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El mes de agosto no es tan malo como parece. Una vez más, el tópico vulgar le echa un pulso a la realidad. Después de la experiencia infernal de julio, que cumple las expectativas dantescas de “abandonar toda esperanza”, agosto levanta una débil brisa de alivio, de cambio, de normalidad, probablemente por aquello de que el buen Dios aprieta, pero no ahoga, el muy caradura. Pero lo cierto es que los días agobiantes, sin prisas por terminar, satisfechos de sí mismos, como un probo verdugo a sueldo del Estado, van acortándose, empequeñeciéndose, perdiendo fuelle y espacio para sus aviesas intenciones. Y las noches, como un alma caritativa que ejerciera su destino, van ganando terreno, solidez e influencia y van aumentando lentamente sus sombras benévolas, como un manto de consuelo, sobre la bendita tierra de nuestros pecados inocentes, con más tiempo para descansar, para soñar y para propiciar el futuro que se avecina, lejos de las alucinaciones de julio. Nos parece un exceso de buena voluntad popular, desmentida en tantas ocasiones, aquello de que “en agosto, frío el rostro”, que no deja de ser una declaración de buenas intenciones, con alguna remota justificación, así como su bautismo con un nombre imperial, de prestigio y solidez histórica, como Augusto, que hace olvidar sus carencias y sus limitaciones plebeyas, como un adorno excesivo, pero decorativo. El hecho de que sea el mes preferido de las vacaciones veraniegas le confiere también un atractivo especial, como un recurso institucionalizado de felicidad o, por lo menos, de tranquilidad laboral. Y, por si le faltara poco para completar su perfil propio, el título de la novela de William Faulkner, Luz de agosto, que, como es sabido, no se le ocurrió a él, sino a su esposa, que un día exclamó, delante de él, “es un día de luz de agosto”, que nos obliga a comprobarlo.
El mes de agosto no es tan malo como parece. Una vez más, el tópico vulgar le echa un pulso a la realidad. Después de la experiencia infernal de julio, que cumple las expectativas dantescas de “abandonar toda esperanza”, agosto levanta una débil brisa de alivio, de cambio, de normalidad, probablemente por aquello...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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