El salón eléctrico
Hoy hemos venido a putodivertirnos
Sí que parece haber censura. Pero no desde el lugar que señalan. Quizá ese dedo acusatorio sea en realidad conminatorio y nos estén amenazando
Pilar Ruiz 20/12/2023
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No se puede hablar de nada, se habrán enterado ya. Pero aquí estamos en CTXT, hablando con nuestros suscriptora/es y lectore/as de… nada. La culpa es de la dictadura progresista presente, que incluso obliga a quien esto escribe a utilizar el malhadado femenino, cuando ya el masculino con su paternal abrazo nos incluye a todes, perdón: todos. Lo que sea con tal de no ir a parar a una fría y lóbrega mazmorra woke, esté donde esté tal cosa: la firmante también es una friki que siempre se hace lío y piensa en la luna de Endor.
¿Dictadura Ewok o Woke?
Como íbamos diciendo: una vergüenza, sí señor y mucho señor; esto de vivir tiempos sin democracia, ni constitución ni perrito que le ladre. Una época a la que le crecen los enanos, homosexual y gangosa, reducida a la mínima y defectuosa expresión. Al menos eso dicen los voceros de la libertad con ira –una recuerda cuando esos mismos hablaban de “libertinaje”– a todas horas y en todas partes mediáticas, mediatizadas o simplemente meticonas. Son de la misma panda que putodefiende salir cada noche y sin permiso a la calle Ferraz –ya no: hace fresquete– para denunciar la dictadura actual. ¿Se puede decir putorezanrosarios o no es tan gracioso como un chiste de mariquitas? Preguntamos, porque una ya no sabe en qué consiste el estado de derecho ni del revés. ¿Quizá mofarse de los ancianos que usan sus apariciones en medios como viagra política o de los enanos mentales que les ríen las gracias? ¿Burlarse de los mini valentones que confiesan en prime timeque le gustaría hostiarse con un fulano carcelario mientras amenazan a los críticos con arruinarles sus carreras? ¿Hacer cuchufleta de los enredos de una monarquía? ¿Han derogado la ley mordaza? Porque aquí hemos venido a divertirnos ejerciendo el sagrado derecho sancionado en el artículo 20 de la Constitución Española, como putodefensoras de la sana libertad humorística. Pero no cualquiera, no: la buena. La de los tiempos pasados, incluso anticonstitucionales, donde, al decir de los entendidos en cuestiones pretéritas, la españolidad era toda risas y libre albedrío. ¿Ironía? A algunos les parecerá un poco burda, pero vamos con ella.
Para reírse de verdad, y más en estas fechas señaladas, vean esa cumbre de la comedia española llamada Plácido (1961): Berlanga nos dejó la película navideña por antonomasia y por encima de todos los Capras, aunque quizá no guste a los españoles de bien; ellos defienden todo lo que sea patrio menos el cine de aquí. Tampoco gustó entonces y menos su título original: Siente un pobre a su mesa. No tenía nada de gracia hablar de pobres en la España Victoriosa y menos hacer chanza de la hipocresía y falsa caridad cristiana.
Muertos de risa.
Entonces no había redes sociales ni ofendiditos sino ofendidazos de la Oficina de Censura, la tijera de curas y falangistas que vigilaban que nadie escapara, ni tan siquiera con risas, de su país miserable. Igual pasó con otra obra maestra –ambas del genio Azcona– como El cochecito (Ferreri, 1961). La censura franquista cambió el final de esta broma macabra inmisericorde. ¿De quiénes se ríen sus autores? ¿De los viejos chochos, de los tullidos, de la familia nuclear-campofrío? ¿De una dictadura? El cochecito que conduce Pepe Isbert atropella todos los tópicos conservadores –y progresistas– sobre lo que debe ser el cine, el arte. Y el humor. Eso sí, al viejecito asesino que solo quería divertirse con su cochecito le detiene la Guardia Civil. Como debe ser.
Detención ejemplar.
La larguísima lista de películas mutiladas y carreras masacradas durante aquellas décadas ominosas es bien conocida y no solo por los historiadores del cine, con casos sangrantes como Vida en sombras ((1948), única película de Lorenzo Llobet-Gracia –no pudo hacer ninguna más– y El mundo sigue (1965) de Fernando Fernán Gómez. Joyas perdidas durante décadas, malditas. Para partirse, ¿verdad? Al franquismo lo que le hacía gracia eran las comedias del cine desarrollista con colorines, muchachitas decentes y sumisas –sic San Valentín– y descapotables imposibles por una Gran Vía sin atascos. Ahí están Las chicas de la Cruz Roja (Salvia, 1958) o El día de las enamorados (Palacios, 1959) con la recién fallecida Concha Velasco, que en la infancia oíamos llamar Conchita como si fuera de la familia, porque lo era. Concha, mítica, grandiosa, hizo de todo y todo bien desde que empezó a los 15 años. También películas recortadas o maltratadas. Pim, pam, pum...¡Fuego! (1975), de Pedro Olea –otra vez Azcona retratando como nadie la injusticia y la miseria moral–, estrenada un mes antes de que muriese Franco, fue censurada por TVE en plena democracia: 1981. No era divertido entonces ver volcados los 40 años de fascismo en esta historia sobre el machismo con la violación y el asesinato de una mujer. Antes, otro peliculón del mismo director, El bosque del Lobo (1973), se enfrentó ya no a la censura sino a Carrero Blanco al que, sorprendentemente, no le gustaban los licántropos gallegos. Es ese Carrero, sí, el del chiste que lleva a la cárcel, pero no en 1973 sino en 2017. Si Carrero hubiera sido enano, otro gallo cantaría. Aunque para enano gangoso, el del Pardo, y hay gente que nunca le encontró la gracia.
¡He dicho que no hagas chistes de Carrero Blanco!
De la mano de Olea, la Velasco también hizo Tormento (1974), adaptación de la novela de Galdós –ay, los grandes–, en el inolvidable papel de “la de Bringas”, y ese escenón final llamando “puta…puta…” a Ana Belén con el ritmo del tren que sale de la estación, bordando a una señora de las que putorezanrosarios mientras llaman putas a las demás mujeres. Seguro que compuso el personaje teniendo en mente a muchas de las que la despreciaron por madre soltera, por vivir en pecado con un hombre casado y sobre todo por ser artista, que es casi sinónimo del epíteto arriba mencionado –aunque resulte difícil encontrar a una mujer a quien no hayan insultado con ese “puta” en alguna ocasión, ¿verdad, amigas?–. La censura persiguió a Olea y a otros muchos españoles, cineastas o no, hasta después de la llegada de la Santa Transición, mito increíblemente menguante. Su tv-movie La conspiración (2012) sobre el complot perpetrado por el general Mola, se perdió en las entretelas de TVE hace bien poco.
“Cuando se estrenó La conspiración hubo nuevas elecciones y ganó con mayoría absoluta el Partido Popular. Entonces ahí empezaron los problemas.” (Pedro Olea a Público, 2017)
Por las mismas fechas (2016) seguro que recuerdan las descompuestas ringlas de plumillas y seres gubernativos mesándose los cabellos, de ultracentristas a concejales socialistas, hasta una jueza/exalcaldesa de sigla ignota, denunciando a unos titiriteros por maltratar muñecos y exhibir una pancarta con el lema “Gora Alka-ETA”. El juez Ismael Moreno consideró que eso era un delito de enaltecimiento del terrorismo y los enchironó a todo correr. Luego resultó que no era delito y la prensa –ejem– que se apuntó a la quema, ha tenido que pagar indemnización en fechas recientes. De la responsabilidad de policías y jueces que elaboraron la causa, no hay noticia.
Parece que aquel asunto –junto a otros también sonados– fungió como un dron de reconocimiento sobre el sector cultural. El bombardeo vino después, con la alianza PPVX en comunidades y ayuntamientos para putodefender España del movimiento titiritero, sector “malos españoles”, disciplinándolo a golpe de decreto, ordenanza o retirada de apoyo institucional o subvención en un goteo de cancelaciones, el último el Festival Periferia (Huesca). También quisieron echarle la zarpa al cine (Gijón, Valladolid) y en los pueblos pequeños la cultura de la cancelación funciona en sentido literal: la retirada y prohibición de obras teatrales, películas y espectáculos es una constante.
Visto lo visto, sí que parece haber censura, sí. Pero no desde el lugar que señalan. Quizá ese dedo acusatorio sea en realidad conminatorio y desde algunos púlpitos nos estén amenazando. Cosa menor. La culpa será siempre de unos artistillas de tres al cuarto por precarios y marginales, por intelectuales progres o por culturetas elitistas: bien merecido lo tienen. Aunque siempre pueden redimirse. Para lograr el éxito solo tendrían que seguir unas simples recomendaciones: divertir al personal por encima de toda consideración y aunque eso no tenga ni pizca de chispa, sacar la cartera y fichar al payaso de moda para que haga gracietas, siempre rancias: burlarse de gordos, gangosos, negros, gitanos y gays. También es gracioso acosar mujeres y adular a espectros rencorosos siempre que suelten los denuestos idóneos. No olvidar jamás que para triunfar es necesario ofenderse por la más mínima crítica, transformarse de enclenque y medroso en matón mafioso para amenazar a los desafectos y putodefender con uñas y dientes la ambición personal. Los entendidos aseguran a quien siga estas máximas que no serán censurados, hablarán siempre de todo lo que quieran, alto, fuerte y bien pagado.
¿Les parece gracioso? Quizá no. Quizá sientan algo parecido a una náusea o como si cientos de insectos les recorriesen el cuerpo. No importa, recuerden que solo habían venido a divertirse.
No se puede hablar de nada, se habrán enterado ya. Pero aquí estamos en CTXT, hablando con nuestros suscriptora/es y lectore/as de… nada. La culpa es de la dictadura progresista presente, que incluso obliga a quien esto escribe a utilizar el malhadado femenino, cuando ya el masculino con su paternal abrazo nos...
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es El cazador del mar (Roca, 2025).
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