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El sentido de estas cartas es explicar algo que no explicas en los artículos. “Explica entonces que tienes un tomate en el calcetín, pollo”. Disculpen, ese es mi hijo, que no me lee y que no sabe que en mis artículos les hablo, fundamentalmente, de tomates en los calcetines. Los hijos, en fin, nunca nos leen. Debe ser algo curioso e incómodo leer a tu padre. No lo sabré nunca. Anyway. Les decía que el sentido de una carta = explicar sentidos que no explicas en otro sitio. Explicar lo que antaño se explicaba en las cartas: qué día llegas, o que lo sientes mucho, pero que te piras. En esta carta les explicaré algo que, después del 23J, estoy encontrando en gotas esparcidas, y que, todo apunta a ello, en breve formará un charco, o un lago, o nada. Me refiero a la vuelta de la política.
Sí, el título no es original, pero sí, espero, lo que les digo. La política está volviendo a lo que era antes del 15M. Ha tardado un huevo. Podría haberlo hecho mucho antes. Lo que explica la fortaleza de aquello tan aparentemente débil y frágil que fue el 15M. Su fuerza fue, sencillamente, evidenciar que muchas cosas cotidianas, como la política, eran ridículas. El hecho de que la política vuelva, evidencia, a su vez, que se ha olvidado de su propia ridiculez. Sin ese sentido del ridículo –el único criterio ético en cuarenta y tantos años de democracia–, la política vuelve, sencillamente vuelve, sin posibilidad de dejar de hacerlo, con la lentitud y la precisión de la hiedra, ese ser que también se pega a la pared. Está volviendo, en fin, la política como algo autónomo, cerrado, autosuficiente, sin contacto con la sociedad, con la que mantiene conexión a través de los medios, esas cosas que, no sé si lo compartís, tienden a volver a hablar raro, que es la voz que se te pone cuando tienes que tratar, con absoluta normalidad, una realidad subnormalizada. En esta primera sesión de investidura, por ejemplo, la política, en el Congreso, ha hablado de sí misma. Y no, por ejemplo, de cosas que existen ahí afuera: precios no regulados e imposibles en el alquiler, la broma del euríbor, la disociación entre el salario y su valor efectivo, o el aumento del 70% –mucho; mucho; mucho– de muertes en el Mediterráneo. Ahora mismo, por ejemplo, no se sabe si habrá Gobierno. O si, en caso de repetición electoral, ese Gobierno podría ser de ultraderecha. O si aún hay chance para un Gobierno progresista-nacionalista-conservador. Lo único que sabemos es que el Gobierno que venga no se sentirá en deuda con la sociedad que lo ha intelectualizado con su voto –un voto muy ideologizado, muy operativo, en las izquierdas para el 23J–. Ya no hay, nuevamente, esa vuelta atrás. Como la política que se debe a la política, será un Gobierno que se deba a sí mismo. Y, sinceramente, espero que, al menos, no sea de extrema derecha.
Es sintomático lo que trasciende de las negociaciones para que el pack procesismo se sume a un Gobierno no-de-extrema-derecha. Se están tratando temas emitidos desde la política. Exclusivamente. Existen –existe así un delirio desordenado, inconcreto, denominado procesismo– porque fueron y son emitidos por políticos y desde la política. Por lo mismo, no parece que exista ningún interés en integrar en la agenda de lo posible objetos que no vengan de la política, sino de la sociedad. La agenda ha dejado de ser social. Es amable. Lo que es una gran diferencia con la extrema derecha.
Vuelve la política. Lo críptico, el secreto, vuelven los datos a medias, vuelven los periodistas de confianza, y los periodistas que no inspiran crédito a sus fuentes. Vuelve la información de prestigio, en contacto con el político, y la información desprestigiada, sin político que le salude. Desde el 23J, por ejemplo, me he encontrado con esa nueva tesitura: son varios los políticos que no responden a mis consultas. Cada vez que un político no contesta el wasap o la llamada de un periodista, muere un gatito. Y poco más. No es un gran problema. Cuando una puerta se cierra, se abre otra, por lo general, más locuaz, punk, descentralizada, inesperada y, por todo ello, pasada de vueltas, y no calculada por el político absentista, lo que hace más inútil la puerta cerrada. Pero sí que es sintomático. Explica que los políticos no necesitan el periodismo, sino algo muy parecido. Y significa que vuelven a precisar, para hablar, que su interlocutor haya demostrado algo antes. Algo relacionado con su fidelidad. Con la vuelta de la política, la fidelidad pasa a ser algo literal, contrastable. Y lo contrario, la no fidelidad, algo penalizado, con discreción, o a lo loco.
En el campo de las izquierdas, esa vuelta a la política ha sido lenta. La inició Podemos, una pieza fundamental en la politización de la política, y en la despolitización de la sociedad, en la profesionalización de la política, en la verticalización de la toma de decisiones, en los intentos de que los líderes ocuparan mucho tiempo, espacio y sonido. En breve se culpará a Sumar del muermo de la política. No será del todo cierto, pues el muermo empezó, y con cierta intensidad, antes. Sumar simplemente aportará su muermo –aún difícil de explicar, por la novedad; es tal vez un muermo relacionado con muermos anteriores, en la estela PC, esa vocación funcionarial fallida en los 70; veremos ahora–. La frialdad actual de Sumar, su bajo perfil comunicativo, supongo que les es necesario para distanciarse de la anterior etapa, muy comunicativa y fundamentada en líderes con vocación, no siempre efectiva, de ser eléctricos. No participéis, si podéis, en cruzadas que intentan demostrar que hay diferentes maneras de estar en un Gobierno del PSOE. Suponen volver a la política, no a la sociedad. Y, además, no hay mucho margen en un gobierno con el PSOE. Hay, tan solo, un estrecho margen de efectividad, que se debe explorar, sin duda. No hubo, por tanto, dos vías y solo una conducía a la politización. Hubo dos vías, y las dos conducían a etc., a puntos muy parecidos, además.
El concepto politización, esa tendencia en todos los partidos, implica volver a una suerte de momentáneos años 80. Que no sucederá, más allá de la política y de forma momentánea. Hay demasiada inestabilidad para que los 80, esa balsa de aceite, el reino, la apisonadora de la política, vuelvan a existir. De alguna manera, en alguna ocasión a lo largo del día, la política lo tiene que saber. La politización, en fin, no durará siempre. Anímense.
Bueno, la intención de esta carta era comunicarles, de manera ordenadamente desordenada, como en una carta, una cosa. La politización que nos viene encima, que ya tenemos encima. Y agradecerles que, con sus suscripciones, nos permitan cumplir nuestra función: desconfiar, fiscalizar, explicar la política, ser infieles, no transmitir que la política es una ciencia, ni un conjunto de genialidades personales, sino algo a lo que mirar con perplejidad y sospecha, sin fe. Es, vamos, un calcetín con un tomate.
Gracias otra vez.
Guillem Martínez
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El sentido de estas cartas es explicar algo que no explicas en los artículos. “Explica entonces que tienes un tomate en el calcetín, pollo”. Disculpen, ese es mi hijo, que no me lee y que no sabe que en mis artículos les hablo, fundamentalmente, de tomates en los calcetines. Los...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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