Blanca Cañedo-Argüelles / ginecóloga
“El aborto ha sido siempre una manera de controlar a las mujeres”
Pablo Batalla Cueto 25/06/2022
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“Mi padre era del Opus, pero me educó independiente y feminista”, decía Blanca Cañedo-Argüelles Gallastegui en 2015 a otro entrevistador. Cañedo es una de las referentes de la lucha feminista en Asturias, y tal vez la principal en una vertiente concreta de la misma: la conquista del derecho al aborto. Dirige desde 1987 la clínica gijonesa Belladona, pionera, junto con la ovetense Buenavista –que abrió el año anterior–, de la prestación del servicio en Asturias tras la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en 1985. En esta entrevista, valora el momento equívoco de este derecho del que, a escala global, se observan avances y retrocesos y se amplía en España, pero manteniendo algunas cuestiones pendientes.
En los últimos días, han agitado el candelero dos noticias relacionadas con el aborto: la primera, la derogación de Roe vs. Wade por el Tribunal Supremo en Estados Unidos, que devuelve a los estados la decisión de permitir el derecho a la interrupción del embarazo. La segunda, la ampliación de la ley española para eliminar la obligación de recibir información sobre maternidad, posibilitar el aborto a los dieciséis años sin consentimiento materno o eliminar la obligación de un plazo de reflexión de tres días. ¿Qué valoración general hace de este momento equívoco en el que asistimos por igual a avances y retrocesos en lo que respecta al derecho al aborto?
Un momento complicado en el que, efectivamente, no nos vemos solo discutiendo sobre avances, sino que seguimos teniendo que debatir el apuntalamiento de lo que ya creíamos conseguido, y se nos obliga a recordar a las nuevas generaciones que la democracia es un bien a proteger. Con los jóvenes siempre hablamos de que los derechos son muy difíciles de conseguir, y se pueden perder. Dependen de legislaciones que se hacen en los parlamentos, donde tenemos personas que nos representan y que van cambiando. Ahora, están entrando en ellos personas con otra visión de lo que significa ser ciudadano, más parecida a lo que significaba ser súbdito. Los derechos, hasta que no se pierden, no se da uno cuenta de la hecatombe que supone su ausencia.
Están entrando personas con otra visión de lo que significa ser ciudadano, más parecida a lo que significaba ser súbdito
El tema del aborto siempre ha sido una manera de controlar a las mujeres, y estamos en un momento en que al feminismo se le da por todos lados. La excusa, ahora, es la demografía: un argumento chocante, porque estamos viendo que hay un problema tremendo de exceso de población en el mundo. La gente no mira el mundo: mira su pueblo, su ciudad, su país. Pero vivimos en la globalidad, y en la globalidad, el argumento de la demografía es absolutamente falaz. Quizás estén buscando una demografía de gente blanca y rubia… En todo caso, todo esto nos sirve para ponernos las pilas y para revisar quiénes somos y qué hacemos. Han sido largos años de lucha y la lucha continúa.
La posibilidad de abortar a los 16 sin consentimiento paterno vuelve a ser el asunto más polémico de la nueva ley. ¿Cómo argumentaría a su favor de cara a gente favorable al derecho al aborto pero no a este aspecto concreto de la ley?
Si se cuantifica cuántas chicas de 16 a 18 años vienen sin autorización de sus padres, son muy pocas, pero es lógico pensar que esas pocas son precisamente las mujeres con más problemas: padres en la cárcel, padres con los que no viven por situaciones de maltrato, padres en otros países… Detrás de una mujer de 16 años que no viene acompañada por sus padres, siempre hay una situación personal complicada, y cualquiera que tenga un poco de humanidad o de sensatez entiende que no puede dejar de hacérsele el aborto porque no haya autorización paterna. A los 16 una puede perfectamente decidir si quiere ser madre o no. ¿Qué sentido tiene que a los 16 años una no sea madura para abortar, pero para ser madre sí?
Compañeras de otras regiones nos cuentan que van al supermercado y las insultan
Fue fundadora y es presidenta de la clínica gijonesa Belladona, pionera del derecho al aborto en Asturias. ¿Notan, en los últimos años, un repunte de agresividad hacia ustedes?
La verdad es que no. Nuestra persiana se levanta y se cierra cada día sin ningún problema. Estamos en una red nacional, y compañeras de otras regiones nos cuentan que van al supermercado y las insultan, que hacen el corrillo a las mujeres al entrar en las clínicas, que las agarran, que hacen pintadas… Pero en Asturias, jamás hemos tenido ese problema. Cuando vemos que a nivel nacional se convocan rezos del rosario delante de las clínicas, aquí no nos los encontramos, salvo una vez que vinieron hace años, bajo un día de lluvia horroroso, típico de Asturias, y acabaron tomando café en la clínica (risas). Yo, como sabes, sufrí una denuncia de Abogados Cristianos por un comentario en una entrevista que tú me hiciste, y tengo que decir que todos los grupos políticos sin excepción me apoyaron.
Tras esta nueva ampliación de la ley del aborto, ¿qué demandas siguen pendientes?
Te puedo responder remontándome al motivo de que hiciéramos clínicas del aborto: cuando nació la ley, significó simplemente una autorización. No había dotación económica y se declararon objetores servicios enteros de hospitales; no había personas físicas que hicieran abortos, ni espacio físico donde hacerlos. Las clínicas vinieron a llenar ese hueco y, tiempo después, hicimos los conciertos; nos convertimos en un brazo del sistema público. Las mujeres ya no tenían que pagar el aborto al tratarse de un derecho.
La cuestión es que, ahora, ocurren dos cosas. La primera es que han pasado muchos años y el relevo generacional en las propias clínicas está siendo complicado. Para trabajar en una clínica de aborto, hay que tener una sensibilidad política concreta. Además, sufrimos una carencia de médicos y anestesistas: el sistema público absorbe toda la oferta que hay. Luego, el tema de la objeción. No se ha hecho una ley de objeción y eso condiciona la libertad de los profesionales para decidir.
La nueva ley contempla un registro de objetores.
El actual proyecto de la ministra de Igualdad recoge la aplicación y desarrollo de esta ley, sí. La del 2010 ya exigía que la objeción de conciencia se realizara de forma individual y anticipadamente, pero no se desarrolló. De todas maneras, el estigma del aborto seguirá dificultando las cosas. Si el jefe de servicio o el ambiente general estigmatiza a quien practica abortos (en el Colegio de Médicos, nuestros médicos son despreciados como aborteros; sufren ese acoso), no se pondrá en marcha un servicio especializado y en las facultades de Medicina no se proporcionará la formación correspondiente, de tal manera que, aunque en la pública haya gente con interés en hacer abortos, no pueda, porque no haya recibido esa formación que sí se recibe en una clínica de aborto. El aborto implica una técnica médica, pero también acompañamiento, y no se forma a profesionales, ni a trabajadores sociales, ni a administrativos, para eso. Todo el saber reposa en nosotros, en las clínicas privadas. Si las clínicas privadas desaparecen, como ocurrió en Francia, desaparece ese saber. No es que sea complicado de aprender, pero, como todo en esta vida, hay que aprenderlo.
Por otra parte, hay regiones donde no hay clínicas privadas.
Efectivamente. Y las mujeres se tienen que desplazar. Eso es un lío tremendo, sobre todo en lo que respecta al tercer trimestre, malformaciones, etcétera. Hay que resolver esos temas. Y luego está el asunto del aborto farmacológico. Cuando aparecen las pastillas, los médicos dicen: ah, bueno, pues si con una pastilla basta, no hay que hacer ninguna intervención; no hay –dicho de mala manera– que mancharse las manos de sangre. Es un método que significa menos implicación y al que los médicos no se suelen oponer. La mujer se va a su casa, pasan los días y expulsa ella el embrión. A muchas mujeres no se les da a elegir, y llegan ni a saber que existe el método instrumental, que por ley es obligatorio darles, y que es más rápido: un quirófano en el que todo se resuelve en diez minutos con un poquito de sedación, tras lo cual la mujer se va a su casa y puede empezar a trabajar con normalidad. Hay una revisión posterior y eso es todo. También es un método más confidencial, porque no tienes que dar las explicaciones que te ves obligada a dar si tienes que recluirte en casa varios días porque estás sangrando, faltar al trabajo, etcétera. Como para todo, claro, detrás del método farmacológico también hay una industria farmacéutica presionando. Y a las clínicas nos preocupa que, ahora que se va a implementar el servicio público –es la idea de este Gobierno–, acabe desapareciendo un método que ha demostrado ser eficaz, y el que mayoritariamente escogen las mujeres. Ha ocurrido ya en Francia, Baleares o Canarias y está ocurriendo en Cataluña.
Quería hacerle algunas preguntas más, de pura estadística. ¿Cuánto cuesta un aborto? ¿Cuánto se paga a las clínicas privadas? ¿Costaría menos hacerlo en la sanidad pública?
Uf, difícil saber eso… ¿Cómo calculas los gastos de un hospital? Lo que sí te aseguro es que son mucho más baratas las clínicas.
¿Cuántos abortos se derivan?
Se derivan a otras clínicas los de más de catorce semanas, que aquí no hacemos: a Madrid, a Barcelona… Depende de dónde quiera la mujer. Y las malformaciones se derivan al hospital.
¿Cuál es el perfil de las mujeres que abortan? ¿Hay migrantes?
Sí, claro que las hay. Con un certificado de empadronamiento, también se les cubre el aborto, y escogen entre el farmacológico o el instrumental igual que las demás. Están las estadísticas por ahí. La mayor parte de los abortos que se realizan en España son a mujeres nacidas en España, claro: en torno a un 64%. Un 8% de los abortos realizados en España son a mujeres procedentes del resto de Europa. Alrededor de un 20% proceden de América, sobre todo de América del Sur. Y hay en torno a un 5% de nacidas en África y en torno a un 2% nacidas en Asia. En cuanto a los motivos de la interrupción del embarazo, las estadísticas nos dicen que en torno al 90% son la mera petición de la mujer, en torno a un 6% el riesgo grave para la vida de la madre y el 3% el riesgo de anomalías graves en el feto. La mayor parte de los abortos, un 70%, son de embarazos de ocho semanas o menos, y un 23% de entre nueve y catorce semanas. Y el tramo de edad más habitual es el que va de los veinte a los veinticuatro años (sobre el 16%), con cifras muy parecidas al tramo de los veinticinco a los veintinueve (el 15%), pero no muy superiores al tramo treinta a treinta y cuatro años (14%). El 8% tienen menos de diecinueve.
Usted lo conoció: ¿cómo era abortar antes de 1985, año en que se promulga la primera ley del aborto en España?
Era como lo que hoy vemos que ocurre en Latinoamérica: encarcelamientos de mujeres por abortar, incluso por sufrir abortos espontáneos. Aquí, cuando el jefe de servicio o el médico que estaba de guardia eran de confianza, sabías que, aunque era ilegal, se atendería a las mujeres, y no se denunciaría. Pero muchas acabaron en los juzgados. No se podía hacer. Tenías que sacarlas de aquí y organizar acompañamientos a Londres. Tenías que recolectar fondos para las que venían con situaciones económicas comprometidas. Y los abortos clandestinos que se hacían eran con técnicas bastante cruentas. Yo he visto legrados hechos en cocinas de mala manera. El peligro físico para las mujeres era tremendo; había muchas muertes, más de las que recogían los datos, porque se escondían. Hablas con cualquier enfermera de los años setenta y te cuenta auténticas barbaridades.
Se hizo una ley de supuestos que obligaba a un informe psiquiátrico: parecía que todas las que abortaban estaban chifladas
Después, conquistamos el derecho, pero se hizo una ley de supuestos que obligaba a un informe psiquiátrico que revertía negativamente sobre la mujer: parecía que todas las que abortaban estaban chifladas. Suprimir eso fue un debate largo. Se entraba en las clínicas. Si un juez valoraba que ese supuesto no se cumplía, intervenían, te metían en la cárcel, se cerraban clínicas. Siguieron siendo momentos duros. Llegamos a la ley de plazos y eso nos facilitó mucho las cosas, pero hubo que pactar los tres días de reflexión, que nos resultaban inaceptables: se supone que una mujer que va a una clínica a abortar ya ha reflexionado.
La lucha ha sido dura y la situación previa no puede volver a ocurrir; no quiero ni revivirla. Cuando estás en la vorágine, no te das cuenta de lo terrible que es. Estábamos en dictadura y sobrevivíamos. Pero no puede volver a ocurrir. Si alguien quiere luchar contra el aborto, que trabaje la educación sexual y reproductiva y facilite los métodos anticonceptivos y recursos para que las parejas puedan atender a sus hijos y compatibilizar la vida familiar y la laboral. Ese es el camino: facilitar la crianza. Pero quienes se oponen al aborto no quieren facilitarla: solo meter a las mujeres en casa. Es de una hipocresía absoluta.
“Mi padre era del Opus, pero me educó independiente y feminista”, decía Blanca Cañedo-Argüelles Gallastegui en 2015 a otro entrevistador. Cañedo es una de las referentes de la lucha feminista en Asturias, y tal vez la principal en una vertiente concreta de la misma: la conquista del derecho al aborto. Dirige...
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Pablo Batalla Cueto
Es historiador, corrector de estilo, periodista cultural y ensayista. Autor de 'La virtud en la montaña' (2019) y 'Los nuevos odres del nacionalismo español' (2021).
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