Latas y adoquines
Alegoría de la caverna de Carmen Calvo
Las posiciones ideológicas de la exvicepresidenta alimentan la incomprensión y apuntalan la falta de empatía neoliberal, haciendo que las violencias se disparen
Carlos García de la Vega 11/03/2023
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El otro día, saliendo del Teatro Real después de una función de Achille in Schiro de Francesco Corselli, ambientada por la directora de escena Mariame Clément en una extraña caverna, me tocó coincidir con Carmen Calvo en el pequeño apelotonamiento de la salida. Estaba muy ufana y dicharachera. Mi primer impulso fue increparle, pero inmediatamente pensé que eso sería ponerme a su nivel. Aun así, sopesé, porque su presencia me quemaba, intentar hacerle ver, con toda la educación de la que fuese capaz, que su discurso transodiante era, no solo un atentado contra los derechos humanos impropio de alguien que se hace llamar socialista, sino una alineación directa con las doctrinas de la ultraderecha mundial. A continuación, pensé que quién era yo para abordar a esa mujer en un momento de ocio y que mejor escribiría esta columna.
Estoy estos días leyendo el libro The Transgender Issue de Shon Faye (Blackie Books, 2022) y resulta a la vez aterrador y un alivio que todas las matracas apocalípticas que de un tiempo a esta parte tenemos que soportar de todas las mujeres tránsfobas, de los medios de comunicación sensacionalistas de nuestro país, en las que las infancias trans son el producto de un adoctrinamiento y los procesos de transición un fraude para obtener no se sabe qué beneficios, responden a un único y, por lo visto, manoseado guion que en el Reino Unido lleva representándose por lo menos diez años. Las personas que han trocado su personalidad pública por la del desprecio a un colectivo vulnerable ni siquiera son originales, ni siquiera tienen argumentos propios, solo repiten soflamas escritas por alguien muy manipulador desde una caverna ideológica hace ya bastante tiempo.
Mientras Carmen Calvo se reía después del Corselli, parecía ser totalmente ajena a que, como en la alegoría de la caverna de Platón, pero en retroproyección, su posición pública de los últimos meses ha sido la sombra aprehensible que ha dado alas a un insoportable repunte de la transfobia en la realidad, fuera de su caverna mediática y de poder. Carmen Calvo parece no darse cuenta de que su transfobia no es simplemente una posición coreografiada para el teatrito malo que montan cada lunes en Hora 25 Margallo, Iglesias y ella. Que sus posiciones alimentan la incomprensión y apuntalan la falta de empatía neoliberal, haciendo que las violencias se disparen. No parecía darse cuenta de que, como figura pública, lo que lleva meses soltando por la boca tiene su correlato en los estados de opinión y, por lo tanto, en el bienestar de las personas trans.
El día 7 de marzo, un día antes del Día Internacional de la Mujer, Carmen Calvo se sentó en la misma mesa que Rocío Monasterio en el Ateneo de Madrid en un evento llamado “Mujeres líderes en la política”. La misma Monasterio que ha conseguido picar lo suficiente a Isabel Díaz Ayuso como para que esta amague con derogar la Ley Trans de la Comunidad de Madrid en la próxima legislatura. Las compañías con las que comparte discurso la retratan y ha acabado alineada con doctrinas ultracatólicas por el mero hecho de disputar a Podemos la hegemonía en el feminismo. O le ciega el odio o el ansia de un poder que seguramente no vaya a volver a tener. Aunque quién sabe, nadie esperaba que, después de su nefasto papel como ministra de Cultura, Pedro Sánchez le ofreciera la oportunidad de convertirse en el Gallardón del PSOE. Su última boutade ha sido decir que el feminismo y el movimiento LGTBIQ+ no deben ir de la mano, que son cosas distintas. Está tan cegada por el odio que no se da cuenta de que el enemigo común es el patriarcado. Que siempre lo ha sido y que así lo está demostrando recortando derechos de mujeres y personas queer en Estados Unidos.
Desde el 28 de febrero la Ley Trans es Ley, la 4/2023. Me hubiese gustado encontrarme a Irene Montero para darle las gracias por dar la cara frente a una parte de nuestra sociedad, el Consejo de ministros, parte del partido de coalición y la oposición más ultramontana por la defensa de una ley que solo pretende reconocer derechos, mientras los bulos y las interpretaciones esperpénticas y saineteras de la misma no hacen más que multiplicarse. Me hubiese gustado encontrarme a Irene Montero para decirle que lo que está soportando a nivel personal por ser una de las ministras más decentes de nuestra democracia no tiene nombre. Pero me encontré a Carmen Calvo y por educación, no por ganas, preferí quedarme callado y reflexionar aquí en voz alta sobre la caverna moral en la que se encuentra atrapada de un tiempo a esta parte.
El otro día, saliendo del Teatro Real después de una función de Achille in Schiro de Francesco Corselli, ambientada por la directora de escena Mariame Clément en una extraña caverna, me tocó coincidir con Carmen Calvo en el pequeño apelotonamiento de la salida. Estaba muy ufana y dicharachera. Mi primer...
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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