MASCULINIDADES
Los varones no hablamos de las violencias que ejercemos
El reconocimiento de su ejercicio se vive más con vergüenza y temor a la cancelación que con compromiso por su reparación. Y el silencio, muchas veces teñido de complicidad, es clave para sostener esa estructura
Luciano Fabbri 25/04/2023
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¿Qué papel tienen los hombres en la lucha contra las violencias machistas? ¿Cómo los implicamos en la lucha feminista? ¿Qué podemos hacer desde las instituciones para impulsar esta implicación?
Antes de introducirme en las reflexiones a las que invitan estas preguntas específicas me gustaría establecer una diferencia conceptual que estará en la base y en los subtextos de los planteos que seguirán a continuación.
Tiene que ver con la necesidad teórica, política y epistemológica de diferenciar cuando nos referimos a la masculinidad, en singular, y a las masculinidades en plural. Al hablar de masculinidad en singular, no me refiero a un sujeto, una identidad, una corporalidad o subjetividad, ni a una expresión de género, sino a una dimensión del dispositivo de género binario orientada a la producción social de los hombres como sujetos dominantes en una estructura de desigualdades de poder. A esto lo llamo “dispositivo de masculinidad”.
En cambio, cuando hablamos de masculinidades en plural, sí nos referimos a múltiples expresiones singulares que, en un diálogo más o menos conflictivo con aquel dispositivo de género, se identifican, perciben y relacionan en y desde su masculinidad. Aquí sí es necesario considerar una infinita diversidad de modos, atravesados por las subjetividades y también por materialidades derivadas de la interseccionalidad de las opresiones y de los privilegios.
No todas las masculinidades encarnan los mandatos del dispositivo de masculinidad
Esta distinción no es sólo epistemológica y conceptual, sino también política, porque como consecuencia de asimilar la masculinidad como dispositivo de poder, a las masculinidades como expresiones de género, algunas posturas confunden la abolición de la masculinidad, o del género, con la estigmatización de las últimas.
Vale insistir; no todas las masculinidades encarnan los mandatos del dispositivo de masculinidad. El más fuerte de esos mandatos masculinos es el mandato de jerarquía. Hay que alcanzar y sostener posiciones de reconocimiento y poder para ser validado y ratificado en la posición social masculina. Y para ello, el sistema pone a disposición la violencia como herramienta legítima. Una violencia atravesada por el género, que influye en las relaciones intra e intergénero, entre varones y contra las mujeres y disidencias.
Las instituciones debemos implicar a los hombres en la pregunta acerca de cómo y en qué medida podemos estar reproduciendo este dispositivo de masculinidad en nuestras prácticas y relaciones cotidianas. Y esas medidas pueden ser explícitas y crueles, o bien pueden ser sutiles e imperceptibles. Pero todas, en su medida, abonan a la reproducción de asimetrías que debemos cuestionar y erradicar.
También, hay que decirlo, las instituciones deben ser revisadas e interpeladas en sus propios compromisos con la reproducción de este dispositivo, más cuando es desde estas institucionalidades modernas coloniales que pretendemos impulsar algunas políticas feministas en general, y hacia los hombres en particular. No olvidemos que la masculinidad no es sólo un problema de las identidades masculinas, sino de estructuras de poder sistémicas y sistemáticas.
¿Cómo elaboramos masculinidades alternativas que se salgan de la norma heteropatriarcal? ¿Puede existir una masculinidad feminista?
Ya existen masculinidades fuera de la norma heteropatriarcal, y seguramente siempre existieron
En principio me parece clave decir que YA existen masculinidades fuera de la norma heteropatriarcal, y seguramente siempre existieron. Masculinidades trans, lésbicas, no binarias, amariconadas, racializadas, discapacitadas, que se corren de la norma mientras la citan, la estiran, la profanan, la recrean, la traicionan, la reinventan. Por ello también una humilde respuesta a ese cómo hacer quizás tenga que ver con observar, reconocer, escuchar, aprender de ese universo más infinito de masculinidades subordinadas, abyectas, al punto tal que se nos suelen escapar del radar en nuestros discursos, activismos y Políticas Públicas.
Yo creo que estas y otras masculinidades podemos hacer feminismos, contribuir a los feminismos, sin necesariamente llevar el debate a si podemos o no SER feministas. Poner el foco en el SER nos puede estancar en una política del yo, de la identidad, que empobrece los debates y las alianzas feministas y fetichiza las fronteras.
Hacer políticas feministas desde las masculinidades puede significar llevar las lecturas, críticas, demandas y propuestas feministas a nuestras prácticas y círculos cotidianos. Y sobre todo a los círculos de sociabilidad cis y hetero masculinos, donde se sostienen los pactos de complicidad machista, y donde las feministas no suelen tener acceso. Allí donde en mayor medida subsiste la impunidad patriarcal. Prefiero evitar encarar el debate del sujeto político feminista desde una perspectiva identitaria, donde todo parece reducirse a sujetos soberanos de sí mismos, que de manera consciente y transparente dicen quiénes son y reclaman su credencial. Por eso suelo decir que la masculinidad feminista no es una identidad, sino una relación.
Thiers Vidal hablaba de construir una epistemología antimasculinista. Yo hablo de la necesidad de trabajar en un desprendimiento androcéntrico en nuestras formas de ser y estar en el mundo.
De manera más sencilla, se trata de realizar dos movimientos.
1. Escuchar, leer y aprender las producciones intelectuales feministas, produciendo sucesivos desplazamientos intelectuales en la forma de ver y pensar el mundo.
2. Participar en prácticas y complicidades afectivas feministas, para conectar con las opresiones, empatizar con las luchas y tejer alianzas.
¿Qué privilegios ostentan los hombres y cómo conseguimos que renuncien a ellos?
Cuando pienso en los privilegios me remito nuevamente a la concepción de la masculinidad como dispositivo de poder. Si hay un núcleo en ese dispositivo de socialización es el que nos educa para pensar que los hombres tenemos derecho a disponer de los tiempos, los cuerpos, las energías, las sexualidades y hasta las vidas de las mujeres. En sentido contrario, y heterosexualmente complementario, el dispositivo de feminidad socializa a las mujeres para estar a disposición de los varones. Esa vocación de servicio mal llamada amor.
Esta pretensión de disposición se materializa en múltiples desigualdades y violencias que generan ventajas sociales para los hombres que mejor encarnan los mandatos de este dispositivo, sobre todo, aunque no exclusivamente, cisgénero, heterosexuales, blancos, adultos, de clases medias-altas, que acceden a privilegios en la desigual distribución de los trabajos de cuidados, del espacio público y de la representación, del poder político y económico, etc.
Me cuesta pensar en que vamos a perder los privilegios por una renuncia, de manera consciente, voluntaria y soberana. Creo que es una esperanza un tanto cristiana y una confianza un tanto moderna. Creo que las relaciones de poder se transforman cuando cambian las correlaciones de fuerza, y en este caso, cuando las sensibilidades y sentidos feministas logran salir de la marginalidad y devenir hegemónicos culturalmente y capaces de impulsar transformaciones estructurales profundas.
Lo que sí debemos conseguir son varones dispuestos a dejarse hacer, a permitirse ser interpelados e incomodados, y sobre todo a ceder aquello de lo que se apropiaron y que nunca fue legítimamente suyo. A toda esa plusvalía vital que esta cultura asigna a quienes pongan su vida al servicio del dispositivo de masculinidad y lo desplieguen de manera relativamente exitosa.
Traicionar el mandato patriarcal es una actividad de riesgo que te expone a la violencia y la humillación
Las feministas suelen cantar que el patriarcado se va a caer, se va caer. Yo suelo decir que para que el patriarcado caiga, tenemos que dejar de sostenerlo. Y que para ello también debemos sostenernos entre nosotros. Asumir que somos sujetos de género también implica asumirnos sujetos sujetados al género, a su dispositivo, sus normas y mandatos. A eso no se renuncia por mera voluntad individual. Supone un trabajo incómodo, doloroso, desgarrador, pero imprescindible, profundamente ético y finalmente aliviante, reparador y liberador.
No es un camino que pueda hacerse en soledad. El disciplinamiento es fuerte y cotidiano. Traicionar el mandato patriarcal es una actividad de riesgo que te expone a la violencia, la humillación, la expulsión, la soledad, la intemperie. Tenemos que generar las grupalidades y comunidades que alojen a los traidores, que pongan en valor esa vocación de justicia de género.
Si una de cada dos mujeres ha sufrido algún tipo de violencia y la mayoría de los hombres niegan haber ejercido violencia contra las mujeres, entonces, ¿quién agrede a las mujeres?
Claramente, en una abrumadora mayoría, quienes ejercen las violencias machistas contra las mujeres son varones cisgénero. La reducción de la complejidad de estas violencias a sus expresiones más evidentes y crueles, y la construcción de un estereotipo de victimario patologizado, racializado, feo, sucio y malo condiciona los imaginarios para que la mayoría de los varones no se perciba en esa posición social.
En las redes sociales solemos leer a las feministas decir “Todas conocemos a una mujer agredida, ninguno conoce a un varón agresor. No dan los números”. Claramente la diferencia no es numérica. Las mujeres narran cada vez más las violencias que padecen. Aunque con dificultades, encuentran audiencia dispuesta a escucharlas, creerlas, acompañarlas.
En cambio, los varones no hablamos de las violencias que ejercemos. El reconocimiento de su ejercicio es más vivido con vergüenza y temor a la cancelación, que con responsabilidad y compromiso por su reparación. Y el silencio entre varones, muchas veces teñido de complicidad, es clave para sostener esa estructura de violencias.
Ante la interpelación feminista a la masculinidad como dispositivo, los varones oscilamos entre 3 reacciones.
1. Defensiva ofensiva.
2. Defensiva elusiva.
3. Abandono de la posición defensiva: dejarse hacer, politizar lo personal y hacerlo colectivo, reconocer y reparar.
Tenemos que nutrir esta tercera posición con políticas públicas y comunitarias que convoquen a los varones como sujetos de género. Y hacerlo de modo tal que, aunque incomode, se pueda percibir que no se trata de una amenaza ni de un ataque sino de una oportunidad. Una oportunidad para ser mejores, con nosotros, por nosotros y con nuestras compañeras/es/os.
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Intervención en el Encuentro Internacional Feminista, organizado por el Ministerio de Igualdad.
Luciano Fabbri es secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad, Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de la Provincia de Santa Fe –Argentina–, donde coordina el Programa de Masculinidades por la Igualdad. Autor y compilador de La Masculinidad Incomodada (2021), y Apuntes sobre Feminismos y Construcción de Poder Popular (2017) @luchofabbri en TW @lucho_fabbri en IG.
¿Qué papel tienen los hombres en la lucha contra las violencias machistas? ¿Cómo los implicamos en la lucha feminista? ¿Qué podemos hacer desde las instituciones para impulsar esta implicación?
Antes de introducirme en las reflexiones a las que invitan estas preguntas específicas me...
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