1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

supervivientes

La violación como arma (y propaganda) de guerra

En ocho años de guerra en Ucrania el primer y único proceso de violencia sexual durante el conflicto armado acaba de iniciarse este mes de mayo. El resto se quedará en los informes que dormirán el sueño de los justos

Irene Zugasti 24/06/2022

<p>Las supervivientes del Estado Islámico y activistas yazidíes iraquíes Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar recibiendo el Premio Sájarov.</p>

Las supervivientes del Estado Islámico y activistas yazidíes iraquíes Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar recibiendo el Premio Sájarov.

© European Union 2016 - European Parliament

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

I keep telling him, it's rape the women and set fire to the houses”. (“Sigo diciéndoselo: hay que violar a las mujeres y prender fuego a las casas”.) Cohen el Bárbaro, uno de los antihéroes de la literatura fantástica de Terry Pratchett, lo tenía claro: la devastación del enemigo pasaba por sus pastos, sus hogares, su ganado, y, sobre todo, por los cuerpos de sus mujeres. 

Pero si entre los deberes de cualquier héroe épico estaba desflorar a las vírgenes de cada aldea arrasada, profanar la propiedad del enemigo y batallar por la promesa futuro rodeado de valkirias en el Valhalla, la ficción y la realidad no distan demasiado. Épica y fantasía aparte, en la deshumanización del otro que supone cualquier guerra, follárselo, metafórica y literalmente, es mucho más que tener sexo. “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”. Así arengaba, a través de la radio Queipo de Llano a los sublevados nacionales de la guerra civil.

Por eso hoy –y no antes–, en la guerra más híbrida de todas las guerras, la de Ucrania, la violencia sexual se ha colocado en el punto de mira. No es casual: el desgaste en el frente, la caída del interés público por las noticias o el desvío de atención a dramas más cotidianos, como la inflación o la crisis de suministros, han llevado a los titulares y a las reuniones del Consejo de Seguridad la ONU una realidad que se trataba a menudo como un daño colateral, como un problema aparte, como algo que posponer a tiempos de posguerra y paz.

Pero esto no es nuevo, ni se circunscribe al 24 de febrero en que arrancara la invasión rusa. Informes de Naciones Unidas de 2018 en la región de Donbás, donde la guerra de baja intensidad (pero altísimas consecuencias) se mantuvo activa desde 2014 pese a los acuerdos de paz firmados en Minsk, reconocían que existían suficientes indicios y pruebas de violencia sexual como para alarmarse. Por parte de ambos bandos. Y no solo a civiles. Y no solo a mujeres. Ya en otro reporte similar de 2016, Naciones Unidas reconocía igualmente la existencia de casos probados por parte de las SBU (el Servicio de Seguridad Ucraniano) en Donetsk. Ese mismo año, la OSCE recogía también testimonios de prisioneros en el este del país que reportaban abusos sexuales, torturas y constantes amenazas de violación hacia ellos y sus familias. Desde febrero, la misión de Naciones Unidas en el terreno recoge decenas de testimonios aunque advierte de que la gran mayoría de los casos no se trasladan a las autoridades. “El tiempo” –dice una de las últimas notas de prensa– “aclarará la dimensión de estas agresiones”. Pero si algo avanza en contra de la justicia y de la reparación, y cronifica el silencio, es precisamente el tiempo.

Leyendo a investigadoras, activistas y trabajadoras con muchos conflictos armados a sus espaldas (permítanme citar a algunas: DeLargy, Grabitzer, Segato, Brownmiller, Mocnik) surgen algunas ideas importantes sobre la violación en tiempo de guerra, que van más allá de la obviedad de su existencia. 

Hay ejércitos y milicias que violan como parte de su estrategia de terror y algunos que no lo hacen, o incluso, lo castigan entre sus filas

En primer lugar, que, si bien es un fenómeno intrínseco a casi toda guerra, no es homogéneo ni sucede en las mismas proporciones en todos los conflictos. Hay ejércitos y milicias que violan como parte de su estrategia de terror, (pensemos, por ejemplo, en Daesh y el secuestro de mujeres yazidíes para la esclavitud sexual y los embarazos forzados) y algunos que no lo hacen, o incluso, lo castigan entre sus filas. El propio Gerry Adams reconoció que el IRA realizaba “juicios paralelos” a los agresores sexuales que acababan a menudo en fusilamientos o exilio. Por lo tanto, la violación es un arma de guerra, pero no siempre responde a una estrategia militar orquestada. DeLargy habla de un “oportunismo de guerra” en el que los muchachos de verde devienen agresores sexuales aprovechando la coyuntura, bien por su cuenta, o bien en grupo. De la relación entre las violaciones grupales y los ritos de masculinidad militares se han escrito cientos de ensayos, aunque, me temo, para eso no hay que esperar a que estalle ninguna guerra.

Otra cuestión esencial es entender la dificultad para establecer cifras reales sobre el fenómeno, pues es una violencia extremadamente compleja de reportar. No hay cadáveres, ni heridos en combate registrados en los hospitales, ni atestados policiales. Aunque en este conflicto, las cámaras gopro que portan muchos soldados y los smartphones con los que graban agresiones que han terminado circulando en la red pueden ser pruebas incriminatorias con las que no se contaba en Ruanda o Yugoslavia, donde sólo quedaron las experiencias, las propias y las cercanas –tu amiga, tu vecina, tu madre–, borradas a menudo por la vergüenza, o el miedo, por haber puesto tierra de por medio, o por las ganas de olvidar.  

Muy pocas autoras han escrito sobre sexualidad tras la violación de guerra: parece que las supervivientes están condenadas a ser esa a la que violaron

Sí existen estimaciones, (más de medio millón de víctimas en Ruanda, Congo o Sudán, 60.000 en Bosnia o 7.000 en Kenia, sólo durante el periodo electoral) basadas en la recogida de testimonios, estudios de campo, o datos médicos como las infecciones por ETS (enfermedades de transmisión sexual), los embarazos no deseados o las asistencias clínicas, todos ellos, lógicamente, atravesados por el contexto de guerra. Si es complejo dimensionar la violencia sexual en tiempos de paz en países como el nuestro –según el Ministerio de Igualdad en su macroencuesta de 2019, sólo el 11% de las agresiones sexuales se denuncian– es mucho más difícil hacerlo en territorios de inestabilidad, donde operan factores como el territorio, la percepción de la propia comunidad, la situación pre y post conflicto o la falta de redes de reparación en las que confiar. Las mujeres de Sierra Leona negaban incluso sus violaciones, por miedo al escarnio público, y los maridos kosovares rechazaban creer que sus mujeres hubieran podido ser abusadas. Muchos no habrían querido regresar con ellas. Muy pocas autoras han escrito sobre la sexualidad tras la violación de guerra: parece que las supervivientes están condenadas a ser, solo y para siempre, esa a la que violaron.

Propaganda 

Otra verdad incómoda es precisamente la politización de esos datos. La guerra de cifras suele librarse en medios y reportes y rara vez en la jurisdicción internacional y, como con todas las violencias contra civiles en tiempos de conflicto armado, se utilizan con más ahínco para atacar al enemigo que para reparar el daño en el bando propio. El sensacionalismo y la fascinación hacen el resto. El reciente cese en Ucrania de la defensora del pueblo, Denisova, por parte de Zelensky, refuerza esta idea de la violación, también, como propaganda bélica. Denisova fue obligada a abandonar el cargo acusada de centrarse demasiado en “delitos sexuales cometidos de forma antinatural” y “violaciones de niños” sin investigaciones que la respaldasen. 

Denisova ya había sido interpelada por varias corresponsales que le afearon la forma en que narraba y detallaba las agresiones en sede parlamentaria: morbosa, e innecesariamente descriptiva –cucharas, candelabros, bebés–, parecía hacer de la violencia sexual rusa una compilación de perversiones, lo cual generaba un efecto precisamente contrario al que se pretendía denunciar. Las periodistas solicitaban hechos concretos y reportes, que Denisova no fue capaz de aportar. En su primera entrevista tras su cese, reconocía que “exageró” utilizando un lenguaje “muy duro” para poder recabar toda la ayuda posible en Europa. Afirma que le funcionó: tras una de sus intervenciones, varios parlamentarios italianos cambiaron su postura en torno al envío de armas al país.

Justificando el fin con los medios, Denisova inventó cifras y evocó fantasías gore. No hacía falta. Fuentes más fiables, como La Strada Internacional, (la organización que funciona como referencia ante la violencia machista en un país sin recursos estatales para abordarla) registra el aumento de llamadas al teléfono de ayuda para reportar casos de violación. En Polonia, donde las refugiadas y desplazas acuden a abortar, los movimientos católicos ultraconservadores han bloqueado clínicas para evitar su acceso, incluso aunque la legislación polaca observe, al menos en teoría, el aborto prematuro en caso de violación. Las periodistas encuentran a mujeres que les cuentan su experiencia en los pueblos, en las fronteras, en los refugios. 

Rusia niega todas las acusaciones y las rebate como parte de la “propaganda occidental”. Sin embargo, ya en 2017 una ONG (Eastern-Ukrainian Centre for Civic Initiatives) redactó un detallado informe de testimonios en el que se recogía la violencia sexual infringida a mujeres y hombres por parte tanto de las milicias de Donbás como de los batallones ucranianos, especialmente en los espacios de detención y tortura. Uno de esos testimonios es el de una mujer acusada de ser informadora de Kiev al principio de la guerra, que acabó siendo encerrada y violada en el domicilio de un oficial militar. Puede verse narrado en primera persona en el documental francés Zero Tolerance, que recorre los conflictos armados de todo el mundo para poner de manifiesto la tolerancia a la violencia sexual en todos ellos. Este documental es una rara avis, especialmente interesante por su crudeza, no recreando las agresiones, sino señalando la carga propagandística y política y pintando un retrato –no solo de este, sino de todos los conflictos– complejo, que incomoda a todas las partes. Su equipo recogió historias de violaciones en el este de Ucrania desde 2014, y hasta llegó a reunirse con un miembro arrepentido del batallón Aidar, que hablaba de soldados en estado de shock, de alcoholismo, de “desfogarse” con prisioneras políticas cuyos cargos a menudo eran espiar o conspirar para el otro. 

Ucrania señala con el dedo acusador y la prensa multiplica su mensaje, pero su gobierno no ha reconocido un solo caso de violencia sexual en su propio ejército, pese a todos los informes citados que dan cuenta de ello y pese a haber contado desde el inicio de esta guerra con paramilicias filonazis (Tornado, Aïdar, Azov) y haber liberado presos comunes con experiencia militar y delitos sexuales a sus espaldas para unirse al ejército regular. En el relato heróico de sus chicos –y chicas– movilizados en el frente no caben fisuras, por eso no se habla de desertores, de violadores, ni de insumisos.

Si bien la jefa de Misión en el terreno, Matilda Bogner, afirmaba al Washington Post que no tenían evidencias de que la violación fuese una estrategia coordinada a nivel militar, ello no quiere decir que no existan gran cantidad de casos del mencionado “opportunistic rape” o de que incluso unidades o batallones enteros sí contemplen la violación como una práctica común y tolerada entre sí. Como táctica militar, es barata, es fácil y es eficaz, no se gasta munición, y funciona, además, como ese “salario libidinal” (idea que tomo prestada a Sánchez Cedillo) para el soldado, que toma los cuerpos del enemigo como toma su territorio y sus símbolos, porque puede, porque se lo merece, y porque nada ni nadie parece impedírselo. En la rabia de la derrota, como ocurrió en Japón, o en el fragor de la victoria, como ocurrió en Berlín.

Si de verdades incómodas se trata, quizá una de las más delicadas es la de la violación entre hombres, Recordemos las imágenes filtradas de la prisión iraquí de Abu Ghraib, que fueron una de las primeras veces que el tabú de la tortura sexual masculina en tiempos de guerra se asomaba a las televisiones y los periódicos. George Bush lo ventiló como “lamentables casos aislados”. Los casos aislados, no obstante, se recogen en las crónicas de demasiados conflictos. Sorprende mucho que en la literatura sobre el tema no sean pocos los expertos e investigadores que insisten en que en esa violencia entre hombres hay mucho de poder y humillación y poco de placer, como si, negando el hecho sexual, y convirtiéndolo en burda violencia física se redujera el estigma de haber sido follado –metafórica y literalmente– por el enemigo. Algo que no se hace con las mujeres, precisamente, porque de ese terror sexual se alimentan las guerras.

En el imaginario colectivo permanecen las imágenes de brutales violaciones en pueblos devastados por la guerra, en la prisa de un jergón y entre llantos y gritos de auxilio. Pero la violación como arma de guerra se despliega mucho más allá de la narrativa de un soldado que irrumpe en el hogar y en el cuerpo de una mujer indefensa. Son las mujeres yazidíes secuestradas durante meses dentro de un cuarto donde nunca pasa nada, los manoseos al atravesar cada día los checkpoints, las niñas llevadas a los cuarteles y los hoteles de diplomáticos; las mexicanas violadas en las comisarías, las embarazadas en nombre de las limpiezas étnicas; los compañeros de armas y cuartel pasados de copas; las prostitutas retenidas en los campamentos sin poder salir, las mujeres mayores que se ofrecen a ser violadas una, y otra, y otra vez por oficiales y caciques locales, para que dejen en paz a sus nietas. Son las comfort women coreanas concentradas en los campos japoneses, las bush wives de Sierra Leona, obligadas a follar y a combatir en el frente; son todas las condenadas a ser descanso del guerrero mientras dure la batalla. La vergüenza del veterano que no contará nunca pero pagará a golpes en su casa. La viagra en los bolsillos de soldados libios, chechenos, o americanos. El primer ministro de Etiopía presumiendo, en 2019, de que cada uno de sus soldados dejaba 10 hijos en la tierra conquistada. Son, también, las supervivientes del horror abusadas después por los misioneros internacionales.

Al hilo de esto último, los escándalos de Oxfam en Chad o Haití o de Naciones Unidas en República Centroafricana y en la República Democrática del Congo nos recuerdan que ese oportunismo sexual, individual o colectivo, casual o deliberado, también se queda en casa. El relato colonial de las invasiones incivilizadas perpetradas por el enemigo –sea un malvado musulmán, un africano salvaje o un bárbaro estepario– se rompe cuando las víctimas narran experiencias que no encajan en el relato y que señalan a los buenos de la historia. Una filtración de un informe interno de la ONU sobre las violaciones del ejército francés a menores congoleñas sugería que estas podían ser falsas y responder a “intereses financieros”. Tu testimonio estará, para siempre, ligado a la victoria o la derrota de quien te viole.

Y entre informes, reportes, cifras y resoluciones, las ucranianas –y las malienses, y las afganas, y las palestinas, y las camerunesas– han aprendido a llevar navajas y condones encima cuando salen a la calle. En otras guerras, las mujeres saben que hay que tener a mano la dirección donde abortar si hiciera falta, que hay que camelarse a un soldado de confianza para no tener que acostarse con decenas, o que es mejor curarse las heridas de la penetración en casa para que no lo sepan los vecinos. Pero también hay estrategias de resistencia y de reparación que nacen de la propia guerra. Las combatientes kurdas en Rojava tienen unidades específicas para ajusticiar violadores. Las Tigresas Tamiles de Sri Lanka se organizaron en batallones de autodefensa para evitar las violaciones y cuidar a su comunidad, como el Batallón de viudas del GAM en Indonesia. En inglés, la expresión “don’t cut your nose to spite your face” (algo similar al dicho de “escupir para arriba” o “tirar piedras a tu propio tejado”) hace referencia a la historia de Santa Ebba y sus hermanas, unas monjas medievales que mutilaron sus narices para evitar ser violadas por los vikingos invasores. Un fracaso absoluto, pues su abadía terminó ardiendo con ellas dentro, y de ahí el dicho.

Violar a las mujeres de los grupos conquistados ha sido un rasgo que ha sobrevivido al progreso, a la legislación, a la moral y a la ética

Decía Gerdar Lerner, planteándose el origen del patriarcado, que violar a las mujeres de los grupos conquistados, como aconsejaba Cohen el Bárbaro, ha sido un rasgo que ha sobrevivido al progreso, a la legislación, a la moral y a la ética de siglos de Historia. Para la autora, es una práctica previa a la sociedad de clases; es la institución patriarcal en su estado más puro. Pero dejando a un lado las causas, si eso fuera posible, nos queda el presente y el futuro. En ocho años de guerra en Ucrania el primer y único proceso de violencia sexual durante el conflicto armado acaba de iniciarse este mes de mayo. El resto se quedará en los informes que dormirán el sueño de los justos en algún cajón o en algún PDF perdido en la red. Se quedará en las historias de vida y en las redes informales, en las noticias y en la batalla de la propaganda. Las supervivientes –como las tratadas y las traficadas que tanto preocuparon hace unos meses– engrosarán las cifras de otra resolución internacional, y de otro informe, y otro, y otro, y esperarán, como en todas las guerras, las promesas de un juicio justo, o de una compensación económica, o simplemente, de que las dejen en paz, que, en una guerra, no es poco. ¿Se puede procrastinar de nuevo la justicia, la memoria y la reparación de la violencia sexual a cuando cesen los disparos? Demasiadas cosas que legar, me temo, a una posguerra interminable. 

I keep telling him, it's rape the women and set fire to the houses”. (“Sigo diciéndoselo: hay que violar a las mujeres y prender fuego a las casas”.) Cohen el Bárbaro, uno de los antihéroes de la literatura fantástica de Terry Pratchett, lo tenía claro: la devastación del enemigo pasaba por sus pastos,...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autora >

Irene Zugasti

Iba para corresponsal de guerra pero acabé en las políticas de género, que también son una buena trinchera. Politóloga, periodista y conspiradora, en general

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí