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Estimado/a lector/a:
El pasado 9N el pacto PSOE-Junts salió del armario. Todo el mundo dice que se trata de un pacto histórico. La verdad es que nadie sabe de lo que se trata aún, esta mañana a primera hora, cuando ni siquiera disponemos del texto de la ley de amnistía –el único acuerdo, lo único tangible de ese pacto, junto con la garantía de que Junts votará a Sánchez en la investidura, y que lo apoyará por toda la legislatura–. ¿Qué significa ese pacto? Ni idea. Tal vez no significa nada, o tal vez significa alguna de las posibilidades siguientes, que ordeno de más leves a más aparatosas. Ahí van:
- Se trata de un pacto de investidura para que un partido acceda al poder. Poco más. El poder, recordemos la frase de Lenin –ese gamberro que iba al turrón, a lo bestia, sin prolegómeno alguno–, solo sirve para poseerlo. En ese sentido, el poder es como el oro, o como el amor, y la mezcla de oro y amor es, como ya saben, una pesadilla, una catástrofe. Si esto es así, si Sánchez accede a la pomada con este y otros pactos parecidos, caerá, plof, uno de los mitos de la Transición. Algo que les daba miedo no solo a los padres de la CE78, sino, más aún, a sus cuñados: una cámara con chorrocientos partidos, ingobernable, como cuando la II República, esa República que, por otra parte, no cayó por ingobernable, sino por un golpe de Estado. Un gobierno sustentado en chorrocientos partidos demostraría que aquel miedo, como casi todos los miedos de los años setenta, y que fueron transmitidos, desde entonces, de padres a hijos, y de editorial de El País en editorial de El País, estaba infundado. Los miedos, y si exceptuamos –recuerdenlo; era terrible– el miedo al monstruo de debajo de la cama, suelen carecer de razón y fundamento. En términos políticos y en términos personales, solo hay que tener miedo, como señalaba Roosevelt, al propio miedo. Bú.
- Se trata de la incorporación a la democracia española de un grupo expulsado de ella. Esta idea es muy optimista, si bien no hay que descartar que, en efecto, se haya producido. Sobre el optimismo de esta posibilidad: la democracia española, como todas, precisa de expulsiones. Se expulsan de ella a grupos –inmigrantes, pobres, precarios, personas con ideas avanzadas de democracia, de igualdad–, y se expulsan de ella, más aún si cabe, temas y opciones políticas, que nunca entran en la agenda de lo cotidiano. Según se va al fondo a la derecha, las expulsiones son más severas. Al final de la era Aznar se expulsó de la democracia española a varios millones de votantes, por su cercanía, al parecer, con ETA. Mientras escribo esto, un Glorioso Movimiento Judicial parece querer expulsar de la legalidad y de la democracia española a otros millones de votantes. La democracia española, y esta es su originalidad, no carece de margen de mejora –por eso mismo es siempre mejor un gobierno sustentado en chorrocientos partidos, que no en dos: PP y Vox–, pero sí que carece, completamente, de margen para cambios importantes, no acometidos en los setenta, cuando se formularon los miedos. La democracia española consiste, básicamente, en su inmovilismo. Como el agua inmóvil, estancada, huele raro. Es poco probable, es imposible, que la democracia española incorpore en su Constitución la plurinacionalidad. Es también dudoso que las naciones peninsulares incorporen, a su vez, esa misma plurinacionalidad. El federalismo ni está ni se le espera. Respecto al aparato social de la CE78 desapareció, con todas las letras, con la reforma constitucional de ZP. Un día un presi de gobierno lo dirá, nos dejará a la intemperie, y el TC le dará la razón.
- Se trata de la incorporación de una extrema derecha a la democracia española. Si eso es así, sería la segunda incorporación. La primera se produjo en los noventa, cuando Aznar incorporó al PP todo aquello que estaba a la derecha del PP. Para ello se tuvo que modificar, sin mucho esfuerzo, la idea de democracia liberal, de CE78, de autonomías, de libertad, de Estado… de casi todo. El resultado fue una democracia raruna, más patológica, con nuevos mitos y más innegociables, con conductas cada vez más cercanas a lo delictivo, y que nunca llegaban a ser delito. Es posible que, en esta segunda ocasión, suceda lo mismo, en canijo, con otras tonalidades, otras intensidades y otros mitos.
Es posible que, de hecho, en realidad hayan sucedido cuatro cosas. Las tres que les señalo más la cuarta, la que no ves, la que siempre resulta la mejor, la que lo explica todo. Si es así, ya vendrá. Nos caerá en la cabeza, como una manzana, cuando estemos dormidos, como sucede siempre.
El sentido de esta carta, en todo caso, empieza propiamente ahora. No sabemos lo que va a pasar, pero sabemos lo que ha pasado. Como lectores de CTXT ustedes saben un güevo de diversos temas. Uno de ellos es el procés. Por ejemplo, supieron, en tiempo real, a la velocidad en la que eso sucedía, y a la velocidad en la que –en este caso yo– lo iba comprendiendo, que todo era mentira. La mentira no es un delito. Está protegida por la libertad de expresión. Además, va con nuestra especie. Usted mismo ha visto la mentira delante de sus morros, o la ha exhibido delante de los morros de otra persona, en ocasiones muy próxima. Duele. Mucho. Poco más. De hecho, en el procés todo ha sido mentira, de manera que solo ha habido dos delitos, que no son gran cosa, y de los que solo hablaré si la amnistía pita, que no está claro, por otra parte –nunca he hablado de esos delitos, por cierto; la razón: mi función no es llevar a gente al trullo, sino sacarles a ustedes de él, ofrecerles puntos de vista que les hagan libres–. Por todo ello, supongo que tanto ustedes como yo, y en tanto lo hemos ido viendo todo a la vez, deben estar fascinados, a estas alturas, por la mentira, por su sencillez, por su uso, por su espectacularidad, por ser un combustible poderoso, económico y rebosante de electricidad. Pues bien, esta carta era para explicarles algo sobre ella, sobre la mentira, que creo no haberles dicho nunca jamás.
La mentira, el fake, es el ingrediente mágico de la Guerra Cultural, esa seña de identidad de las extremas derechas, que, por su funcionalidad y poderío, está traspasando barreras ideológicas. Y, lo que quería decirles al respecto es que, vivan donde vivan, la mentira, por todo ello, llamará a su puerta, indefectiblemente, pues se ha revelado como un éxito, una forma bonita y barata y rápida de perpetrar política en el siglo XXI. Y entonces pasarán cosas que hemos vivido en Catalunya, y sobre las que no les he dado muchos detalles. Ahí van. Muchos de sus vecinos y muchos de sus amigos abrirán la puerta a la mentira. Y la abrazarán. Sus frentes se quebrarán y, de repente, verán claro. Más que usted. Irán de la mano de ella, con una seguridad, con una ausencia de dudas que usted no podrá comprender ni experimentar. Y le observarán con una mirada extraña. Es una mirada particular, que nunca había visto. Es una mirada crispada, con la que se mira al obstáculo, a la persona que no entiende, que no ha sido iniciada, que no tiene capacidad para saber que la mentira es la verdad absoluta. El trato de esos amigos se volverá brusco, al límite de lo vivible, sus frases breves y secas, y sus diálogos atajos cortos, para llegar a la mentira con rapidez. Pues bien, es en ese momento cuando debe abrazar a esa persona, y declararle su amistad. No debe hablar de la mentira. Es inútil. Pero sí del amor, del respeto a lo que les unía a ambos. No se lo creerán, pero en Catalunya ha funcionado. Se han perdido muchas cosas. Se ha perdido la unidad social, se han perdido acuerdos invisibles y lejanos. Pero no se ha perdido ningún amigo. De alguna manera, todos hemos estado cuidándonos. Incluso cuando parecía lo contrario. Mucho antes de este pacto político PSOE-Junts –del que aún no se sabe nada; no se sabe si acabará con la mentira, o la potenciará–, los amigos y las amigas ya estábamos cenando en sitios divertidos, hablando de cuando las rodillas peladas, los besos torpes, de cuando la lluvia de septiembre nos expulsaba de la playa, hablando de las noches largas de los novatos, y de la desigualdad vivida, lo más cierto y verdadero de nuestras biografías. Y hablando ya, por fin, de la información verosímil sobre lo ocurrido, de lo que no debería ocurrir nunca jamás.
El sentido de esta carta era darles este breve y cutrilongo manual de instrucciones para cuando se topen con la mentira donde menos se la esperaban: en el rostro del amigo. Y, más aún, agradecerles la oportunidad de, con su pasta, haber podido informar sobre la mentira, cuando eso no era sencillo ni posible. Y, más aún todavía, por el hecho de que, gracias a ustedes y a la información que pudimos construir por su apoyo, pudimos ayudar a mis amigos. Es decir, a mí, pues sin amigos no hubiera podido nada en absoluto. La mentira nos lleva, de hecho, a la nada en absoluto.
A todos ustedes, gracias.
Guillem Martínez
Estimado/a lector/a:
El pasado 9N el pacto PSOE-Junts salió del armario. Todo el mundo dice que se trata de un pacto histórico. La verdad es que nadie sabe de lo que se trata aún, esta mañana a primera hora, cuando ni siquiera disponemos del texto de la ley de amnistía –el único acuerdo, lo único tangible...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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