de escapar del barro. “Uno de los fósiles más hermosos y tristes que he visto”, dice el geólogo Steve Brusatte, pues murió derribado sobre la frente, bípedo entrampado, con el cuello estirado y las alas desplegadas. Pertenecía a la familia de los oviraptorosaurios y esta nueva parentela fue bautizada con el nombre mixto de tongtianlong limosus o, lo que es lo mismo, “dragón fangoso camino del cielo”. Era una especie, si se quiere, pasajera entre el reptil y el pájaro, transitoria aún entre la tierra y el aire. La ciencia no se puede permitir estas sinécdoques abusivas que reducen millones de años a un instante y el destino evolutivo de una especie a la suerte de un individuo, pero la desgracia de este bicho maravilloso proporciona a los filósofos una imagen poderosísima de fracaso ejemplar. Yo lo veo así: un reptil que, a punto de convertirse en pájaro, descubre de pronto sus alas, intenta emprender el vuelo y queda atrapado en el barro mientras sacude con impotencia, una y otra vez, entusiasmado primero, furioso después, desesperado al fin, cada vez más despacio, sus muñones emplumados.

El barro que retuvo al dinosaurio es, en realidad, la sustancia primordial, donde se mezclan la tierra y el agua. En el acto I, escena 1ª, del Antonio y Cleopatra de Shakespeare, el amante romano justifica de esta manera sus besos: “Los reinos son de arcilla. Nuestro barro fangoso nutre por igual a hombres y bestias. Todo el sentido de la vida está en hacer esto”. Así lo recordaba yo de memoria. La traducción de Luis Astrana Marín, es verdad, dice “nobleza” y no “sentido” y “tierra fangosa” en lugar de “barro fangoso”, versión más ceñida al original inglés (donde se lee “our dungy earth”, de “dung”, el estiércol que abona nuestros cultivos). Da igual. Este campo semántico, rico en sinónimos y aledaños, es apretado y recogido como un moño. Tenemos el barro, el cieno, el fango, el lodo, el limo. Todas estas palabras son densas y marrones, y se citan y se reclaman mutuamente, pero no son del todo equivalentes. A cada una de ellas se le ha adherido un matiz singular que va más allá de la materia y que convoca distintas sinestesias morales y sentidos figurados. El adjetivo “fangoso”, por ejemplo, es una redundancia de “barro”, como ocurre en la traducción castellana de Shakespeare, pero como sustantivo adquiere enseguida una acepción espiritual: el “fango”, en efecto, es sucio y ensucia; son las almas, y no los dinosaurios, los que quedan atrapados en él: “máquina del fango”, expresión forjada por Umberto Eco, alude a la difamación premeditada cuyo objetivo es mancillar el prestigio o el honor de un rival político. De fango en nuestro país sabemos mucho. El cieno es más ligero, el lodo más viscoso, el limo sobre todo resbaladizo. Es interesante señalar, dicho sea de paso, que de forma un poco tortuosa la palabra y la idea del “olvido” proceden, en efecto, del limus latino: lo que se vuelve denso y oscuro, lo que se desliza fuera de la memoria. Olvidar es resbalar sin asidero en el vacío. Conviene pensar también desde aquí el destino del dinosaurio alado.

Todas las lenguas, obviamente, poseen el concepto de “barro”, del que hablaremos enseguida, pero nuestra palabra “barro” es harto extraña, procedente quizás del acervo hispánico prerromano, como lo atestigua el hecho de que solo exista en castellano y en portugués (aunque en esta última lengua con el significado más específico de “arcilla”). En todo caso, y como se trata aquí de producir imágenes y no saberes académicos, a uno le vienen ganas, muchas ganas, contra todo fundamento filológico, de asociar “barro” y “barrio”, vocablo cuya etimología árabe remite a la noción de “extramuros”: a lo que está fuera (barr) de la ciudad, donde sin duda los más pobres, los menos protegidos, los que viven a la intemperie, no solo están más expuestos a los efectos de la lluvia sino que permanecen también más en contacto con la tierra común. Fuera de las murallas está, por así decirlo, la verdad del ser humano.

Reclamar pan es reclamar la cultura entera; nombrar el barro es nombrar la humanidad completa

Pues es esto: si “barro” es la palabra más común es porque designa la sustancia común. Al contrario que “fango” o “lodo” o “limo”, que se separan un poco de la tierra para discurrir en paralelo en el plano simbólico, al barro le ocurre como al pan: es su materia misma la que opera como símbolo universal: son las únicas materias –pan y barro– que constituyen en sí mismas símbolos, de manera que no admiten ninguna escisión metafísica –o marxista– entre ser y apariencia, entre realidad y ficción, entre materia y espíritu. Reclamar pan es reclamar la cultura entera; nombrar el barro es nombrar la humanidad completa. Por eso, el único sentido metafórico que autoriza el barro tiene que ver con la fragilidad o caducidad de las cosas. Shakespeare, que era un genio y un genio plebeyo, acierta a exponer esta unidad en versos muy banales en defensa de un beso: los “reinos” más soberbios acaban por sucumbir y deshacerse en esa materia primordial que alimenta a todas las criaturas –de la que están hechas todas las criaturas. Todos estamos compuestos del barro del que nos nutrimos y que seguiremos nutriendo, generación tras generación, hasta el final: hasta el maldito petróleo acumulado bajo nuestros pies. La sola cosa que nos distingue de un guijarro, de un insecto, de un helecho, son nuestros besos: el amor único y fugaz que se repite, como un repiqueteo hambriento, sobre los cuerpos.

De la dificultad de simbolizar el barro, salvo como universalidad material, da buena cuenta la terrorífica facilidad con que simbolizamos, por contraste, la palabra “sangre”. La sangre, en efecto, nos separa: la sangre azul, la sangre aria, la sangre de nuestra estirpe. Son los fluidos del cuerpo, que pueden verterse, los que –sangre, semen, leche– han configurado siempre los imaginarios excluyentes de la especificidad étnica, los delirios narcisistas de la pureza y la contaminación racial. Su opuesto es el barro: no se puede hacer, no, ningún discurso racista con el barro. El barro es absolutamente material; es la idea de materia; la materia común en la que florece al final –despliegue y arruga– el juncal de las ideas. En el Génesis bíblico, lo sabemos, hay dos versiones de la creación. En una el dios es logos y materializa las criaturas pronunciando sus nombres; en la otra las hace con sus propias manos. No las forja como un herrero ni las talla como un carpintero; las moldea como un alfarero. Decía la gran escritora estadounidense Ursula K. Le Guin que el primer y mayor invento humano no fue ni la espada ni la rueda: fue la cesta, copiada del regazo y del útero femeninos. Fue también la vasija, aurora de la civilización, donde comprendemos por primera vez la diferencia entre dentro y fuera, que es asimismo la diferencia entre significante y significado: un recipiente que retiene el agua fugitiva, necesaria para la vida, y cuyo exterior se puede pintar y decorar. La alfarería es la técnica cultural más antigua del mundo; los primeros objetos de cerámica, encontrados en Japón, se remontan a hace doce mil años. En el Génesis se conjugan, pues, las dos actividades creativas por excelencia del ser humano, aquellas de las que el hombre mismo es creación: la lengua y el barro.

Fijaos bien: una prueba irrefutable de la primordialidad del barro es la siguiente: los niños no juegan con “fango” ni con “cieno” ni con “lodo”; juegan con “barro”, que es –dice el pedagogo Francesco Tonucci– “el príncipe de los juguetes” o, lo que es lo mismo, el primero y más insuperable de los juguetes. Podemos pensar en los niños como en dioses que dan forma a la materia, sin más propósito ni más diseño que el capricho de sus manos, mediante las cuales afirman la materialidad misma de nuestro mundo. Y podemos también –los que así lo quieran– reconciliarnos con un dios que, en lugar de imitar a un guerrero o a un ingeniero, habría imitado a un niño en la playa o en el arenal: que se habría dejado tentar por el placer de descubrir el barro y, a partir de él, la diferencia entre dentro y fuera, entre lo que nos puede ser necesario para la vida y lo que podemos adornar: el júbilo elemental de lo cóncavo y lo convexo, de la dureza que se desmenuza entre los dedos, de la viscosidad que se solidifica bajo el sol. La irresponsabilidad de un niño siempre tiene más sentido que el sentido premeditado de un forjador de espadas. Por lo demás, para aquellos a los que no les baste el placer, porque lo miden todo en términos de utilidad, recordaré aquí, de pasada, que recientes investigaciones médicas han descubierto en el barro una bacteria benéfica (mycobacterium vaccae), de manera que jugar con nuestra común “tierra fangosa” no sólo fortalece el sistema inmunitario sino que reduce las tensiones y el estrés.

Somos este barro pensativo llamado Alberto o Clara, pintado al nacer como una vasija griega

Así que el barro es –como deja bien claro Marco Antonio reclamando la boca de Cleopatra– la frágil materia común con la que juegan los niños. “Cañas pensantes”, decía Pascal de los humanos; “barro pensativo”, corregía César Vallejo. El ser humano, con su conciencia mortal, es solo una de sus metonimias, la más destructiva y desdichada. “Con bordada, sutil y blanda ropa / el barro humano diligente tapa”, sentencia un famoso soneto de Torres Villaroel. Por más que hablemos, por más que pensemos, por más que nos cubramos de “vanos adornos y atavíos”, seguimos siendo el barro que pisamos. Ahora bien, no olvidemos esta imagen decisiva: mediante la alfarería, el barro que pisamos sube hasta nuestras manos. Pasa –es decir– de la tierra a la mente, de la universalidad sin límites a la individualidad concreta e irreemplazable, y ello sin cambiar nunca de sustancia. Somos este barro pensativo llamado Alberto o Clara, pintado al nacer como una vasija griega, con un lunar por fuera del pecho y un pequeño dolor por dentro; somos continuidad, pues, y diferencia. Es importante. Preparando hace poco una conferencia, reparaba en el hecho de que, durante la última cena, Cristo no dijo: “Tomad y comed, esta es mi carne”. Dijo: “Tomad y comed, este es mi cuerpo”. Dijo “somá” en griego y no “sarkx”. Entre la carne y el cuerpo hay el mismo trayecto que entre el barro y la vasija. De suburbana carne común, no lo olvidemos, están hechos los cuerpos individuales. Pero ese es precisamente el motivo de que nos desazone tanto la diferencia entre un carnívoro y un caníbal: los carnívoros comen “carne”, los caníbales comen “cuerpos”. Cristo es un cuerpo y por eso es al mismo tiempo barro y vasija. En el guijarro, en el insecto, en el helecho, nos alimentamos de “carne”, y eso no es “pecado”; a Clara y Alberto, en cambio, solo podemos comérnoslos a besos. Todo el escándalo de un Dios “encarnado” –reducido a sustancia común– es el de que no sea directamente materia indiferenciada sino materia particular organizada y se ofrezca como alimento –como carne– con un nombre propio, una nariz judía y una barba de diez días. Comerse a Cristo, que es dios y es ternera, es más grave que comerse una ternera; es mucho más grave, desde luego, que comerse a un dios. Todos nuestros conflictos, teológicos y humanos, y todos nuestros placeres difíciles, proceden de la imposibilidad de separar el cuerpo de la carne y, más abajo, la carne de la sangre. En el amor somos un poco caníbales; en la empatía somos un poco racistas. La “eucaristía” es la acción de gracias de un cuerpo que duda todo el rato entre el logos y el barro.

El cuerpo es penumbra porque contiene barro. Su fragilidad es indisociable de su opacidad: el velo de unos órganos que laten, respiran y nos sostienen por debajo de nuestra conciencia y el de un lenguaje lastrado de gravilla inevitable. Es el momento de ponerse un poco cursi. Hay que luchar, pero no vencer. El ejemplo del dinosaurio alado es corregido por el de las mariposas, que solo vuelan porque tienen polvo en las alas: limpiárselas con un paño demasiado higiénico es lo mismo que matarlas. También al mundo, sí, hay que dejarle algo de barro en el suelo (algo de barrio); y no rascárselo nunca del todo si queremos que siga siendo habitable. Un hospital, es cierto, debe estar limpio, pero nuestra casa común, al contrario de lo que pensaba Leopardi, no es y no debe ser un hospital. Un hospital más limpio no nos parece limpio: nos parece más hospital. Puede ser necesario para curarse –sin contar con la iatrogenia bacteriana– pero no para contarse cuentos, amarse despacio y lamerse las heridas.

A veces somos fango vil, y es imperativo no complacerse en él; a veces somos limo fecundo y resbaladizo; somos siempre el barro en el que encalló el dinosaurio alado. La imagen de ese pobre tongtianlong limosus, desaparecido hace setenta millones de años (que no son nada, unos pocos menos que los veinte del tango), anticipa quizás el final de otra especie que, elevada sin alas lejos del suelo, está a punto de olvidar hoy la materia común, el barro nutricio, el barrio abierto, tu cuerpo cálido y vivo, moldeado en la penumbra, que quiero comerme de nuevo a besos.

O de recordarlo, con los muñones emplumados, como un oviraptorosaurio cualquiera bajo el aguacero, solo en el último minuto y de manera trágica e irrevocable.

Leí hace poco la noticia de un gran descubrimiento efectuado en 2016 cerca de Ghanzou, en China: el de un dinosaurio emplumado que habría muerto hace 70 millones de años tratando de escapar del barro. “Uno de los fósiles más hermosos y tristes que he visto”, dice el geólogo Steve Brusatte, pues murió derribado...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Santiago Alba Rico

Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí