Ser persona
Cuando se hacen mayores
¿Y si con el paso de los años la sangre de tu sangre no es lo que se considera bueno y justo? ¿Qué hacemos ahí?
Pere Aznar 31/08/2023
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Una madre ingresada en un hospital tras iniciar una huelga de hambre, encerrándose en una iglesia por los pecados de su hijo, me ha hecho pensar en un chiste. “Y luego Jesús tomó pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘¿Quién es esa señora y por qué no quiere comer?’”. Superado el pensamiento cómico, me he preguntado qué tipo de persona es ella, qué tipo de persona soy yo.
Recuerdo la sensación apabullante de tener por primera vez entre mis brazos a un ser vivo que estaba aquí por nuestra culpa –o gracias a nosotros–, según se mire el mundo con más o menos optimismo. Recuerdo la sensación de extrema responsabilidad y miedo paralizante. Y no, no recuerdo una alegría que lo inundara todo, eso vino un poco más tarde.
El camino de nuestra descendencia transcurre en paralelo a nuestros actos y emociones hasta un momento en que se separa de nosotros y elige su propia ruta. Ahí aparece la pregunta, no demasiado complaciente, de si habrás hecho o no las cosas bien para que ese ser que hace unos años estaba en tus brazos ahora sea persona. A ser persona le atribuyo unas connotaciones positivas que, dadas las circunstancias, no siempre son fáciles de poner en práctica. Todos somos gente y de vez en cuando conseguimos ser personas.
Cuando nuestros hijos separan su senda de la nuestra comienzan a desarrollar su personalidad y nos podemos encontrar ante dos realidades
En los primeros años de vida, reina en nuestra mente de forma inconsciente un egoísmo ingenuo, una avaricia constante, una impaciencia irracional y un comportamiento errático. De mayores nos pasa lo mismo, pero si nos han enseñado bien, hemos aprendido a controlarlo, a domarlo, a ser personas. Los niños son, somos, en la mayoría de los casos, imbéciles. Hay cientos de momentos de un infante o infanta que no aceptaríamos en un adulto, es más, si nuestro amigo José Antonio o nuestra amiga Carmen se comportaran como nuestros hijos diríamos claramente que son insoportables y que no queremos saber nada de ellos.
Cuando nuestros hijos separan su senda de la nuestra, cuando se nos hacen mayores, comienzan a desarrollar su personalidad y nos podemos encontrar ante dos realidades. Una es placentera: el orgullo de ver que ese humano es bueno, con sus cosas, pero bueno. Otra es dolorosa. Resulta que nuestra estirpe se ha convertido en un ser con el que no querríamos estar ni un segundo si no fuera una versión nueva de nuestra sangre, de nuestro apellido. Creo que ahí reside la clave más complicada de la paternidad/maternidad.
¿Y si con el paso de los años la sangre de tu sangre, el humano que trajiste al planeta no es lo que se considera bueno y justo? No me refiero a que se equivoque a veces, me refiero a que lo que hace es evidentemente una decisión consciente para joderlo todo. ¿Qué hacemos ahí? ¿Es posible dejar de quererlos? No, es imposible.
En algún momento no le hemos dejado claro lo que está bien y lo que está mal. La realidad de nuestros actos les han enseñado lo contrario
Lo más probable y lo más duro de aceptar es que, si se da el caso de que no sea muy buen tipo, en un porcentaje muy alto, es cosa nuestra. Algo no hemos hecho bien. En algún momento no le hemos dejado claro lo que está bien y lo que está mal. Tal vez creemos que sí lo hicimos, pero la realidad de nuestros actos cuando ellos miran, pero pensamos que no miran, les han enseñado lo contrario. Y créeme, lo ven todo.
Mi hija tiene ahora casi nueve años. Creo que me cae bien. Si no fuera mi hija, me gustaría estar en su compañía. Creo que será una persona respetuosa, justa y buena. Igualmente, no quiero precipitarme, solo la conozco desde hace nueve años. A lo mejor dentro de unos años se ha convertido, de forma consciente, en un ser manipulador, egoísta y avaricioso. Y si en 30 años es capaz de mentir, de usar a la gente, de disfrutar viendo el mundo arder, si eso pasa, será de alguna manera culpa mía. Y eso que intento ser persona, así que imagínate si ni siquiera lo hubiera intentado.
Y si en el futuro fuera odiada por sus actos claramente errados y reiterados ¿la dejaría de querer? No, imposible. ¿Qué haría en ese caso? Creo que lo primero sería pedirle perdón por no haberle sabido enseñar mejor. Después sé lo que no haría. No haría una huelga de hambre hasta que la víctima de los abusos que mi descendencia perpetró se retractara de sus acusaciones. Yo no dejaría de comer por nadie, pero quién soy yo para juzgar a ningún padre o madre. Tal vez es que no soy todo lo persona que debería.
Una madre ingresada en un hospital tras iniciar una huelga de hambre, encerrándose en una iglesia por los pecados de su hijo, me ha hecho pensar en un chiste. “Y luego Jesús tomó pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘¿Quién es esa señora y por qué no quiere comer?’”. Superado el pensamiento cómico,...
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Pere Aznar
Soy Pere Aznar, cómico, padre y autónomo. Las 3 cosas me dan alegrías y disgustos. Hace años que escribo chistes y los digo en sitios: radio, televisión, teatros y bares de pueblo. Soy de esos que te suenan, pero no sabes quien es. A mí también me pasa. Conmigo.
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