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El Atlético de Madrid es ahora mismo un equipo sin alma. Es más, me atrevería a decir que es una institución sin alma, porque, como ya escribí hace pocos días, estoy convencido de que el problema tiene muchas más caras de las que queremos (o nos interesa) ver. El partido de Cádiz, una nueva derrota que completa una semana horrible, no hace más que resaltar algo que llevaba ahí bastante tiempo. Eso sí, menudo partido. Atroz, es una palabra que podría resumirlo bien. Atroz en el juego, atroz en la forma de encararlo, atroz en la forma de intentar resolverlo y atroz en su desenlace. Atroz también cómo fue arbitrado, para qué nos vamos a engañar. Es obvio que nada funciona en el equipo de Simeone. Negarlo es no ser honesto. Hacer de ello munición es querer hacer daño.
No parecía muy buena idea eso de salir dormido a disputar un partido que tenía que hacerte olvidar que ya no eres equipo de Champions League, pero eso es exactamente lo que hizo el Atleti. Y eso es también lo que hizo Nahuel Molina, aunque quizá en su caso el tema tenga otras lecturas. Después de que el Pacha Espino le ganara claramente la espalda, el argentino no sólo decidió no encimar a su atacante, sino que dejó todo el espacio del mundo para que pudiera poner el balón en el centro del área. Lógicamente, la jugada acabó en el primer gol del Cádiz, anotado por Bongonda. No habíamos llegado todavía al primer minuto de partido disputado. Honestamente, tengo que remontarme más de una década para encontrar un lateral derecho rojiblanco que fuera menos fiable que el único que hoy tiene el equipo.
La fotografía del Atlético de Madrid era la de un puñado de futbolistas tristes
La fotografía del Atlético de Madrid en ese momento era la de un puñado de futbolistas tristes. Ni más, ni menos. Veías sus caras y parecía que nadie quisiera estar allí. Era difícil pensar que cualquiera de esos rostros pudiese liderar una potencial remontada. El equipo intentó adueñarse del partido y dominó la pelota. El problema es que, como casi siempre, faltaba creérselo. Llegaron varias veces a las inmediaciones de la portería rival, es cierto, pero generaron el mismo peligro que un barquito de papel. Para colmo, Morata tuvo que salir lesionado en una jugada que no me pareció penalti, pero que debió serlo, teniendo en cuenta que el futbolista abandonó el partido con un traumatismo. El VAR muestra que hay contacto, pero ya sabemos que el VAR está solamente para cuando se le necesita. La salida de Cunha, por cierto, fue tan efectiva como lo había sido la presencia de Morata. Completamente irrelevante en ambos casos.
El juego anodino y la falta de patrón hizo que el dominio se fuese apagando. El Cádiz, viendo que no pasaba nada, se fue creciendo hasta el punto de que pudo haber hecho el 2-0 antes del descanso. Ocurrió gracias a otro error de bulto en la salida de balón, esta vez en los pies de Savic, que dejó solo a Sobrino encarando la portería y que Oblak fue capaz de atajar.
El segundo tiempo no cambió mucho el panorama. En todo caso, lo espesó. Siguió siendo atroz en todas las líneas y se le sumó el tradicional desacierto de cara al gol. Correa no acertó a meter el balón en la portería rematando casi desde el área pequeña. Un minuto antes de los cambios previstos en el 60, que parece ser el minuto que marca la consejería de sustituciones, Carrasco cayó en el área protestando un penalti. El VAR vuelve a mostrar que hay contacto, pero ya sabemos que si una jugada llega hasta el VAR y se demuestra que hay contacto, en el caso de que favorezca al Atleti, generalmente no es suficiente.
Salieron al campo Griezmann y João, pero tampoco cambió mucho el escenario. Al menos, no en un principio. El francés se integró en la mediocridad que irradiaban sus compañeros y el portugués, al que se le veía mucho más activo de lo normal, no era capaz de conectar con el balón.
En un gesto que me pareció más de desesperación que de brillantez, Simeone decidió hacer debutar al canterano Barrios. Un centrocampista con buen pie y claro talante ofensivo, que aportó algo de alegría al juego colchonero. Me gustó el debut del muchacho, a pesar de tener que hacerlo en un escenario tan hostil y de que su concurso fuese claramente de más a menos.
El tema es que por muchos cambios y por muchas teorías sofisticadas que pudiésemos elaborar, el Atleti ni siquiera se acercaba a la portería de un Ledesma que no podía creer que pudiese vivir tan tranquilo. Y claro, llegó el segundo gol del Cádiz. Una nueva muestra de debilidad defensiva que coronó otra vez Nahuel Molina, haciendo exactamente lo mismo que en el primer gol: ni cubrir la espalda, ni cerrar el centro de su defensor.
Este gol de Fernández en el minuto 81 parecía poner la puntilla a un partido para olvidar, pero no. Quedaba lo mejor. O lo peor, según se mire. En los diez minutos siguientes vimos lo que puede ser un jugador como João Félix cuando tiene ganas de ser protagonista con un balón de fútbol. El portugués las pidió todas, apareció por todas las zonas del campo, robó balones, presionó y metió dos goles que sirvieron para empatar el marcador. El primero haciendo una chilena en el área tras pase de Griezmann, que Hernández ayudó a meter en la portería. El segundo de un fuerte derechazo desde la frontal del área. Y faltaban todavía ocho minutos para terminar.
Los de Simeone se fueron arriba sin pensar antes que eso es algo que no saben hacer. Aun así, estuvieron a punto de ponerse por delante en el marcador dos veces. Primero Saúl, que remató en boca de gol con la misma poca voluntad con la que hace todo lo demás. Después el propio João, con un cabezazo franco que inexplicablemente se fue junto al palo.
A pesar de las ocasiones, creo que no se jugó con demasiada cabeza ese tramo final del partido. Ni ofensivamente, ni mucho menos defensivamente, como demuestra la última jugada. Un avance por la derecha del equipo andaluz, que acabó rematando Sobrino en la misma línea de gol y que sirvió para ganar el partido. Lo remató con la mano, también es verdad.
No me pidan que escriba una moraleja, porque no la tengo. No me pidan que les diga lo que va a ocurrir a partir de ahora, porque no lo sé. Lo que sé, ya lo he dicho, es que esto no funciona. Y que la temporada es larga. Y que hay todavía cosas en juego. Creo que era Voltaire el que decía que cuando el espíritu está abatido, es menester sacudirlo. Y es obvio que este Atleti, por lo que sea, ya no tiene espíritu.
El Atlético de Madrid es ahora mismo un equipo sin alma. Es más, me atrevería a decir que es una institución sin alma, porque, como ya escribí hace pocos días, estoy convencido de que el problema tiene muchas más caras de las que queremos (o nos interesa) ver. El partido de Cádiz, una nueva derrota que completa...
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