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Los duros días, fríos y desapacibles, que inauguraron este nuestro mes de abril no eran ni de nuestro tiempo, ni de nuestra época, porque contravenían la larga tradición de la imagen de este mes tranquilo, de lluvias pacíficas y cielos serenos, y confirmaban los terrores del cambio climático, que, por la imprudencia irracional del hombre, nos va llevando poco a poco, año tras año, al conocimiento directo del infierno en la tierra, y adiós al gozo temprano de la primavera. Porque abril, encajonado entre la hostil hosquedad de marzo y las cursilerías sentimentales de mayo, era el descubrimiento del fin del invierno, siempre cruel, y la floración espectacular de la naturaleza, en su mejor versión, cálida y complaciente. Como siempre, los poetas cantaron la glorificación de las evidencias, que la prosa se resiste a aceptar. Fue el estro poético extraordinario de Juan Ramón Jiménez, en 1909, el que reconoció el verdadero valor del mes con aquello de “Abril venía lleno todo de flores amarillas”, que evocaban las grandes llanuras de verde césped cuajado de diminutas margaritas blanquiamarillas, como la alfombra del paraíso. Después, Luis Rosales completó el placer de la mirada con todo un libro para pensar, como es debido en “Abril”, en 1935, que es como la Biblia del mes olvidado y preterido, frente a la mentida felicidad de mayo. Ahora ya se ha incorporado a la metaforización cotidiana de su devenir temporal y José Antonio Muñoz Rojas, en 2002, en “Yo solo sé nombrarte”, dijo aquello tan bonito de que “las rosas como son, como tú eres,/ como Abril es abril y no lo sabe”, para enfatizarlo todavía más. Pero antes de esta euforia poética, Nietzsche ya había escrito en el Prólogo de “La Gaya Ciencia”, de la segunda edición alemana en el otoño de 1886, que “un tiempo de Abril, que hace pensar de continuo en la presencia del invierno, al mismo tiempo que en la victoria sobre el invierno, en la victoria que debe llegar, que está llegando, que tal vez ha llegado ya”.
Abril ha ido a más, le ha ganado la partida a mayo y su exuberancia tópica de banalidades al por mayor. Ahora, Abril es ya el nuevo mes cenital de la nueva estación meteorológica. Incontaminado de sublimidades de fin de semana y de crepúsculos agonizantes. Es discreto, con la fuerza de la verdad y la humilde aceptación de su destino. Ni se gasta en tópicos, ni en exaltaciones de campanario. Cumple su destino con la tenacidad de los elegidos y cada año propicia la sinceridad de las evidencias. Entre otros muchos piropos y arrebatos líricos, Rosales le agradece, como el no va más de un devoto, “Verte, Abril, verte tan solo”. Pródigo en lluvias, en agua abundante, que la tierra absorbe sedienta y los labradores festejan como un regalo de los dioses, completa su generosidad no olvidándose del sol complaciente, que barre los vientos fríos, que se le habían olvidado a marzo, que todavía colean. En fin, un mes hecho a nuestra medida, que nos redime de todos los sufrimientos padecidos en el invierno, felizmente enterrado definitivamente por abril”.
El 14 de abril, Día de la República, sigue siendo una fecha conmemorativa histórica, para recordar.
Los duros días, fríos y desapacibles, que inauguraron este nuestro mes de abril no eran ni de nuestro tiempo, ni de nuestra época, porque contravenían la larga tradición de la imagen de este mes tranquilo, de lluvias pacíficas y cielos serenos, y confirmaban los terrores del cambio climático, que, por la...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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