memoria
Réquiem por un cumpleaños
El 18 de julio de 1936 Eugenio y Ramón iniciaron una huida hacia delante que acabaría con uno de ellos en una fosa común y con el otro en un exilio de por vida en Estados Unidos
Willy Veleta 18/07/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El 18 de julio de 1936 Eugenio y Ramón iniciaron una huida hacia delante que acabaría con uno de ellos en una fosa común y con el otro en un exilio de por vida en Estados Unidos. Y como ellos cientos de miles de compatriotas.
Eugenio Insúa, que trabajaba en la Casa de la Moneda de Madrid, salió disparado (nunca peor dicho) junto a otros compañeros para hacerse voluntario en defensa de la República.
Ramón, Ramón J. Sender, el escritor… veraneaba en San Rafael junto a su esposa Amparo Barayón y sus hijos Ramón y Andrea. Nada más enterarse del golpe de Estado (sí, golpe de Estado, no Guerra Civil) se sentó frente a su mujer en esa casa de verano y le contó lo que iban a hacer a partir de ese momento.
Eugenio terminó cerca del Cuartel de la Montaña haciendo una instrucción de tres días. Un curso acelerado de cómo apuntar, disparar, recargar munición y formar en pelotón sin que se notara mucho que eran unos empleados de la Casa de la Moneda que no habían visto un arma en su vida. Ni siquiera en un cine de la Gran Vía madrileña. Los westerns clásicos estaban por estrenarse: La Diligencia (1939) y Murieron con las botas puestas (1941).
Ramón le dijo a Amparo una frase que quedó grabada para la Historia: “Vete a Zamora con los niños, en Zamora nunca pasa nada”. Amparo era de Zamora y tenía a toda su familia allí. Un golpe de Estado no era algo con lo que uno desayunara todos los días, así que nadie sabía hasta dónde podía llegar. Y en Zamora, casi nunca pasaba nada.
Eugenio pasó por casa para despedirse de su familia sin saber a dónde iba.
Ramón hizo lo mismo pero con una hoja de ruta: cruzar la Sierra de Guadarrama y volver a Madrid para ponerse a las órdenes de la República.
Eugenio terminó haciendo el camino contrario al de Ramón, en un camión, con sus compañeros de la Casa de la Moneda y otros más que vendrían de otras zonas de Madrid.
En Zamora, Amparo Barayón pudo comprobar de primera mano que su marido se había equivocado. En Zamora pasaban cosas, en Zamora los falangistas habían asesinado a sus hermanos Saturnino y Antonio (ambos de ideas republicanas).
En Madrid, Ramón se unió a una columna republicana.
Eugenio y sus compañeros y compañeras terminaron en la cara segoviana de la Sierra de Guadarrama (todavía en manos del ejército de la República) pero donde había muchas escaramuzas y enfrentamientos.
Ramón permaneció en Madrid a la espera de destino como miliciano (terminaría siendo comandante de la Columna Líster).
Entonces llegó ese día de julio de 1936 en el que Eugenio Insúa tuvo que hacer una petición extraña, no estaba acostumbrado. ¿Cómo pides tras un golpe de Estado y en plena contienda militar un día libre? Pero lo hizo, le contó a su capitán, con la bondad que le caracterizaba, que al día siguiente era el cumpleaños de su hijo Juanito, de cuatro años, que si se podía escapar unas horas para soplar las velas.
Al parecer el capitán no dudó ni un segundo y le concedió el permiso con la promesa de volver al día siguiente al frente para seguir defendiendo la República.
En ese momento nadie sabía que la guerra, como consecuencia del golpe de Estado de Mola, iba a durar casi tres años.
Eugenio volvió a Madrid y pasó un día con su mujer Irene y sus hijos: Juanito y Rosa María, de tan solo seis meses.
Y aquí está la clave de todo. Si Ramón le dijo a Amparo “en Zamora nunca pasa nada”, Eugenio le dijo a Irene “me vuelvo al frente, creo que nos mandan a la zona de El Espinar en Segovia”.
El 25 de julio de 1936, mientras Eugenio y sus compañeros tomaban un bocadillo de chorizo en la plaza de El Espinar fueron emboscados y abatidos a balazos por tropas sublevadas. No solo no sabían apenas disparar, tampoco tuvieron la perspicacia de tener sus armas a mano, o de estar ojo avizor porque en el fondo cualquier armamento para ellos era algo ajeno, ellos eran trabajadores de la Casa de la Moneda, se suponía que el golpe de Estado podría ser reducido en una semanas.
Eugenio fue acribillado a un par de kilómetros de la estación de tren en la que Ramón se despidió de Amparo y sus hijos. En Zamora nunca pasaba nada, en El Espinar tampoco.
Eugenio y sus 16 compañeros fueron llevados desde la plaza del pueblo al cementerio en varias carretillas de madera y finalmente fueron arrojados a una fosa común.
Gracias al cumpleaños de Juanito, Irene Serrano fue la única familiar que sabía del paradero de su marido. El resto de los fusilados no tuvieron un cumpleaños al que asistir, un permiso que pedir, una oportunidad para decir: “Me mandan a El Espinar”.
Ramón perdió a su hermano Manuel ese mismo verano. Manuel Sender fue fusilado el 13 de agosto de 1936, por republicano.
Amparo Barayón fue fusilada en Zamora en noviembre de 1936. Su hijo Ramón tenía poco más de un año, su hija Andrea estaba recién nacida.
Ramón seguía luchando por la República mientras sus hijos permanecían en un hospicio. Ramón finalmente se exilió de España en 1937 y logró recuperar a sus hijos gracias a la Cruz Roja Internacional.
Tras la victoria franquista Irene se llevó a sus dos hijos a Francia y los crío en un campo de refugiados hasta que la invasión nazi les devolvió a España.
Así que durante más de 80 años, Rosa María Insúa, la hija que solo tenía seis meses cuando su padre se despidió de ella por última vez en el cumpleaños de Juanito, supo que su padre podría estar enterrado en El Espinar.
Desde la muerte del dictador comenzó a moverlo todo para intentar sacar a su padre de donde estuviera.
Ramón siempre se sintió doblemente derrotado, como republicano y como anarquista.
Dejó su famosa frase: “Soy un escritor encantado con la vida, que espera el día de su muerte sin miedo, sin esperanza”.
Eugenio tomó otra decisión importante mientras se desangraba: colocarse el anillo de boda en el bolsillo de su camisa.
Cuando en el verano de 2020 un equipo de la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) pudo al fin exhumar los cuerpos de esa fosa común republicana en el cementerio de El Espinar, en uno de los individuos se encontró junto a sus costillas un anillo. La alianza tenía una fecha tallada en el envés (1-6-1931).
De los 17 fusilados solo había una familia buscando a uno de ellos, la familia de Juanito, el niño que cumplía años, el niño por el que su padre pidió permiso a un inocente capitán para escaparse por un día de una guerra, que todavía no se sabía que era guerra.
Cuando la ARMH llamó a la casa de los Insúa cogió el teléfono Irene (la nieta que se llama como su abuela)… Marco, el responsable de la exhumación, le preguntó: “¿Tienes por ahí algún papel que te diga la fecha de boda de tus abuelos?”
Irene Insúa contestó rápido: “Sí, mira… aquí tengo la foto de boda de mis abuelos, espera que me pongo las gafas…”
Y sí… Irene leyó la fecha que Marco se había aprendido de memoria: 1 de junio de 1931.
Rosa María y sus hijas recuperaron al fin el cuerpo de Eugenio Insúa, el único compañero de la Casa de la Moneda que pudo pasar por casa en medio de una guerra para soplar junto a su hijo las velas y comer algo de tarta, nada más lejos del rancho que servían en el frente tras el golpe de Estado.
Eugenio, sabiéndose derrotado, guardó seguramente el anillo de boda en el bolsillo de su camisa para preservarlo de la rapiña falangista pero sobre todo para que algún día alguien supiera que ese cuerpo tirado de cualquier manera en una fosa común era el suyo, el del marido de Irene Serrano, padre de Juanito.
Ramón llevaría toda su vida el peso de su categórica frase: “En Zamora nunca pasa nada”. Tras pasar por un campo de concentración se embarcó hacia Nueva York para terminar más tarde en México y volver en 1942 a Estados Unidos.
Siempre se sintió culpable por la muerte de su mujer Amparo Barayón.
Si no hubiera habido un golpe de Estado, quién sabe si Eugenio y Ramón hubieran coincidido ese verano de 1936 en la plaza de El Espinar… uno tomando una agua de cebada y el otro degustando un bocadillo de chorizo sin tener que mirar por el rabillo del ojo.
PD: Este texto está dedicado a dos hermanos de mi padre (Ángel y Joaquín) que según reza su cartilla de la Comandancia General de Milicias se afiliaron el 18 de Julio a las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y el día 20 partieron hacia el frente para defender a la República. Nunca volvieron. Sus cuerpos permanecen desaparecidos como los de 115.227 compañeros y compañeras. Su madre (mi abuela) estuvo toda la vida buscándolos.
El 18 de julio de 1936 Eugenio y Ramón iniciaron una huida hacia delante que acabaría con uno de ellos en una fosa común y con el otro en un exilio de por vida en Estados Unidos. Y como ellos cientos de miles de compatriotas.
Autor >
Willy Veleta
Es nuestro reportero multimedia, en Lou Grant hubiera sido "Animal". Donde hay una manifestación por la Sanidad Pública, por l@s pensionistas o contra los fondos buitres allí estará micrófono en ristre. Ha trabajado en todos los canales de TV privados de este país (e incluso en la CNN en Atlanta). Confiesa que en CTXT se siente como en casa. No sabemos si es por la pizza de los miércoles. Todavía estamos esperando que le den un premio de Periodismo por sus coberturas en CTXT sobre memoria histórica.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí