CRISIS ECOSOCIAL
Diario de duelo climático
Vivencias sobre eco-ansiedad y solastalgia
Tania López García 19/12/2022
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Desde hace varios años registro todos los días las temperaturas en mi diario.
En un principio comencé a incluirlas y a escribir sobre ellas empujada por pura intuición y más tarde por pura rabia, una rabia que iba creciendo dentro de mí y que pretendía ser un registro personal, de cómo se sentían las nevadas copiosas y los veranos interminables.
Así, detallé los crujidos –como tiros de escopeta en medio del silencio– de las ramas de los pinos al quebrarse y caer por el peso de la nieve en el temporal de Filomena, o la sequedad gradual de esos árboles una vez pasado el temporal.
Cuando escribo sobre los fenómenos climáticos en mi diario les doy coherencia, los amanso, los explico. Lo hago para agarrar desde mi experiencia personal aquello que la desborda y para convertir en algo que puedo asir, sobre lo que puedo actuar, lo que parece enorme e imposible de cambiar.
El día 15 de julio de este año escribo en mi diario:
Cuando escribo sobre los fenómenos climáticos en mi diario les doy coherencia, los amanso, los explico
Son las dos de la mañana. Hace exactamente treinta grados centígrados en el salón según el reloj digital.
Calor. Calor insoportable que se agarra a los huesos, una dentadura de calor nos rodea, nos masca.
15 de julio, la mitad del verano empieza aquí. El verano se va. Esperamos que se vaya. El verano no nos sirve. El verano ya no es verano, es otra cosa indefinible.
***
Te levantas y el salón está a la misma temperatura con la que te fuiste a dormir. Afuera no se oye ni un pájaro, solo la música de la radio que alguien ha puesto en la distancia.
No tienes la suficiente fuerza, ni tampoco la capacidad para hacer nada porque ha hecho demasiado calor durante toda la noche. A eso de las cuatro de la mañana, casi las cinco, estás tan cansada de no dormir que te metes una pastillita en la boca. La muerdes porque tienes miedo de atragantarte y luego tragas los trocitos con bastante agua, porque tienes sed. Es imposible no tener sed.
Todo esto se ubica en el fondo y en la forma de la ciencia ficción. O de un futuro que no se corresponde con el presente. Todo es distópico. J.C. me escribe: ayer una tormenta del tamaño de toda Galicia se formó y pasó como un huracán por aquella zona, llegando a destrozar algunas casas. Todo es violento e inquietante. El calor se impone, reclama ser habitual. Pero nuestros cuerpos, los cuerpos de todos, desde la flor amarilla que sale de entre unas rocas hasta el cuerpo de los gatos callejeros, de las ardillas que notaran la escasez de piñones, y nuestros cuerpos todos ¿Qué tienen qué decir ante esto? ¿Cómo se adaptan a todos estos cambios?
Por si acaso, dejas agua a los pájaros a diario, cuando les ves volar hacia el balcón, con los picos abiertos, tan asfixiados que temes que se caigan redondos a mitad del vuelo.
La cabeza duele, probablemente porque no se duerme bien. Cuesta respirar, es extraño. Cuesta respirar.
La extrañeza convive con nosotros, se hace evidente, mientras nosotros intentamos llevar la misma vida, la extrañeza se impone. Disociamos. ¿Podemos hacer que esto pare en seco? No, decimos. Disociamos. Si un cuerpo no puede con el calor podemos imaginar otro cuerpo, otra vida, todo ello mientras saltamos de una información a otra.
En 2006 los científicos predijeron que subiría un grado la temperatura para 2020. En este momento en el que estamos ya ha subido dos y medio.
El calor significa vivir en el futuro. Es como el calor que habíamos previsto en 2050, así que vivimos virtualmente en el futuro, vivimos en un presente-futuro porque es más fácil admitir la posibilidad del futuro que la realidad de este presente.
Los días siguientes, debido a la inquietud de la ciudadanía en general por las altas temperaturas, leí mencionado en prensa el término eco-ansiedad.
Esta palabra se creó en el año 2017 por la Asociación Estadounidense de Psicología y el grupo de activismo climático ecoAmerica en un intento de designar el miedo y la angustia producidos por los numerosos cambios climáticos que tenemos que hacer frente.
La palabra lleva aparejada una serie de connotaciones que entroncan con el estupor y la parálisis y enseguida fue asociada al temor de la gente joven por encontrarse sin una perspectiva de futuro.
El término eco-ansiedad se menciona mucho más que una palabra mucho más dura, más desagradable: duelo
En este escenario el término eco-ansiedad, tan susceptible a las burlas que acarrean otras palabras compuestas, se menciona mucho más que una palabra mucho más dura, más desagradable: duelo.
Es curioso además que no se mencionara (o directamente se evitara mencionar) la palabra solastalgia, un neologismo acuñado en 2005 por Glenn Albretcht que remite a la ansiedad y la angustia por el deterioro medioambiental, señalando el dolor por la pérdida de la seguridad que se encuentra en el hogar como lugar de refugio, solaz.
En la solastalgia, el término duelo se intuye casi al final de este, aparece como consecuencia del dolor y el desconsuelo por la degradación ecológica que inevitablemente cambiará nuestras formas de vida y nuestras costumbres para el resto de nuestras vidas.
Nuestros pensamientos y nuestras emociones se amoldan mejor al sentimiento de pérdida que conlleva el duelo: eso que vivíamos no era un verano, algo que ya habíamos perdido –como apunto en mi diario–, sino una cosa distinta, alejada de todo lo que habíamos vivido hasta entonces.
Existe una diferencia fundamental entre la ansiedad y el duelo. La ansiedad constituye una parálisis nerviosa, que no asimila, puesto que está superada por las circunstancias; que no ofrece y no puede ofrecer alternativas precisamente por su incapacidad de movimiento. Mientras que el duelo es un proceso de aceptación que implica una cierta resistencia: una necesidad de seguir viviendo, ya no paralizados, sino aceptando las condiciones, resistiendo.
Del duelo nos habla Terry Tempest Williams en su reciente libro Erosión, en el que, mediante pequeños ensayos, menciona los distintos duelos por los que atraviesa en su vida: el duelo por la muerte de su padre, el duelo por la desaparición de su perro, el duelo por el clima y la tierra, esa tierra que es maltratada por las políticas neoliberales y el fracking.
En todos estos duelos hay una aceptación y comprensión profunda de los ciclos naturales a los que se aferra y de los que toma su fuerza: “Debemos ser creativos. Debemos ser colaborativos. Y sobre todo debemos ejercitar nuestra compasión sobre todas las especies. La empatía es lo que lleva a la acción”.
El duelo es un proceso de aceptación que implica una cierta resistencia: una necesidad de seguir viviendo
Precisamente esa llamada a la acción es algo que podemos leer en La seta en el fin del mundo, de la autora Anna Tsing Lowenhaupt.
“¿Qué hacer cuando el mundo está empezando a derrumbarse? Por mi parte, salgo a dar un paseo, y si ese día tengo suerte, encuentro setas”.
En este libro que trata de volver la mirada hacia el mundo invisible que sostiene el bosque –los hongos– y que prospera en condiciones de precariedad, lo más importante es el ejercicio de atención, aquel que permite la creación de pensamiento y que nos permite también cambiar nuestro punto de vista.
Este gesto, señala Lowenhaupt, es el que nos permitirá sobrevivir en un momento en el que debemos adaptarnos y evolucionar mientras nuestro alrededor cambia. Sin embargo, para llegar hasta ese punto hay que salir del shock; el proceso para admitir y comprender que la situación es diferente y ha cambiado es el de la conciencia de la pérdida: el duelo. Para ello, refiere Terry Tempest, debemos recuperar nuestros lazos con la naturaleza. Solo este interés y esta atención es capaz de impulsar una lucha que nos incluya a todos.
Una forma de conciencia es la atención prestada a los fenómenos climáticos, su comprobación y asimilación. Más allá de la constatación del calor y de la escritura apocalíptica se me ocurre que en esta solastalgia, en este duelo que estamos viviendo cada uno individualmente y de forma colectiva, sigamos volviendo la vista hacia aquello que por tanto tiempo ha sido invisible a nuestros ojos.
Yo lo consigo mediante el proceso diarístico, después de todo la observación es la primera regla de la escritura.
Desde hace varios años registro todos los días las temperaturas en mi diario.
En un principio comencé a incluirlas y a escribir sobre ellas empujada por pura intuición y más tarde por pura rabia, una rabia que iba creciendo dentro de mí y que pretendía ser un registro personal, de cómo se sentían las...
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Tania López García
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