A principios de mayo, Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional del Gobierno Biden, leyó un discurso –de media hora; quería ser categórico y preciso– ante el think tank Brookings. Se trataba del, hasta ahora, acto de demolición del neoliberalismo más explícito y solvente emitido por el Gobierno USA. La Comisión, que esta semana aún pedía reducción del déficit, no ha dicho nada parecido. Ningún gobierno europeo ha dicho nada igual. En el discurso de Sullivan se planteaban cuatro retos, a los que el neoliberalismo no solo no podía dar respuesta, sino que era el principal causante de la pregunta. El primer reto era el vacío industrial, y el vacío, incluso, de la distribución de productos, provocado por la creencia de que el mercado era autosuficiente y autorregulable, una inteligencia efectiva y autónoma. Algo, por otra parte, en lo que nunca creyó ni el mismísimo Adam Smith. El segundo reto consistía en constatar y corregir el hecho de que la integración económica –la globalización, vamos– traería, por sí sola, “una convergencia social y de valores en las sociedades”. No ha sido así. O, en todo caso, esa convergencia social y de valores –asocial y sin valores– no ha funcionado, o no merece ese nombre. El tercer reto era la crisis climática, la necesidad de corregir un calentamiento en el planeta que “amenaza a las vidas y a las formas de vida”. Aquí Sullivan apostaba por aprovechar una transición ecológica para realizar una severa y efectiva reindustrialización, ese sector deslocalizado o, simplemente, abandonado. El cuarto reto consistía en corregir la desigualdad social y el daño a la democracia producidos en las últimas e intensas décadas de apisonadora política y económica, sin diálogo ni corrección alguna con las sociedades. Algo que empezó como una desregulación de sectores y una serie de rebajas fiscales ha culminado, así lo explicaba Sullivan, en una crisis industrial y de productos, en una crisis de influencia internacional, en una crisis democrática, y en una gran incapacidad, paralizante, para solucionar un problema grave y concreto: el calentamiento del planeta. Es importante que estas palabras no fueran formuladas por un poeta. Pero también es importante que no fueran formuladas por el consejero de Economía. Las formulaba el consejero de Seguridad Nacional. Es decir, aludía a la crisis, esto es, a la culminación del neoliberalismo, como un problema de seguridad, una amenaza a la estabilidad, al orden, a la paz en las calles. A los derechos. A la democracia. A la vida.

Es la época. 

Es la época explicada con precisión. Por primera vez un gobierno mundial de Occidente alude al neoliberalismo, a través de conceptos y categorías propias de los detractores de las políticas neoliberales en las últimas cuatro décadas.

Es la época. 

Una campaña electoral sirve para hablar de la época. Poco más. Así, en la campaña electoral ha primado ETA, el Real Madrid, promesas electorales gubernamentales, la compra de votos, las ganas de no practicar ningún cambio a un modelo infinito que se ha confirmado como un éxito, al parecer. En Barcelona, siempre puntera y diferente, se ha hablado de coches con motor de explosión que no inciden en el calentamiento, del desastra que suponen las primeras limitaciones al tráfico rodado, de la necesidad de no poner límites al mercado, ese orden autorregulador, que regula, incluso, los alquileres. De la independencia, de independizarnos de todo salvo de la época, lo que es la única razón para independizarse.

Hoy, último día de campaña. Mañana, jornada de reflexión. Reflexionemos. Sobre la época.

Es la época.