lucha alternativa
Apuntar a la Luna en vez de mirar el dedo de Vox
Algunas reflexiones sobre cómo hacer frente al marco político impuesto por la ultraderecha
Nuria Alabao 12/07/2023
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En días de elecciones, donde el marco es el de “que viene el fascismo”, cuando las guerras culturales se intensifican por la llegada de Vox a las instituciones y sus acciones ocupan portadas e inundan las redes, es necesario repensar dónde ponemos el foco, cómo analizamos lo que está pasando para apuntar mejor nuestras batallas.
1. Agitar las contradicciones de Vox cuando gobiernen
Garrotes rompiendo cristales, empujones a la policía y banderas españolas fueron la imagen de las protestas de ganaderos del mes pasado ante la sede de la Junta de Castilla y León en Salamanca. Aunque nuestros vaqueros taurinos encajen en la figura del votante ideal de Vox, la revuelta es en realidad, contra ese partido, fruto de sus intentos de gobernar como si fuesen antisistema. Es su Consejería de Agricultura la que había prometido relajar los controles sobre la tuberculosis bovina. Para ello aprobó una nueva normativa que fue rechazada tanto por el Gobierno central como por las autoridades europeas.
Gobernar desde la radicalidad genera muchas contradicciones y las promesas imposibles de cumplir son granadas a punto de estallar en la cara a los ultraderechistas: pueden acabar en protestas –o hacerles perder el apoyo de sus antiguos votantes–. Hay una distancia considerable entre su discurso inflamado o los fantasmas que agitan y las realidades a las que pueden dar forma desde la institución. Por eso en los pactos locales y autonómicos este partido ha asumido preferentemente cultura, festejos, lengua o igualdad, todo lo que pueda ser funcional a la batalla cultural, mientras que el PP se ha quedado con las competencias centrales –urbanismo, economía, hacienda–. Además, buena parte del programa electoral de Vox, por ejemplo, en lo referente a la inmigración, es impracticable –como el bloqueo naval de toda la costa española para evitar que lleguen barcos de migrantes– o vulnera buena parte de la legislación europea. Pese a los miedos que se agitan en tiempos electorales, no lo van a tener tan fácil. Estas serán las contradicciones que habrá que agitar contra Vox, allí donde consigan arañar algo de poder. La realidad tampoco les sonríe, su entrada en gobiernos locales oculta la realidad, pero hay declive electoral o estancamiento y las encuestas indican que van a perder por lo menos un tercio de sus diputados.
Reaccionar a sus burradas y dejarles marcar la agenda nos sitúa exactamente donde ellos quieren
2. Deslindar qué guerras culturales vale la pena librar
Su programa electoral, muy radicalizado y basado también todo él en la guerra cultural, es en realidad, bastante impracticable. Además, en el caso de que entrase en el gobierno, estaría subordinado al PP –lo mismo le ha sucedido a Unidas Podemos–, lo que implica que va a dedicar mucho esfuerzo a sacar partido de cualquier medida por simbólica e intrascendente que esta sea para colgarse medallas. No deberíamos ayudarle en esta tarea. Polarizar es completamente funcional a su estrategia, porque su política fundamental es, básicamente, política comunicativa. Por eso, reaccionar a sus burradas y dejarles marcar la agenda nos sitúa exactamente donde ellos quieren. No es que sean cuestiones intrascendentes, es que tenemos que deslindar qué batallas vale la pena librar.
¿No quieren banderas LGTBIQ en los ayuntamientos? Para las que entendemos que las cuestiones de género sirven para sujetar el orden social y asociamos estas luchas a una batalla contra el capitalismo, no es tan importante que la institución ondee este símbolo algunas semanas al año. Colgaremos nuestras propias banderas en muchos otros lugares o convocaremos nuestras propias concentraciones contra la violencia machista. Hay vida más allá de la institución. Por supuesto, entendemos que la cuestión de las banderas es un claro ejemplo de lo que los estadounidenses llaman “dog whistle politics” –en referencia a ese silbato que pueden oír los perros, pero no los humanos–. Es decir, como no pueden cargar contra las disidencias sexuales de manera muy frontal –con las personas trans el marco es otro–, hablan de banderas, pero sus votantes están escuchando su rechazo a las luchas LQTBIQ y las personas que las encarnan. De esta manera, además de conseguir el voto más reaccionario, también pretenden hacerse con el voto gay ultraconservador. Pero este rechazo es minoritario en la sociedad española. Hay que recordar que, también en aceptación de las disidencias sexuales, vamos ganando.
Olvidemos pues las banderas institucionales y otros escenarios de la política-espectáculo. Antes y después de elecciones, necesitaremos un análisis fino de dónde están los peligros reales para apuntar sobre los mismos. Es el caso de la modificación de algunos aspectos esenciales de la ley trans, que es una promesa en campaña del PP –y que está enarbolando los argumentos del feminismo reaccionario, recordemos que Amelia Valcárcel, lideresa de la oposición a la ley ha aplaudía a Feijóo–. También habrá que seguir avanzando en cuestiones clave, como garantizar el acceso al derecho al aborto, cuando sabemos que en muchas comunidades está lleno de trabas. La mejor receta para confrontarlos es estar organizado por abajo y tener capacidad de respuesta.
Por tanto, no tenemos que entrar al trapo de todas las guerras culturales o medidas simbólicas que lancen, sino, más bien, redirigir las preocupaciones públicas hacia nuestra propia agenda. En este sentido, ya hemos visto que cualquier cosa que tenga que ver con cuestiones de género consigue movilizar más a uno y otro lado del espectro político, pero no estaría de más prestar atención a temas como las bajadas de impuestos, la privatización sanitaria, las políticas de vivienda, los recortes en igualdad o derechos sociales o incluso en el aumento de las prerrogativas policiales para la represión. Todas estas cuestiones tienen un impacto más fuerte en la vida de las mujeres o las personas LGTBIQ que una bandera colgada de un edificio oficial. Y, por supuesto, en todo lo relacionado con las cuestiones de reproducción social y la división sexual del trabajo, donde reside la principal propuesta transformadora del feminismo. No olvidemos tampoco que la guerra cultural es una forma de la política destinada a soslayar la lucha de clases –y a crear falsos culpables de los problemas sociales: los migrantes, las feministas, los okupas…–, y redirigirlas hacia conflictos redistributivos es la mejor herramienta para romper su marco.
Si las extremas derechas crecen a medida que aumenta la desafección política y ante la propia crisis del neoliberalismo, hay que atacar materialmente la reproducción de esos malestares. No hay que perder de vista esta cuestión estructural, sobre todo ante los primeros indicios de una probable vuelta a la austeridad en Europa.
La polarización implica un cierre de la potencia y de la imaginación
3. Evitar el cierre del campo político
El creciente espacio político de la extrema derecha –que no del voto– genera una sensación de urgencia y dos campos enfrentados que dejan poco espacio para otro tipo de política. Las guerras culturales y la polarización tienen la capacidad de capturar nuestras luchas y reinscribirlas en un marco izquierda y derecha útil sobre todo para la disputa por el poder político institucional. Por eso las izquierdas se lanzan de cabeza a esas batallas, porque les resultan funcionales para mostrarse como “los auténticos demócratas”, los únicos capaces de “parar el fascismo” –no importa si la desafección aumenta porque, cuando gobiernan, sus políticas son básicamente continuistas–.
De hecho, el marco bipolar y el “miedo al fascismo” refuerzan una dinámica de captura de nuestras luchas, que empezó a producirse desde la institucionalización del ciclo 15M. El marco que identifica a la ministra Irene Montero con el feminismo porque es atacada por Vox y los ultras, o la autocensura a la hora de presionar al Ministerio de Igualdad para que sus medidas vayan más allá suponen un buen ejemplo de esta dinámica.
La polarización implica un cierre de la potencia y de la imaginación. Así, se clausura el campo de la crítica para “no dar armas al enemigo”, con lo que disminuyen las posibilidades de empujar las políticas hacia otros lugares o de luchar con horizontes que cuestionen de forma radical elementos que tocan los intereses capitalistas. Se cierra por tanto la posibilidad de luchar también contra los gobiernos progresistas y sus tímidas políticas de reforma, de empujar para mejorar las condiciones de vida y de ampliar las posibilidades de lo pensable y lo decible. Pero nuestras demandas no pueden estar limitadas por lo que se puede conseguir desde la institución. Si se dice “no ataquéis al gobierno porque lo que viene es peor” nos olvidamos de luchar contra lo intolerable. Como explicaba en un artículo reciente, el discurso más extremo contra los migrantes puede ser el de la ultraderecha, pero la masacre de Melilla ha sucedido con este Gobierno, y las condiciones de vida de muchas ya son insoportables aunque no gobierne Vox.
El marco de la crisis ecosocial no admite treguas. Hay que seguir apuntando a la luna y no quedarnos mirando el dedo de Vox. El reto es crear contrapoderes autónomos que empujen la situación y abran posibilidades para la acción y el pensamiento fuera de los estrechos marcos de lo posible dentro del Estado. Lo que queremos –acabar con el sufrimiento que causa el capitalismo– no está contenido en el Estado sino, en gran medida, contra él.
Lo que queremos –acabar con el sufrimiento que causa el capitalismo– no está contenido en el Estado sino contra él
4. Generar autonomía más allá de la ley
El movimiento de vivienda de Madrid nos ha marcado el camino: más que denunciar para que se retire la lona de los paramilitares de Desokupa, podemos intervenirla. Esta acción implica una vuelta a la acción directa y a nuestra capacidad de recuperar la iniciativa. Los movimientos tenemos que dejar de hablar el lenguaje de la ley, y empezar a cambiar el lenguaje del poder. La emergencia de los ultras derechiza el campo político, solemos decir, pero no podemos permitir que le haga eso a las luchas de base.
Esto es extensible al tic recurrente de pedir que se denuncie su “discurso de odio”, ya que dibuja que la única solución es callarlos. Esto refuerza su imagen de antisistemas –sufren “represión”– y legitima respuestas –como el propio delito de odio– que luego son aplicadas preferentemente contra las luchas sociales o contra los propios antifascistas. El ejemplo del activista condenado a ocho meses de cárcel por colgar un monigote de un árbol con la cara de Abascal es la prueba –Vox pedía tres años–. Debemos activarnos para generar nuestras propias respuestas más allá del marco punitivo. En Francia, ha sido Macron, no la ultraderecha, el que ha ilegalizado al principal movimiento ecologista, Lés Soulèvements de la Terre para frenar la potencia de sus protestas.
No olvidemos tampoco que en toda Europa los sindicatos policiales actúan como movimientos políticos en apoyo de los ultras, bloquean activamente las luchas contra el racismo institucional, la posibilidad de confrontar a los movimientos neonazis de calle o los intentos de prohibir el armamento letal que usan para reprimirnos. Apoyando nuevos delitos y su aplicación, reforzamos sus prerrogativas y apuntalamos su marco y su legitimidad social como “garantes de la democracia”. ¿Y qué pasa cuando son ellos los que perpetran delitos de odio como los carabineros italianos que dieron una brutal paliza a una mujer trans? Derribar la ‘ley mordaza’ y poner límites al poder policial tiene que seguir siendo una de nuestras prioridades.
Si ellos están contra toda organización que no sea la familia o la nación, tenemos que profundizar nuestras comunidades y capacidades organizativas
5. Estar mejor y más organizadas
Por tanto, nuestras luchan tienen el reto de deslindarse de estas formas políticas de las guerras culturales, redirigirlas hacia cuestiones que nos permitan avanzar más que estar a la defensiva; estimular debates complejos fuera de la lógica amigo-enemigo; y desvincularnos de aparentes soluciones fáciles –por ejemplo, las penales– porque son funcionales a la perpetuación de la injusticia y la desigualdad.
Por otra parte, si ellos están contra toda organización o lazo social que no sea la familia o la nación, nosotros tenemos que profundizar nuestras comunidades y capacidades organizativas. Necesitaremos también alianzas bastardas que pueden poner las luchas de los derechos migrantes en el centro para oponernos a su poder, y también a la penetración de sus ideas en lo social, un peligro que no se puede conjurar desde la institución, sino estando organizadas por abajo en espacios de todo tipo, también de apoyo mutuo. Contra el miedo, organización.
En días de elecciones, donde el marco es el de “que viene el fascismo”, cuando las guerras culturales se intensifican por la llegada de Vox a las instituciones y sus acciones ocupan portadas e inundan las redes, es necesario repensar dónde ponemos el foco, cómo analizamos lo que está pasando para apuntar mejor...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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