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El otro día me topé por casualidad con un concepto que desconocía: “quiet eye”. Por no hacerlo muy largo, se trata de la capacidad que tienen algunos deportistas de élite para aumentar la concentración en momentos de máxima tensión. En esas situaciones, es como si pudiesen distorsionar el tiempo para pausar su toma de decisión justo cuando sólo tienen milésimas de segundo para hacerlo. Me pareció muy interesante, porque creo que tiene mucho que ver con eso que llamamos tener o no tener gol. Y claro, me hizo acordarme del Atlético de Madrid.
El equipo de Simeone acaba de perder dos puntos, empatando en su estadio contra el Rayo Vallecano en un partido que tuvo controlado la mayor parte del tiempo, precisamente por no tener esta capacidad entre sus virtudes. Podemos analizar el partido desde muchos puntos de vista, que los hay, pero el que esto escribe seguiría pensando lo mismo. Más allá de la incapacidad para meter el balón en la portería en el momento justo (¿quiet eye?), el Atleti carece de un tipo de mentalidad de la que ningún gran equipo puede prescindir. La gran mayoría de jugadores ofensivos del Atlético de Madrid están pensando más en el siguiente pase que en el gol cuando se acercan al área. Y eso es un problema.
La primera parte del equipo colchonero fue bastante buena. Diríamos incluso que fue muy buena, si no estuviésemos condicionados por el resultado final. Simeone repetía alineación tras el éxito de Bilbao, solamente Koke se caía por lesión. Su sustituto era Witsel que, sin hacer un gran partido, al menos no desentonaba. Me tiene bastante desconcertado el futbolista belga desde que ha vuelto a su posición natural, porque parece un jugador intrascendente. Falla poco y equilibra tácticamente, pero no da la sensación de que sea capaz de aportar algo sólido en la parcela creativa.
El que sí está muy bien es Kondogbia, que se ha convertido en el verdadero eje del centro del campo. Roba balones como si no hubiese mañana y además inicia el juego con la suficiente limpieza como para empezar a construir desde ahí. Excelente noticia. Sí, porque así fue más fácil que entraran los arquitectos del juego ofensivo del equipo. Lemar actuó bien entre líneas y Griezmann volvió a demostrar que es el mejor jugador de la plantilla. Corre con inteligencia, ve el fútbol mejor que los demás, aparece por todos los sitios y, éste sí, tiene el gol en la cabeza. Se nos había olvidado lo bueno que es el francés. Suyo fue el tanto que abrió el marcador, a pesar de que no fuera el jugador que metiese el balón en la red. Se llevó la pelota en campo contrario a base de fe, avanzó hacia la portería teniendo el gol en la cabeza y habilitó a Morata para que el madrileño resolviese con solvencia delante de la portería rayista. Todo eso, dando apenas dos toques al balón.
El Atleti jugaba bien y dominaba el partido. En el marcador y en el césped. Hasta que empezaron los problemas en forma de pesadilla recurrente. Lemar, uno de esos jugadores de cristal que conforman la plantilla, volvió a lesionarse. Lo sustituyó Carrasco a pocos minutos de terminar la primera parte y ya nada fue lo mismo. Primero por esa particularidad de la plantilla del Atleti de no tener dos jugadores con las mismas características. Eso, que puede ser bueno para buscar alternativas, es un drama cuando pretendes mantener un plan que funciona. Es imposible hacerlo, porque jugar con Carrasco es muy distinto a jugar con Lemar. Sobre todo, si el primero está en un estado de forma tan lamentable. Es tan evidente que lo está, que se hace muy difícil entender que él sea la primera opción para reforzar el equipo.
El partido se espesó y el equipo fue perdiendo presencia hasta encontrarnos a mitad de la segunda parte con una situación muy distinta. Tanto es así, que el Rayo Vallecano, un equipo muy interesante y excelentemente entrenado, comenzó a sacar las uñas. Camello, canterano del Atleti que acaba de salir, avisó con un tiro desde fuera del área que salió desviado. Grbic tuvo que sacar con los pies una llegada posterior del equipo de la franja.
Simeone, comprensiblemente, decidió cambiar algo en el equipo. El problema es que lo que antes era un plus, ahora parece una rémora. No recuerdo un partido de esta temporada en el que los cambios no hayan hecho peor al equipo. La retirada de Witsel hizo que De Paul pasase al centro y el resultado fue catastrófico, hasta el punto de que Saúl tuviese que salir poco después a resolver el entuerto. Correa no fue capaz de sacar su magia y Cunha se dedicó a fallar goles con la misma facilidad y falta de colmillo que el resto de sus compañeros. De todos menos Griezmann, claro, que es el único que está en otra categoría en ese aspecto. El francés volvió a marcar en la primera que tuvo, pero estaba en ligero fuera de juego.
Los rojiblancos, una vez más, se complicaban el partido llegando a su tramo final con dudas, miedos y complejos. Y no supieron estar a la altura. Es difícil de entender que Giménez intentase rematar de cabeza en su propia área con los brazos abiertos, teniendo enfrente a uno de los sicarios del “fútbol español”. Aburre hablar siempre de lo mismo, pero lo de los arbitrajes en la Liga al Atleti hace tiempo que dejó de ser lamentable para rozar lo delictivo. La persecución a los jugadores rojiblancos del tal Iglesias Villanueva, el agente elegido para la ocasión, fue tan agresiva como la de hace pocos días en Bilbao, lo que debería resultar altamente sospechoso para cualquiera que no viva de las migajas que deja el “fútbol español”. Un dato: el Atleti ha recibido 25 faltas en los dos últimos partidos y ha hecho 28. El balance de tarjetas es sin embargo de diez amarillas al Atleti y ninguna para los rivales. No hay un ejercicio estadístico medianamente serio que soporte eso. Y mejor no hablar de los goles anulados o de lo que se revisa y no se revisa en el VAR. El sistema que aplica ese oscuro conglomerado que lidera la RFEF se puede definir en una sola palabra: repugnante.
Falcao transformó el penalti y el Rayo acabó llevándose un punto del Metropolitano que cuesta decir que no merecieran.
El Atleti sigue como la canción: un paso adelante, dos pasos atrás. Y así es difícil sentar las bases sobre las que construir algo sólido. También es difícil creer, aunque habrá que seguir haciéndolo. Eso no debería perderse también.
El otro día me topé por casualidad con un concepto que desconocía: “quiet eye”. Por no hacerlo muy largo, se trata de la capacidad que tienen algunos deportistas de élite para aumentar la concentración en momentos de máxima tensión. En esas situaciones, es como si pudiesen distorsionar el tiempo para...
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