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Puedes sentir la sencillez y la grandeza de los tatuajes de la evolución cuando vuelves a casa y lo que hace horas comiste o bebiste pugna, ya digerido, por salir de tu cuerpo. Se establece entonces una batalla entre esa fuerza interior inaudita, buscando una salida, y tus esfínteres, que la niegan. Es una pugna sorprendentemente, y contra todo pronóstico, fácil de negociar. Hasta que te aproximas a casa. En esos momentos es cuando toda resistencia parece disolverse. Como sucede en los comportamientos que responden a un origen evolutivo, la explicación a todo ello son los restos de un contrato antiguo. Somos la única especie que tiene un gran y sostenido dominio sobre sus esfínteres. Ese dominio era férreo, notorio, sostenido, cuando avanzamos en territorio hostil, cuando detenerse para rendirse a la fuerza del interior podía significar la exposición, el ataque o, incluso, la muerte. Pero toda esa resistencia, invencible, puesta a prueba mil veces y mil veces verificada, desaparecía, perdía su solidez, como la arena en el agua, cuando nos acercábamos a nuestro campamento, un lugar seguro, tal vez el único. La percepción inconsciente de la seguridad relajaba nuestra tensión. Ya no era necesaria. Nuestro cuerpo nos explicaba así que la seguridad era la mismísima idea de hogar, lo contrario a la idea de peligro. En el hogar no era necesaria tanta fuerza sostenida, pues un hogar es su contrario.
Lo que queda de todo ello es, básicamente, todo ello, como ya habrás experimentado. Llevamos millones de años luchando para volver a casa, sencillamente porque es el punto en el que no luchamos. Lo que explica una casa como la certeza de lo opuesto a la fiera. La casa es el sitio en el que somos, poco más, mientras el resto de sitios son los paisajes en los que sobrevivimos, observados por ojos rojos. Por eso, ver la fiera en el interior de una casa, fuera de sí, gritando, perturba tanto. Es un riesgo, siempre humano y siempre posible. El riesgo de la espera de algo que no se producirá. Pero resulta aún más violento, incluso llega a ser una acción contra la especie, que las fieras no hayan sido invitadas, sino que golpeen tu puerta, entren en casa y te saquen de ella, desahuciado. Se trata de una acción hoy cotidiana, que vuelve inservible nuestro pasado, de millones y millones de años de volver a casa buscando, por fin, el fin del camino y el tabique tras la fiera. Es la violación e invalidación de uno de nuestros acuerdos más antiguos y estructurales, al punto que, en la infancia, inventamos miles de juegos para educarnos en él: la fiera no puede atacar en casa, porque casa es casa. No puede entrar la fiera en casa, o toda la fuerza y el músculo consumidos durante millones de millones de kilómetros para, precisamente, volver a casa, carecerán de sentido alguno.
Puedes sentir la sencillez y la grandeza de los tatuajes de la evolución cuando vuelves a casa y lo que hace horas comiste o bebiste pugna, ya digerido, por salir de tu cuerpo. Se establece entonces una batalla entre esa fuerza interior inaudita, buscando una salida, y tus esfínteres, que la niegan. Es una pugna...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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