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Da igual cómo te cuenten esta historia porque “el CCRU no existe, nunca ha existido y nunca existirá”. ¿Qué pensarías si un profesor de Filosofía te dijera que vivimos en una guerra del tiempo lemuriana? ¿Qué departamento de Filosofía habla de geotrauma e inventa profesores expertos en el tema como el doctor Barker? En un principio son detalles que harían saltar las alarmas de cualquier estudiante, que pensaría que a aquel departamento universitario le ha sucedido algo peor que una posesión espiritual de los alumnos de Gustavo Bueno.
Sin embargo, ¿qué pasaría si te dijera que ese mismo departamento alucinógeno alumbró el aceleracionismo de Nick Land y el ciberfeminismo de Sadie Plant? ¿Si trajera a la palestra las pruebas de que predijeron las dinámicas de desterritorialización del siglo XXI mejor que cualquier otro departamento académico “formal”? Supongo que entonces alguien podría enseñarte los discípulos del CCRU entre las alcantarillas de Twitter comportándose como sectarios o racistas.
Así que, a falta de una respuesta uniforme, este artículo será un episódico descenso dantesco a los infiernos del CCRU. Para hacer esta pieza charlamos con Ramiro Sanchiz, traductor de algunos de los textos de Nick Land, y con Federico Fernández Giordano, el editor de Holobionte.
Primer nivel: datacumbas
La Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (el CCRU de aquí en adelante, por sus siglas en inglés) fue un colectivo interdisciplinario fundado en 1995 en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Warwick, encabezado por Sadie Plant y posteriormente por Nick Land. Simon Reynols nos da un poco de contexto: “Warwick también cuenta con un Departamento de Filosofía muy moderno. Es la mayor escuela de posgrado en filosofía de Gran Bretaña fuera de Oxford, con unos ciento veinte estudiantes de posgrado y máster, y un número similar de estudiantes universitarios. La mayoría se sienten atraídos por la reputación del departamento como centro líder del país en Filosofía Continental. Eventos como el seminario Deleuze-Guattari and Matter de octubre de 1997 y Going Australian, una conferencia de febrero de 1988 dedicada a la nueva escuela de filosofía feminista australiana, indican el tipo de trabajo que se lleva a cabo en Warwick. Es a este vanguardista Departamento de Filosofía al que el CCRU estaba vinculado de un modo fatalmente ambiguo”.
Durante su tiempo de vida, el colectivo acogió y vio pasar a autores tan reconocidos actualmente como Mark Fisher, Iain Hamilton Grant, Ray Brassier, Anna Greenspan o Luciana Parisi, además de colaborar con artistas como Orphan Drift, Kode9, los hermanos Chapman o Kodwo Eshun e influenciar a Reza Negarestani. En 2015, una compilación de sus escritos fue publicada por primera vez bajo el título CCRU: Writings 1997-2003. Este material puede encontrarse gratuitamente por internet, aunque también ha sido editado por Urbanomic Press, que tiene material tan vanguardista como el cómic filosófico de teoría-ficción Chronosis de Negarestani o, recientemente, Cute Accelerationism, de Amy Ireland con Maya B. Kronic.
Sanchiz añade un poco de contexto sobre estas confluencias: “El interés de Nick Land y Sadie Plant, en conjunto con los otros fundadores del CCRU por crear modelos cibernéticos de la cultura –es decir, aquellos que puedan pensarse en términos de sistemas complejos retroalimentados y que, por tanto, no apelan a un sujeto agente trascendente al sistema sino, en todo caso, a la producción inmanente de sujetos dentro del sistema–, tenía como condiciones de posibilidad la cibernética de primer y segundo orden, el ciberpunk y la obra de Deleuze y Guattari. Es posible rastrear en la obra de Land, por ejemplo, el desarrollo de su interés por la cultura cibernética, y va dándose en etapas: tras su primer momento nietzscheano-batailleano y su lectura del pensamiento kantiano, el descubrimiento de Deleuze y Guattari lo pone en la dirección de la cibernética; después, la lectura del ciberpunk (y también de William Burroughs) le ofrece un vocabulario y un ímpetu hacia la teoría-ficción: una filosofía performática y esencialmente poética, tan centrada en el significante como en los significados; los ingredientes básicos, es decir, del CCRU”.
La hiperstición es la habilidad que tienen conceptos y tramas de ficción de encarnarse en la realidad material en la que operan los humanos
Segundo nivel: hiperstición
Son muchos los conceptos del CCRU, como la guerra del tiempo lemuriana, el numograma, la occultura o las rave studies. Por eso voy a centrarme en un concepto que los atraviesa a todos, que es la hiperstición, que se define como profecías autocumplidas, o dichos de otro modo, la habilidad que tienen conceptos y tramas de ficción de encarnarse en la realidad material en la que operan los humanos. Un ejemplo, estudiado de forma pionera por el autor español Francisco Jota-Pérez, es el llamado slenderman, el creepypasta que primero apareció en internet y con el que posteriormente empezaron a operar e imaginar los chavales reales; hay varias películas de ficción y documentales sobre el mencionado slenderman, incluso videojuegos, es ya un tropo del horror del siglo XXI.
El concepto de hiperstición es lo que permite a Nick Land, pero también a todos los autores mencionados antes como Mark Fisher, insertar conceptos “ficticios” en su material filosófico, con la esperanza de que esos conceptos se “autointensifiquen” y se conviertan operativos, como el ficticio doctor Barker experto en geotrauma. Todos esos libros y escritos forman un nuevo género ensayístico denominado teoría-ficción, si es que puede decirse eso de que se forma un género literario.
Tercer nivel: política
¿Cómo explicar que similares conceptos sirvan a teóricos de izquierdas para desarrollar políticas sobre la nostalgia cultural del capitalismo del presente y que también amparen al creador trumpista de memes? Federico Fernández Giordano se muestra positivo conmigo afirmando que el CCRU abarca “desde el comunismo ácido de Mark Fisher hasta la pospolítica que habla de derechos para los cíborgs pues… ¿qué otra cosa son los “’proletarios del mundo’, sino puros ‘replicantes’?”. Cierto, cierto, pero ¿qué sucede con la política antihumanista del aceleracionsimo?
¿Cómo explicar que similares conceptos sirvan para desarrollar políticas sobre la nostalgia del capitalismo y que también amparen al creador trumpista de memes?
Ramiro Sanchiz sale al rescate de este pobre periodista: “Por la definición misma de su proyecto –es decir, explicar los hechos de la cultura, incluyendo lo que llamamos la política y lo político, sin apelar a sujetos trascendentes a los sistemas–, el CCRU descubre un territorio pospolítico. Sus postulados, sin embargo, una vez enunciados y arrojados al foro y a la vida pública son pasibles de una politización o ideologización (o, mejor dicho, ambas son inevitables). La izquierda ha servido de canal para la replicación del meme politizante, por el cual todo aquello que no es ‘izquierda’ es inevitablemente ‘derecha’; pero, dado que el CCRU descree del ‘hombre’ como sujeto de la historia –por lo ya dicho acerca de los sujetos trascendentes a los sistemas–, su postura ante la política no es del todo compatible con la militancia humanista tan arraigada en las izquierdas marxistas y posmarxistas; por lo tanto, el proyecto del CCRU puede ser tergiversado por ciertas izquierdas –a las que yo calificaría de reaccionarias – como ‘derecha’ o, incluso, como ideas que le ‘hacen el juego a la derecha’, pero salvo una ideologización o politización deliberada –como la que viene haciendo con sus propias ideas Land en los últimos años, pasando antilandianamente de la cartografía de la alt-right a la militancia–, esto es un error importante, ya que lo político, y por tanto la política, de acuerdo con las formulaciones más básicas del CCRU, es una configuración emergente de los sistemas de producción y replicación que llamamos ‘cultura’ (y ‘economía’). El modelo, es decir, es por definición y programáticamente pos-político (en tanto metapolítica posthumanista), por más que, como dije más arriba, en su vida pública sea o termine por ser politizado inevitablemente. Es la misma distinción entre aceleracionismo –la crítica posthumanista al capitalismo– y política aceleracionista –es decir, una política influida por las conclusiones del aceleracionismo–. De ahí el error de decir, por ejemplo, que los aceleracionistas son de derechas: si son aceleracionistas ‘absolutos’ o landianos (y me refiero al Land de los años noventa), no lo son; solo pueden serlo si incurren en una política aceleracionista, que a su vez puede ser de izquierdas (si procura la emergencia de alguna forma de intervención sobre los sistemas de producción para evitar la desigualdad y el sufrimiento de las clases trabajadoras) o de derechas (si procura el statu quo, la desigualdad y el enriquecimiento de los ya ricos)”.
Cuarto nivel: speed
A inicios de los 2000 y hasta 2003, progresivamente fueron la academia y los profesores desligándose del CCRU por el comportamiento “sectario” de algunos de sus seguidores y por el abuso de anfetaminas de Nick Land. Filosofía a martillazos, sí, pero ¿filosofía a base de rayas o pastillas de speed?
¿Qué sabemos sobre el tema? Sabemos que la anfetamina es una droga barata, o “para pobres”, que tenía usos militares en la Segunda Guerra Mundial hasta los conflictos bélicos del presente. También se ha usado durante décadas para estudiar o conducir camiones. ¿Qué sucede cuando empleas una droga “táctica” para filosofar? Bueno, supongo que tienes distintas respuestas: la de Sánchez Ferlosio y su gramática, la de Escohotado y todos sus seguidores, o la de instituciones como Energy Control… Que cada uno saque sus conclusiones, aunque creo que todos estaremos de acuerdo en que una química alterada genera textos alterados. También tienes la respuesta de Philip K. Dick, aunque claro, recientemente se han publicado sus memorias (La exégesis, Minotauro) demostrando que perdió todo resquicio de cordura. Nick Land generó textos muy influyentes, pero también perdió contacto con la realidad “bajo el influjo del dios no-muerto” de la anfetamina. También es una droga que genera irritabilidad o mal humor como recuerda Ferlosio en La forja de un plumífero, comentando que le molestaban tanto el tono de las llamadas que arrancó el teléfono de la pared.
¿Qué sucede cuando empleas una droga “táctica” para filosofar?
Quinto nivel: satélites
Dos décadas más tarde (inserte cada uno aquí su análisis colonial), después de la catástrofe y disolución, en España el material del CCRU y de la teoría-ficción está repartido entre los argentinos Caja Negra, los segovianos Materia Oscura y la barcelonesa Holobionte Ediciones. Caja Negra ha publicado Constructos flatline:materialismo gótico y teoría-ficción cibernética y el resto de obra de Mark Fisher, precisamente en el mismo catálogo en el que aparece La Bíblica Psiquika del Templo de la Juventud Psquíka, una organización que busca copiar comportamientos sectarios como los de la fase final del CCRU, jugando todos con los conceptos de sigilización de Austin Osman Spare y Aleister Crowley (y también una organización que experimenta con la música, si el Templo de la Juventud Psíquika juega con Throbbing Gristel y Current 93, los discípulos de Land juegan con el jungle).
Materia Oscura ha publicado los Escritos 1997-2003 y Hiperstición, que es el corpus principal. Son los editores de dos fases muy distintas de Nick Land, el de los inicios en Sed de aniquilación y el tardío en La ilustración oscura. Toda la fase central del filósofo aceleracionista, la de Fanged Noumena, que eran artículos de blog a los que dio forma de libro, ha sido publicada por Holobionte Ediciones, que también ha publicado a Sadie Plant. En ese catálogo encontramos muchos ejemplos de la mencionada teoría-ficción: Filosofía-ficciónde Amy Ireland, Un cadáver balbuceante de Grafton Tanner, Matrix Acelerada de Ramiro Sanchiz, etc. En el presente, a finales de enero de 2024, publican Cultura cibernética y otros escritos del CCRU (1995-2019) en la que aparece material que no había visto la luz en español en todas las publicaciones anteriores –con traducciones de los dos entrevistados y Agustín Conde de Boeck–.
Sobre la selección nos cuenta Federico Fernández Giordano que “se trataba de recoger textos del CCRU (o de sus integrantes en solitario) que no hubieran sido previamente traducidos. Eso estaba muy claro desde el principio: los mitos del CCRU ya fueron traducidos y publicados en español, así que, ¿por qué no reunir los materiales más ‘teóricos’ del grupo en un nuevo libro? La revista Abstract Culture del CCRU y el apoyo de Maya B. Kronic (Robin Mackay) fueron de gran ayuda en este sentido. Pero, ante todo, el criterio básico era que no podíamos quedarnos en lo que ya se sabe o lo que ya se ha dicho sobre el CCRU; me interesaba remarcar la importancia de la época ‘post-CCRU’, y eso es lo que se encuentra sobre todo en la tercera parte del libro, donde puede leerse desde un fragmento de la tesis doctoral de Anna Greenspan hasta un artículo reciente de Luciana Parisi sobre inteligencias no-humanas... Lo interesante es que todas esas ideas tan locas y alucinantes, que ya se encontraban en los textos seminales del CCRU, han sido desarrolladas seriamente –es decir con un método riguroso y técnico– por la propia automatización del pensamiento en nuestros días”.
Se trata de una filosofía “fresca” que ha superado todos los límites de la deconstrucción universitaria hacia nuevos límites
Sexto nivel: infección
He hablado antes del comportamiento sectario de los seguidores del CCRU. Eso puedo explicarlo desde la experiencia personal, y es que toda esa filosofía, ese juego con el horror a través de la hiperstición cibergótica, resulta embriagadora, como descubrir a H.P. Lovecraft en tu adolescencia, es prácticamente “un subidón”. Se trata de una filosofía “fresca” que ha superado todos los límites de la deconstrucción universitaria hacia nuevos límites. A mí me impactó tanto que pausé mi producción artística para jugar al juego hipersticioso e inventarme al autor Iain McWarburg, cuya prosa consiste en la novelización de conceptos del CCRU, con el que logré publicar dos novelas (El advenimiento del V Reich Anal y Araknokampf) y un ensayo de teoría-ficción a partir de Clive Barker denominado Decadencia queer. También participé en antologías como La 4chan generation y Cromosoma splatter. Ahora considero el proyecto terminado, pero ha sido como un largo parpadeo en forma de relación tóxica, en la que he tenido recaídas como editor de teoría-ficción de Contra la libertad de Colectivo Juan de Madre y Riot Über Alles, que se convirtió en performance de La Casa Encendida en Madrid llamada Me gustas pixelad (el título del libro les preocupaba que pudiera apelar a los votantes de Ayuso), y de Conde Libri de Roberto Bartual, teoría-ficción sobre la bibliofilia a partir de un ladrón de libros, con epílogo de Circular 22 de Vicente Luis Mora.
La infección es mundial. Les pregunto a mis dos entrevistados por la red de influencias. Fernández Giordano me comenta: “Se suele decir que la influencia del CCRU se nota más en la obra de los artistas, pero a mí me gusta pensar que se trata de teóricos y teóricas con espíritu de artista. En el terreno de la filosofía, la influencia más obvia la encontramos en los autores del Realismo Especulativo, en gente como Ray Brassier o Reza Negarestani –este último, como es sabido, escribió su obra de teoría-ficción Ciclonopedia a partir de sus diálogos con Nick Land y el CCRU, y en concreto a partir de la teoría del geotrauma−. Pero si tuviera que elegir a mi pensadora post CCRU favorita, o la que mejor ha sabido sintetizar el legado del aceleracionismo con una orientación productiva (es decir, una orientación no necesariamente catastrófica si no eres un humano recalcitrante o un votante de Vox), esa sería Amy Ireland”.
Sanchiz añade: “Si entendemos en sentido muy amplio la idea del CCRU –es decir, prescindiendo de su fundamento histórico, real, porque, como sabemos, el CCRU nunca existió, no existe y nunca existirá–, si obramos en complicidad, por tanto (en el sentido que usa el término Reza Negarestani en el subtítulo de Ciclonopedia: “complicidad con materiales anónimos”) y le atribuimos la incepción del concepto de teoría-ficción y el de hiperstición, entonces el CCRU influye retrocausalmente a Borges y a Lem, y a futuro a todos los escritores que indagamos por los territorios de la teoría-ficción: pienso en Amy Ireland, por ejemplo, pero también en el colombiano Mauricio Loza, en algunos textos de Hank T. Cohen, sin duda en el primer Negarestani –el de Ciclonopedia y algunos ensayos más–, y en los argentinos Juan Mattio y Flor Canosa, cuya narrativa está notoriamente imbuida de teoría-ficción. A su vez, los territorios oculturales explorados por el CCRU, que provienen de la tradición del weird lovecraftiano y de la obra de William Burroughs –cuyos cut-ups pueden entenderse como una forma de ‘cultura cibernética’ hecha praxis–, terminan por influir a su vez a muchos escritores de horror. Es interesante notar el feedback loop implícito: Lovecraft y sus seguidores son leídos de cierta manera por el CCRU, y esa lectura luego retroalimenta a otros escritores que se inscriben en la larga tradición lovecraftiana. En ese sentido hay que mencionar a teóricos y narradores como Nicola Masciandaro, David Peak, Francisco Jota-Pérez, Germán Sierra, el australiano residente en Praga Louis Armand, el novelista pulp búlgaro Roland Corbent y el colectivo latinoamericano H. K. Siborski. Yo mismo doy por sentado el aporte del CCRU en términos de modelos de la cultura y de herramientas para estudiar y suscitar la epidemiología de los conceptos, y lo he trabajado especialmente en mis libros de teoría-ficción Guitarra Negra y Ejercicios de dactilografía, así como también en mis ensayos David Bowie: posthumanismo sónico y Matrix acelerada y en mi novela hiperpulp/ciberpunk-weird La anomalía 17”.
No sé si entre los tres hemos podido sintetizar en estas casi tres mil palabras lo que es el CCRU. Algunos habrán aprendido alguna palabra hoy, otros se ratificarán en lo malo que es el consumo de speed. Si es usted un filósofo que lee este texto y clama contra el periodismo, sepa que la inexactitud es enteramente mi culpa. De todos modos, ¿qué importa si “el CCRU no existe, nunca ha existido y nunca existirá”?
Da igual cómo te cuenten esta historia porque “el CCRU no existe, nunca ha existido y nunca existirá”. ¿Qué pensarías si un profesor de Filosofía te dijera que vivimos en una guerra del tiempo lemuriana? ¿Qué departamento de Filosofía habla de geotrauma e inventa profesores expertos en...
Autor >
Albert Gómez
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