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CANTAR PATRÁS

¿Qué les pasa, señores, con lo inclusivo y lo transversal?

Formar ciudadanos “solidarios, ecologistas y feministas”, como enuncia la LOMLOE, significa acompañar a los jóvenes a un posicionamiento crítico en el mundo concreto y plural en el que viven, que no pueden dejar en el perchero al entrar en la escuela

Aurora Fernández Polanco 8/11/2022

<p><em>Qué se ve desde aquí</em>, 2022, proyecto de Antonio Ballester, Fundacion FCAYC, en colaboración con IES Pablo Díez de Boñar (León).</p>

Qué se ve desde aquí, 2022, proyecto de Antonio Ballester, Fundacion FCAYC, en colaboración con IES Pablo Díez de Boñar (León).

A. Ballester

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Me gustaría comentar brevemente algunos artículos publicados estos días en CTXT que, como diría la maravillosa poeta gallega Luz Pichel, no han abierto precisamente en mí senderitos para adentro. Se trata de “LOMLOE, de vuelta a la caverna”, de Javier Mestre y la entrevista que Esther Peñas le hace a Pascual Gil Gutiérrez. Valoro en ellos, como no podía ser de otra manera, la defensa de la educación pública y gratuita y, como los mencionados autores, huyo de la mercantilización y la irracional burocratización de la misma. Detecto, sin embargo, una serie de desaforados ataques a la LOMLOE que no puedo rebatir con conocimiento profundo de la ley, pero que causan en mí un malestar del que trataré de dar cuenta desde mi experiencia como profesora a pie de aula. Aunque sea universitaria.

La primera desazón tiene que ver con el conocimiento racional, desinteresado y universal que se reivindica en el artículo de Mestre, un conocimiento “accesible hasta para el esclavo analfabeto de Menón”. Para rebatir la tesis sin caer en la trampa de su negación, se me antoja jugar metafórica y anacrónicamente a sustituir al esclavo de Menón, entregado al cuestionamiento socrático, por la esclava de Tales de Mileto que, según cuenta Platón, reía como loca cuando el pobre filósofo se precipitaba en una zanja, mirando como estaba siempre a las alturas. El filósofo de Mileto provoca la risa de una persona que, con los pies en la tierra, se ocupa de sus cuidados y de otros menesteres. Las carcajadas de la esclava tracia, tachada siempre de ignorante, tienen su miga y necesitan ser revisadas –si es que no se ha hecho ya– por pensadoras que miren de otra forma a esta sirvienta que le achaca a Tales el desarraigo de la teoría: ¿cómo miras tan lejos y no ves lo que tienes cerca, es decir, no atiendes a las condiciones materiales de tu vida? Con cierto y reconocido atrevimiento, intento arrimar el ascua a mi sardina feminista y alumbrar con ella los aspectos necesarios de la vida práctica y ecodependiente presentes en los currículos del sistema educativo por venir. Como imparto clases universitarias en Artes, nos podemos permitir estas licencias, pero seguro que la discusión puede ser también provechosa en institutos de educación secundaria: la esclava tracia y Menón, ¿hay forma de hacerlos coincidir? 

¿Por qué los amigos de la universalidad –y enemigos acérrimos de la “totalidad” de la LOMLOE– se toman a chanza el hecho de que la ley recoja la necesidad de trabajar por una sociedad más inclusiva y solidaria? ¿Qué tiene lo universal y de qué adolece lo inclusivo? ¿Cuál de los dos está mas cerca de denunciar la brecha socioeconómica, la devastación del planeta, la violencia contra las mujeres, las opciones sexuales o el racismo cotidiano? Con la crisis ecosocial que padecemos, ¿no debe estar la educación a la altura de un nuevo paradigma donde la “instrucción” adelgace y las bandas transversales del currículo –la sostenibilidad, el feminismo y la inclusión–, dejen de ser meros adornos formales (parerga), para convertirse en arterias que lo irriguen? Cada contexto escolar es distinto. Por eso, está bien aterrizar el currículo en problemas que, a buen seguro, atañen hoy más a nuestras estudiantes que el teorema de Pitágoras en su “esencial impersonalidad”. 

Formar ciudadanos “solidarios, ecologistas y feministas”, como enuncia la LOMLOE, no significa estar entregados al “marasmo ideológico de las redes y de internet”, como escribe Mestre, sino acompañar a los jóvenes, en cada vertiente curricular, a elaborar un posicionamiento crítico en el mundo concreto y plural en el que viven y que no pueden dejar en el perchero al entrar en la escuela, el instituto o la universidad. Y ha de hacerse de forma interdisciplinar, transversal, aunque este sea un término denostado por los amigos incondicionales de la universalidad. Y de la disciplina (en el doble sentido de la palabra). Poner a trabajar las materias supone mezclarlas con otros saberes y haceres que competen y que tienen (en su haber cotidiano) las y los estudiantes, quienes no son ciudadanos ideales del mundo, sino que provienen de contextos y situaciones muy distintas. De ahí, simplemente, la educación inclusiva. De ahí, la mal entendida educación personalizada, que no es otra cosa que rebajar la pretensión de transmitir unos conocimientos “para todos” a través de temarios encapsulados y repetitivos al servicio, en última instancia, del negocio de los libros de texto.

Se puede decir que el arte y las humanidades sirven para algo sin que por ello se nos acuse de agentes del mercado

Me extraña que todavía se hable del saber por el saber o el arte por el arte. Se puede compaginar el hecho de que la idea estética te ayude a pensar mucho y que las prácticas artísticas se puedan “usar”. Hay un uso que no tiene por qué confundirse con el utilitarismo. Y sí, se puede decir que el arte y las humanidades sirven para algo sin que por ello se nos acuse de agentes del mercado. Les dejo un ejemplo concreto y esperanzador.

Tuvo lugar el curso pasado en el campo en el que me desempeño, un proyecto de largo aliento entre el artista Antonio Ballester, el Área de Educación y Programas Públicos de la Fundación Cerezales y el profesorado y estudiantes del IES Pablo Díez de Boñar (León). De modo transversal, saltaban chispas entre el arte, la artesanía, la ecología, la educación, los saberes y haceres ancestrales y los porvenires. Las y los estudiantes se volcaron en el proyecto durante meses. En Lengua, Inglés, Francés y las asignaturas del departamento de Geografía e Historia trabajaron la comunicación con todo tipo de textos, las entrevistas, la comunicación oral, la edición de sonido y el código abierto. En Dibujo y Educación Física se dedicaron a la ergonomía, realizaron mediciones de sus cuerpos, aprendieron teoría de higiene postural, tan útil para su día a día, y el proceso de carga y descarga desde el taller Hacendera: un corro (2022), impartido por profesores del Centro de Oficios y Artes Plásticas de León. De la ecología se encargaron con un foco más preciso la Tecnología y la Biología: organizaron salidas de campo y charlas con técnicos forestales. Plantaron árboles para compensar la madera que habían utilizado para hacer su bancada ideal (el corro para compartir discusiones), intentaron mejoras en el huerto. En Matemáticas, Tecnología y Economía, trataron cuestiones de logística: presupuestos, montaje, herramientas. También cuestiones relativas a las diferencias entre arte, artesanía, diseño, seriación o autoproducción. Todo ello se recogió en videos y piezas (como la bancada comunitaria) que pudieron verse en la exposición de la Fundación Cerezales. Como les digo, un caso práctico de lo que se viene reclamando en la LOMLOE. 

Dicen –y lo comparto– que nuestra salvación como especie pasa por la educación de hábitos, de valores, de gustos. Desde los sectores de la enseñanza sabemos que esto no ocurre por arte de magia: no está de más que los impuestos no bajen para los más ricos y que los Estados democráticos nos amparen con leyes que permitan mejor vida material para los más desfavorecidos. Roman Krznaric en El buen antepasado (Capitán Swing, 2022) sostiene que nuestra habilidad imaginativa es capaz de planificar y pensar a largo plazo. La mayor crítica que podríamos llegar a hacer a la LOMLOE es que falte financiación para que esta imaginación intergeneracional pueda luchar contra la tiranía de la inmediatez.

Me gustaría comentar brevemente algunos artículos publicados estos días en CTXT que, como diría la maravillosa poeta gallega Luz Pichel, no han abierto precisamente en mí senderitos para adentro. Se trata de “

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Autora >

Aurora Fernández Polanco

Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.

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1 comentario(s)

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  1. vinadomingojordi

    Está bien esto de ser suscriptor y poder opinar junto a los grandes. Espero que un día mis comentarios sean más largos que los artículos que comentan. Hace unos días, en referencia al artículo de Mestre en estas páginas, escribí que veo cuatro cuadrantes en el debate sobre leyes educativas, las cuales, al fin y al cabo, son una plasmación de lo que se piensa por ahí sobre este asunto de educar. Estos cuadrantes estarían definidos por los ejes Progresista / Conservador en cuestiones de la vida en general y A favor / En contra de la innovación en maneras de enseñar y las leyes que las estructuran. Pues bien, si el artículo de Mestre estaría dentro del cuadrante Progresista / En contra de la innovación (la LOMLOE se quiere innovadora), el de Fernández Polanco estaría en el de Progresista / A favor de la innovación. El caso es que tanto uno como otro tienen mucha razón y, al mismo tiempo, no ponen en el centro el gran tema: la falta de equidad en la educación. Dije que en el de Mestre había cosas que no compartía porque en la postura que defiende siempre hay una cierta pereza argumentativa: lo que dice ya ha sido expresado en cientos de artículos (pérdida de cultura humanística, fabricación de ciudadanía aborregada...) e identifica lo bueno de la educación con lo que a muchos les fue bien e hizo de ellos personas cultas y críticas, sin dedicar demasiado tiempo a pensar en si eso sirve para un alumnado como el actual. La experiencia parece indicarnos que algo habría que cambiar, que no todo sirve para todos y para siempre. En cambio, todo lo referente a cómo se diseña un modelo que parece destinado a hacer de la educación una travesía ligera para el alumnado que no evoluciona a riesgo de que dicho modelo educativo tenga poco fundamento y menos riqueza conceptual parece más que cierto, no como principio normativo para todos por igual, pero sí como opción integradora para ese alumnado que no obtiene ningún tipo de éxito con el modelo actual. No sé si, como afirman muchos, el objetivo es la construcción de una ciudadanía aborregada. Estas opiniones entrarían en el dominio de una leve conspiranoia y yo no veo que la LOMLOE sea una ley malintencionada. Lo que sí es más que evidente es que hay en los gestores educativos mucho miedo al fracaso, hay pavor a que la cantidad de alumnado que no va a ninguna parte siga siendo tan grande en el país y que su apuesta de mejora no es la que en esencia se necesita, aunque tenga partes interesantes. Si todo el sistema está organizado de manera que se evalúe a sí mismo, la percepción que se puede transmitir es que se está en situación mejorable, tampoco desastrosa. Lo cual no es falso. En conjunto. Ya. Pero las pruebas externas tipo PISA o las de Competencias Básicas devuelven una foto en la que, como todas las fotos donde sale mucha gente, los hay que salen mejor y los hay que fueron pillados con muy mal aspecto. ¿Quién se ocupa de estos últimos? La LOMLOE quiere hacerlo, pero la solución parece ser el un modelo integrador en el que todo el alumnado pueda, por así decirlo, pillar algo. Se aprobaría mucho, lo cual ya sucede, y se aprendería según del barrio que seas y del tipo de familia que tengas, o sea, que se podrá superar niveles aprendiendo más bien poco porque los indicadores de éxito darán una buena respuesta a aspectos diferentes de los que tienen que ver con el conocimiento profundo de ciertos contenidos, y que sean transversales o estancos no importa nada aquí. De hecho, una parte del aparato teórico de la nueva ley parece apuntar a una sustitución de la idea de aprobar por la de estar en el cole y recorrer los estadios de un proceso, vivir unas experiencias y demostrar que se ha entendido algo, saber estar en convivencia de una manera respetuosa y hacer unas cuantas cosas cuyo peso intelectual variará de centro a centro y de persona a persona. ¿Qué tiene de malo?, se preguntará alguien. Nada y casi todo. Nada si hay un entorno familiar, social, econòmico y cultural propicio. Casi todo si no es ese el caso, y el casi lo dejamos porque al menos, como dice Fernández Polanco, hay un enfoque hacia asuntos vitales en una sociedad que se quiera justa que son loables. La prueba de lo que afirmo, más que comentada entre profesorado de al menos secundaria y al menos en Catalunya es que, desde hace tiempo, ya veremos si cambia, si trabajas en un centro que no tiene buen aspecto, tendrás todo el sector mirándote con lupa, hostigándote y recordándote que cambies, aunque no sepas por dónde empezar a cambiar ni cómo ni te fíes un pelo de los cambios propuestos; si trabajas en un centro de una población de clase media tirando a alta, titulas el 99% de tu alumnado y envías 90 alumnos a la Selectividad, de los cuales aprueban 89, te dejarán en paz aunque en tu centro se imparta clase como en los tiempos de Cánovas del Castillo. Es ese tipo de datos que demuestran que el problema real, el gordo, no es el modelo educativo ni la ley que haya, que si va bien poco importa que el alumnado demuestre según qué cosas. Otra prueba es que el alumnado que por convicción de las familias va a la pública en que se aprende poco porque es la del barrio, recibe todo tipo de complementos en forma de extraescolares de refuerzo o ampliación, propiciando un sistema educativo paralelo cada vez con más oferta que suple las carencias del otro. Por eso también los ayuntamientos sensibles al problema del pobre crean versiones subvencionadas de estos sistemas paralelos que funcionan con más o menos gloria. Que es como decir que la escuela así no llega a según qué lugares y que saben que el problema no es la escuela, sino las circunstancias de sus habitantes. Por tanto, no se trata realmente de qué hay en la ley ni de cómo se enseña. Este artículo de Fernández Polanco dice que lo que la ley pone en el centro de la educación es defendible. También está en lo cierto. Cualquier persona desprejuiciada, de hecho, se dará cuenta de que no hay contradicción entre los contenidos defendidos por la posición de Mestre y la otra. Qué tendrá de malo poner en el centro valores como los destacados por Fernández Polanco en su experiencia leonesa. Sobre todo cuando ya solo los muy abyectos o desinformados piensan que asuntos como el de la ecología, el patriarcado tóxico o la salud emocional son para tomárselos a broma. Como ya expuse en el comentario al artículo de Mestre, el problema es otro, distinto del que un artículo y otro ponen en el centro del debate. El problema es que en muchos lugares no se puede dar clase. Ningún tipo de clase. Así de claro y así de duro. Y no hablo de mal comportamiento. Incluso los que por carácter no tienen gracia en eso de ser respetados desde el minuto uno del curso aprenden cómo lograrlo con el tiempo. Los gestores educativos lo saben, pero no os la van a contar, que no se da clase, lo que se entiende por clase. Se da una cosa parecida a la clase, pero no es clase. Y no se da por toda una serie de circunstancias sociales, económicas y culturales que a la puerta de las escuelas ponen a unos críos que no se ven a sí mismos como sujetos que puedan aprender nada, que encuentren la conexión entre estudiar y mejorar. Por eso despistan con carroña mediática, especialidad de gente como el conseller González-Cambray, con sus juguetitos de trilero de la gestión educativa, con sus comienzos de curso días antes y sus horas reducidas al profesorado a curso comenzado, todo encaminado a enfrentar familias con comunidad educativa o profesorado entre sí. Por ello, proporciona una sensación extraña leer la descripción que hace Fernández Polanco de la hermosa experiencia pedagógica que reseña en su artículo. Hay que hacer un esfuerzo para no caer en el cinismo y decir "cómo me alegro por usted, yo no podría hacer nada ni remotamente similar. Lo intenté y acabé triste, al borde del colapso emocional". En muchos centros educativos, dar clase como a Mestre le gustaría o darla como le mola a Fernández Polanco es imposible. La mera expectativa de que un sector amplio del alumnado conserve un material de un dia para otro, que tenga en sus pensamientos aprender o que simplemente venga a clase tres días seguidos (esencial en el trabajo cooperativo, vital en cualquier aprendizaje por proyectos) es tan ilusa como ganar el Euromillón. No es que un modelo sea mejor que otro, es que ninguno de los dos sirve porque hay centros educativos en los que la mayoría del alumnado está desamparado de toda supervisión familiar y deambula por el lugar sin encontrarle ningún sentido a nada de lo que hace. El estado, sus diferentes gobiernos y los gestores educativos se desentienden de la obligación moral de suplir este desamparo y permiten que lo que fue apaño (concertar, aunque también hay una competencia feroz entre centros públicos que se disputan el alumnado de un barrio) sea eterno y lo que era inercia (llevo a mi hijo o hija a centros donde creo que recibirá cierta educación pero también los alejaré de cierto tipo de compañeros) devenga derecho constitucional. El resultado es que hay centros en los que la mayoría del alumnado es así, desamparado. Sin otro referente que compañeros iguales a ellos, el desastre está servido. Que a nadie le quepa ninguna duda: para que este tipo de alumnado saque una ESO hay que hacer muchas cosas imaginativas con las leyes, hay que calzar el aprendizaje en un diseño bastante laxo, nebuloso, interpretable, poniendo en el centro del aprendizaje como objetivos del mismo cosas que, como la autora dice, han de estar, però que estando no se ha de ignorar que serán las únicas que cierto alumnado pillará, ignorando aquellos conocimientos que desechará porque no asocia con nada que ya sepa ni se le activa ningún interés por aprenderlos. Sociólogos como Goldthorpe ya demostraron más que suficientemente la correlación entre sociedades basadas en el reparto de la riqueza y el éxito educativo (hay otras menos equitativas con éxito, pero si les restas el bienestar de la ciudadanía, también la escolar, descubres que no son muy envidiables). Otros, como Xavier Bonal aportan datos sobre por qué el éxito va por barrios y/o tipos de familia. Decir esto parece equivaler a decir que mejor no hacer nada hasta que tengamos una sociedad más justa. No. También se puede cambiar de una vez el sistema de reparto de alumnado y así se podrá enseñar de una manera o de la otra, pero se podrá enseñar y se podrá aprender. Hasta entonces, aprender como les gusta a Mestre o a Fernández Polanco solo se podrá hacer en determinados centros, no en todos. Ni siquiera en la mayoría, al menos no en muchos de los públicos. Y la media nacional irá mejorando o empeorando levemente sin que la bolsa de desamparados desaparezca ni disminuya, pues ni de coña es la escuela la que la excluye como dicen los innovadores, como tampoco ni de coña el modelo anti-innovación lograba que a antes aprendieran más.

    Hace 2 años

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