Imperios combatientes
Occidente se pone el uniforme y empuña la porra
Criminalizar la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un fuerte olor a los años treinta del pasado siglo
Rafael Poch 3/05/2024
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Desde Estados Unidos, donde el Congreso acaba de aprobar una ley que viola la primera enmienda constitucional del país sobre protección del derecho a la libre expresión, y desde Europa, especialmente Francia y Alemania, llegan las mismas imágenes de dura represión policial contra campamentos estudiantiles, detenciones, expulsión de instituciones de enseñanza de estudiantes y profesores, prohibición de actos públicos de diputados y cargos electos que son convocados a comisaría. Y por encima de ello, la basura mediática de unos medios de comunicación estructuralmente corruptos, por estar mayoritariamente en manos de magnates y volcados en el apoyo a una masacre indiscriminada, descarada y anunciada de civiles, que ha sido considerada como plausible genocidio hasta por el máximo tribunal internacional diseñado en la posguerra mundial para no irritar a sus creadores.
Criticar los crímenes de guerra de Israel te convierte en un “partidario de Hamás”, apuntar que la violencia del 7 de octubre contra ciudadanos israelíes, crónicamente sufrida durante décadas por la población palestina, no surgió de la nada, sino de un cúmulo de opresión, matanza e ilegalidad colonial, te convierte en “justificador del terrorismo”. Criticar el papel provocador de la OTAN en el estallido de la guerra de Ucrania y en el sabotaje de las negociaciones de paz de Minsk y Estambul te convierte en un “partidario de Putin”, y decir que la guerra no comenzó en febrero de 2022 sino muchos años antes es “legitimar la invasión de Rusia”, como afirma en Europa no solo la derecha, sino también esa “izquierda de derechas” que en algunos casos, por ejemplo los verdes alemanes, es aún peor que la derecha tradicional.
La falaz acusación de “antisemitismo”, que tumbó en Inglaterra a Jeremy Corbyn, un candidato laborista sensible hacia la cuestión palestina, se lanza en Alemania y Francia contra los raros políticos (Jean-Luc Melenchon, Sahra Wagenknecht) que se atreven a desafiar a la ignominia. Son “antisemitas” hasta los cada vez más numerosos sectores judíos del mundo entero que protestan contra los crímenes de Israel y sus aliados. En Estados Unidos han detenido hasta a la candidata presidencial del partido Verde, Jill Stein. El “antisemitismo” se utiliza para prohibir actos e iniciativas políticas, para descalificar a académicos, particularmente en esa Alemania cuyo gobierno se sitúa, una vez más, en el apestoso campo de los genocidas, y para criminalizar al adversario de izquierdas.
Criminalizar e ilegalizar a la oposición es una tendencia recurrente en la historia europea, pero criminalizar la oposición civil a un genocidio es algo inaudito, con un fuerte olor a los años treinta del pasado siglo. En nombre de la lucha contra el antisemitismo es la Europa parda y autoritaria, que entonces aniquiló a judíos eslavos y gitanos, la que se está abriendo paso de nuevo con toda claridad, especialmente en Francia, Alemania, y, al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos.
“La crisis de Gaza se está convirtiendo en una crisis mundial de la libertad de expresión, especialmente en países conocidos por apoyar el derecho a la manifestación pacífica”, ha dicho esta semana la relatora especial de la ONU para la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y expresión, Irene Khan. Con la concentración de cada vez más riqueza en cada vez menos manos, y con la “libertad de información”, convertida en periodismo tóxico promotor de la represión y el belicismo, se están borrando las últimas fronteras entre los sistemas democráticos de baja y diferente intensidad de puertas adentro, característicos de las potencias occidentales y compatibles con el imperialismo y la masacre de puertas afuera, y las denostadas “autocracias” de los países adversarios y/o emergentes, que se han demostrado mucho menos dañinos en la esfera internacional. La crisis del capitalismo antropocénico y del declive del dominio occidental del mundo apunta inequívocamente hacia la disolución de las efímeras pero importantes libertades públicas. Ante el panorama que nos ofrece la política institucional, donde los defensores de la verdad y la justicia son minoría marginal, va quedando claro que sin activismo social nada se moverá contra esta peligrosa ola parda y belicista que amenaza con llevárselo todo por delante.
Respeto, por tanto, hacia los trabajadores agrícolas de los invernaderos de Almería, uno de los colectivos más explotados y abusados del panorama laboral español mayoritariamente compuesto por extranjeros, por su movilización estos días en solidaridad con Palestina. Aquí son los que más se la juegan. También hacia los estibadores de Barcelona, que han decidido negarse a trajinar mercancías con destino o procedentes de Israel; hacia los sindicalistas de la CGT de Navantia, en El Ferrol, que han denunciado que dos barcos construidos allí están “integrados en la flotilla que acompaña al mayor portaaviones de la armada estadounidense, el Gerald R. Ford, enviado en apoyo de Israel”; y a los estudiantes de la Universidad de Valencia, que lanzaron hace unos días el primer campamento estudiantil español en solidaridad con Palestina.
Desde Estados Unidos, donde el Congreso acaba de aprobar una ley que viola la primera enmienda constitucional del país sobre protección del derecho a la libre expresión, y desde Europa, especialmente Francia y Alemania, llegan las mismas imágenes de dura represión policial contra campamentos estudiantiles,...
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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