crisis de las izquierdas
Sumar y Podemos, ¿proyectos diferentes?
La confrontación no es la de dos propuestas políticas diferentes en pugna, sino una simple lucha de poder de dos partidos que comparten el mismo horizonte: gobernar con el PSOE
Nuria Alabao 15/06/2023
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Una interpretación de la contienda de estos días entre los dos partidos a la orilla izquierda del PSOE –uno en formación, otro en declive– sería que esta es resultado de dos proyectos enfrentados, casi radicalmente diferentes, condenados a entenderse por una cuestión de contexto: la posibilidad de frenar a la derecha o de perder el gobierno. Se dice de Sumar que tiene un estilo demasiado blando o buenista, que es excesivamente contemporizador con las élites económicas, o incluso se le denigra por la relación de su líder con CC.OO., como sindicato “burocrático subvencionado y pactista”. Pero, ¿en qué es diferente el proyecto de Podemos más allá de esta cuestión de estilo, de su performance confrontativa directa y más brutal? ¿Es la política una cuestión de formas? ¿De retórica?
Las primeras disputas internas en Podemos fueron procesos donde lo que estaba en juego era la configuración del partido, es decir, si se apostaba por construir una organización y cuál sería su grado de democracia interna. Estos dos aspectos están íntimamente relacionados puesto que o se generan estructuras verticales con sistemas de prebendas o clientelismos varios –la esperanza de poder ascender en la estructura o ser recompensado con algún puesto– como en los partidos al uso, o la participación está premiada con la pasión política que proviene de la creencia de estar construyendo algo en colectivo, para lo que es necesario sentir que lo que uno hace o piensa cuenta más allá de pegar carteles o aportar a los crowdfundings.
En los inicios de Podemos en las postrimerías del 15M, esas bases y esa pasión política existían. Recordemos los cientos de círculos por todo el país, los actos con miles de personas votando en directo o lanzando discursos y propuestas. Todo ello enmarcado en un contexto que posibilitó que un partido de reciente creación llegase a tener cinco millones de votos. Evidentemente organizar toda esa energía creativa con su parte de caos no era fácil, pero tampoco se apostó por ello. Aún más, se generó una cultura política de guerra, donde se trataba de aplastar a las otras facciones, que liquidó a los círculos, alejó a las bases, quemó a muchos cuadros y acabó con cualquier atisbo de democracia interna.
Podríamos hacer un diagnóstico más fino de otros factores que han llevado al desplome de Podemos, no todos relacionados con los errores de sus líderes, pero no nos llamemos a engaño, es cierto que ha habido un cierre conservador de la energía democratizante del 15M, pero también que donde estamos es consecuencia de un camino que generó sus inercias, de decisiones que se tomaron en el pasado. El resultado de estas escaramuzas ha sido un partido controlado por un puñado de cargos y sus asesores sin estructura de base y sin articulación posible con la sociedad organizada. Un cascarón vacío entregado a los argumentarios y la batalla por el relato.
El resultado de estas escaramuzas ha sido un partido controlado por un puñado de cargos y sus asesores sin estructura de base
La dinámica de confrontación entre fracciones de estos días se vive casi con sorpresa, como si fuese algo propio de la configuración de Sumar y no algo que se arrastra en el espacio “del cambio” desde hace años. Acabamos de asistir además a una brutal escenificación de cómo se reparten puestos, con sus correspondientes cuotas de poder y de dineros donde no se ha producido ni un solo debate político, ni de proyecto u horizonte. Pero quizás lo peor de todo ni siquiera sea eso, sino que en el ecosistema “de izquierdas” a nadie parece importarle demasiado. Se critican otras cosas, las formas, los vetos ante el momento “histórico” que urge a la unidad. Nadie parece recordar ya que hace unos años esto se hubiese percibido simplemente como vergonzoso. Hablar de puestos y dineros producía repulsa. Veníamos a cambiar las lógicas políticas y a democratizar las instituciones. Hoy ha sido completamente descarnado: la política del ala de izquierdas del arco parlamentario es un reparto. Parece inclusive legítimo defender a personas concretas como si alguien fuese imprescindible en un proyecto político que se quiere transformador. ¿No hablábamos antes de limitación de mandatos en contra de la profesionalización de la política? ¿No decíamos que era más importante la organización, el proyecto que los personalismos? ¿Acaso lo que te importa es quién se sienta en los sillones y no el para qué? Tampoco hay lugar para engaños aquí, el veto de Sumar a Irene Montero es el veto a una enemiga política y tiene exactamente la misma lógica que han tenido las anteriores confrontaciones dentro de Podemos, forma parte de las mismas dinámicas, de la misma cultura política de guerra que la propia Montero ha contribuido a crear. En partidos consolidados como PSOE o el mismo PP, las estructuras perviven a aquellos que pasan por ellas, ¿qué quedará de estos nuevos partidos sin sus caras visibles, sus muchos seguidores en Twitter, su capacidad de convocar a la prensa?
El proyecto: gobernar supeditados al PSOE
Antes de llegar al gobierno, el discurso de Podemos era el de “impugnar el régimen del 78”, acabar con la casta política y los privilegios de la banca y las grandes empresas, regenerar la política… cambiarlo todo. En 2019, y aunque el contexto empezaba a virar, se nos dijo que entrar en el gobierno les permitiría demostrar “su utilidad” para impulsar esos cambios. ¿Para qué podría servir el partido de la protesta? El pacto de gobierno –con Unidas Podemos pero liderado por Podemos– les permitió justificar esta participación recogiendo una parte de las demandas surgidas al calor de las protestas quincemayistas –derogación de la Mordaza, acabar con la reforma laboral, enfrentar el problema de la vivienda, reforzar la sanidad, etc.–. Independientemente del balance que se haga de la acción de gobierno y del cumplimiento o no de estas promesas, los resultados de Podemos en las recientes elecciones dejan claro que sus votantes no han quedado convencidos de esta “utilidad”, de su empeño por conseguir ministerios.
Lo que sí ha quedado después del paso de Podemos por el gobierno es una relegitimación del Estado –reforzado además por las medidas impuestas durante la pandemia–, y de lo que se llamó “los partidos del régimen”. El camino ha sido despejado para que –y ahora sí sin la necesidad de discutir un programa de gobierno que legitime ese paso– el proyecto de “la izquierda del PSOE” sea gobernar con el PSOE; el de ambos, de Podemos y Sumar. (De hecho acudirán en coalición con los socialistas para el Senado por Ibiza y Formentera.) Es decir, su proyecto no deja de ser el de gobernar supeditados a sus socios de gobierno mientras tratan de atribuirse los éxitos de las medidas que se consideran victorias mientras se culpabiliza al socio de los fracasos o de no poder llegar más allá. El caso de la no derogación de la Ley Mordaza ha sido bastante claro.
El proyecto es el mismo entonces para todos. Confluir para gobernar porque, si no, viene la derecha y “todo podría ir a peor”. Incluso dentro de este estrecho marco quizás se pueda conseguir el voto de los politizados, los que acuden recurrentemente a las urnas, pero es más que dudoso que sirva para ensanchar el nicho electoral de la izquierda, y conseguir que participen más abstencionistas, algo que parece imprescindible para poder repetir gobierno. Si no, es posible que Sumar y el PSOE acaben por disputarse parte importante del mismo electorado.
El problema de fondo es reenganchar a la política a gente que piensa que no se juega nada en las elecciones
La desafección política –los segmentos sociales que no se sienten representados por el sistema– crece en toda Europa y muchos de ellos no votan. Pero hay un problema con esta izquierda ilustrada para conseguir activar el voto descreído. Existe un distanciamiento en los programas políticos y los discursos de las candidaturas progresistas respecto de las preocupaciones de buena parte de los sectores populares a los que dicen dirigirse o que deberían ser uno de sus principales nichos. Lo cierto es que estos programas encajan más con la sensibilidad cultural de urbanitas de clase media. Hay una brecha de prioridades, formas de expresión, estilo e incluso valores entre los dirigentes progresistas y aquellos a los que dicen dirigirse, y esta brecha parece que sigue creciendo. Simplemente hablan distintos idiomas. Como ejemplo podríamos hablar de las guerras culturales ecologistas en donde entran en juego temas como el consumo de carne, el lobo frente a los ganaderos o la propia caza en el eje rural-urbano –y que a Vox le apasionan–. La cuestión de la movilidad ha sido central también y lo seguirá siendo ante las directrices europeas: la bicicleta contra el coche, o el coche eléctrico –no al alcance de todos– frente a los viejos automóviles de combustión. Aunque en Madrid, con el proyecto encabezado por Manuela Carmena, pasó algo parecido en su día, Barcelona es un ejemplo actual ya que el proyecto de Colau ha ido perdiendo votos en barrios pobres de la ciudad en cada legislatura desde el 2015.
Apostar por construir por abajo es la única posibilidad de superar la crisis de las izquierdas, aunque eso parece ya fuera de la discusión centrada en nombres
La única manera de superar esta brecha es generando proyectos que incluyan estas sensibilidades, y eso no se soluciona poniendo “cuotas obreras”. Podemos dice representar a esos sectores populares frente al proyecto “más elitista” de Sumar, pero aunque tuvo esa conexión, ya la perdió hace tiempo. El problema de fondo es reenganchar a la política a gente que piensa que no se juega nada en las elecciones, que su vida no va a cambiar gobierne quien gobierne y, para eso, hay que tener presencia en los sitios donde esos sectores populares están, tomarles el pulso, responder a sus expectativas y darles espacios en las organizaciones políticas. En parte, esto implica saltar la barrera de la representación e incluir efectivamente a los excluidos de la política. Algo que mejor o peor, el PSOE hace a su manera, aunque sea de forma puramente clientelar. También es importante tener vehículos engrasados, organizaciones capaces de componerse –y responder– ante las demandas de la sociedad, porque los cambios reales que se enfrentan a los poderes económicos o los intereses de determinadas élites nunca son fruto de una generosa concesión, siempre son conquistas arrancadas con fuerza social.
En el primer Podemos se dio esa conexión popular real. En los círculos participaba gente de diversos estratos sociales; ahí estaban también esos sectores populares diversos, en una conjunción que será difícil que hoy vuelva a repetirse. No solo no existe en Podemos sino que no aparece por ningún lado en el horizonte de Sumar, cuya propuesta se parece más a un izquierdismo ilustrado sobre la base de gente responsable, buenos técnicos, el gobierno de los mejores –que no quieren ser molestados teniéndose que entender con gente diversa, la democracia, ya sabemos, es un problema–. Pero el gobierno de los mejores no tendrá ninguna fuerza para oponerse a las imposiciones de Bruselas si vuelve a pedir recortes, y puede disolverse en el próximo giro de la historia como le ha sucedido a Podemos. Hoy por hoy, y aunque se consiga volver a gobernar, apostar por construir por abajo es la única posibilidad de superar la crisis de las izquierdas, aunque eso parece ya fuera de la discusión centrada en nombres y fichajes “estrella”.
Una interpretación de la contienda de estos días entre los dos partidos a la orilla izquierda del PSOE –uno en formación, otro en declive– sería que esta es resultado de dos proyectos enfrentados, casi radicalmente diferentes, condenados a entenderse por una cuestión de contexto: la posibilidad de frenar a la...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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