En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Estimada suscriptora:
En tiempos de elecciones la mirada se estrecha hacia el campo de lo urgente, lo “posible”. El foco permanece en la ideología, la división, más escenográfica que real, entre la izquierda y la derecha, y nos urge a participar porque “todo podría ser peor”. La urna solo pide un gesto. Hay que conformarse.
La trampa del presente es ese muro móvil que nos va atrapando entre lo estrechamente posible de las urnas –el margen de lo que Europa, el mercado, la globalización permiten– y el tamaño del desafío al que nos confronta el problema del calentamiento global. Estos años sentimos en nuestra piel el verano progresivamente más feroz, la sequía que mata cosechas, coporalizándose así el principal problema de nuestro presente. Está aquí, lo vemos, lo vivimos, lo cambia todo. Tendría que hacerlo.
Pero no lo hace. Más bien la guerra ucraniana ha rebajado los compromisos europeos con la transición energética, evidenciando que la urgencia siempre estará supeditada a las lógicas económicas, no solo del beneficio sino del cada vez más escaso reparto que posibilita que haya paz social. Si la clase media que sostiene el sistema sigue menguando, no sabemos qué nuevas sombras se cernirán sobre nosotras, pero tienen aroma de derechas descarnadas. No es un problema europeo, es mundial.
Muchos chavales convierten esta certeza y su angustia vital en un impulso para la lucha, como pueden: con pintura roja en el Congreso, pegándose a cuadros en museos, cortando el tráfico, afilando de nuevo las herramientas de la desobediencia civil –cuando la legitimidad, aunque no la legalidad, está de su parte–. Por ello se arriesgan a ser detenidos, multados, encarcelados, incluso. Se les persigue hasta con infiltrados policiales. Ellos dicen que qué es la represión frente a la certeza de que no tendrán futuro.
Aunque muchos de los mayores prefieren no mirar a la cara al abismo por si les devuelve la mirada, no es extraño que ante este “no future” de neón resurjan nostalgias de pasados inventados. No son únicamente la derecha y la ultraderecha las que se miran en ese espejo retrospectivo que deforman de acuerdo a sus necesidades; la izquierda tampoco está exenta de esa tentación. Como resulta difícil proyectarse hacia adelante, se utiliza como medida de nuestras aspiraciones el escaso Estado del bienestar que tuvimos. Es decir, nuestra capacidad de propuesta está taponada por un horizonte que se limita a resistir. Sin embargo, el punto de partida ya era insuficiente.
Hoy las extremas derechas siguen obsesionadas con las revueltas sesentayochistas del pasado siglo que cambiaron la sociedad para siempre. Se reacciona aquí contra estos movimientos de liberación que dieron forma a nuevos modos de vida fuera del trabajo y la familia. La contracultura, las comunas, las luchas feministas y de las disidencias sexuales, también en España, impugnaron un modelo estandarizado de vida y consiguieron trabar, las más de las veces, la liberación de la norma con la redistribución de la riqueza. Quizás eso las hacía tan peligrosas. Hoy se les hacen numerosas críticas a estos movimientos: que fragmentaron las luchas, que son excesivamente identitarios, que carecen de proyecto universalista o revolucionario. Puede que algunas de ellas sean ciertas. Sin embargo, como dice Mark Fischer, “quizás el fracaso de la izquierda después de los sesenta tuvo mucho que ver también con su repudio a los sueños desatados por la contracultura y con su incapacidad para implicarse en ellos. Se entiende mejor el neoliberalismo si lo pensamos como un proyecto orientado a la destrucción de los experimentos de socialismo democrático y comunismo libertario que afloraban a finales de los sesenta y principios de los setenta, al punto de volverlos impensables”. La consecuencia del aplastamiento de estas posibilidades fue eso que él llama “realismo capitalista”: la aceptación resignada de que no hay alternativa a este presente arrasado. Tenemos que volver a hacerlos imaginables; resucitar la utopía en tiempos de futuros colapsados.
Aunque nos digan que solo podemos estar a la defensiva, que hay que parar la ofensiva reaccionaria y la crisis ecosocial conformándonos con lo que existe, o volviendo a lo que hubo, quizás es momento de recuperar la capacidad de imaginar otras vidas posibles. Si el agotamiento y la tristeza se han convertido en herramientas de control social. ¿Cómo dejar de estar tristes? ¿Cómo vivir de otra manera y con otras? ¿Qué podemos recuperar de los sueños contraculturales para hacer frente a las nuevas extremas derechas? Ante la magnitud de la catástrofe, todo es posible de nuevo. Contra la nostalgia a derecha e izquierda, empujar la utopía –lo que parece que no se puede, lo que no cabe en la urna– quizás aparezca como un camino transitable, al menos uno que nos haga felices. Nuestra mejor herramienta es no conformarnos y hacer deseable el cambio. Trabajar menos, vivir más, luchar mejor es una posible consigna para un nuevo comienzo.
En este medio todavía caben los sueños. Gracias, lector, lectora, por formar parte de ellos.
Estimada suscriptora:
En tiempos de elecciones la mirada se estrecha hacia el campo de lo urgente, lo “posible”. El foco permanece en la ideología, la división, más escenográfica que real, entre la izquierda y la derecha, y nos urge a participar porque “todo podría ser peor”. La urna solo pide un gesto....
Autora >
Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí