GOLPE DE REMO
El sentido común es progresista
Gustan los fascistas de presentarse como la voz alzada del pueblo profundo. La izquierda, a veces, no les disputa ese blasón, guardándose para sí el de la sofisticación y el despotismo ilustrado
Pablo Batalla Cueto 3/12/2022
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Llamar pan al pan y vino al vino, frente a una izquierda abstrusa, bizantinizante (los pronombres, los géneros, estas cosas), es una de las jactancias que atraviesan a toda la ultraderecha global contemporánea. Gustan los fascistas de todos los países de presentarse como la voz alzada del pueblo profundo; de su sentido común. La izquierda, a veces, no les disputa ese blasón, guardándose para sí el de la sofisticación y el despotismo ilustrado: el pueblo es, sí, simple, torpe, prejuicioso, y se trata de educarlo. De hacer pedagogía, esa expresión terrible y condescendiente. Es un error: el de negarse a aprovechar el hecho de que en no pocas ocasiones es la ultraderecha quien encarna la excentricidad y el bizantinismo frente a un consenso popular progresista.
Vox ha vuelto a ofrecernos un ejemplo recientemente al bajarse ostentosamente de los actos conjuntos en repudio de la violencia de género del 25-N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. El partido de Abascal ha demostrado muchas veces ser a la violencia de género lo que la vieja Herri Batasuna al terrorismo de ETA: la fuerza comprensiva que lamenta pero no condena una violencia que, de hecho, no reconoce, sino que disuelve en la patada hacia arriba del todas las violencias. Esto, en un país como España, es una marcianada sociológica; una colisión con la conciencia generalizada de la existencia de esa violencia específica. Como ilustra Enrique del Teso, profesor de lingüística, experto en comunicación política y autor del reciente La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella, cualquier padre o madre con hijos e hijas sentirá una preocupación extra por las segundas cuando ambos salgan por la noche e imprimirá esa cautela en las segundas, que aprenden desde pequeñas –como no lo hacen los varones, no con la misma intensidad– a, por ejemplo, evitar los callejones oscuros en el regreso a casa. El pueblo, la vasta mayoría del pueblo, progresista o conservadora, sabe –y quizás, a veces, no sepa que sabe, pero lo sepa de manera instintiva– que existe para ellas un peligro añadido, específico. Vox, o no se da cuenta, o sí se la da, pero prefiere activamente ser un lobby de maltratadores que un partido de mayorías. Lo que bien puede ser.
Sobre esa conciencia puede trabajarse la persuasión de que, puesto que existe esa violencia específica, puesto que lo es, necesita un tratamiento legislativo que lo sea a su vez. Y aquí –propone también Teso– puede apelarse a la memoria de ETA y de la lucha contra ella. El terrorismo nacionalista vasco fue combatido, en su momento, con penas específicas, a veces draconianas: condenas de varios años de cárcel por altercados callejeros menores; la dispersión de los presos por penales de toda España, castigo no solo para ellos sino para sus familias, etcétera. Penas específicas ante las cuales los conservadores no alzaron esa voz presuntamente comunsintiente para la cual “un muerto es un muerto” y la violencia carece de apellidos, que sí levantan ahora frente a las leyes y penas específicas contra la violencia de género.
Decía Bécquer que el sentido común es la barrera de los sueños. Hoy que, en todo el mundo, ultraderechas voraces anhelan y preparan una revolución contra el Estado del bienestar y los derechos civiles, el sentido común progresista puede ser la barrera de ese sueño siniestro, pesadillesco. Del sentido común daba otra definición Dino Segré: es –decía– el sentido de la oportunidad. Aprovechemos la nuestra.
Llamar pan al pan y vino al vino, frente a una izquierda abstrusa, bizantinizante (los pronombres, los géneros, estas cosas), es una de las jactancias que atraviesan a toda la ultraderecha global contemporánea. Gustan los fascistas de todos los países de presentarse como la voz alzada del pueblo profundo; de su...
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Pablo Batalla Cueto
Es historiador, corrector de estilo, periodista cultural y ensayista. Autor de 'La virtud en la montaña' (2019) y 'Los nuevos odres del nacionalismo español' (2021).
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