FANTASMAS BLANCOS
El museo de la crítica colonial
¿En algún momento del siglo XXI nuestro país será capaz de ofrecer información acerca de la adquisición de objetos de países coloniales, ya que no de facilitar su devolución?
Juan José Santos Mateo 14/06/2022
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El último 12 de octubre, mientras se reflejaba en los ojos plebeyos y de la realeza el cielo surcado de aviones, embrujados por la rojigualda en la celebración del Día de la Hispanidad, Natalia Sosa Molina, gestora cultural y artista argentina, publicaba este post en Instagram, ilustrado con un breve vídeo en el que se la ve sacando de uno de los armarios del Archivo de Indias de Sevilla una carpeta de documentación, abriéndolo, y mostrando a cámara su contenido: el vacío.
Al mismo tiempo tenía lugar el Festival Hispanidad en Madrid, en el que estaban incluidas varias exposiciones de artistas latinoamericanos, menos “Buen Gobierno”, la muestra de la peruana Sandra Gamarra en la Sala Alcalá 31, coordinada por la Consejería de Cultura de la Comunidad, cuyo texto curatorial fue censurado. Dos palabras fueron eliminadas: “racismo” y “restitución”. Esto ocurría poco después de que Isabel Díaz Ayuso dijera públicamente aquello de que “el indigenismo es el nuevo comunismo”. Podemos seguir borrando de los muros la palabra racismo, pero seguiremos escuchando voces, del presente, y del pasado, que señalen nuestros actos.
El 12 de octubre de 1892 se exhibía por primera vez en Madrid, en la Exposición Histórico Americana, el llamado Tesoro Quimbaya, de los siglos V-VI, regalado por el gobierno de Colombia –sin pedir permiso a su Congreso– al gobierno español en agradecimiento por su intercesión favorable con un conflicto con Venezuela. En 2017, una sentencia de la Corte Constitucional de Colombia exigía al gobierno de su país agilizar las gestiones para repatriarlo. El tesoro no ha sido devuelto, permanece en el Museo de América de Madrid.
El Archivo de Indias de Sevilla es un trampantojo, y el Museo de América de Madrid sigue fiel a la máxima dejada por escrito en su origen (1941), de dar cabida al arte colonial, una “suma amorosa de lo indígena y lo hispánico”. Un amor inquebrantable, como los de antes.
Quizás vaya siendo hora de que abandonemos el disfraz de misionero
Discurso de Uagadugú
“No puedo aceptar que una gran parte del patrimonio cultural de varios países africanos esté en Francia. Hay explicaciones históricas para esto, pero no hay una justificación válida, duradera e incondicional, el patrimonio africano no puede estar solo en colecciones privadas y museos europeos.” En galaxias no tan lejanas, y proclamadas por políticos “comunismo free”, como Emmanuel Macron, se vocalizan discursos que anuncian medidas de restitución. El presidente francés se comprometió en 2017 frente a estudiantes de la Universidad de Burkina Faso a devolver las obras de arte africano a África. Posteriormente, se modificó la legislación sobre la inalienabilidad del patrimonio de los museos, y se repusieron a Nigeria veintiséis obras incautadas por el ejército francés en 1892 y reclamadas por Benin.
En Alemania la postura es ambigua. Por un lado, inauguran el faraónico proyecto Humboldt Forum en Berlín, con veinte mil obras de África, Sudamérica, Asia y Oceanía, muchas de ellas procedentes de antiguas colonias alemanas. Desde su planteamiento, recibió una fuerte oposición fuera y dentro del país. Por otro, el mismo Humboldt Forum ha implementado un archivo abierto en el que se muestra una información muy detallada acerca de la “trazabilidad” de cada pieza, abriendo así la posibilidad de que los países de origen de cada objeto soliciten su devolución.
Poco a poco, todos los países europeos se tendrán que enfrentar a su pasado colonial, y sus museos a la contextualización de sus colecciones
Veamos otros ejemplos alemanes, que parece el país más dispuesto a enfrentar su traumático pasado, tras décadas de silencio y ocultación, como atestiguara W.G. Sebald. El Museo Municipal de Treptow, en Berlín, ha reestructurado su muestra permanente. En “Mirando hacia atrás” contextualiza su colección y la primera Exposición Colonial Alemana de 1896, abordando su origen colonialista y xenófobo. Lo hacen de manera didáctica e incluso con secciones dedicadas al público infantil. Y hasta hace poco, en el Museo Brücke, se mostraba en su programación temporal “¿La expresión de quién?”, exposición que abordaba sin complejos la apropiación cultural de los artistas expresionistas alemanes: “Los artistas de Brücke vivieron y trabajaron durante un período en el que la Alemania imperial era una de las mayores potencias coloniales de Europa. La exposición Whose Expression? The Brücke Artists and Colonialism examina sus obras en este contexto histórico. Esta exposición marca el comienzo de la confrontación del Brücke-Museum con su legado colonial. Los fondos de Karl und Emy Schmidt-Rottluff Stiftung todavía contienen alrededor de 100 obras del patrimonio del artista que originalmente procedían de 20 partes diferentes del mundo”. Mientras que en Berlín se cuestiona la apropiación cultural de Erich Heckel, Ernst Ludwig Kirchner, Emil Nolde, Max Pechstein y Karl Schmidt-Rottluff, aquí seguimos con la traca de que Picasso era tan original como feminista. Es, como siempre, la prensa extranjera la que nos saca los colores.
Estos ejemplos de revisión interna afloran por fin frente a la hasta ahora solitaria tarea de la revisión externa, que sigue presionando para que no desaparezcan de los muros de las salas de los museos las palabras racismo y restitución. Lo harán de formas creativas, como en este caso austriaco en el que un museo fue hackeado por parte de un grupo de activistas que exigían la devolución del penacho de Moctezuma, o desde el debate dentro y fuera de la Academia. Esta transformación es inevitable: poco a poco, todos los países europeos se tendrán que enfrentar a su pasado colonial, y sus museos a la, como mínimo, contextualización de su colección de arte colonial.
El racismo está en las instituciones, y el racismo está en nosotros. En lugar de financiar acciones como las del colectivo Ayllu, por ejemplo (un grupo colaborativo de investigación y acción artística formada por migrantes en España), ponemos nuestro oro en Nacho Cano y sus malinches, y en Okuda y sus pikachus.
El museo de la crítica colonial
Si hay un país que ha demostrado su evasiva al debate, ese es España. Recientemente se ha presentado un estudio desarrollado por los investigadores José Ariza y Yeison García, en el marco del programa de residencias de investigación de la plataforma FelipaManuela. En él se demuestra el desequilibrio entre los profesionales (artistas, comisarios, gestores) de origen extranjero y los nacionales. Este informe sigue en elaboración y sin duda arrojará luz sobre las tinieblas.
¿Sería posible un museo de la crítica colonial en España? ¿En este país de negreros cuyos capitales obtenidos durante la etapa colonial siguen sin ser clarificados?
Hay quien argumenta que no es posible descolonizar una institución cuya expansión va paralela al proyecto colonialista: el museo. En este artículo se profundiza en la cuestión: “¿En qué momento resultaron convenientes las simulaciones de auspiciar discursos y narrativas anticoloniales en instituciones, organizaciones, movimientos y espacios sostenidos sobre estructuras coloniales de asimetría y desigualdad racial?”. Soy de los que piensa que es precisamente en el museo europeo donde es más necesario, o más beneficioso, instalar esta disputa. También hay quien cree que no pueden ser los europeos los que ahora enseñen a los africanos, asiáticos o latinoamericanos cómo descolonizarse. Este diálogo entre Walter Mignolo y Francisco Carballo es ilustrativo. Carballo arguye: “La modernidad imperial descoloniza, y nuestra modernidad periférica aún no entiende qué hay que descolonizar, y ahí hay un peligro”. Mignolo replica: “Tenemos que estar insistiendo en la necesidad de cuestionar la institución museo porque si no se convierte en el salvador de los mismos desastres que produjo”.
Hay argumentos para desmoronar la utópica idea de descolonizar el museo. Quizás la imposibilidad sea el acicate necesario para pensar no en reedificar el museo, sino en pensar en un museo otro. Un museo dedicado a la crítica colonial.
¿Sería posible un museo de la crítica colonial en España? ¿En este país de negreros cuyos capitales obtenidos durante la etapa colonial siguen sin ser clarificados? ¿En algún momento del siglo XXI nuestro país será capaz de ofrecer información acerca de la adquisición de objetos de países coloniales, ya que no de facilitar su devolución? ¿De ofrecer alguna lectura crítica a las colecciones de arte colonial?
En este video casero vemos a un hombre blanco visitar una aldea en África. Una niña sale despavorida, llorando, diciendo que ha visto un fantasma. Los adultos no lo entienden, se ríen, fuerzan a la niña a encarar a su fantasma, mientras ella implora aterrorizada, gritando “me va a comer”. El hombre blanco, en vez de largarse, empieza a acariciar a la niña, y dice “Yo también tengo miedo del hombre blanco”. Quizás vaya siendo hora de que abandonemos el disfraz de misionero. Lo que la niña estaba viendo era efectivamente un fantasma que venía del pasado a devorarla. El espectro del hombre colonialista.
El último 12 de octubre, mientras se reflejaba en los ojos plebeyos y de la realeza el cielo surcado de aviones, embrujados por la rojigualda en la celebración del Día de la Hispanidad, Natalia Sosa Molina, gestora cultural y artista argentina, publicaba
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