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Querida comunidad contextataria:
Si algo ha caracterizado la vida pública española desde el 15-M –la España post-postfranquista, para entendernos– es la epidemia del mal envejecer. Se trata de una condición que ha afectado, sobre todo, a hombres nacidos en los años 40 y 50 –he ahí los patéticos casos de Juan Luis Cebrián, Fernando Savater, Felipe González, Antonio Elorza, Arturo Pérez Reverte, José María Aznar o Juan Carlos de Borbón– aunque las generaciones algo más jóvenes no han sido precisamente inmunes. La misma Transición, con sus cuarenta y pico años, no es que luzca muy buen aspecto, que digamos.
¿Cuáles son los síntomas del mal envejecer?
Entre sus primeras manifestaciones solemos encontrar los ataques de narcisismo sobrevenido. La persona afectada demuestra, en su comportamiento diario, tener una imagen desmedida de su propia importancia y brillantez. Así, se le verá atribuirse grandes éxitos (una transición democrática, un milagro económico) que en realidad fueron el resultado de importantes esfuerzos colectivos. A este síntoma se le suele unir una curiosa alergia: una intolerancia absoluta a la crítica razonada. En lugar de asumirla o rebatirla, la persona afectada no puede por menos de interpretar cualquier expresión disidente como una ofensa personal –o, peor, como un acto de censura por la “Gestapo de la corrección política”–. De ahí también su tendencia a los exabruptos del tipo “este no sabe con quién está hablando”.
La incapacidad para interpretar la realidad correctamente produce, en muchos afectados, un tercer síntoma, que consiste en confundir la propia trayectoria biográfica con el destino colectivo del país o incluso del mundo. Así, por ejemplo, si la persona afectada se siente menos vigorosa que en sus años mozos –una fase vital que recuerda con nostalgia– es fácil que se le ocurra escribir una tribuna en El País en la que argumente que es toda España la que ha perdido vigor. Del mismo modo, si tiene la impresión de que el público no le aprecia como debe, alegará que el país entero ha entrado en decadencia porque ya no se respeta a las inteligencias superiores. Afortunadamente, la confusión entre “yo” y “nosotros” queda clara para todos menos para la persona afectada. Así, por ejemplo, si uno de estos mal envejecidos escribiera un tuit diciendo algo así como: “A menudo, cuando leo Historia y me asomo al presente, sospecho que la tragedia de España no es política ni social, ni económica, ni de derechas ni de izquierdas, ni siquiera de educación o cultura deficientes, aunque también. A menudo sospecho que nuestra tragedia es psicológica”, solo hay que recordar que donde dice “España” en realidad se refiere a sí mismo.
Hablando de tragedias, si estos primeros síntomas no son detectados y tratados a tiempo, es posible que la condición empeore y derive en algo todavía peor: una pérdida total del sentido del decoro y de la contradicción. En la última década, han sido numerosos los casos en los que personajes de cierto renombre se han expuesto en lugares públicos –la televisión, la radio, las páginas de la prensa nacional– con sus vergüenzas al aire. Es difícil recordar la entrevista de Cebrián con Carlos Alsina –“cuántas veces me masturbo no es de interés público”, respondió cuando Alsina le preguntó sobre sus finanzas– sin compadecerse por el millonario ex alto cargo de la prensa del régimen franquista. Del mismo modo, cuando Felipe González justificaba su ingreso como consejero en Gas Natural –“siempre quise conocer el funcionamiento de las empresas energéticas”– era, como apuntaba Guillem Martínez el otro día, “como si Jack el Destripador hubiera declarado: ‘Siempre quise conocer el funcionamiento del aparato digestivo’, y que además hubiera colado”.
Un análisis epidemiológico ha permitido concluir que la condición afecta de forma especial a hombres que han ocupado posiciones de poder institucional y que, por tanto, han pasado muchos años rodeados de personas obligadas a obedecer y a halagarlos sin tregua. Por algún motivo biológico que aún está por aclarar, estos hombres llegan a sus 50 o 60 años con las defensas muy débiles. Algunos médicos sugieren que el problema radica en una atrofia de las glándulas responsables de la modestia y del sentido del ridículo.
CTXT, que cumple ocho años en enero, aún está joven. Pero tampoco es inmune al problema que nos ocupa. A fin de cuentas, algunos de los que escribimos en sus páginas ya hemos pasado los 50 o incluso los 60 tacos. ¿Cómo una revista así se puede mantener sana, intelectual y políticamente, en el clima actual? ¿Cómo se protege del mal envejecer? Una consulta con los mayores expertos en el tema nos permite compartir con vosotras, de forma exclusiva –¡por algo os suscribís!– cinco remedios infalibles:
1. Cultivar una cultura de diálogo y desacuerdo interno: de crítica y autocrítica. Si presenciárais las reuniones del Consejo Editorial, veríais que no hay tema sobre el cual no haya desacuerdo, trátese de la política española, la guerra en Ucrania, el precio de la luz, los méritos de Rafael Chirbes o el cambio climático. Si los editoriales resultan potentes es porque nacen de este diálogo.
2. Cultivar la diversidad de experiencias. El contenido de CTXT se nutre de una combinación de tres ingredientes: el periodismo, el activismo y la pericia académica. El primero es, sin duda, el principal: el savoir-faire periodístico lo aportan la experiencia, el ojo, el instinto y el olfato de compañeros y compañeras que llevan una vida en el gremio y que están acostumbradas a mirar la realidad desde el escepticismo. El activismo –por algo la revista se subtitula “contexto y acción”– también es clave: contamos con compañeras curtidas en las luchas institucionales, laborales, políticas y culturales. El tercer ingrediente, el académico, quizá es el que menos cuenta. Quienes nos ganamos la vida trabajando en la Universidad somos sin duda los menos escépticos, los más ingenuos y los más reacios a escribir sobre lo que no hemos estudiado (“es que no es mi campo”). Pero creo que, cuando nos convencen para bajar de nuestra torre de marfil, a veces aportamos también algo de valor. Esas tres posturas –la periodística, la activista y la académica– conforman toda la revista y le permiten desmarcarse de las líneas hegemónicas de los medios públicos y concertados.
3. Cultivar la diversidad generacional. Aunque la revista fue fundada por personas veteranas (es un decir), ha contado desde sus comienzos con una multitud de voces y energías jóvenes, a las que se toman muy en serio. Es más, en sus casi ocho años de existencia, CTXT se ha convertido en una especie de cantera para la prensa española. (Como hincha del Ajax que soy, reconozco la misma mezcla de orgullo y melancolía cuando un talento nuestro es fichado por una liga más pudiente.)
4. Cultivar la higiene deontológica y la legibilidad. Aquí la guardia pretoriana es nuestro equipazo editorial que, entre otras muchas tareas heroicas, cuida de las lectoras y, más aún, nos protege a las y los autores contra nosotros mismos. Las editoras trabajan con entrega y amor, pero también sin piedad: saben ser implacables con los que escribimos textos demasiado largos, densos, secozzzzz –o textos, en cambio, demasiado ligeros, superficiales o irrelevantes–. El equipo editorial es tanto más importante si tomamos en cuenta el número de personas que participa en el proyecto: como nos recordaba el otro día el baranda, Miguel Mora, son ¡400! las y los columnistas, periodistas y analistas que publican cada año en la revista. Tener la puerta abierta y el umbral bajo es un gran valor, pero solo funciona si hay también un férreo control de calidad.
5. La última vacuna: cultivar el sentido del humor. ¿Qué haríamos sin Gerardo Tecé, Adriana T., Guillem Martínez, Alicia Ramos, Malagón o Pedripol, que demuestran que la risa no está reñida con el rigor?
Al final, quizá lo que más define a CTXT en el paisaje mediático español –un paisaje movido, desigual, contaminado y con zonas peligrosas– es el respeto con que tratamos a nuestras y nuestros lectores. Puede que no siempre nos tomemos en serio a nosotros mismos, pero nunca dejamos de tomaros en serio a vosotras. De ahí que en estas páginas nunca os toparéis con clickbait del tipo: “Cinco remedios infalibles contra el mal envejecer”. Bueno, casi nunca.
Gracias por vuestro apoyo, en nombre de todas y todos los que hacemos CTXT,
Sebastiaan Faber
Querida comunidad contextataria:
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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