
Fotograma de la película Minority Report (Steven Spielberg, 2002).
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¡Qué incertidumbre! ¿verdad? ¿Se acuerdan de la película que da título a este artículo? Aquella sociedad feliz, regida por los informes de precrimen, en la que se detenía y encarcelaba a los futuros criminales antes de que cometieran delito alguno. Creo que el runrún de la tele me ha recordado esta ¿utopía? de sociedad feliz, en este extraño interregno entre investidura (fallida) e investidura (a saber), pues parece que el futuro ha borrado el presente, como si todo lo que va a suceder irremisiblemente convirtiera nuestro día a día en algo irrelevante. Nuestra prensa, nuestra política (si es que existe esta diferencia) nos adelantan a diario el informe de precrimen por cometer (amnistía, disolución de la patria, desórdenes públicos, pobreza, desabastecimiento, transgresiones morales, masas violentas y peinados sicalípticos), y diligentemente juzgan y condenan todo lo que va a suceder, eso sí, antes de que suceda. Porque eso es lo bueno, que se nos está salvando de lo que vamos a hacer, insensatos de nosotros, sin comprender el terrible crimen futuro que estamos dispuestos a cometer. No, no es ciencia ficción. Asómense a los editoriales, a las tribunas, a las tertulias, a las barras del bar y asómbrense de la preclara certeza sobre la amenaza a ESPAÑA (mejor todo con mayúsculas) para la que se nos previene, y si fuera necesario, se nos corregirá. Un gobierno de rojos y separatistas entregados al insano placer del poder van a vender el país, a pervertir la igualdad de los españoles, a malbaratar nuestra economía, a pactar con la anti-España, a irritar a las gentes de bien, a afeminar a los hombres, a insultar a líderes insignes, a provocar la justa ira de los justos, a matar gatitos, a vender nuestros órganos, a comerse a nuestros niños… Uy, ¡perdón!, me he adelantado un par de informes de precrimen. Eso no toca hasta la semana que viene.
Porque lo que importa, al parecer, es el futuro. El futuro catastrófico que algunos están dispuestos a perpetrar. O el futuro de paz, orden, seguridad y prosperidad bajo un régimen de trabajo y esfuerzo, con el que otros nos pueden salvar, siempre y cuando manden ellos, faltaría más. Porque lo que importa es ESPAÑA, no así los españoles, que ya se sabe que son, al menos la mitad de ello, díscolos, rebeldes, desafectos y gentes de mal vivir. Porque lo que importa es que, por un buen resultado, bien podemos forzar alguna que otra reglita. No sé, ¿bloquear y secuestrar el Poder Judicial? Total, sólo hay que incumplir la Constitución y demostrar que no pasa nada.
Demostrar que no pasa nada se ha convertido en realidad en la mejor ratificación de que el sistema precriminal funciona. ¿Ha pasado algo por incumplir la Constitución durante cinco años? ¿Ha pasado algo por abrir procesos judiciales sin contenido para atosigar a los malos? ¿Pasa algo por publicar portadas con noticias tan escandalosas como falsas? ¿Se paga algún precio por acosar, insultar, acaso agredir, y luego declararse víctima de la víctima? ¿Alguien ha pagado de verdad esos asuntillos de corrupción? No, no pasa nada. A quienes siguen el guion de precrimen no les pasa nada, porque ellos actúan por el bien de todos y nos salvan de un destino peor que la muerte. La descomposición del orden y del país.
Y sin embargo, ahí está esa mayoría de doce millones y medio de antisociales. Personas que no entienden esa visión clara del futuro. Que reclaman su libertad para decidir, pactar, hacer políticas y politiqueos, insolentarse y convertirse en obstáculo al natural monopolio del poder que corresponde a esos hombres admirables que construyeron nuestro sistema. Si hasta han tenido que abrir el mausoleo para que algunas ilustres momias del pasado nos den las admoniciones y el sermón de las siete palabras.
A nosotros, los díscolos, resulta que lo que nos preocupa es el presente. La ausencia de fe en la previsibilidad del futuro nos tiene en vilo y nos hace vivir con zozobra, como a todos, pero también con esperanza. Nos preocupa lo que vemos hoy, en la convicción ingenua de que el destino lo escribimos con nuestros actos cotidianos. A mí, por ejemplo, me preocupa que ya llevo dos personas que me han saludado en la calle con un “arriba España, viva Vox”. Fíjense qué banalidad, pero me preocupa que me saluden con un lema de la Guerra Civil, con el que se cuestionaba al saludado que, o saludaba igual, o era inmediatamente tachado por desafecto. Me preocupa lo que no es noticia o apenas es relevante; cosas como becas de comedor que desaparecen, prestaciones a parados que no se pagan, insultos a sindicatos y sindicalistas, actividades culturales que antes eran gozosas y ahora son inmorales, que se pueda pagar millones a algunos señores sin pestañear mientras se denuncia la indecencia de quienes reivindican lo colectivo y se niegan a ser pobres. Que se pueda mandar a venados con cámara a acosar e incomodar y que la noticia sea la indignada y excesiva resistencia de los acosados. Me inquieta el afán autodestructivo de personas y grupos que aprecio, pero que al parecer son incapaces de no ponerse la zancadilla. Me preocupa que actuemos sobre lo inmediato, cosas que suenan bien, como amarrar un gobierno, sin pensar en que, en lo que amarras el saco, se te deshacen las costuras. Me preocupa que nos pueda faltar sabiduría para entender que el futuro se hace sumando ideas, sí, pero sobre todo sumando sentimientos. Me preocupa que a mucha gente no le preocupe nada de esto y que actúe como si esto fuera un capítulo de Juego de Tronos, con el morbo de ver quién termina ejecutado esta vez. Me preocupa una masa que se está acostumbrando a pedir sangre… Al final resulta que soy de esas a las que sí les preocupa el futuro porque le asusta lo que pasa en el presente. Un presente, eso sí, que permite construir sueños o pesadillas por igual.
Y quiero defender el informe de minoría. Ese informe disidente que niega el crimen y su represión anticipada. El informe que otorga voto de confianza al libre albedrío y al entendimiento de los contrarios frente al consenso forzado. El que denuncia la intención de los disciplinantes, que lo mismo no es que quieran evitar un mal, sino promover su bien personal. No sé si habrá investidura, gobierno, pactos, amnistía, ni en qué términos sucederán o no todas y cada una de estas cosas, pero reivindico el derecho a explorar todas estas vías, a pactar, a sumar voluntades y a decidir con procedimientos democráticos el futuro de este país, aunque con ello impugnemos todos los informes de precrimen y a todos los agoreros del apocalipsis. Quizá por eso, tanto ustedes como yo leemos CTXT y sus informes de minoría: lúcidos, ácidos, contradictorios, sesudos o irónicos, formales o irreverentes pero siempre libres y ajenos a esta policía de la moral que, finalmente, no es nada moral. Sigamos elaborando nuestros minority reports y defendiendo la libertad de prensa, de pensamiento y de acción política. Si nos acompañan será un viaje que merecerá la pena y, quién sabe, lo mismo evitamos acabar todos nosotros hibernados en una caja cuando el siguiente informe de precrimen nos señale.
¡Qué incertidumbre! ¿verdad? ¿Se acuerdan de la película que da título a este artículo? Aquella sociedad feliz, regida por los informes de precrimen, en la que se detenía y encarcelaba a los futuros criminales antes de que cometieran delito alguno. Creo que el runrún de la tele me ha recordado esta ¿utopía? de...
Autora >
Marina Echebarría Sáenz
Es catedrática de Derecho Mercantil.
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