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Mi abuela solía decirme que tan importante es resultar brillante en una recepción de alto copete como saber sobrevivir en un entorno de navajeros. Creo sinceramente que durante muchos años esa ha sido una de las características más exitosas del Atleti de Simeone. La capacidad de adaptarse a situaciones muy distintas sin tener que modificar el carácter por el camino. El año pasado, desgraciadamente, vimos que esto ya no era así (o eso le pareció al que esto escribe). La segunda jornada de la presente liga vuelve a abrir la puerta de las dudas. El Atleti no sólo no ha sabido llevar a su rival al terreno en el que le puede hacer daño, eso que tanto le gusta decir a Simeone, sino que es su rival el que lo ha hecho. El Atleti ni ha sabido adaptarse, ni ha sabido reaccionar.
Pero antes de perdernos en otras disquisiciones, por resumir, debo decir que el Atlético de Madrid ha perdido su partido en casa contra el Villarreal básicamente por un error sumamente grosero de uno de sus nuevos fichajes. Un Nahuel Molina al que se le ha visto entre poco y nada en los tres partidos que lleva de rojiblanco. Es pronto, sí, pero lo mejor que ahora mismo se puede decir del jugador argentino es que no está para ser titular en este equipo. Eso sí, la razón por la que el Atlético de Madrid no ha ganado el partido, me temo, hay que ir a buscarla a otro sitio.
La propuesta con la que el equipo de Emery saltó al campo fue muy similar a la del año pasado. No soy muy dado a criticar los planteamientos tácticos de los rivales, sobre todo cuando salen bien, pero el de este partido me ha parecido que bordeaba lo antideportivo. Sí, porque la intención del equipo castellonense era clara: no jugar. Así de simple. Bajar el ritmo. Ralentizarlo todo. Perder tiempo. No tomar un solo riesgo que pudiera generar un mínimo espacio. Dejar el balón parado en los pies de Rulli esperando a que algún desesperado delantero rojiblanco viniese a por él, para poder salir así jugando en superioridad. Y si no iba nadie, daba la sensación de que el equipo podría haber estado cuarenta y cinco minutos con el balón parado en los pies. Curiosa forma de inventar el fútbol. Aceptado el engaño, una vez saltada la línea de presión con facilidad, lo que hacían era instalarse en el campo rival para ponerse a triangular en zonas absurdas, dejando así que pasara el tiempo.
El problema es que, aunque nada de eso era nuevo, el Atleti no tuvo la personalidad, ni el criterio táctico, para contrarrestarlo. La primera parte fue soporífera y fea, sí, pero también fue claramente del Villarreal. No solamente se “jugaba” a lo que ellos querían, sino que se les veía físicamente mejor (Foyth ganando en velocidad a Carrasco) y tácticamente mucho más a gusto. El centro del campo colchonero no existía, o mejor dicho, era de los que vestían de amarillo. Llorente y Lemar se perdían en tareas lejanas al balón y Koke volvía a demostrar que no es la mejor opción cuando se trata de darle velocidad al juego. El Atleti parecía que una vez errado el plan inicial, fuese el que fuese, no tenía otro, lo que resultaba preocupante. Las mejores ocasiones fueron para los castellonenses, con remates de Lo Celso y Capoue que atajó Oblak. Y hasta marcaron un gol que anularon por mano previa.
Dio la sensación de que el cuadro colchonero encaraba el segundo tiempo con otro brío, aunque rápidamente vimos que solamente con brío no sería suficiente. Los madrileños lo intentaba con algún alarde de rabia de João y estirando la banda izquierda con Carrasco. La banda derecha con Nahuel Molina, por cierto, era inútil en ataque y un coladero en defensa.
Simeone movió el banquillo metiendo a Griezmann y a De Paul, que sí lograron revitalizar algo el equipo. Incomprensiblemente para mí, uno de los sustituidos fuese Llorente, que perfectamente podría haber ocupado el lateral, la posición más floja del equipo, con mucha diferencia.
El cambio de actitud no se traducía en ocasiones claras de los rojiblancos, pero sí pareció anular al Villarreal, que no volvió a inquietar la puerta de Oblak, prácticamente desde el descanso. El Atleti cambió todo el frente de ataque (Cunha y Correa por Morata y João) intentando modificar el marcador y casi lo consiguen en la primera jugada que tuvieron. Un pase en largo a Correa que consiguió colgar al área y al que Cunha no logró dar valor, ya en boca de gol. El Metropolitano se animaba, pero unos minutos después llegó la jugada que condicionó el partido. Un balón inane que el Villarreal cuelga mal a su banda derecha y que Nahuel Molina despeja todavía peor hacia el interior del área. Yeremi recogió el caramelo e hizo el primer gol. Lamentable.
El Atleti pudo, sin embargo, empatar el partido en una jugada en la que el balón da al larguero y cuyo remate posterior de Carrasco es sacado por Rulli en la línea de gol. Aparentemente, al menos. En el campo me pareció dudoso (es decir, me pareció gol). Visto en la tele, tengo incluso más dudas.
El empujón a la desesperada del final no sirvió más que para alimentar la frustración del respetable, para recordar lo malos que son los árbitros, para espolear la dotes dramáticas de algunos jugadores, para que Nahuel Molina redondease la tarde autoexpulsándose y para que Gerard Moreno cerrase un contraataque con otro gol más.
No es buena idea regodearse en el drama en la segunda jornada de Liga, pero es inevitable pensar que esta derrota supone un estupendo jarro de agua fría. Sobre todo, por lo que supone para una moral que ya venía tocada del año pasado y que parecía empezar a reconstituirse. Sobre todo, porque lo más importante en los inicios de Liga es ir sacando puntos. Sobre todo, cuando viene el calendario que viene. Sobre todo, porque la ventana de fichajes no se cierra hasta el uno de septiembre.
Sí, parece que se acabó el verano.
Mi abuela solía decirme que tan importante es resultar brillante en una recepción de alto copete como saber sobrevivir en un entorno de navajeros. Creo sinceramente que durante muchos años esa ha sido una de las características más exitosas del Atleti de Simeone. La capacidad de adaptarse a situaciones muy...
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