PAPELES DE LA PORFIADORA CALAMIDAD (I)
Inmersiones sibilinas
La profesora Calamidad ensaya una nueva filosofía de la lectura que ni ella misma tiene clara pero hacia la que asegura dirigirse
Natalia Carrero 25/10/2022
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Sobre cuatro o cinco apegos lectores instantáneos, filias irreprimibles que me obligan a zambullidas librescas que pueden durar meses, hasta empaparme bien de la esencia de casi todas las páginas. ¿Y qué será la esencia? A saber, también filosofaremos, aunque a nivel calle y senderos sin metas predeterminadas. Las interrogaciones se encadenarán y nos harán saltar de tema en tema, de la A a la M o a la X, mayúsculas o minúsculas, cursivas o con tinta azul, al capricho de los aires.
De esta guisa resultan, para que nadie se lleve a engaño, las sesiones siempre introductorias a algún tipo de conocimiento perenne aún por definir, impartidas por la ínclita profesora Calamidad. Conviene apuntar también que se realizarán algunas listas entre tramos de lectura inducida. Aguardan, en fin, meses en modo Agustina Bessa-Luís, meses en modo Elisabeth Gaskell, ¡años de hechizo Clarice Lispector!, quincenas en modo “Poesía que se me clava y quiero que me interpele más, dadme más, dadme más”, trimestres en modo Ali Smith, temporadas en modo “Mil y una poéticas para confiar en esas bellas coincidencias que la novela nos enseña a reconocer cuando acontecen en la realidad”, semanas en modo “Diatribas de la bestia Sánchez-Ferlosio” o en modo “Y esto también habrá que leerlo”.
Me dirigí de madrugada a la biblioteca como una sonámbula decimonónica, en pijama de algodón en lugar de una vaporosa camisola, los brazos robóticamente horizontales. Al cruzar el paso de peatones tuve que sortear unos cuantos riders o repartidores. No sé cómo denominar a los que realizan trayectos indicados en pantallas mientras recorren la ciudad en bicicleta, moto, patinete, o más bien corren hasta que los detiene un semáforo o un accidente que podría resultar mortal, quiero decir que arriesgan sus vidas, con el objetivo de entregar paquetes o mercancías en la ubicación indicada. No, corrijo: arriesgan la vida con el objetivo de ganar algo de pasta.
Hubiera podido contratar a un rider en lugar de viajar sonámbula a la biblioteca, pero así de inamovibles resultan las decisiones del inconsciente. La biblioteca del barrio estaba cerrada, con la puerta principal videovigilada. Como bien sabía alguna parte no tan durmiente de mi cuerpo, por un ventanuco entreabierto de la planta 1, fachada lateral, asomaría la lectura seleccionada. Apenas tuve que aguardar unos segundos. Una vez llegó el ejemplar a mis brazos, antes de emprender el regreso a la cama con la misión de leerlo en tramos de cien páginas y verter aquí su recomendación o, en su defecto, alguna que otra divagación, me detuvo cierto revuelo que percibí donde el ventanuco. Otros volúmenes, al menos cinco o seis, también pretendían salir de parranda. Al igual que el primero, no tardaron en descender hasta mí cual aves insólitas, y aún les siguieron más. Entreabiertos a mi vera, los libros agitaron sus páginas para mantenerse suspendidos en el aire, hasta que emprendimos la marcha. Como un cortejo sonámbulo a la par que culto recorrimos el trayecto de vuelta a mi refugio.
Ajeno a toda gesta nocturna, el reloj alarma debió de sonar a la hora del madrugón habitual. Cuando desperté, pasado el mediodía, admiré la torre con los trece títulos que correspondían a mi lista de deseos, rodeada de papeles y cuadernos machacados con mi mala letra.
Inciso: desde hace un tiempo Calamidad está empeñada en transmitir a sus cuatro alumnas de escritura creativa, nivel 1, una filosofía de la lectura que ni ella misma tiene clara pero hacia la que asegura dirigirse. No le importa estrellarse. En formato sintético podría transmitirse así: las estrategias de lectura son también estrategias de vida. Leer para aprender a vivir, lo cual sobre todo incluiría equivocarse, errar, perderse, transformarse, olvidarse incluso de lo que se acaba de atisbar. Fracasar a cada minuto y hacerlo con el convencimiento de que todo es un despropósito, para qué aspirar a la obra maestra desconocida. Que haya vida y no cartón en lo que leamos y que se levante, alce el vuelo la voz a la captura del sentido.
A continuación, las reacciones de lectura de: La sibila, de Agustina Bessa-Luís (Athenaica, 2021), traducción de Isaac Alonso Estravís.
¡Que una miríada de estrellas difundan su viva y rediviva, y hasta profética, palabra! Por qué una sugerencia de lectura se nos adentra, no sabemos de dónde ni cómo, y germina durante un tiempo de silencio en nuestra biblioteca interior, entre el hígado y el páncreas o en algún punto indeterminado debajo del cráneo, hasta alcanzar el nivel de expresión del deseo de leer tal novela, La sibila en este caso. Con cuántas alegrías previas, que logré mantener a distancia para que no me obnubilaran y me permitieran leer concentrada, me adentré en estas páginas noveladas por quien también ensayó una Contemplación cariñosa de la angustia. Cómo necesitaba esta dosis de alta sabiduría no solo literaria sino, y ya sé que siempre estoy con lo mismo, vitalista, naturalista, expresivista o expresionista de lo divino y lo concreto, muy feminista de la ola cero, provocadora y hasta insumisa. Creo que si abreviara y calificara esta lectura de auténtica experiencia inmersiva tal vez se comprendiera mejor la súmula de emociones que intento compartir. Pero dejemos que sea la mismísima Agustina Bessa-Luís:
Cómo necesitaba esta dosis de alta sabiduría no solo literaria sino, y ya sé que siempre estoy con lo mismo, vitalista, naturalista, expresivista o expresionista de lo divino y lo concreto
“La Sibila es más que un personaje. Ha sido estudiada a la luz del materialismo histórico y del feminismo más obstinado; ha sido vista como una iluminada, como una Némesis vengativa, como una acomplejada, como una histérica, como una simple mujer despojada de sus afectos y tardíamente reconciliada con el amor, con el sexo, y con el drama que envuelve todo ello. Mas lo que no se ha dicho es que la Sibila es una experiencia viva y, por tanto, un mito. Vive su propia experiencia, y para eso tiene que romper los lazos, excepto los que la ligan a su pueblo. No cede a la razón, al tiempo privado que requiere un amigo o un amante; que requiere, incluso, la majestuosa y dulce sombra paternal. Está dispuesta a vivir su experiencia, que es una purificación a través del elemento mítico: el lazo con la tierra”.
“Epopeya familiar y rural del norte portugués, tres generaciones de mujeres, verdaderas herederas y guardianas del legado familiar”.
“Súmula, refulgir, subyugar, pavesa, pabilo, porfiar, lívida, goznes, carnación”.
“No hay personas carentes de sentido: todas son de una inmensa complejidad y cada una de ellas tiene su propia dinastía”.
Quina, Joaquina Augusta, anticipó de niña que al mundo de los hombres claro que podría acceder, si tanto lo deseaba, aunque el suyo no sería el caso, pues ella optaría por otros poderes, otras maneras de considerar los aspectos volubles de las cosas. Con cálculo y buen tiento, y alguna que otra caída en fatalidades y dolores, emplearía sus energías en ir sumando y controlando los posibles bienes y males materiales, legados que nos sobreviven.
“Ante nosotros, Quina, ejemplo de energías humanas que se devoran y dan vida entre sí. La vanidad y un magnífico contenido espiritual fueron sus polos; equilibrándose entre ellos, recorrió la tierra de un extremo a otro, venció y fue vencida, sin que, sin embargo, sus aspiraciones más inquietantes dejasen de ser, en su intimidad, esas mismas formas incompletas, clave de la transfiguración que los hombres tratan de modelar eternamente y se van legando de mano en mano, como un secreto y como una duda”.
Al salir del mundo que Bessa-Luís arroja contra nuestras complacencias y frugalidades lectoras aterricé en el multiverso actual que pretende atraparnos en unas redes que no son artes de pesca, ni de arácnidos, y menos aún tan sociales como se autoproclaman. El algoritmo me fue sugiriendo páginas, imágenes y nubarrones de datos con las adivinaciones y profecías; más sibilas, oráculos, cantos, danzas, filtros, designios, orígenes, dícese, dimes y diretes. “Así al viento en hojas leves se perdía la sentencia de la Sibila”. En hojas de árbol escribía la Sibila más prestigiosa de Delfos para que el dictado quedara barrido por la dispersión.
Así, de manera similar, cree esta porfiadora Calamidad que anota en sus papeles, que luego arranca de los cuadernos, que luego abandona, las impresiones recibidas de las páginas con las que va atravesando la vida, con frecuencia con la lengua fuera y con el deseo, lo que de verdad desearía, demasiado bien escondido para acordarse de dónde sigue, qué era. De ahí que los textos mediante los cuales trata de enseñar algo a sus cuatro alumnas suelan parecer tan ¿sueltos? De tanta dispersión no puede componerse ninguna filosofía de la lectura ni de nada.
Para mejorar lo presente necesitaría pedir consulta a una sibila contemporánea. ¿Qué clase de terapeuta sería?
Interrumpo porque acaba de entrar una consulta o comentario a mi plataforma de enseñanza online que podría resultar de interés en este lugar, ya que como suelo predicar, para leer y escribir toda palabra es válida, de todo se aprende y no siempre hay que discriminar.
“Hola profesora Calamidad, como interventora de novelas, que según afirma se introduce de pies a cabeza en obras maestras para empaparse de su aura, y cree que con eso se le queda cierta impronta de la lectura en el cuerpo, si es que he entendido bien, ¿no cree que sus prácticas pueden resultar algo peligrosas, incluso insultantes, para quienes somos personas sencillas y corrientes, más acostumbradas a pasar el tiempo llamando a las cosas directamente por su nombre en lugar de emplear tantos rodeos dejando tan solo un rastro, apenas una sensación de no se sabe qué?”.
Vaya, esta respuesta exige calma y combustible. Mejor salgo un rato a absorber por la piel vitamina D porque me siento exhausta, me he quedado sin entelequias de las que tirar. La edad requiere pausas. Contestaré próximamente. ¿Cómo era ese pensamiento de la polifacética Marina Tsvietáieva que me hubiera gustado incluir en esta sesión con excesivos misterios al descubierto y sin resolver?
“Cada verso es una locución de la Sibila, es infinitamente mayor de cuanto haya podido decir la lengua”.
Sobre cuatro o cinco apegos lectores instantáneos, filias irreprimibles que me obligan a zambullidas librescas que pueden durar meses, hasta empaparme bien de la esencia de casi todas las páginas. ¿Y qué será la esencia? A saber, también filosofaremos, aunque a nivel calle y senderos sin metas predeterminadas....
Autora >
Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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