¿La nueva marcha sobre Roma? (II)
La advertencia del Vajont
El autor continúa su investigación sobre la política italiana en Longarone, que hace casi 60 años fue barrida por una ola gigante. De allí, Vittorio Veneto y Santa Sofía. El fantasma de la ultra derecha recorre el país
Steven Forti 12/08/2022
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La visita a Trento nos había dejado un mal sabor de boca, excepto por los caracoles con polenta que comimos en un agriturismo de Albiano. Pueblo conocido, más que por los caracoles, por las canteras de pórfido. Incluso a Minerva, que es una diosa y más que de caracoles prefiere alimentarse de néctar y ambrosía, les gustaron. KITT, en cambio, seguía en sus trece. Llevaba más de 24 horas callado: lo único que hacía era escuchar compulsivamente las noticias de política en la radio. Que si el Partido Democrático sellaba la alianza con Calenda, que si la Izquierda y los Verdes se sumaban, que si los grillini soltaban alguna perogrullada, que si Meloni condenaba o ensalzaba el fascismo, que si Salvini iba al Papeete, que si Berlusconi prometía plantar mil árboles…
¿El fascismo sería pues en Italia una enfermedad que vuelve cada siglo hacia el año 22 y dura unas dos décadas aproximadamente?
En esa situación donde lo trágico se yuxtaponía a lo esperpéntico, lo único que nos hacía gracia, en realidad, eran las declaraciones del que Italo Calvino definió ante litteram el “Cavaliere inesistente”. Berlusconi estaba tan chocho que le costaba deletrear: parecía ya un personaje del circo Barnum. “Yo lo recuerdo en sus años mozos”, soltó de repente Minerva. “Cuando me mosqueé con Aracne por lo de quién tejía mejor y estaba a punto de convertirla en una araña, Berlusconi intentó mediar para salvar a la muchacha”. “¿La quería invitar a un bunga bunga?”, pregunté ingenuamente. “Creo que en esa época organizaba solo fiestas báquicas. Lo del bunga bunga vino después de conocer a Gaddafi”. También KITT se rió a carcajadas.
Más allá de las bromas, la verdad es que estábamos agotados y desesperados. No entendíamos un carajo: los pactos electorales parecían un partido de mus entre gente harta de garnacha y los cotilleos de los tabloides habían convertido definitivamente la política, que debería ser algo serio, en un vaudeville de mal gusto. Lo que queríamos saber, en realidad, era qué pensaban los italianos. ¿Se habían vuelto fascistas? ¿Otra vez? ¿El fascismo sería pues en Italia una enfermedad que vuelve cada siglo hacia el año 22 y dura unas dos décadas aproximadamente? “Vayamos a dar una vuelta por otras latitudes”, propuso KITT.
No queríamos que Italia acabase como Longarone, destrozado por una oleada de agua y tierra por culpa de una mezcla de irresponsabilidad, cinismo y codicia
Al cabo de unas horas, entre los valles que de Trento llevaban a Belluno, llegamos a un sitio más que desangelado, Longarone, en la frontera entre el Véneto y el Friuli. Nos metimos en el primer bar que encontramos y pedimos unos spritz. “¿Qué hacemos aquí?”, pregunté tras darle el primer sorbo a ese brebaje dulzón. “Reflexionar acerca de la estulticia humana”, contestó enigmática Minerva. La noche del 9 de octubre de 1963, Longarone había sido literalmente barrido por una ola de 250 metros de altura formada por centenares de metros cúbicos de agua y tierra. Un desprendimiento de la montaña había desbordado el embalse del Vajont, construido pocos años antes por unos empresarios sin escrúpulos, y había provocado unas 2.000 víctimas. “Corrupción, cinismo y lágrimas de cocodrilo no son una prerrogativa de los tiempos líquidos en los cuales vivimos”, comentó KITT con su ya tradicional altanería. Era insufrible, es cierto, con ese rollo de sabelotodo, pero el cabrón la clavaba siempre. O casi.
Lo del Vajont, me percaté después, era una excusa. KITT nos quería llevar a una expo de arte contemporáneo, “Who Kill Bambi?”, que se inauguraba esa misma tarde en Casso, un pequeño pueblo perdido encima de la presa. A pesar de la tragedia, la presa había quedado prácticamente intacta, como una especie de advertencia para las generaciones futuras. El lugar era, en efecto, impresionante.
“Los artistas a veces son como los arúspices. Saben ver más lejos y más en profundidad que los demás, aunque lo comunican de forma un tanto abstracta”, comentó nuestro coche fantástico. Puede que KITT no estuviese equivocado, pero en Casso a nadie parecía preocuparle lo más mínimo lo de Meloni y Salvini. “Me recuerda una fiesta de hipsters del barrio latino de París”, comentó Minerva mientras mirábamos las obras expuestas. Las que más nos gustaron fueron una escoba pintada de unos cuatro metros de altura y una especie de copa de cristal que contenía un alce de cuyos cuernos salía un líquido negro que parecía Jägermeister.
“Lo que hay son solo hipócritas de derecha e hipócritas de izquierdas”, fue lo primero que nos dijo Valerio Romitelli con un vaso de prosecco en la mano. No había spritz, así que nosotros también nos conformamos con el prosecco. Ahora entendí por qué KITT nos había llevado a ese lugar olvidado por Dios. “Por los dioses”, precisó Minerva. “Perdón, entre monoteísmo y politeísmo me hago un lío”, me justifiqué. Maoísta en el largo 1968, profesor de la Universidad de Bolonia hasta su jubilación, Romitelli siempre ha sido un faro de luz en la oscuridad de un mundo cada vez más incomprensible. “Esta vez vamos a ganar las elecciones”, continuó irónico. “¿Los maoístas?”, pregunté incierto. “Los abstencionistas”, contestó mientras un tipo que llevaba un mono azul y unas gafas de esquí ochenteras tocaba una aspiradora encima de unas bases electrónicas. “Quizás lleguemos a la mayoría absoluta”, aseguró socarrón. “Y Meloni”, relancé, “¿no te preocupa?”. “Hará lo que les dirán que haga. Repite cada día que es atlantista y que apoya a Ucrania. Quizás bajará los impuestos a los ricos y cerrará un poco más las fronteras, pero, por lo demás, no creo que haya muchas diferencias con los gobiernos de Draghi o Renzi”, zanjó.
KITT estaba definitivamente abatido. Se puso a buscar como un loco las opiniones de todos los jerifaltes de la izquierda de antaño para ver si se podía tener al menos un poco de esperanza. Tronti le subió un poco la moral, Bertinotti se la quitó enseguida. Propuse llamar a Francesco Olivo, un amigo periodista que sigue de cerca los vaivenes de la derecha italiana. “¿A cuánto das la victoria de los amigos de Orbán y Le Pen?”, le pregunté. “Tras la ruptura de Calenda con el PD, con esta ley electoral, diría un 95%”, contestó tajante. ¿Cómo explicar quién es Calenda a un lector poco ducho con el teatro político italiano? “¿Una especie de mezcla entre Macron por las políticas y Rivera por el carácter?”, intervino KITT. “Sí, pero añadiría también un toque de la arrogancia de Elon Musk”, añadí. “Todo el mundo, incluso en el Olimpo, sabe que Calenda es un psicópata. ¿Qué te esperabas?”, comentó Minerva que, pese a todo, estaba empezando a apasionarse con la política transalpina.
“Dejémonos de hippies, jerifaltes sin tropas y sondeos electorales. Vayamos a hablar con el pueblo llano”, propuso KITT. Cruzamos un par de valles de las Dolomitas friulanas y llegamos al lago de Barcis.
Mientras bebíamos otro spritz, nos pusimos a hablar con unos campesinos: su principal preocupación era la crisis energética. “La factura de la luz es el doble que hace seis meses”, comentó uno. “La solución sería fácil: lo nuclear”, añadió otro. “Pero es un riesgo”, me atreví a decir. “Mira, hay centrales en Eslovenia y Francia. Si algo va mal ahí, los problemas nos los comemos con patatas nosotros también”, me contestó el primero. “Y mientras tanto seguimos comprando energía a los demás”, concluyó el segundo. “Tiene lógica”, comentó KITT.
Retomamos el viaje para seguir con nuestra investigación sociológica sui generis. Pasamos Aviano, donde se encuentra una de las más grandes bases militares norteamericanas en Europa, y llegamos a Vittorio Veneto. Aquí a finales de octubre de 1918 el ejército italiano libró la batalla que puso fin a la Gran Guerra en el frente alpino. El casco viejo estaba prácticamente vacío.
En el primer bar que encontramos abierto pedimos otra ronda de spritz. El camarero se quejaba del coste de la vida. “¡Qué me importa si está Draghi, Meloni o Arlequín en el gobierno! Lo que me preocupa es la inflación: si sigue así este invierno no me da ni para pagar la facturas y debo cerrar”, nos soltó angustiado. Mientras tanto, la tele Berlusconi pedía eliminar el IVA del pan, la pasta y la leche y Salvini repetía su mantra: puertos cerrados, ayudas a las familias y un impuesto fijo del 15% para todos. “Es un payaso, lo sabemos todos, pero si nos baja los impuestos de verdad quizás vuelva a votar a la Liga”, añadió con los ojos puestos en la pantalla. “¿Berlusconi no?”, pregunté. “¿Tu votarías a Matusalén?”, me contestó. “Tiene lógica también esto”, glosó KITT.
El calor, los spritz y las opiniones de la gente nos dejaron K.O. También Minerva se quedó frita en cuanto subimos al coche. Cuando abrimos los ojos, ya estaba anocheciendo: estábamos en un pueblecito entre colinas, el aire era fresco y había decenas de patos que graznaban en la orilla de un río. “¿Dónde nos has llevado esta vez, mamarracho?”, le pregunté aún medio dormido a KITT. “Santa Sofía, en Romaña”, contestó. “La Romaña, como sabes, es la patria de Mussolini, pero también de muchos partisanos que se dejaron la piel para que Italia se convirtiese en una República democrática y libre. Y, junto a la Emilia, la Umbría y la Toscana, ha sido un baluarte del Partido Comunista durante más de medio siglo. A ver qué piensa la gente por estos lares”.
Nos metimos, sin perder mucho tiempo, en la Osteria in Salita, al lado del puente que cruza el río Bidente. Antes de sentarnos, ya teníamos en la mesa un litro de Sangiovese y unos tortelli fritti, típicos de la zona. La señora que regentaba el restaurante nos llevó luego unos cappellacci con el queso de Fossa y unos raviolis con panceta y almendras. “Aquí se sigue votando a la izquierda o lo que queda de ella. Pero en los últimos años el cansancio con el PD y con toda la clase política ha llevado a muchos a quedarse en casa o apostar por Salvini. En Ferrara, tras 70 años de gobiernos de izquierdas, ganó la Liga en 2019 y en Predappio, donde nació Mussolini, también. Ya no sé qué pensar”, nos explicó al final de la noche, mientras compartíamos unos chupitos de Amaro del Capo con la persiana bajada.
Tampoco nosotros sabíamos qué pensar. Lo que teníamos claro es que no queríamos que toda Italia acabase como el pueblo de Longarone, destrozado por una oleada de agua y tierra por culpa de una mezcla de irresponsabilidad, cinismo y codicia.
La visita a Trento nos había dejado un mal sabor de boca, excepto por los caracoles con polenta que comimos en un agriturismo de Albiano. Pueblo conocido, más que por los caracoles, por las canteras de pórfido. Incluso a Minerva, que es una diosa y más que de caracoles prefiere alimentarse de néctar y ambrosía,...
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Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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