SOÑAR LO OSCURO (2)
Gaia
Mediante un dispositivo innovador y participativo, Bruno Latour se propuso indagar en cada uno de estos específicos “regímenes de verdad” con el propósito de esbozar una nueva racionalidad ecológica
Alba E. Nivas 3/02/2024
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Ayer, mientras esperaba al bus 96 en una acera del Marais, me fijé en unos carteles pegados en el escaparate de una boutique vacía. Eran fotografías de algunos de los rehenes de Hamás. Aparecían con sus nombres y apellidos, la edad y el lugar exacto del secuestro, la mayoría sonrientes posando al aire libre, en playas o balcones, en algunos casos acompañados de familiares, también secuestrados el mismo día, o no.
Caía la tarde, el gris iba adquiriendo esa peculiar densidad granulosa de finales de diciembre que hace temer una oscuridad irreversible, cuando de pronto pasó un automóvil extrañamente decorado que al principio confundí con un taxi. Un rótulo luminoso rezaba “Joyeux Hannouka”, en caracteres hebreos y latinos. Ese día la comunidad judía de París iniciaba la celebración de la Jánuca, la fiesta de las luces, en conmemoración de la victoria de Judas Macabeo contra el imperio griego de Antioco IV en el siglo II a C. a partir de la cual se restauró el culto en el Templo de Jerusalén. A lo largo de ocho días se van encendiendo las velas de cada brazo del candelabro. Además de los rezos, se comen buñuelos y los niños juegan con unas peonzas cuadradas de extraña simbología.
Desde que me mudé a París, los ritos y las costumbres de los judíos me intrigan. Siempre los observo con mucha atención, descaradamente, cosa que no parece molestarles; es más, no se dan ni cuenta, al menos los judíos ortodoxos que pululan por estas calles. Son silenciosos y discretos; dan la impresión de estar sumidos en la estricta observación de sus preceptos y costumbres, como si vivieran encapsulados en otro lugar del tiempo.
Ayer trataba de imaginar cómo vivirían este año el rito. Al alumbrar la primera vela, ¿pensarían en los rehenes de Hamás? ¿Serán sionistas ? ¿Sabrán el número de muertos gazatíes? Me intrigaban particularmente las mujeres, las imaginaba repartiendo sufganiot y monedas de chocolate entre la prole; me preguntaba cuál sería su parecer, si se compadecerían de los niños palestinos muertos entre los cascotes.
Con tantos hijos a cuestas seguramente no les quede mucho tiempo para informarse ni espacio mental suficiente para saber lo que sienten. Sus vidas domésticas deben de ser frenéticas: compras, lavadoras, limpieza, intendencia, cocina, trayectos a la escuela, visitas al médico, celebraciones en la sinagoga, sesiones de costura y repostería yiddish, peleas entre los niños, alboroto permanente. Algunas llevan la peluca torcida, se la deben poner deprisa y a regañadientes, seguramente con íntima sorna, esas falsas cabelleras onduladas y brillantes son todo menos discretas. En lo tocante al pudor preceptivo, el velo de las musulmanas, con todas sus variantes, resulta más efectivo, no les asoma ni un solo pelo. Las más jóvenes lo compensan con maquillajes atrevidos. Las casadas por lo general no se pintan. De hijos también van bien servidas.
Unas y otras caminan parsimoniosas por los márgenes del ritmo oficial, avanzando como pueden en un espacio denso y ambiguo, repleto de ternura, cansancio y resignación. En comparación con la sobreactuación de muchas madres asalariadas, atienden a los niños con diligencia pero sin miramientos. Condenadas a ser un surtidor de energía familiar permanente, son pacientes por obligación.
Decididamente, a las mujeres las religiones monoteístas ne nous aiment pas. Las cristianas, –protestantes o católicas– tampoco salen muy bien paradas. El compendio de citas misóginas de la Biblia es tan delirante que provoca una hilaridad glacial. Dicho lo cual, habida cuenta del estado de la cuestión teológica, tampoco es mala señal. Entre ovejas descarriadas y matones rematando los cadáveres barbudos del Todopoderoso, con el cielo repleto de drones zumbones y el sheriff capitalista a las puertas del salón armado hasta los dientes de fusiles de última generación, lo más sensato es refugiarse en la habitación de atrás con las bailarinas de can-can. A nadie le extrañaría si Dios decidiera esfumarse de la escena y seguir el western de camuflaje en la energía oscura.
Todo parece indicar que estamos en manos de Gaia. Recordemos. Según la Teogonía de Hesiodo, Gaia no era una diosa sino una fuerza anterior a los dioses, la gran potencia de los inicios1. Prolífica, peligrosa, avezada, Gaia emerge entre grandes efusiones de sangre, vapor y terror en compañía de Caos y de Eros. Sus atributos son múltiples, contradictorios y confusos. Tiene mil nombres, y no parece ser una figura de armonía, ni precisamente piadosa, a juzgar por la horrible estrategia que utiliza para deshacerse del peso de su marido Uranos, el Cielo. Potencia ctónica, ambigua, de piel oscura y sombría, incita a su hijo Cronos a cortar los genitales de Uranos con una serpiente de acero de afilados dientes. Y no sólo eso, provoca a su inmensa progenie de dioses y monstruos a asesinarse los unos a los otros, a la vez que ejerce, extrañamente, de buena consejera. Posee además dones proféticos, pues aprecia el presente en función del futuro que la habita y se quejará de la creciente impiedad de los humanos y el peso que su proliferación ejerce sobre su “gran pecho”.
Gaia emerge entre grandes efusiones de sangre, vapor y terror
En su magistral libro sobre el nuevo régimen climático, Bruno Latour cuenta como el científico James Lovelock, poco versado en mitología, decidió bautizar su teoría con el nombre de Gaia siguiendo el consejo del escritor William Holding, que por entonces era vecino suyo en un pequeño pueblo inglés. La elección de la metáfora debió de pesarle, pues la hipótesis fue objeto de numerosas controversias; corrieron ríos de tinta contra las “divagaciones pseudo-científicas” del estrafalario investigador autodidacta. Según Latour, el origen de tantas objeciones no es otro que la vieja dicotomía de cultura/naturaleza heredada de la modernidad; la sitúa, más precisamente, en los descubrimientos de Galileo. Por razones prácticas, éste centró sus observaciones en el movimiento de los cuerpos y dejó aparte sus comportamientos. Lo que para Galileo fue un simple atajo práctico, terminaría transformándose en un fundamento metafísico en manos de Locke, Descartes y sus sucesores. En lucha constante contra la abstracción y la simplificación, Latour reformula el concepto moderno de Naturaleza y cuestiona la pretensión de universalidad de la ciencia para resituar su veracidad en su específico “modo de existencia”.
Según la teoría de Lovelock, hoy ampliamente aceptada por la comunidad científica, la particularidad de la Tierra es que, a diferencia de otros planetas, su atmósfera contiene oxígeno gracias a la acción de las bacterias y la fotosíntesis de las plantas. Del mismo modo, si el agua de la Tierra no se ha hundido en el suelo hace mucho tiempo es porque el plancton, las bacterias y las plantas la hacen emerger constantemente. Los seres vivos, así pues, no sólo habitan la Tierra, sino que la transforman conjuntamente para hacerla más apta para la vida. No se adaptan al ambiente, lo “crean”. Científicamente, Gaia quedaría definida como una “entidad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra; constituyendo en su totalidad un sistema cibernético o retroalimentado que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta. La conservación de condiciones relativamente constantes mediante un control activo podría describirse satisfactoriamente con el término homeostasis”.
El concepto de Gaia permite a Lovelock llamar nuestra atención sobre la particularidad de nuestro planeta: a través de todos los seres vivos que lo componen, él mismo se ha vuelto vivo; es reactivo, sensible y “extremadamente cosquilloso” a las acciones humanas. Latour se sirve de él para cuestionar no sólo la noción de Naturaleza sino el propio imaginario del globo terrestre. A partir de Galileo, el pensamiento humano se creyó transportado en una esfera global en el espacio sideral. Lovelock nos hace aterrizar del universo infinito a la atmósfera local de la delgada capa de la corteza terrestre en la que somos prisioneros, también llamada zona metamórfica o zona crítica. A diferencia de las leyes naturales, que, como los dioses monoteístas, están en todas partes y en ninguna, Gaia no es inmaterial, ni única; está formada por todos los seres que la habitan. Es una yuxtaposición de “potencias activas”, de bucles en constante interacción. Con su filosofía empírica, pragmática y encarnada, Latour defiende el pluralismo de todos los entes y modos de existencia. Aterrizar en Gaia implica conocer el lugar en el que vivimos y las conexiones y dinámicas a la que estamos vinculados. Reaprender a ser “terrestres” implica una fusión lenta y progresiva de virtudes cognitivas, emocionales y estéticas para devenir conscientes de estos bucles y de las exigencias de la condición atmosférica.
Latour defiende el pluralismo de todos los entes y modos de existencia
Son los días más fríos del año. Camino deprisa, observando el tenue vapor blanco de la respiración en la oscuridad de las calles. Suspendida en lo alto de sus breves espirales, la luz amarilla que desprenden las farolas apenas permite adivinar los contornos de los edificios. Al ser domingo por la noche, muchos escaparates están apagados. De cuando en cuando, la vista se desliza a los interiores de los cafés y restaurantes. Apenas entreveo los jarrones con bouquets y la esmerada decoración de las mesas. Avanzo a buen paso para mantener el calor mientras escucho la voz de Bruno Latour en conversación con Adèle Van Reeth en un podcast con la última entrevista que concedió a France Culture antes de morir. Está resfriado, tose, por momentos el timbre de su voz disminuye hasta hacerse apenas audible, pero en seguida retoma las frases y los argumentos, perfectamente formulados, expresados de un modo tan sereno como convincente. Antropología, sociología, filosofía, ciencia, arte, parece dominar todos los campos; ilustra sus ideas con metáforas sencillas y experiencias concretas. No divaga ni se recrea en la ampulosidad de las frases como tantos otros charlatanes intelectuales que se prodigan en las ondas. “En la actualidad, la ecología es como una espina en la garganta de los políticos, sienten que está ahí pero no saben cómo quitársela, y además saben que no pueden hacerlo”, dice.
La irrupción de Gaia exige una nueva organización mental
No es fácil pensar esta época de crisis multidimensional. La irrupción de Gaia exige una nueva organización mental, otra manera de relacionarse entre los seres humanos y no humanos, una nueva filosofía política, instituciones diferentes. Bruno Latour lo comprendió tempranamente y tuvo el coraje de embarcarse en un estudio antropológico de la modernidad. A lo largo de veintiséis años se dedicó a hacer un inventario de los distintos modos de existencia que conforman la vida social: ciencia, derecho, política, técnica, economía, arte, etc2. Mediante un dispositivo innovador y participativo, se propuso indagar en cada uno de estos específicos “regímenes de verdad” con el propósito de esbozar una nueva racionalidad ecológica. Trabajó incansablemente dentro y fuera del ámbito académico, desdibujando las fronteras entre ciencia, política y arte. Tras la crisis de los chalecos amarillos y la pandemia ideó un proyecto colectivo y multidisciplinar en varias localidades que, utilizando técnicas teatrales y corporales, animaba a los participantes a (re)definir sus vínculos con el territorio y la comunidad.
Es noche cerrada. Han empezado a caer unos tímidos copos de nieve. Ofrezco el rostro al aire y dejo que resbalen por la nariz y las mejillas. Hace varios años que no nevaba en París, siento una excitante mezcla de alivio y alegría. Oír a Bruno Latour me devuelve la confianza. La oscuridad es real pero no irreversible. La inteligencia está viva.
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1. Las consideraciones sobre el mito de Gaia y la teoría científica de James Lovelock proceden del libro de Bruno Latour Face à Gaïa, huit conférences sur le nouveau régime climatique, París, éditions La Découverte, 2015.
2. Bruno Latour, Enquête sur les modes d'existence. Une antropologie des Modernes, París, éditions La Découverte, 2012.
Ayer, mientras esperaba al bus 96 en una acera del Marais, me fijé en unos carteles pegados en el escaparate de una boutique vacía. Eran fotografías de algunos de los rehenes de Hamás. Aparecían con sus nombres y apellidos, la edad y el lugar exacto del secuestro, la mayoría sonrientes posando...
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