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El Atlético de Madrid, como concepto, estaba en una situación tan emocionalmente compleja y difícil de llevar, que sería absurdo ponerle peros a una victoria en San Mamés. Pero es que hay pocos peros que ponerle hoy al equipo. En un escenario precioso y hostil para los rivales, frente a un equipo en estado de gracia y con la moral a tope, contra un supuesto colegiado que parecía más un sicario de “la mejor liga del mundo” que un profesional del deporte, el equipo de Simeone se ha marcado un gran partido. Uno de los de verdad, de los que se ganan primero jugando al fútbol y después a base de garra. Uno de los que nos regalaba el equipo colchonero no hace tanto tiempo. Uno como los de antes.
Sorprendentemente, reconozcamos que pocos pensaban que sería así, el Atleti hizo una gran primera parte en todos los aspectos que configuran este deporte. Lejos de sucumbir al electrizante ritmo que el Athletic Club suele imponer en su campo, los de Simeone plantaron cara con argumentos futbolísticos. Igualaron la intensidad, aceptaron jugar moviendo rápido el balón, pelearon la posesión y fueron más peligrosos que su rival. Qué ganas tenía de escribir algo así. Asentados en un reconocible 4-4-2, que imagino que reclamaremos como al Mesías a partir de ahora, con una defensa fiable y con un Kondogbia espectacular en el mediocentro, el equipo fue por fin un equipo. Koke, Lemar y Griezmann ponían criterio, Morata se peleaba con todos sus defensas y solamente De Paul, que incomprensiblemente era de la partida, chirriaba en el juego rojiblanco.
Aunque el partido era muy dinámico, las ocasiones escaseaban. Los bilbaínos apenas llegaban, salvo en balones colgados desde la banda, y los madrileños pisaban las inmediaciones del área con algo más de peligro, pero sin colmillo y sin la capacidad de acabar las jugadas. En ese caldo de cultivo, apareció la jugada clave del partido. Un balón a la espalda de la defensa del equipo vasco y Morata que gana la posición a su rival, resolviendo de forma magistral tras regatear al portero. Se celebraba ya el gol en toda la parroquia colchonera cuando vimos que el árbitro amonestaba a Simeone y que se marchaba a la televisión del VAR. Por supuesto, lo hacía para anular el tanto.
La jugada es tan repugnante como significativa del sistema oscurantista que define esta liga descafeinada y que apesta a manipulación. Puedo admitir que sea difícil de interpretar en directo, o que en ese contexto alguien puede pitar como falta algo que no lo es. El drama es que no lo pitó. Por eso resulta injustificable que sea el VAR quien reclama la atención de algo tan sutil y absurdo. Eso, perdónenme, no es un error. Pero la faena del trencilla no se quedó ahí. En un partido disputado y con dos equipos muy intensos, el Atleti se ha llevado siete tarjetas amarillas y el Athletic… ninguna. Raro. A Morata lo ha marcado el árbitro mucho mejor que los centrales vascos. Un árbitro que ha sido capaz incluso de sancionar a Oblak por querer abandonar el césped por el lateral del campo. ¿No sabía que Oblak es el portero y que no se puede dejar al equipo sin esa figura? Pero no contento con eso, ha pitado hasta un penalti por cabezazo de Reinildo dentro del área que afortunadamente desestimó el VAR. Concurso lamentable e indigno de una competición que presume de serlo.
El Atleti acusó el golpe del gol anulado y anduvo algo aturdido hasta el descanso, lo que aprovechó el equipo de Valverde para recuperar algo la iniciativa. La segunda parte comenzó con un libreto muy parecido, aunque quizá con un Atleti más vertical y peligroso. Hasta los locutores de la televisión destacaban lo bien que estaban jugando los de Simone, no les digo más. Kondogbia seguía siendo una figura clave en el juego del equipo, pero el empuje rival hacía que el epicentro de la épica colchonera empezase a desplazarse hasta la figura de Reinildo. En ese contexto, apareció la jugada del gol. Un buen balón al área que recoge Morata, controla, devuelve a la frontal y Griezmann aprovecha el regalo para abrir el marcador.
El gol, lógicamente, avivó todavía más a un Athletic que aumentó un punto su nivel de intensidad, comenzó a tomar más riesgos e intentó saltarse fases para ser más vertical. El Atleti adoptó entonces esa otra faceta de su juego que tan bien conocemos. Cerró las líneas, ensució los espacios libres y apretó los dientes. Comenzaron a trabajar como bloque, con solidaridad y con rigor, impidiendo que el rival hiciese otra cosa que no fuese colgar balones laterales. Los locales intentaron explotar la habilidad del menor de los Williams, pero allí estaba un tal Reinildo para erigirse en el mejor futbolista del partido. Después lo intentarían también con el mayor, Iñaki, obteniendo el mismo resultado. Reinildo seguía igual de entero. Qué fuerza, qué orgullo y qué capacidad para entender la jugada tiene el mozambiqueño. Qué gran fichaje hizo el Atleti.
Cuando todo estaba controlado, cuando no había más peligro que alguna ocurrencia del colegiado, un choque fortuito hizo que Oblak tuviese que abandonar el campo. Y se encendieron las alarmas, claro, porque el Athletic apretaba y había que jugar con el portero reserva entrando en frío. El cancerbero croata respondió, sin embargo. Sacó un par de buenas manos y transmitió seguridad a la zaga. Bien por él. El Atleti sufrió y pidió la hora, pero llegó vivo al final del partido.
¿Y ahora, qué? Pues partido a partido, supongo. Lo bueno es que ya sabemos que se puede soñar con que el equipo haga este tipo de cosas. Veremos.
El Atlético de Madrid, como concepto, estaba en una situación tan emocionalmente compleja y difícil de llevar, que sería absurdo ponerle peros a una victoria en San Mamés. Pero es que hay pocos peros que ponerle hoy al equipo. En un escenario precioso y hostil para los rivales, frente a un equipo en estado de...
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