1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

el precio de un sí

Hay una anciana riéndose de la torre de Babilonia

Sobre mi experiencia con los concursos literarios

Daniel Centeno 19/05/2023

<p>'La pasión de la creación'. Leonid Pasternak, 1899.</p>

'La pasión de la creación'. Leonid Pasternak, 1899.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Hace algunos años, mientras comía unas papas en un café, una anciana se me acercó preguntando si había escuchado bien y yo era escritor. Le dije que sí. Apenas unos minutos antes les conté a mis amigas, a quienes nunca les sacaba el tema, que había escrito un cuento y estaba muy nervioso. Ellas no me prestaron atención, o no demasiada. La anciana sí. 

Comenzó a contarme la historia de su vida como si tuviera prisa. Me dijo que alguna vez viajó a Argentina, y que ahí conoció al hombre de sus sueños. Lo amé mucho, muchísimo. Habría querido vivir con él toda la vida, me dijo. Pero el hombre murió, claro, y ella tenía un gran dilema, y quería que yo lo escribiera en su lugar, porque era una gran historia. 

Su dilema era, en abstracto, una decisión de amor, pero en términos terrenales de carácter económico: debía decidir si, ahora que era una anciana, utilizar el dinero que le quedaba para comprar un viaje a Argentina, para visitar la tumba de su amado, o si en cambio debía invertirlo para un ataúd y una lápida para que otros pudieran visitarla.

Si me voy, me dijo, podré reencontrarme con él, pero pondrán mi cuerpo en una fosa y ya nadie va a poder encontrarme. Si me quedo, no creo poder morir en paz, pero mi cuerpo sí. 

Si me voy, me dijo, podré reencontrarme con él, pero pondrán mi cuerpo en una fosa y ya nadie va a poder encontrarme

Yo, por supuesto, me quedé callado, sin saber qué decirle. Y cuando al fin pude hablar, (porque la anciana no aceptó que me quedara callado demasiado tiempo), cometí la idiotez inocente de insinuarle que ella escribiera la historia, que era una gran historia y le correspondía darle voz, que yo no podía contarla en su lugar, quitándosela.  

Ella se rio de mí, con justa razón.

Te estoy diciendo que no tengo dinero para morir dignamente y visitar a mi amado, me dijo, y tú quieres que me ponga a escribir. ¿No entiendes que lo que necesito no es escribir, sino ganar dinero? Te estoy regalando mi historia.

Le pareció tan ridícula mi insinuación (que era posible ganar dinero escribiendo) que se fue de ahí obligándome a prometerle que escribiría lo que me había dicho. No pude decirle que hacía poco había escrito un cuento muy parecido a su historia; que me tenía muy nervioso, que no sabía si meterlo o no a un concurso. 

El cuento, por supuesto, no ha ganado nada desde entonces: lo he metido ya, junto con el resto de aquel manuscrito, a todos los concursos de libros de cuento que existen en mi país. Lleva ya casi 6 años inédito.  

A veces pienso: Podría enviarlo otra vez; después de todo, los jurados nunca son los mismos.  

Cuando Pedro J. Acuña ganó el Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola, dijo en una entrevista que había participado con el mismo manuscrito ya varias veces, no recuerdo si cuatro o cinco, y que había sido hasta esa que ganó. La primera vez que leí su testimonio sentí entusiasmo. En todos lados se dice lo mismo: te van a decir muchas veces que no, pero sólo se necesita que te digan que sí una vez.

¿Pero cuánto cuesta un sí? 

En México los concursos literarios suelen pedir casi siempre lo mismo: la obra por triplicado, engargolada cada copia; todo en sobres cerrados, enviados por correo (de preferencia, para que no se pierda y llegue a tiempo, por mensajería); algunos de ellos incluso te piden que añadas una USB con una copia adicional, no vaya a ser, por si las dudas.

¿A cuánto dinero equivale eso?

La mayoría de los concursos aceptan manuscritos de hasta 120 cuartillas. Cada cuartilla va por triplicado. 360 hojas. En los lugares en donde cada copia cuesta unos 30 centavos, todo el papeleo equivale a poco más de 100 pesos. Luego está el engargolado. Unos 60 pesos, 20 por cada uno de ellos. Van 160. Luego sigue el envío por paquetería. Dentro del país, en un plazo de un par de días a una semana, el costo asciende a unos 300 pesos, puede que más. Luego la USB: 150 pesos más. En total, cada intento acaba por costarle a uno poco más de 600 pesos. Quizá no suene a mucho. 600 pesos mexicanos equivalen a 30 y pico dólares. 

En total, cada intento acaba por costarle a uno poco más de 600 pesos. Quizá no suene a mucho. 600 pesos mexicanos equivalen a 30 y pico dólares

Uno piensa eso, que no es mucho, que puede costearlo. ¿Qué son, sino apenas tres días de salario mínimo? ¿Que acaso uno no confía en su obra? ¿En su calidad? ¿En sus posibilidades de ganar un concurso? 

Pero si uno participa en un solo concurso, sabe que las probabilidades de ganar son muy pocas. Así que decide que vale la pena intentarlo en más de uno, hasta que lee que en las bases se prohíbe que la obra esté concursando en otro sitio. Todos los concursos lo prohíben. Prohíben también que la obra se haya publicado, incluso parcialmente, por lo que debe no sólo mantenerse anónima, sino fiel hasta el final de cada concurso. 

En promedio los concursos, desde el envío hasta la deliberación toman entre seis meses y hasta un año. En promedio es posible enviar un mismo libro a dos concursos, cada año, si todo sale bien. Todo sigue sonando manejable. Los cálculos siguen sin parecer tan graves.

Pero los manuscritos se van acumulando; las copias, los engargolados y los envíos también. Tienes uno que ha perdido varios concursos, cuando ya tienes otro listo. ¿Entonces qué haces? Porque además tú sabes que vale la pena intentarlo dos veces en el mismo, como lo hizo Pedro, ¿no? Porque depende de los jurados, y puede que a alguno le guste lo que hiciste. Porque vale más un sí que todos los no del mundo, ¿verdad?

¿Pero cuánto vale realmente ese sí?

Hubo un año en el que gasté más de un mes de salario en postularme a concursos 

Hubo un año en el que gasté más de un mes de salario en postularme a concursos. 

U-n m-e-s.

Por supuesto hoy ya sólo participo en aquellos concursos donde no tenga que gastar dinero. Mi economía no me permite nada más. 

Sin embargo, esos eran otros tiempos, y al poco de leer esa entrevista de Pedro, participé con mi primer manuscrito de cuentos en el mismo concurso que él ganó, y obtuve una mención honorífica. No podía creerlo. Ese concurso es, si no el más importante, uno de los más importantes de mi país. Por supuesto, no lo sabía entonces, no tenía menciones honoríficas: la mía era la primera del concurso. Me sentí soñando. Creí que podría comerme el mundo y sobrevivir. Sentí que hacía historia. ¿Qué otra cosa iba a creer, a mis 26? Era joven, y mi primer manuscrito de cuentos había tenido tanta suerte. No me sentía parte de un ciclo en el que uno motiva a otros a gastarse meses de su salario en USBs y paquetes enteros de hojas y tinta y envíos a todas partes.

Lo que yo estaba pensando es que otros escritores conocerían mi trabajo: que podría conocerlos, hablar con ellos; que ya era parte de ese grupo que veía hasta con misticismo, porque no conocía, porque escribí mi libro sin ir a ninguna presentación o hablar con ningún escritor mayor que yo. El que ganó el concurso tenía 15 años más, y muchos muchos premios. Que yo ganara una mención en un concurso tan importante lo significaba todo… era mi oportunidad.

Excepto que con esa mención no gané nada. 

Han pasado ya seis años desde entonces (o están por cumplirse, muy pronto). He enviado el libro a todas las editoriales de cuento que tienen una mínima distribución y que aceptan la recepción de manuscritos no solicitados (porque, como sabemos todos los que escribimos sin la carrera ganada, la mayoría de las editoriales parecen no recibir manuscritos nunca). En todos he incluido la leyenda “Mención honorífica en el blablabá”. Nada. Aún nada. Silencio radial. Hay una desconexión entre lo que premian los concursos y lo que buscan las editoriales (¿y alguien sabe qué quieren unos y otros?).

Durante los primeros dos años, mientras enviaba ese manuscrito a todas partes, no entendí por qué le habían dado una mención. Sentí rabia. Pensé que había sido un tonto por aceptarla, porque habiéndome servido para nada, condené a mi manuscrito a no poder concursar en ninguna otra cosa. Ahora agradezco que lo hayan hecho, porque evitaron que sumara a la cuenta otro manuscrito más al cual sacarle copias. Y, principalmente, porque otros han podido leerlo. 

Durante los primeros dos años, mientras enviaba ese manuscrito a todas partes, no entendí por qué le habían dado una mención

Decidí hacer algo que todo mundo me recomendó que no hiciera: comencé a publicarlo en revistas, un cuentito a la vez. Me dijeron: No te lo van a publicar como libro en ningún lado, si no es inédito (y han tenido razón, la verdad). ¿Pero dónde me lo estaban publicando, que yo no me enteraba? Porque, hasta donde sabía, ese era precisamente el punto: nadie le daba oportunidad. Un par de cuentos me los pagaron, otros no. Eventualmente ya tenía publicado la mitad de mi libro, y en nada había servido aquella mención para que eso fuera posible. El dinero que he obtenido por esos cuentos no se lo debo, tampoco. 

La reacción que he obtenido de mis colegas, desde que publico en línea, ha sido extraña: unos celebran que comparta mi trabajo, mientras otros se lamentan de mi decisión, como si fuera un desperdicio, como si malograra mi trabajo al hacerlo público sin buscar el reconocimiento de los premios. Este cuento podría haber ganado un premio, me dicen a veces, lamentándose, como si el premio le diera valor a lo que acaban de leer, y al no tenerlo la obra estuviera mutilada. 

Con mi primer y único premio literario le compré una sala a mi madre y no me alcanzó para mucho más. En ese momento me parecía mucho, pero la verdad es que para entonces había gastado mucho más en todos mis intentos previos. 

Yo había decidido no participar en más concursos, pero había acabado haciéndolo. Y alguna vez ganas, porque si siempre perdieras ya no querrías seguir invirtiendo, ¿verdad? Acabas sintiendo que estás haciendo mal, que te estás rindiendo. El medio le pone una carga psicológica a ganar, que es imposible lidiar con ella cuando recién empiezas. Todos los autores se presentan con sus premios: en las solapas de sus libros, en las presentaciones, en entrevistas. Incluso en sus biografías de Twitter. Les crees cuando te dicen que estás desperdiciando oportunidades cuando no concursas. Eres demasiado joven y demasiado ingenuo, y estás desesperado por algo, aunque no sabes qué es. 

Así que hice un segundo manuscrito, del que estaba hablando con mis amigas; luego, un tercero, un cuarto… y así podría seguirle, y todos los metí a concursos. Como Pedro J. Acuña, esperé que alguna de esas veces, de tantas, fuera mi oportunidad. Yo sabía que las editoriales eran duras, que respondían con silencio radial cualquier intento por contactarlas, incluso si tu libro tenía una mención en la portada, pero los concursos prometían al menos algo, ¿no? ¿Pero qué prometían? ¿Qué le prometen a los escritores, que todo el mundo parece insinuar que es un desperdicio ignorarlos? (A mí sólo me dieron una sala). 

Hay dos respuestas en juego, por supuesto: una es la abstracta, y otra es la terrenal. Ambas son igual de ciertas, y pese a que no están en conflicto, sí parecen superponerse. 

La primera, la abstracta, es que uno desea ser visto. Aún hoy, casi seis años después de esa mención, a casi cuatro años del premio, me sorprendo al descubrir que casi ningún escritor habla de mi trabajo. Es probable que casi ninguno lo conozca, y está bien. El problema es que uno cree que un premio hará que otros sepan de ti, que serás visto, que formarás parte de la comunidad, en cierta forma; de la historia que otros escritores escriben, hasta de una genealogía. Puras banalidades que, sin embargo, son sumamente atractivas para un sujeto marginal, para el que escribe porque su mundo interior es enorme, pero se siente solo ahí adentro y busca a otros que se sientan así para construir con ellos una especie de entendimiento mutuo, compañía, algo… 

Poco después de ganar la mención, conocí a un escritor muy premiado que comenzó a burlarse de “los intensos”. A su juicio, a un escritor debe de importarle menos la escritura que los memes, la comida, el sexo; la escritura es lo último de la lista, un trabajo, un oficio, y los intensos que sienten que su vida está en escribir son unos ridículos y debían ser juzgados como tales. En aquella mesa había otros escritores de más o menos igual renombre, todos con algún premio, así que yo no decía nada, tan sólo los escuchaba. Al principio me había sentido entusiasmado: me habían incluido, al fin me sentiría en mi tribu, ya no estaría fuera de lugar en el mundo. Luego, cuando comenzaron a hablar, me pregunté por qué había querido ser parte de su círculo en primer lugar. Ellos no me comprendían. Es más: estaban juzgándome, porque por supuesto yo era uno de esos “intensos”. Había sido muy inocente de mi parte pensar en una razón como esa. 

Otra posible razón es que quizá la mayoría de las veces sólo quieres probarte algo: que aunque nadie te ve, aunque nadie reconoce que existes, eres capaz de hacerte ver, precisamente cuando no saben quien eres (porque se supone que la mayoría de los concursos son con seudónimo); que si nadie te dio la oportunidad cuando diste la cara, quizá sea posible cuando solo tus palabras hablan por ti. En México no sólo te piden que en los concursos de cuento todos sean inéditos, sino que sean presentados con seudónimo. Sin embargo, uno no tarda demasiado en descubrir que son varios los premios que se han dado a escritores que ya habían publicado algunos de sus textos supuestamente inéditos, algunos incluso en medios importantes y muy comentados. No hace mucho hubo un escándalo porque en un premio se abrieron las plicas, y tuvieron que pedirle a los escritores que participaran otra vez, prometiendo no repetir aquello… 

O quizá la razón abstracta por la que uno participa tiene que ver con la necesidad de descansar, de ya no tener que insistir tanto, de poder decir: Ahora que soy visto, ya no tengo que hacerme ver, y puedo concentrarme solamente en lo que importa: escribir. Luego comprendes que quienes publican hoy en día en las editoriales donde tú lo intentas tienen agentes, y que ganar un premio no te asegura uno; que muchos escritores con agente no ganaron ningún premio antes, que es todo muy confuso. 

Cualquiera de esas razones es abstracta, y uno tiene un poco más de una u otra, en mayor o menor medida.

La terrenal, sin embargo, es el dinero: uno quiere ganar concursos porque la escritura, como sabía la anciana, no deja dinero. Sólo los concursos prometen hacer eso por los escritores. Pero yo he gastado mucho más de lo que he ganado en los concursos. ¿Entonces por qué insiste uno? Porque cada vez resulta más imposible pagar una renta. Porque independizarse parece una fantasía. Porque escribir, a los ojos de muchos, es un hobbie, eso que haces cuando no estás trabajando, porque no se puede vivir de eso, y tú quieres creer que sí.

Después de todo, los escritores, o algunos de nosotros al menos, somos unos intensos: nuestra vida interior arde, y eso a veces nos convierte en unos románticos que tienen esperanzas inútiles. 

Sólo los que ganan premios pueden pagarse la vida con la escritura, al menos por un tiempo. Las becas son la otra opción (benditas sean), pero para ganar esas becas los premios ayudan (aunque, por fortuna, se pueden ganar sin ellos). Para ciertas becas es incluso imprescindible tener premios. A ciertos niveles se puede llegar a convertir en un círculo vicioso. 

Yo gané mi primer premio literario en 2019, a mis 28 años. Lo gané con un cuento, Noturo. Recibí un premio en efectivo y luego de eso, como pasó con la mención honorífica, fue imposible publicar mi obra en ningún sitio. Esa vez ya no me enojé, sólo me reí. Acepté que lo que yo quería era sacarme el cuento de las manos: no me interesaba, como antes, ser parte de Los Escritores ™, ni que la gente supiera que era mío, o ganar algo con él… quería poder olvidarme de él, que otro cargara con su historia. Compartir el peso de la creación con otros, porque ese es un tema importante, no los concursos. Ese es el verdadero costo de todo esto, el que importa: ¿cuánto de nosotros podemos llevar a cuestas, y cuánto gastamos intentando librarnos de ello? 

Cuando eres joven, te prometen que otros pagarán por ese peso, y no puedes creerlo. Es una intuición correcta: eres tú el que pagas. 

Así que lo compartí en mi blog. Le llegaron muchos lectores, ninguno de los cuales llegó ahí por el premio, sino por el boca a boca, porque alguien lo leyó y le gustó, y lo recomendó en todos lados. El cuento llegó a muchos lectores, que compartieron conmigo sus propias historias, como aquella anciana. Que me hicieron sentir parte de algo mucho más grande. Ellos, tan intensos como yo, sentían el cuento, y lo hacían suyo. 

Aquello con lo que pagas es tu silencio

Lo que pasa con los concursos es que un puñado de lectores, menos quizá de los que pueden contarse con una mano, deciden si lo que has hecho vale o no la pena. No digo que su juicio no sea certero, pero quizá su peso es desmesurado. Tú gastas unos 600 pesos mexicanos en cada concurso y seis meses de tu vida, pero con lo que estás pagando realmente es con el peso que no te quitas de encima, la urgencia por que otros escuchen lo que quieres decir. 

Aquello con lo que pagas es tu silencio. 

En La torre de Babilonia, Ted Chiang cuenta la historia de una gran construcción que pretendía llegar al límite del mundo. Por supuesto, lo logra. Cuando los hombres suben por la torre y llegan a las nubes, rompen el techo del cielo y lo atraviesan; alcanzan el objetivo más grande de todos, por el que se esforzaron tanto. Luego, una vez ahí, descubren que no han llegado sino el fondo, que el cielo es la tierra: han regresado, no a donde partieron, sino a un nivel más abajo, donde ni siquiera ha comenzado la torre. 

Para mí no ha tenido caso insistir en ganar concursos. Al final acabas volviendo a donde empezaste, y los lectores no están ahí, en la torre, sino en el resto del mundo. 

Raymond Carver dijo, en una entrevista, que las obras de arte son como las catedrales: lo importante es que sean construidas, no quién las haga. Por supuesto, tampoco importa si ganaron o no un concurso. La anciana también estaría de acuerdo en eso. 

Los concursos son esto, para mí: la imposibilidad de compartir lo que hiciste, por mucho tiempo. Seguramente muchas obras de muchos otros autores jóvenes están igualmente silenciadas, subiendo por la torre sólo para aparecer otra vez en la tierra, sin que nadie sea testigo. ¿Y con qué propósito? Vale la pena preguntarlo.

Me permito un ejemplo final, sencillo: ustedes leerán la historia de la anciana antes de poder leer el cuento que hice previo a mi encuentro con ella. Por supuesto, me da risa. ¿De qué otra forma, sino esa, podría reaccionar? 

Hace algunos años, mientras comía unas papas en un café, una anciana se me acercó preguntando si había escuchado bien y yo era escritor. Le dije que sí. Apenas unos minutos antes les conté a mis amigas, a quienes nunca les sacaba el tema, que había escrito un cuento y estaba muy nervioso. Ellas no me prestaron...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Daniel Centeno

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí