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El flaco favor de reclamar nuestros derechos

Las mujeres cometemos un error con nuestra ridícula pretensión de querer participar en la vida pública y acceder a empleos remunerados sin molestarnos en fingir todo el tiempo que somos hombres cis

Adriana T. 12/05/2022

<p>Mujeres en México se manifiestan por el derecho al aborto en condiciones seguras y dignas. </p>

Mujeres en México se manifiestan por el derecho al aborto en condiciones seguras y dignas. 

María Julia Castañeda

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Siendo todavía una estudiante de Bachillerato, tuve un tutor y profesor de economía de estos que son un poco rojeras en semisecreto. Un día, nos puso como tarea redactar un breve comentario a propósito de un texto que había perpetrado un tal Walter Block, economista afín a la Escuela Austríaca. El tiparraco venía a decir que la capacidad de trabajar por sueldos inferiores al SMI era una suerte de ventaja adaptativa –análoga a las púas del puercoespín, según él– para los discapacitados, los jóvenes y las minorías. Resoplé, puse los ojos en blanco, expuse que la argumentación de aquel texto era falaz y su autor un psicópata y un pobre hombre… y mi profesor me devolvió mi redacción guiñándome un ojo con un lustroso diez estampado en rojo.

Esta mañana, al levantarme, escuché por ahí que la vicesecretaria general del sindicato UGT, Cristina Antoñanzas, se ha mostrado crítica con el proyecto de Ley del Aborto impulsado por la ministra de Igualdad. “No sé si nos hace un flaco favor a las mujeres” –ha indicado la número 2 del sindicato UGT en declaraciones a la Cadena Ser– “hay que hacer matizaciones, porque estigmatizar otra vez a las mujeres porque tengamos la baja por tener la regla (hay que hablarlo así de claro) es poner otra vez el foco sobre nosotras.” Con sindicalistas así, quién necesita jefes de la patronal.

Lo terrible es que no es, ni de lejos, la única persona a la que estoy escuchando o leyendo en los últimos días argumentos similares con respecto a las bajas laborales por dismenorrea incapacitante que acaba de anunciar el Ministerio de Igualdad. De la misma manera que exigir cobrar el SMI es un hándicap para una persona joven o en silla de ruedas, a las mujeres nos hace un flaco favor tener derechos. Especialmente, todos aquellos derechos que nacen y se derivan de nuestra condición de mujeres cis, esto es: bajas por maternidad, permisos de lactancia, nulidad del despido de una mujer embarazada, y ahora también el reconocimiento de que la dismenorrea es una causa de incapacidad temporal que debe ser tomada tan en serio como cualquier otra enfermedad o afección. Nuestras singulares púas de puercoespín, nuestra fortaleza, al parecer, ha de radicar y consistir en fingir que nuestros procesos fisiológicos y nuestras particularidades vitales no existen, en adaptarnos calladitas –que estamos más guapas– a un mundo hecho por y para los varones, en someternos a su estúpida disciplina laboral, en renunciar a lo que somos para poder optar a competir con ellos y que así, sólo así, nos permitan mendigar algunas migajas del pastel que llevan ya demasiado tiempo repartiéndose entre cuatro machotes.

Si no saben todavía qué pensar sobre las bajas laborales por reglas incapacitantes, imaginen extender la idea a los diabéticos, a los pacientes de cáncer, a los de migraña

Si no saben todavía qué pensar sobre las bajas laborales por reglas incapacitantes, imaginen extender la idea a los diabéticos, a los pacientes de cáncer, a los de migraña o a los que se rompen una pierna por siete partes y necesitan rehabilitación durante medio año. Supongo que todos ellos deberían renunciar a su –batalladísimo– derecho a la baja laboral para no colocarse en una situación de inferioridad de condiciones con respecto a las personas perfectamente sanas. (Me van a perdonar que haga aquí una breve digresión que además contiene un pequeño spoiler: nadie está totalmente sano, todo el mundo peta, o acaba petando en algún momento de su vida, la salud perfecta es un espejismo, una ilusión, algo que se debe disfrutar cuando acontece, pero nunca dar por hecho, ni menos aún legislar como si fuera lo esperable y universal).

El caso es que, no sé ustedes, pero yo siempre estoy leyendo que las mujeres lo hacemos todo mal. Si no me creen, les hago aquí un resumen sucinto de algunas de nuestras faltas y pecados más frecuentes:

1- Menstruar. Menstruar es una cosa mala que hacemos las mujeres. Es mala porque disminuye nuestra productividad y rendimiento en el trabajo y ahora encima vamos a poder pedir la baja laboral por esta causa. Menstruar perjudica gravemente al empresario.

2- Hablar de la menstruación. Hablar del periodo es repugnante, y no deberíamos importunar a los hombres comentando nada relativo a nuestros desagradables procesos fisiológicos. Ellos sí se reservan el derecho de preguntarte a modo de chistecito si estás con la regla cuando se te hincha el coño con alguna de sus tonterías y les sueltas un bufido. Pero nosotras no podemos sacar el tema motu proprio.

3- Embarazarnos y parir. Véase el punto 1. Nuestras preñeces causan graves perjuicios al tejido empresarial del país.

4- Embarazarnos, pero no parir. Las interrupciones voluntarias del embarazo –un procedimiento médico como cualquier otro, que forma parte de los derechos de salud reproductiva de cualquier mujer– realizadas en condiciones sanitarias seguras y dignas, hacen llorar al niño Jesús y también a todos los Pacos de España. Por algún motivo, que las mujeres menores de edad aborten es aún más grave. No están capacitadas para interrumpir un embarazo, pero sí para llevarlo a término (pese a que el embarazo en la adolescencia es muy peligroso para la salud materna), alumbrar a una criatura, cuidarla con sus propios medios o verse forzadas a darla en adopción, como si esto último no supusiera trauma alguno.

5- Encontrarnos en edad fértil, aunque no tengamos descendencia ni deseos de tenerla. Podría perjudicar al empresario, porque, ¿y si cambiamos de idea? Mejor no correr riesgos.

6- No tener, en efecto, ni descendencia ni deseos de tenerla. ¿Y quién nos va a cuidar cuando seamos viejas? Mujerzuelas desnaturalizadas, carne de gatos y Prozac, egoístas, amargadas, etc.

7- No tener descendencia, pero sí deseo de tenerla. Si es por algún problema médico, rézale mucho al niño Jesús. Si es porque con tu sueldo lamentable y tu contrato precario no te lo puedes permitir, deberías haberte esforzao más. En cualquier caso, no les cuentes tu drama. Y además, antes la gente criaba a sus veintitrés hijos en una habitación con moho en las paredes, les daban anís por las noches para que se durmieran y tabaco desde los siete años para engañar el hambre, y todos salían fuertes y sanos y no nos pasaba nada. La juventud ahora está muy adocenada y exige demasiado.

8- Tener descendencia y cuidarla nosotras mismas. Las reducciones de jornada por cuidado de un menor de doce años, así como las excedencias, hacen llorar a los empresarios (¡y puede que también al niño Jesús!). Además, las mujeres son muy dadas a faltar al trabajo cuando el crío se les pone malo (y eso hace llorar a etc.,etc.). Si directamente dejan (o, más probablemente, las echan de) su trabajo remunerado, son unas mantenidas.

9- Tener descendencia y delegar parcialmente los cuidados del menor en otras personas o instituciones. (De nuevo malas madres, desnaturalizadas, etc.). Si comparten los cuidados al 50% con el padre de la criatura, perjudican indirectamente al empresario.

No sé si ven por dónde voy. Lo que hacemos mal las mujeres, lo que nos hace un flaquísimo favor, es nuestra ridícula pretensión de querer participar en la vida pública y acceder a empleos remunerados sin molestarnos en fingir todo el tiempo que somos hombres cis. Paradójicamente, las mujeres trans, que en teoría le ahorrarían al pobre empresario la mayoría de los quebraderos de cabeza que le damos las cis con nuestro loquísimo sistema reproductivo, soportan tasas de desempleo y exclusión social altísimas. No sabemos por qué será esto, se trata de otro misterio que quedará ignoto.

A las mujeres nos hace un flaco favor pretender ser libres para escoger a cada momento lo que sucede con nuestros cuerpos y nuestras vidas. Nos hacemos un flaco favor exigiendo poder descansar cuando estamos enfermas, exigiendo poder cuidar de nuestros hijos y poder delegar también esos cuidados, exigiendo poder no parir cuando no lo deseamos, exigiendo poder no contarle a nuestro jefe si vamos a embarazarnos o no. Son muchos, muchísimos, los que todavía nos quieren esclavizadas por nuestro propio sistema reproductor, ignorantes de nuestros propios procesos fisiológicos, asustadas, sometidas a los antojos de los varones que se resisten a dejar de partir el bacalao y dominar todos los aspectos de nuestras vidas.

Pero les contaré un secreto, amigas y hermanas. Nuestras verdaderas púas del puercoespín son no haber dejado nunca de luchar por nuestros derechos como mujeres y trabajadoras. Tampoco ahora, cuando nos llaman ridículas, nos amenazan con no contratarnos más, montan tremendos pollos en nuestra contra o en contra del ministerio que defiende nuestras libertades, intentan asustarnos diciendo que vamos a morir solas y comidas por los gatos, o nos exigen despojarnos de nuestra naturaleza femenina y renunciar a nuestros objetivos vitales para poder medrar o siquiera sobrevivir.

Siendo todavía una estudiante de Bachillerato, tuve un tutor y profesor de economía de estos que son un poco rojeras en semisecreto. Un día, nos puso como tarea redactar un breve comentario a propósito de un texto que había perpetrado un tal

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Adriana T.

Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).

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2 comentario(s)

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  1. conchamoya

    Pues sí, hasta el chichi de pedir perdón por ser mujer

    Hace 1 año 10 meses

  2. enrbalmaseda

    Excelente y necesario artículo. Describe con sarcasmo la pura realidad; por eso la llamarán feminazi .

    Hace 1 año 10 meses

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