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PAISAJES

Aquella historia de la Costa Brava

De cuando este enclave daba refugio a personajes y arquitecturas pioneras

David H. Falagán 4/09/2022

<p>El garaje de Robert Ruark en 1956.</p>

El garaje de Robert Ruark en 1956.

Archivo Enric Mas

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La costa mediterránea española y, en particular, su frente marítimo es aquella región lineal fascinante que combina la belleza paisajística más desbordante con atentados urbanísticos propios de una infección arquitectónica viral. Pero no siempre fue así, como demuestran las huellas de las épocas en que la costa acogía asentamientos portuarios o pesqueros. O incluso cuando, antes de la irrupción del turismo masivo, daba refugio a personajes y arquitecturas pioneras de una primera colonización tímida y exclusiva, pero cargada de historias sugerentes. Algunas de ellas sucedieron en Palamós.

Madeleine Carroll (1906-1987) fue una notable actriz británica que alcanzó gran popularidad en las décadas de 1930 y 1940. Conquistó la fama internacional como protagonista de la película de Alfred Hitchcock Los 39 escalones (1935), donde Carroll interpretaba el papel de la bella y fría Pamela. Su éxito le condujo a Estados Unidos, donde firmó un contrato con la compañía Paramount Pictures que la convirtió en una de las actrices mejor pagadas del momento. Allí trabajó en las producciones más ambiciosas de la época, compartiendo pantalla con grandes figuras como Gary Cooper, Henry Fonda o Tyrone Power. Así lo hizo hasta su última interpretación en la película The Fan (1949), dirigida por Otto Preminger, con guion de Dorothy Parker (basado en la obra de Oscar Wilde El abanico de Lady Windermere). Ya antes de esta película, Carroll había relegado la interpretación a un segundo plano, concentrándose en sus labores como enfermera de la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial, en Europa. La muerte de su hermana en Londres durante los bombardeos alemanes (el fatal Blitz) había sido un duro golpe personal que empujó a la actriz hacia las labores humanitarias.

Madeleine Carroll en 1939. Fuente: Paramount Pictures.

En su época de actividad cinematográfica más intensa, Carroll decidió buscar un refugio para el descanso en tierras catalanas. Conoció la Costa Brava en el año 1934. Vino con su primer marido, lord Philip Astley (su esposo entre 1931 y 1940), invitados por el popular matrimonio Woevodsky. Los Woevodsky (conocidos como “los rusos” de Cap Roig) eran otros personajes míticos de la zona. El matrimonio estaba formado por el coronel ruso Nicolai Woedvodsky y la aristócrata inglesa Dorothy Webster (viuda de Lord Carnarvon, conocido por descubrir la tumba de Tutankamon en Egipto junto al arqueólogo Howard Carter). Los Woevodsky se habían instalado en la zona en 1927, cuando iniciaron la construcción del conocido y pintoresco castillo de Cap Roig. El propio Nicolai, aficionado a la arquitectura y al dibujo, fue el autor del diseño del edificio, mientras que Dorothy, interesada por la jardinería y la decoración, fue la responsable del diseño de los jardines, un espacio de gran interés botánico. De hecho, todo el conjunto es actualmente un espacio objeto de protección patrimonial y ambiental del municipio de Palafrugell, y en él se celebra el conocido Festival musical de Cap Roig. Cuando Madeleine Carroll conoció el castillo de Cap Roig, y tras visitar en diversas ocasiones Calella y Palamós, decidió adquirir junto a su marido la finca El Treumal, muy cerca de Sant Antoni de Calonge. De hecho, de manos de los Woevodsky se instalarían en la Costa Brava un buen número de personalidades y nombres de la alta sociedad inglesa (John Dickinson-Poynder o Elisabeth Walker, entre otros). El Treumal fue un espacio también sugerido por María Trias, la hotelera más conocida de Palamós (en su establecimiento se alojó Truman Capote durante tres veranos, inmerso en la escritura A sangre fría). Carroll se hizo construir su propio castillo, con la ayuda del propio coronel Woedvodsky, convertido ya en uno de los primeros agentes inmobiliarios de la zona. Así, en 1936 Carroll estrenó su propia residencia, bautizada localmente como Castell Madeleine.

Castell Madeleine en 1935. Fuente: Museu del Cinema de Girona.

Aunque Carroll no pudo disfrutar demasiado de su propiedad durante los primeros años debido a la Guerra Civil y a su frenética carrera como actriz, con el tiempo el Castell Madeleine se convirtió en un polo de atracción y lugar de reunión de una nutrida representación de políticos, artistas, escritores o periodistas que visitaban la costa mediterránea (el presidente Kennedy llegó a tener planeadas unas vacaciones en el verano de 1964).

En todo caso, no fueron estos los colonizadores exclusivos de la Costa Brava. Al margen de la presencia de otros intelectuales de las clases altas barcelonesas desde los años 1920, el mérito debe ser al menos compartido con otros personajes importantes de la cultura local, como el pintor Josep Maria Sert (anfitrión en el Mas Juny de Palamós de René Clair, Marlene Dietrich, Luchino Visconti o Coco Chanel), o el artista figuerense Salvador Dalí (instalado en Cadaqués y visitado por Federico García Lorca, Picasso o Luis Buñuel).

Resulta especialmente interesante la historia de uno de los huéspedes de Carroll, que también optó por regresar y construir su propia residencia: el periodista norteamericano Robert Ruark (1915-1965). Ruark fue un escritor y columnista de Carolina del Norte muy aficionado a los safaris africanos y a la caza mayor. Aunque no se llegó a titular en periodismo y, tras unos inicios profesionales un tanto tumultuosos, pronto se convirtió en un reportero apreciado por diferentes diarios de la ciudad de Washington. Su éxito se reflejó en la publicación de dos libros que recogían sus artículos para The New York Times: I Didn't Know It Was Loaded (1948) y One for the Road (1949). En esa misma época Ruark comenzaba a escribir también obras de ficción. Su volumen de trabajo era tan intenso que le llevó a tomar la decisión de pasar un año sabático de safari por África.

Su aventura africana le permitió conocer a Harry Selby, un conocido cazador sudafricano que participaba y organizaba safaris en Kenya durante los años cincuenta. Por lo visto, Ruark deseaba compartir el safari con un rastreador africano, de nombre Kidogo, que había cazado con Ernest Hemingway y que trabajaba para Selby. Del encuentro entre Selby y Ruark surgió una amistad que Ruark aprovecharía para convertirlo en todo un mito de la caza mayor africana. De regreso de este primer safari, Ruark escribió Horn of the Hunter (1950), un relato de su aventura en África que tuvo tanto éxito que se convirtió en la primera de una serie de novelas de safaris protagonizadas por el propio Selby. En 1955 Ruark escribió Something of Value, su novela más reconocida, llevada al cine dos años después por Richard Brooks, con Rock Hudson en el papel protagonista (en castellano se estrenó con el título Sangre sobre la tierra). Finalmente, en 1960 Ruark decidió mudarse a Europa, concretamente a Londres, aunque pasó grandes temporadas en Sant Antoni de Calonge, lugar que conoció gracias a Madeleine Carroll. Su muerte por cirrosis en Londres en 1965 da a entender el estilo de vida de sus últimos años.

La casa de Robert Ruark en 1954. Fuente: The Wilson Library.

Lo interesante de su paso por la Costa Brava tiene que ver también con las arquitecturas que produjo, en este caso de la mano de su esposa, Virginia Webb, diseñadora de interiores graduada por la Universidad de Georgetown, y los arquitectos barceloneses Enric Tous y Josep Maria Fargas (Tous y Fargas), exponentes de la vanguardia arquitectónica, recuperada tras la Guerra Civil, y deliberadamente alejados del realismo de la Escuela de Barcelona. Tous y Fargas conocieron a Ruark a través de José Mestre Lantz, un empresario textil catalán casado con la exbailarina del Covent Garden londinense Jeannette Alexander. Jeannette se había convertido en una de las mejores amigas de Madeleine en la Costa Brava, mientras que la pareja Mestre-Alexander eran a su vez buenos conocidos de Tous y Fargas –tanto José Mestre como Joaquim Ballbé, socios de la mítica marca MEyBA, encargarían a los arquitectos dos de las casas más importantes de la arquitectura catalana de finales de los años 1950. Ruark adquirió su propia casa frente a la playa de Es Monestri, en el medio de la bahía de Palamós, en Sant Antoni de Calonge. Era una vivienda unifamiliar de dos plantas que Tous y Fargas rehabilitaron y Virginia Webb decoró con una mezcla de pintoresquismo rústico, trofeos de caza y mobiliario lujoso. Fue un proyecto de escasa importancia desde el punto de vista arquitectónico, pero que sirvió para que los arquitectos se ganaran la confianza de Ruark. Gracias a ello, meses después recibieron el encargo del diseño del garaje de su flamante Rolls-Royce. La novela de Ruark Something of Value se convirtió en todo un best-seller en los Estados Unidos. Gracias a este éxito, la productora norteamericana MGM compró los derechos para convertirlo en una película y Ruark invirtió parte de estos ingresos en un Silver Cloud, el mítico modelo que la marca Rolls-Royce comercializó entre los años 1955 y 1966 (debió de ser precisamente uno de los primeros, puesto que la novela se publicó también en 1955). Ruark –amante de los coches, como demuestra el hecho de haber recorrido la costa mediterránea al volante de su Studebaker (conduciendo desde Roma en 1952, la primera vez que visitó a Madeleine)– debió de sentir la necesidad de proteger debidamente su nueva adquisición, de manera que encargó a Tous y Fargas la construcción de un pequeño garaje en el que resguardar el vehículo.

El garaje de Robert Ruark con sus dos coches. Fuente: Archivo Enric Tous.

Los arquitectos vieron en este encargo la oportunidad de construir un pequeño edificio, sencillo y funcional, en el que explorar por primera vez una serie de sistemas constructivos. La urgencia del encargo, por el carácter impulsivo e imprevisible de Ruark, hacía necesaria la utilización de algunos medios y materiales pre-industrializados. A su vez, el lenguaje arquitectónico y la calidad constructiva del garaje debían estar a la altura de los vehículos que iban a ser albergados en él. Dado lo inusual de estos modelos de coche en tierras españolas (tanto el Rolls-Royce como el Studebaker), los arquitectos consideraron que la propuesta no podía alimentarse de referentes locales. Así, Tous y Fargas dirigieron su mirada hacia la arquitectura que se estaba produciendo durante esos años en Norteamérica, tratando de establecer al mismo tiempo un vínculo específico con la modernidad de sus propios clientes. Por eso, la respuesta fue el planteamiento de una sencilla estructura mixta, semi-prefabricada (pórticos de madera y losas de hormigón armado sobre pared de mampostería de piedra), que exploraba los límites de la capacidad técnica del lugar y de la época. Las escasas imágenes del garaje recuerdan poderosamente algunos de los proyectos de Richard Neutra en California, especialmente el concepto estructural que este utilizó en la conocida Casa Tremaine (1947-1948). Se proponía una exploración formal alternativa al realismo introvertido dominante en la arquitectura local de la época, y se plasmaba en una construcción mínima la influencia anglosajona de aquella colonización exclusiva de la costa.

Queda poco de todo aquello, en medio de la vulgaridad de la urbanización desaforada del frente marítimo y del consumo intensivo y multitudinario de la costa. Poco más que algunos establecimientos –el Hotel Trías, el restaurante Truman, el camping Treumal– que intentan proyectar cierta nostalgia, mayormente desapercibida.

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David H. Falagán es doctor arquitecto, profesor universitario e investigador en teoría e historia de la arquitectura.

La costa mediterránea española y, en particular, su frente marítimo es aquella región lineal fascinante que combina la belleza paisajística más desbordante con atentados urbanísticos propios de una infección arquitectónica viral. Pero no siempre fue así, como demuestran las huellas de las épocas en que la costa...

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David H. Falagán

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