REPORTAJE
El invierno más duro para los refugiados sirios en el norte del Líbano
Mientras el sur permanece en guerra, Akkar, la región septentrional más pobre, sufre fuertes inundaciones. Los miles de desplazados que viven allí han perdido sus hogares y el modo de subsistencia en los campos arrasados
Marta Maroto Akkar (Líbano) , 11/02/2024
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Dejando a su espalda Trípoli, la ciudad más pobre del Mediterráneo, la carretera que conecta el norte del Líbano con Siria refleja en los charcos las nubes negras que rugen en lo alto. El plástico de los invernaderos se confunde con el de los campos de refugiados, intercalados a ambos lados de la calzada en una sucesión que se repite a lo largo de la decena de kilómetros en línea recta que atraviesa el distrito de Miniyeh.
Las lluvias que deberían haber caído de manera escalonada durante el invierno, tan necesarias en esta zona agrícola tras un otoño seco, lo han hecho de golpe en las últimas semanas. Las tormentas, convertidas en torrente, han arrasado los campos de cultivo y las precarias chabolas que habitan las manos de quienes trabajan esta tierra: refugiados sirios que tras una década de conflicto en su país continúan en la miseria y el olvido.
Mapa de la zona en la que se encuentra situada la región de Akkar (Líbano).
“Mi mayor preocupación ahora es encontrar mantas”, cuenta Khatar Hamid, que dice estar cerca de los 40 años, los seis últimos en este campamento de plásticos y pasillos de barro que comparte con alrededor de 300 personas venidas sobre todo del norte de Siria. Junto a su marido, espera a su cuarto hijo en una tienda sin nada para calentarse ni cocinar.
Las barreras de cemento de unos diez centímetros que levantaron en el campamento alrededor de las viviendas a principios de año no han sido suficientes para evitar que el agua llegara a la altura de la rodilla. “Parecía una piscina”, añade Asriya (45), viuda y recién llegada de Qamishli, en el noroeste de Siria, con sus cinco hijos, mientras se agacha para recrear cómo trataba de achicar agua durante la segunda inundación en apenas una semana.
Khatar (40) está embarazada de su cuarto hijo, al que espera en una tienda de campaña de paredes de plástico y suelos mojados. / M. M.
Sin colchones ni ropa seca, su testimonio es un desgarro: tras la muerte de su marido hace unos meses, pidió prestado dinero a familiares y vecinos para pagar los 100 dólares por persona que demandan los traficantes para cruzar la frontera al Líbano. Durante el trayecto fue asaltada por un grupo de ladrones. Las tormentas le han terminado de quitar lo poquísimo que tenía.
Asriya llegó con sus cinco hijos desde el noroeste de Siria hasta el norte del Líbano hace apenas unos meses. Con las inundaciones, duermen en el suelo sobre alfombras de plástico mojadas. / M. M.
El de Khatar y Asriya es uno de los últimos campamentos de refugiados antes del distrito de Akkar, el más pobre del Líbano. A la entrada, un cartel escrito a mano da una premonitoria bienvenida: “Akkar necesita al Gobierno, pero el Gobierno no necesita a Akkar”. En un país arrasado por las crisis económicas y políticas desde 2019 y con el 80% de la población bajo el índice de la pobreza sobreviviendo gracias al envío de remesas, Akkar malvive en los márgenes de la Administración y de la mirada de las organizaciones humanitarias.
Abandonada entre los confines del Líbano y el comienzo de la vecina Siria, la porosidad de una frontera vigilada solo por traficantes convierte a la región de Akkar en uno de los principales pasos de contrabando de combustible, coches robados, captagón –un tipo de metanfetamina– y armas.
Las bandas y el crimen organizado afloraron tras el colapso financiero y la caída en picado de la lira libanesa, que ha perdido un 98% de su valor. La delincuencia convive con una población que participa masivamente en las fuerzas armadas libanesas. Akkar, con una alta tasa de fertilidad, aporta una gran parte de los efectivos que engrosan las filas de los cuerpos de seguridad libaneses.
Las bandas y el crimen organizado afloraron tras el colapso financiero y la caída en picado de la lira libanesa
La corrupción y las condiciones tan duras de vida, no solo para los refugiados sirios, también para los libaneses y en los campamentos de refugiados palestinos del norte del Líbano, han convertido a Akkar en una de las principales rutas para la migración irregular, tanto de entrada desde Siria como de salida en embarcaciones hacinadas con destino a la cercana Chipre o Italia.
“Si tuvieran el dinero se marcharían, y en unos días los campamentos estarían vacíos”, narra El Shawish, el cabecilla del campo de refugiados que se encarga de la seguridad y las necesidades de la comunidad. “Todo el mundo aquí ha intentado o quiere coger un barco a Europa, venden todo lo que tienen, sus casas en Siria… la mayoría de los hombres no puede volver, están en busca y captura por alguna de las milicias que luchan por controlar Siria o forzados a coger un arma. Preferimos morir lentamente aquí”, sostiene.
La familia de Rima, que a sus 12 años es la mayor de cuatro hermanos, solo piensa en marcharse. Su padre reconoce no tener ningún plan ni conocer siquiera la figura del asilo, y en la década que lleva la familia en ese campamento cerca de las cumbres nevadas de Monte Líbano apenas han recibido la ayuda de organizaciones.
“La situación es muy dura no solo para nosotros, sino para todo el mundo. Rima y los niños del campamento tienen problemas de crecimiento por la dieta tan pobre”, explica el padre de Rima. “Compramos comida del supermercado endeudándonos, no tengo un trabajo estable y ahora que la cosecha se ha echado a perder no sé qué será de nosotros”, lamenta.
Las tormentas han provocado el desbordamiento de los ríos al Kabir y al Istwan, destrozando hectáreas de cultivo, principal empleo de los refugiados sirios, y poniendo en peligro la economía de una zona dependiente de la agricultura.
Inundaciones en los campos de cultivo y de refugiados de Summaquiyeh. / M. M.
“He perdido alrededor de 7.000 dólares en la temporada, que había pedido prestados. La tierra no volverá a producir hasta abril”, apunta Saleh Ahmad, agricultor en Summaqiyeh. Las 450 hectáreas de campo y 250 invernaderos de la zona se han echado a perder casi por completo, además de las pérdidas de ganado, explica Taleb Alayan, representante del ayuntamiento, que como todos en este pueblo se dedica a la agricultura.
Las inundaciones pronto tendrán un impacto en el mercado, con una subida del precio de productos básicos, según apuntan los agricultores locales, que se quejan de la falta de ayudas del Gobierno y de la poca capacidad de respuesta de la municipalidad, que apenas dispone de unos cientos de dólares para compensar las pérdidas.
Producto del cambio climático, las lluvias torrenciales han afectado a la población más vulnerable en todo el país. La zona norte, donde se encuentra Akkar, ha sido la más golpeada, con 5.000 personas y 930 unidades familiares severamente afectadas, llegando incluso al desplazamiento temporal de miles, según Naciones Unidas. Pero también en el valle del Beká, zona montañosa paralela a la frontera con Siria y hogar de miles de refugiados aunque con una fuerte presencia de organizaciones, las inundaciones han causado efectos similares.
La geografía escarpada del Líbano, con cordilleras nevadas muy cerca de la costa, facilita la formación de estos torrentes. La pérdida de cosechas en las regiones norte y este pone en peligro la seguridad alimentaria de un país que ya este verano sufrió mucho por la sequía. A esto se suma la pérdida de cientos de hectáreas en el sur, en guerra con Israel desde el 8 de octubre, contaminadas por las bombas de fósforo blanco.
Salim Debashi, dentro de su vivienda afectada por las inundaciones en Hekr el Dahri, un pueblo frontera con Siria. / M. M.
A unos kilómetros más al norte de Summaquiyeh, la crecida del río que separa Líbano de Siria ha provocado la rotura del puente y de un gasoducto de petróleo procedente de Iraq, contaminando el agua que consume Hekr el Dahri, un pueblo en el que apenas 60 de las 250 viviendas son habitables tras las inundaciones. “A los gastos de reparación tenemos que sumarle la compra de agua. No sabemos cuando podremos volver a tener electricidad”, critica Salim Debashi, representante de los vecinos.
“Los supermercados de Líbano dependen de Akkar, la seguridad de nuestro país también… pero nunca podemos contar con el Gobierno, tampoco ahora que lo hemos perdido todo”, dice con enfado Ahmad partiendo con los dedos un manojo de zanahorias totalmente echadas a perder.
Saleh Ahmad, agricultor, evalúa los desperfectos en los invernaderos. / M. M.
Dejando a su espalda Trípoli, la ciudad más pobre del Mediterráneo, la carretera que conecta el norte del Líbano con Siria refleja en los charcos las nubes negras que rugen en lo alto. El plástico de los invernaderos se confunde con el de los campos de refugiados, intercalados a ambos lados de la calzada en una...
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