Horizontes
¿Pueden los palestinos imaginarse un futuro con los israelíes después de esta guerra?
Mi abuelo recuerda las relaciones de vecindad con los judíos antes de 1948. Para los palestinos de hoy, esa perspectiva parece casi imposible
Mahmoud Mushtaha El Cairo , 9/06/2024
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“Éramos libres. Era la más bella de las vidas. Lo teníamos todo: nuestro patrimonio, nuestro comercio y nuestro mar”. Mi abuelo, que ahora tiene 85 años, aún recuerda la vida en Palestina antes de 1948. No había restricciones para viajar, ni puestos de control, ni asedios, ni toques de queda. Creció en una pequeña población de Jaffa donde la vida bullía de actividad durante el día y rebosaba de eventos sociales por la noche. La suya era una comunidad rica en cultura y vínculos.
Sin embargo, esta vida se vio bruscamente quebrada por los acontecimientos de la Nakba. Consecuencia necesaria del sionismo, la Nakba de 1948 marcó el inicio de una herida sin cicatrizar que no ha dejado de crecer desde entonces. La profunda sensación de pérdida y el persistente dolor del desplazamiento son sentimientos que muchos palestinos, como mi abuelo, siguen soportando; un dolor que ahora se está infligiendo de forma espeluznante a una nueva generación.
Junto con decenas de miles de palestinos, mis abuelos se vieron obligados a abandonar Jaffa en 1948. Al principio fueron a Hebrón con la esperanza de regresar pronto a su hogar. Sin embargo, al cabo de una semana quedó claro que un retorno tan rápido sería imposible. En su lugar se trasladaron a Gaza, donde el hermano de mi abuelo trabajaba en el comercio. Viven allí desde entonces.
Mis abuelos se vieron obligados a abandonar Jaffa en 1948. Se trasladaron a Gaza, donde el hermano de mi abuelo trabajaba
Durante la actual guerra israelí contra Gaza, mi abuelo ha recordado su infancia. Los ecos de la Nakba son inconfundibles, pero también ha estado pensando en la vida en Palestina antes de 1948. Al recordar la pequeña casa de su familia en Jaffa, menciona con frecuencia a las familias palestinas de su barrio. Algunas, como las familias Masoud, Husseini y Khalidi, se trasladaron a Gaza en 1948. Otras, como las familias Dajani, Muzafar y Levan, no han estado en contacto con mi abuelo desde hace 76 años, pero él las recuerda con cariño.
La familia Levan, con su apellido no árabe, me llamó la atención. “Era una familia judía”, me explicó mi abuelo. “Eran nuestros vecinos en Jaffa, y nuestras madres eran muy amigas”. Las madres palestinas compartían tanta comida con sus vecinos judíos que la señora Levan bromeaba diciendo que nunca tenía la oportunidad de cocinar.
“En aquellos días”, continuó, “no importaba quién eras, de dónde venías o cuál era tu religión. Lo importante era quererse. La familia Levan celebraba nuestras fiestas con nosotros, y nosotros hacíamos lo mismo con las suyas”. Eran atisbos de los viejos tiempos, cuando la vida era más estable en esta tierra y la gente se aceptaba más fácilmente, fueran musulmanes, cristianos o judíos; atisbos de una época anterior a los trágicos acontecimientos políticos que rompieron esos lazos.
“El soldado es el que mata y oprime”
Al reflexionar sobre las historias de mi abuelo, a menudo me pregunto cuándo terminará nuestra lucha. ¿Cuánto tiempo seguirá esta tierra, sagrada para musulmanes, cristianos y judíos, empapada de sangre?
Muchas personas, especialmente los jóvenes palestinos, ven la sangrienta historia del conflicto y se preguntan: “¿Cómo podemos vivir con ellos después de todo lo que nos han hecho?” Se trata de un sentimiento que, casi con toda seguridad, va en aumento ante la embestida actual.
No hay muchos palestinos que recuerden una vida diferente. La mayoría de nosotros solo hemos experimentado las injusticias de los últimos 76 años
No hay muchos palestinos que recuerden una vida diferente. La mayoría de nosotros solo hemos experimentado las injusticias de los últimos 76 años: una crisis de refugiados, ocupación, guerras, asedio, apartheid, injusticia y privación de derechos básicos que dura décadas. Estas formas de opresión hacen que la idea de reconciliación, de compartir la tierra o de vivir juntos en paz parezca imposible.
No obstante, también es cierto que ha habido pequeños momentos que revelan la posibilidad de reconciliación, siempre y cuando la violencia y la desigualdad se dejen de lado. Mi tío, por ejemplo, es un firme partidario de la resistencia. A pesar de sus 66 años, sigue creyendo que algún día regresará a la tierra de la que su padre fue desplazado a la fuerza. Me contaba historias sobre Palestina en las décadas de 1990 y 1980, las ciudades ocupadas y Cisjordania, donde una vez trabajó para un jefe israelí. Le pregunté cómo podía trabajar en una fábrica israelí después de haber sido detenido y torturado por lanzar piedras contra jeeps militares israelíes, y mientras los soldados israelíes seguían acosándole en los puestos de control.
“Trabajé allí porque el gobierno israelí presionaba económicamente a los palestinos, así que tenía que ganar dinero y trabajar con un jefe israelí. Nuestra relación era de empleador y empleado. Sin embargo, con los soldados israelíes era una relación de opresor y oprimido”, explicó. “Los soldados son ocupantes; hay una gran diferencia”.
“Durante las intifadas”, prosiguió, “la mayoría de los palestinos que lucharon contra los soldados israelíes, incluso los que estaban dispuestos a sacrificarse, también trabajaban a las órdenes de jefes israelíes, porque el soldado [a diferencia del jefe] es el que mata y oprime”.
Hacia una ‘mentalidad del infinito’
Yo mismo tengo muchos amigos judíos-israelíes que rechazan la política del gobierno israelí, cada vez más de extrema derecha, y la mayoría de ellos ha abandonado el país como consecuencia de ello. Uno de esos amigos es un judío británico nacido en Israel, apodado Gelleh, al que conocí por nuestro trabajo en We Are Not Numbers, un proyecto que promueve la narrativa palestina. Hemos hablado de lo extraño que resulta que nosotros, un israelí y un palestino, hablemos amistosamente, mientras que en otros lugares los israelíes cometen crímenes de guerra contra los palestinos simplemente porque no pueden aceptar su existencia como pueblo.
Gelleh y su familia abandonaron Israel-Palestina en 2002 a causa de la Segunda Intifada, y le pregunté si palestinos e israelíes podrían convivir alguna vez en la misma tierra. “Sé lo que quiero responder: quiero responder que sí”, reflexionó. “Pero la realidad actual cambia mi respuesta”. Estuvimos de acuerdo en que primero debemos dar prioridad a criar generaciones de niños que no experimenten traumas directos antes de pensar en la coexistencia.
¿Cómo puedo convencer a un niño que ha perdido a todos los miembros de su familia de que acepte al asesino como vecino?
Gelleh también habló del escepticismo que siente gran parte de su propia comunidad ante la perspectiva de la reconciliación. “La reconciliación no se va a conseguir únicamente con cambios políticos, como una solución de uno o dos Estados. Desde el punto de vista de mi comunidad, la reconciliación requiere transformar nuestra mentalidad de escasez –de que hay pocas personas en el mundo que nos aceptan como judíos y reconocen solo una pequeña tierra donde podemos vivir libremente– en una mentalidad de infinitud, que el amor y el miedo que sentimos por nuestra comunidad pueden extenderse a todos los oprimidos”.
Esta transformación, dijo, es un requisito previo para el cambio político: “El reconocimiento de que la verdadera libertad solo llegará con la libertad de todos es una transformación que traerá el cambio sostenible y la justicia a la tierra”.
Como activista de derechos humanos, participo constantemente en conversaciones sobre coexistencia y reconciliación. Sin embargo, las medidas de Israel contra los palestinos socavan constantemente lo que defiendo. ¿Cómo puedo convencer a los habitantes de Gaza –que han vivido y crecido bajo un brutal asedio israelí– de que convivan con las mismas personas que son responsables de su sufrimiento? ¿Cómo puedo convencer a un niño que ha perdido a todos los miembros de su familia de que acepte al asesino como vecino? ¿Cómo puedo convencer a mi propia generación, humillada y acosada por soldados israelíes, de que los acepte como amigos? ¿Cómo puedo convencer a la juventud de Cisjordania, que es asesinada por soldados israelíes en los puestos de control, de que acepte la coexistencia?
Se acaba de cumplir el 76 aniversario de la Nakba, un sombrío hito que tuvo lugar mientras las fuerzas israelíes cometían en Gaza lo que los propios miembros de su gobierno han denominado una “Segunda Nakba”. Los territorios palestinos siguen divididos y totalmente controlados por el ejército israelí. El muro de separación de Cisjordania –que se extiende a lo largo de aproximadamente 708 kilómetros y alcanza una altura de casi ocho metros– penetra y confisca tierras palestinas. Nadie entra ni sale sin permiso israelí.
Esta realidad equivale al rechazo de Israel a la reconciliación y la coexistencia, y proporciona un terreno fértil para el odio, el resentimiento, el lavado de cerebro y el miedo al “otro”, todo lo cual no hace sino intensificarse en la actualidad. Los políticos israelíes lo saben y lo explotan en su propio beneficio prolongando la ocupación y manteniendo Israel-Palestina como un Estado racialmente segregado que discrimina a cualquiera que no sea judío.
¿Pueden coexistir realmente judíos y palestinos en la Palestina histórica? Esta es la cuestión central del conflicto palestino-israelí, la pregunta que atraviesa nuestra historia y nuestro presente. A pesar de los enormes obstáculos y las profundas divisiones, ¿existe un camino hacia un futuro de reconciliación pacífica? Bajo la ocupación militar, la discriminación, la limpieza étnica y el apartheid, la respuesta es no.
La única forma de lograr la reconciliación es abordar las causas profundas del conflicto. Para lograr una paz justa, Israel debe adherirse al derecho internacional y a las resoluciones de las Naciones Unidas, en concreto a la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exige el fin de la ocupación, y a la Resolución 194 de la Asamblea General de la ONU, que reconoce el derecho al retorno de los palestinos. Las políticas y acciones del gobierno israelí son la causa fundamental del conflicto; una existencia compartida exige su reversión. Es el único camino que puede llevarnos a una vida que se parezca a los recuerdos que atesoraban nuestros abuelos: una vida de paz relativa.
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Este artículo se publicó en inglés en +972 Magazine. Traducción: Paloma Farré.
“Éramos libres. Era la más bella de las vidas. Lo teníamos todo: nuestro patrimonio, nuestro comercio y nuestro mar”. Mi abuelo, que ahora tiene 85 años, aún recuerda la vida en Palestina antes de 1948. No había restricciones para viajar, ni puestos de control, ni asedios, ni toques de queda. Creció en una...
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