Análisis
El experimento Meloni
El modelo de sociedad de la futura primera ministra italiana es la Hungría de Orbán, pero lo más probable es que su gobierno no haga movimientos bruscos y trate de consolidar una imagen aceptable para el sistema
Steven Forti 3/10/2022
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“Hubiera deseado tanto ser la Evita Perón de las masas populistas en Italia. Pero estará condenada por la fuerza de las cosas a ser una arisca Thatcher sin ni siquiera mantener la autonomía de la dirección. Porque la dirección la tienen otros. En sede supranacional”. Así resumía Rino Formica, exministro socialista en tiempos de la Primera República, hace unos días lo que el futuro le depararía a Giorgia Meloni. A sus 96 años, Formica algo sabe de la política italiana y de sus carambolas inesperadas. Fue el mismo Formica quien planteó hace unas semanas que Draghi estaba jugando el papel de “Lord Protector” de Meloni. Esto es, Draghi como garante internacional de la líder de Hermanos de Italia (HdI) a cambio de que esta no discuta una serie de cuestiones, empezando por el compromiso atlántico. Parece que Formica no estaba muy equivocado. ¿Está en lo cierto también ahora?
Las dos incógnitas
No hace falta decir que adivinar lo que puede pasar es siempre un ejercicio extremadamente complicado. O directamente imposible. Aún más en estos tiempos. Hay además una serie de incógnitas por despejar, empezando por la composición del nuevo ejecutivo que tomará posesión a finales de octubre. ¿Quién ocupará los ministerios clave? Las voces que circulan estos días apuntan para la cartera de Economía a Fabio Panetta, actual miembro del comité ejecutivo del BCE y anteriormente director general del Banco de Italia, o Domenico Siniscalco, exministro de Economía con Berlusconi en 2004-2005 y luego responsable para Italia de Morgan Stanley. Para las carteras de Asuntos Exteriores y de Defensa se habla de la actual jefa de los servicios italianos, Elisabetta Belloni, del exembajador en Pakistán y Alto Representante de la OTAN en Afganistán en 2021, Stefano Pontecorvo, o del exembajador en los Estados Unidos y ministro durante el gobierno técnico de Mario Monti, Giulio Terzi di Sant’Agata. Finalmente, para la cartera de Interior los nombres que circulan en los palacios son el de Matteo Piantedosi, actual prefecto de Roma y jefe de gabinete de Salvini cuando ocupaba el palacio del Viminale entre 2018 y 2019, y Giuseppe Pecoraro, exprefecto de Roma con una larga carrera en la administración italiana.
Hermanos de Italia ha pasado en menos de un lustro del 4% de los votos al 26% y no cuenta en sus filas con políticos capaces y preparados
Como se puede apreciar, se trata de perfiles técnicos, con experiencia y buenos contactos: economistas, embajadores, funcionarios del Estado. Y, que no se olvide, nombres potables para Washington, Bruselas y el presidente de la República, Sergio Mattarella, que puede poner peros o incluso imponer vetos, como pasó en 2018 con el euroescéptico Paolo Savona, propuesto como ministro de Economía por el gobierno de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. Es cierto que en lo que en Italia se llama irónicamente Totoministri –en alusión al Totocalcio, es decir, la Quiniela– aparecen para las susodichas carteras también los nombres del inefable Salvini, que pretendería volver a Interior, o de Antonio Tajani, expresidente del Europarlamento, y dirigentes de peso de HdI como Ignazio La Russa, Guido Crosetto y Alfredo Urso, con experiencia de gobierno en tiempos de Fini y Berlusconi, que podrían acabar en Exteriores o Defensa. Veremos.
Lo que a nadie se le escapa, y menos aún a Meloni, es que el nuevo ejecutivo será su tarjeta de presentación a nivel internacional. La líder de Hermanos de Italia, además, sabe muy bien que tiene un problema que se llama clase política: su partido ha pasado en menos de un lustro del 4% de los votos al 26%. No tiene gente capaz y preparada para gestionar los ayuntamientos o las consejerías en las regiones, ¿puede tener, pues, alguien adecuado para llevar ministerios de peso como estos? Contesten ustedes mismos.
La segunda incógnita tiene que ver con la relación entre los miembros de la coalición. En pocas palabras, ¿Salvini y Berlusconi aceptarán el rol de segundones sin rechistar? Conociendo el ego de los dos y la situación que tienen puertas adentro en sus partidos, es difícil, aunque el resultado electoral –HdI ha obtenido muchos más votos que la Liga (8,8%) y Forza Italia (8,1%) juntos– comporta que la línea política la marquen Meloni y los suyos. Ahora bien, hay un elemento a tener en cuenta: en los colegios uninominales, que la coalición ultraderechista ha ganado por goleada debido a que el centroizquierda ha ido por separado, el reparto de los candidatos se hizo con un acuerdo previo por cuotas. Esto quiere decir que la Liga y Forza Italia tienen más diputados y senadores de los que les tocarían por el porcentaje de votos obtenido. En suma, la mayoría de la coalición es amplia en las dos cámaras, pero Salvini y Berlusconi tienen la llave del Parlamento. Un tema que no es baladí de cara al futuro.
¿Qué es Hermanos de Italia?
A estas dos incógnitas hay que añadir una doble cuestión: cuál es la identidad de Hermanos de Italia y qué quiere ser de mayor. Estos días se ha escrito mucho sobre el partido fundado en 2012 por esa joven que con quince años, a principios de los noventa, se afilió a las juventudes del Movimiento Social Italiano (MSI). Se la ha definido como una formación fascista, neofascista, posfascista, ultraderechista, conservadora y mucho más. La confusión es, pues, notable. Personalmente, prefiero hablar de extrema derecha 2.0, entendiendo con esta categoría una gran familia global en la cual encontramos partidos y movimientos como el trumpismo, el bolsonarismo, el lepenismo, la misma Liga de Salvini, Vox, Chega, Fidesz, Ley y Justicia, el Likud israelí o los Partidos de la Libertad austríaco y neerlandés, entre otros. Hay diferencias y divergencias entre ellos, pero son más las cosas que comparten.
En el caso del partido de Meloni, no cabe duda de que hay un sólido hilo rojo con la tradición neofascista, representada por el MSI, y la posfascista, representada por la Alianza Nacional (AN) de Fini. No solo porque Meloni y todo su inner circle –la llamada generación Atreju, por el nombre del mitin anual que las juventudes de AN organizaban– vienen de ese mundo, sino por la presencia de esa cultura política en las bases ideológicas y la Weltanschauung del partido. No es casualidad que en el símbolo de HdI reluzca la llama tricolor que fue la marca del MSI. Tampoco que en su autobiografía, Io sono Giorgia –todo un best seller en Italia el año pasado–, Meloni presente HdI como “un nuevo partido para una antigua tradición” y afirme que “he recogido el testigo de una historia larga, setenta años, he cargado en mis espaldas los sueños y las esperanzas de un pueblo que se había encontrado sin un partido, sin un líder”. Más claro, el agua.
La cultura política neocon tiene, como mínimo, el mismo peso que la neofascista en Hermanos de Italia
Ahora bien, reducir HdI a esto sería un craso error. No se trata tanto de que uno de sus fundadores y hombres de poder en la sombra, Crosetto, viene de la Democracia Cristiana y el berlusconismo. Sino de que la otra cultura política que encontramos en HdI, y que tiene el mismo peso como mínimo que la neo y posfascista, es la del neoconservadurismo que en las últimas dos décadas ha virado marcadamente hacia posiciones autoritarias, alejándose en temas de valores y derechos de los conservadores a la Thatcher y profundizando mucho la radicalización que ya se dio con los neocons yankee en tiempos de Bush hijo. De hecho, además de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, las principales referencias ideológicas para HdI son los filósofos Roger Scruton y Yoram Hazony, además del polaco Ryszard Legutko, todos citados en más ocasiones por la misma Meloni en su autobiografía.
La Internacional Neoconservadora
Autor de The Meaning of Conservatism (1980), Scruton fue en los ochenta el fundador y editor de The Salisbury Review, una revista de la órbita de los Tories británicos que defendía el tradicionalismo político, recuperando el pensamiento de Edmund Burke. Hazony es un nacionalista israelí, cercano a Benjamin Netanyahu, autor de La virtud del nacionalismo (2018) y presidente de la Fundación Edmund Burke: se ha convertido en un referente también para el mundo trumpista. Finalmente, Legutko, además de ser un dirigente del partido ultra polaco Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco), es autor de obras como The Demon in Democracy: Totalitarian Temptations in Free Societies (2019), donde afirma que el sistema político liberal tiene, al fin y al cabo, los mismos objetivos que el comunista.
No extraña, pues, ni que en el símbolo de HdI aparezca la palabra “conservadores” –al lado de otra: “soberanistas”– ni que Meloni presida los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), partido del cual Legutko es copresidente. En el ECR encontramos no solo a HdI y el PiS, sino también a Vox, los Demócratas de Suecia, el Likud y el N-VA flamenco, además de otros partidos del este y el norte del continente. Hasta el Brexit, ahí estaban también los Tories, con los cuales Meloni tiene una excelente relación, así como con los republicanos norteamericanos. Trump la invitó a principios de este año a la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), celebrada en Florida. También Orbán se mueve en esas coordenadas: en mayo organizó la primera reunión europea de la CPAC en Budapest y en 2020 participó, junto a Meloni, Abascal y Marion Maréchal Le Pen, en la conferencia dedicada a Reagan y Wojtyla que la Fundación Edmund Burke de Hazony organizó en Roma.
Hay sobre todo dos personas que mantienen estas conexiones por parte de HdI. Uno es Raffaele Fitto, eurodiputado y posiblemente futuro ministro de Asuntos Europeos que, tras dar sus primeros pasos en política con la Democracia Cristiana, entró en Forza Italia y fue presidente de la región de Apulia y ministro en el último gobierno de Berlusconi. El otro es Francesco Giubilei, joven presidente de los dos principales think tanks de HdI, Nazione Futura y la Fundación Tatarella, dedicada a Giuseppe Tatarella, histórico dirigente del MSI y fundador, con Fini, de AN. Por cierto, justo este fin de semana, Giubilei ha organizado en Roma la conferencia “Italian Conservatism: Europe, Identity, Freedom”, en la cual han participado, entre otros, Jorge Buxadé, Balász Orbán –hombre de confianza del autócrata húngaro–, André Ventura –líder de Chega–, John O’Sullivan –exasesor de Thatcher– y Mattias Karlsson –dirigente de los Demócratas de Suecia.
Os preguntaréis por qué os aburro con esta retahíla de nombres. La cuestión es que si perdemos de vista estas redes globales y, por supuesto, esta cultura política, la neoconservadora, que se ha ido transformando en las últimas décadas, no entendemos ni qué es Hermanos de Italia ni qué quiere ser en el futuro próximo.
Un partido conservador de masas
El objetivo de Meloni es, en síntesis, el de crear en Italia un gran partido conservador de masas. Tengamos en cuenta qué significa para todo este sector el concepto de conservadurismo. No hablamos de la Democracia Cristiana de la segunda mitad del siglo XX, ni de los neoliberales de los años ochenta. Como explica el mismo Giubilei en la biografía que ha escrito de Meloni –publicada en traducción española, con prólogo de Buxadé, por la Editorial IVAT-Homo Legens, es decir, la editorial de Vox fundada por Gabriel Ariza–, este nuevo conservadurismo se resume en la triada “Dios, Patria y Familia” a la cual tenemos que sumar la “Libertad”, en el sentido de la aceptación del marco neoliberal. Estamos delante, pues, de una reformulación del “viejo” conservadurismo donde al culto neoliberal del libre mercado se suma el paradigma identitario y soberanista. Cobran centralidad los valores y una visión restringida de los derechos. Es un conservadurismo, en suma, más autoritario.
El modelo de partido para HdI serían los actuales conservadores británicos y norteamericanos, transformados respecto a la época de Thatcher y Reagan con la entrada en escena de las guerras culturales
Si tenemos en cuenta esto podemos entender la operación de cooptación de dirigentes que provienen del berlusconismo por parte de Meloni como el mismo Fitto, Marcello Pera, Giulio Tremonti o el democristiano Gianfranco Rotondi. No se trata solo de suplir la falta de cuadros políticos en HdI, que también, sino de poner las bases de un nuevo proyecto político, a partir de una visión del mundo que tiene muchas convergencias. Esta radicalización de los conservadores de antaño, por así llamarlos, no es una peculiaridad italiana. Los Tories británicos y los Republicanos estadounidense lo demuestran, así como el caso de Fidesz, el partido fundado por Orbán tras la caída del Telón de Acero como un movimiento liberal. No olvidemos que el premier húngaro fue becado por la fundación de Georges Soros a finales de los ochenta. Algo similar se dio en Polonia con Kaczynski y los suyos. Si no me creen, lean El ocaso de la democracia de Anne Applebaum que viene de ese mundo y se quedó anonadada por el giro reaccionario de sus antiguos compinches.
El modelo de partido para HdI serían pues los actuales conservadores británicos y norteamericanos, transformados respecto a la época de Thatcher y Reagan con la entrada en escena de las guerras culturales. Recuerden el Tea Party y lo que significó al otro lado del charco antes de que apareciese Trump. En Italia, cabe recordar, no existió nunca un partido conservador propiamente dicho: la Democracia Cristiana fue muchas cosas a la vez, mientras que Forza Italia fue/es un partido-hacienda dependiente de su líder. Quizás deberíamos tener en cuenta la experiencia del Pueblo de la Libertad, fundado por Berlusconi en 2009 como la fusión de Forza Italia y AN. Experiencia que fracasó y de la cual Meloni, La Russa y Crosetto salieron a finales de 2012 –por la negativa del Cavaliere a dejar paso a una nueva generación y por el apoyo al gobierno técnico de Mario Monti– para fundar HdI. En mi opinión, pues, este es el objetivo de Meloni: unificar bajo nuevos parámetros toda o gran parte de la derecha italiana. Un Pueblo de la Libertad ultraderechista. Otra cosa es que lo consiga.
¿Qué gobierno será el de Meloni?
Volvamos entonces al escenario dibujado por Rino Formica. ¿Será Meloni la nueva Thatcher de la Garbatella? Si nos ceñimos a las políticas económicas, estas se parecerán mucho. Aún más en la coyuntura de los próximos tiempos, marcada por la crisis energética, la inflación y una más que probable recesión económica. Bajada de impuestos, buena relación con la patronal, recortes de políticas sociales. Ahora bien, la visión de la sociedad que propone Meloni es más restrictiva que la de Thatcher en temas de valores. Se parece mucho más a la de Trump y del ejecutivo polaco o húngaro.
El atlantismo, el soberanismo y el ultraconservadurismo serán los pilares de la acción del futuro ejecutivo transalpino
En un anterior artículo, de hecho, hablé de la posible polonización de Italia en el caso de una amplia victoria de la coalición de ultraderecha hegemonizada por Meloni. En síntesis, un gobierno cuyas vigas maestras serían el atlantismo, el soberanismo y el ultraconservadurismo. Estoy convencido de que esos serán los pilares de la acción del futuro ejecutivo transalpino. Ahora bien, esto no significa que Italia se vaya a convertir de la noche a la mañana en una democracia iliberal o un “régimen híbrido de autocracia electoral”, para citar a la resolución del Europarlamento sobre Hungría. Meloni es consciente de que debe moverse con pies de plomo: sabe que si quiere durar debe evitar un choque frontal con Washington y Bruselas. De ahí el esfuerzo por presentarse como moderada durante la campaña electoral y las poquísimas declaraciones tras la victoria del 25S. De ahí su tan repetida fe atlantista y la negativa a, como pide Salvini, aumentar el gasto público, lo que impactaría en las cuentas de un país cuya deuda pública supera el 150% del PIB. Esas, recordémoslo, son las líneas rojas que no puede traspasar.
Desde el minuto uno habrá, eso sí, una burda retórica ultranacionalista y se apostará una vez más por las guerras culturales. No habrá, sin embargo, al menos al principio, leyes que recorten derechos de una tajada. Será todo más sutil, difuso, paulatino. Se mantendrá la ley 194 que garantiza el aborto, pero se hará en la práctica imposible abortar, como ya ha conseguido HdI en una de las dos regiones que preside, Las Marcas. Se mantendrá posiblemente la misma legislación en cuanto a inmigración, que de por sí ya es muy restrictiva, pero se aplicará a rajatabla o se endurecerá hasta donde se pueda. Poco a poco, sin que suenen demasiadas alarmas. Y también para acostumbrar a la ciudadanía. Para hacer todo más aceptable, a fin de cuentas.
El objetivo, en síntesis, es consolidarse, pasar un invierno que será extremadamente difícil debido a la coyuntura internacional, convertirse en un gobierno presentable, incluso un socio más o menos fiable en temas cruciales. Nada de pedir la salida del euro y la UE: ya no estamos en esa tesitura. La idea de UE que tiene HdI es confederal, es decir, como explicaba en su programa electoral para las europeas de 2019, “de una Confederación europea de Estados nacionales y soberanos, capaces de cooperar en las grandes cuestiones […] pero libres de autodeterminarse en todo lo que puede ser decidido mejor a nivel nacional”. Meloni jugará pues a dos bandas: por un lado, fortalecerá el eje con Varsovia y Budapest, aunque a veces no lo diga explícitamente. A los amigos no los dejará en la estacada cuando necesiten ayuda, véase en alguna votación clave en sede europea. No olvidemos que el de Orbán y Morawiecki es su modelo de sociedad: si lo pudiese aplicar ahora mismo lo haría. Pero sabe, primero, que Italia no es Hungría o Polonia por el peso que tiene en la UE y, segundo, que la sociedad italiana no es la de los países del Este.
Por otro lado, no se encerrará –léase: suicidará– en un triángulo Roma-Budapest-Varsovia, contraproducente e incomprensible para las élites italianas. Intentará jugar un papel en Europa, pero a su manera. Buscará convergencias cuando le convengan con París y con Berlín, fortalecerá los lazos con Washington y quizás con Londres. Probará posiblemente también a romper el eje franco-alemán. Obviamente, se pondrá de perfil cuando se trate de avanzar en la integración europea. Habrá menos compromiso en la aplicación del Green Deal. Se pisará el freno y se pondrán muchos peros a las reformas que pide y pedirá la Comisión. Y todo se aliñará con una retórica soberanista chabacana contra los “tecnócratas de Bruselas”. Pero se evitará, en todo lo posible, el choque frontal que, sin embargo, no se puede descartar si las cosas en algún momento se les van de las manos, si superan las líneas rojas antes citadas o si pisan el acelerador en cuanto a derechos fundamentales y separación de poderes. Un escenario más bien a largo plazo, en todo caso.
Ahora la cuestión crucial es qué hará Bruselas. Resumiendo, ¿dejará hacer? Me temo que no le queda otra, en el caso de que Meloni y los suyos sean mínimamente inteligentes y respeten las reglas del juego. En la Comisión el objetivo es que Italia no se convierta en una nueva, más grande y amenazadora Hungría. Sin embargo, hay una última pregunta que cabe hacerse: ¿puede ser el de Meloni un experimento? Es decir, si funciona, por así decirlo, el modelo italiano, ¿se aplicará en otras latitudes? Esto es lo que se están planteando cada vez más explícitamente los Populares: una alianza con el ECR de cara a la próxima legislatura europea. Lo que está pasando en Suecia apunta en esta dirección. En la primavera de 2024, cuando se celebran las próximas elecciones europeas, nos jugamos mucho.
“Hubiera deseado tanto ser la Evita Perón de las masas populistas en Italia. Pero estará condenada por la fuerza de las cosas a ser una arisca Thatcher sin ni siquiera mantener la autonomía de la dirección. Porque la dirección la tienen otros. En sede supranacional”. Así resumía Rino Formica, exministro...
Autor >
Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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