LATAS Y ADOQUINES
La calumnia
Si las feministas transexcluyentes, en vez de odiar, reflexionaran, Vox y Bannon no habrían ganado la batalla retórica que ha roto la conversación pública en nuestra sociedad
Carlos García de la Vega 12/10/2022
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En Il Barbiere di Siviglia de Rossini, don Basilio canta en su aria La calumnia: “Una vez fuera de la boca / el alboroto va creciendo, / toma fuerza poco a poco / vuela ya de un lugar a otro; / parece un trueno, una tempestad / que en medio del bosque / va silbando, / atronando, y te hace de horror helar”. La primera calumnia la sembró Vox por boca de Bannon cuando empezó a carcomer la conversación pública española, hace ya unos cinco años, con sus primeros ataques contras las medidas de igualdad. Su consigna: acabar con los chiringuitos de la ideología de género.
Las primeras que lanzaron latas y adoquines contra la policía de NYC el 28 de junio de 1969 en la puerta de la Stonewall Inn fueron mujeres trans racializadas que tuvieron el coraje de plantar cara al abuso policial, lo que dio origen, simbólicamente, al movimiento de liberación LGTBIQ+. Ahora lo queer es un concepto demonizado por las feministas reaccionarias. Curiosamente se refieren a él como ideología –¿de qué nos suena?– y lo mezclan con lo que llaman transgenerismo para confundir conceptos con vidas humanas. De nuevo, la calumnia. Como si el género como constructo social, separado de la biología, no hubiese sido, precisamente, el marco teórico gracias al que el feminismo ha avanzado en conquistas sociales.
Un día, mi hermana le puso un jersey a mi sobrina y ella dijo que no quería llevarlo porque le picaba. “No pica”, le dijo mi hermana. “Tú no sabes si me pica o no me pica porque no sientes lo que siente mi cuerpo”. Esta anécdota refleja a la perfección la enmienda a la totalidad que las feministas reaccionarias hacen a las vidas trans. Estas señoras no saben lo que es una experiencia vital trans porque no la han vivido, cualquier intento de justificar un freno al avance de derechos para las personas trans –que no suprime ni uno solo para el resto de la población y cuyo proyecto de ley va en consonancia con la legislación europea– solo significa una cosa, que han hecho suyas las pretensiones políticas del patriarcado: arrasar con todo lo que parezca amenazar su porción de hegemonía y consolidarla a costa de los más débiles.
Esas señoras vociferantes repiten teorías rocambolescas sobre cambios de sexo para escapar de delitos sexuales, transiciones abortadas multitudinariamente con daños irreversibles en la adolescencia nacional, fraudes en el deporte, etc. Si en vez del odio, utilizaran la poderosa herramienta de la reflexión, se darían cuenta de muchas cosas. La primera es que un 0,4% de la población no puede borrar a un 50% y que utilizar esa cantinela es sencillamente sensacionalista. La segunda, que un proceso de transición o de autodeterminación de género no es ningún capricho y que siempre encierra incontables padecimientos físicos, emocionales y sociales. Nadie va a utilizarlo frívolamente para encubrir un delito. La tercera, que la mera existencia de personas que no encajan en un sistema sexual binario no implica que se impugne la vida de las personas que sí se reconocen en él. Si las feministas transexcluyentes, en vez de odiar, reflexionaran, Vox y Bannon no habrían ganado la batalla retórica que ha roto la conversación pública en nuestra sociedad. Porque machacar públicamente a un colectivo ínfimo en número y extremadamente vulnerable es, sobre todo, anticonstitucional y contrario a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Con lo que no cuentan las feministas reaccionarias es con que, como estamos viendo en Estados Unidos con las leyes antiaborto, el siguiente objetivo a batir son de nuevo las mujeres. Porque el enemigo es siempre el patriarcado.
En 1970 escribía Kate Millet en su Política Sexual que, para la definitiva consolidación de derechos –de mujeres y, citaba expresamente, del colectivo LGTB–, a una primera fase de avance siempre le sucede una de reaccionarismo y retroceso. En esas estamos. Cuando dicen las señoras transexcluyentes que el tema de las personas trans hay que debatirlo con calma y que no hay que tener prisa “porque es muy complicado” (sic.), no están haciendo otra cosa que poner en pausa vidas de personas que ya existen. No vamos a permitir que nadie ponga en suspenso vidas de nuestro colectivo: vamos a parar la calumnia. Contra su odio, nuestro amor. Contra su demagogia, nuestra empatía. Contra el patriarcado, aunque se disfrace de feminismo o de Estirando el chicle, latas y adoquines.
En Il Barbiere di Siviglia de Rossini, don Basilio canta en su aria La calumnia: “Una vez fuera de la boca / el alboroto va creciendo, / toma fuerza poco a poco / vuela ya de un lugar a otro; / parece un trueno, una tempestad / que en medio del bosque / va silbando, / atronando, y te hace de...
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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