Los titulares de hoy son tranquilizadores. Tras 14 años de horrendos gobiernos conservadores que llevaron al Brexit, el Reino Unido vuelve a tener un gobierno de centroizquierda. Una ciudadanía maltratada por continuos recortes y experimentos fallidos parece que quiere pasar página. Honestamente, tengo ganas de alegrarme por ellos. El optimismo, en los tiempos que corren, es un acto de rebeldía. Quiero ser optimista. Me esfuerzo por serlo. Pero no puedo dejar de ver que la ola ultra sigue ahí. Veamos los números. 

Los laboristas han obtenido un 63% de los escaños con solo un 34% de los votos. Han sido 9,6 millones de votos, según el recuento provisional. Jeremy Corbyn obtuvo más de 12 millones en 2017, y aun así perdió. Así que esta victoria laborista puede definirse como exultante en escaños pero pobretona en votos. 

Pero ¿cómo ha conseguido el Labour Party una victoria tan aplastante con números tan escasos? Gracias a la baja participación (un 59,8% con el 90% de los votos escrutados, una de las más bajas de siempre) y al sistema electoral, basado en distritos uninominales. Se elige un solo escaño por distrito por mayoría simple, a una sola vuelta. Como la derecha se ha dividido en dos, entre los tories, con 6,7 millones de votos, y la extrema derecha de Nigel Farage, con 4 millones, los laboristas han salido muy beneficiados, y se han quedado con muchísimos escaños de distritos de tradicional predominio conservador. Hasta la ex primera ministra Liz Truss se ha quedado sin asiento en los Comunes. Sunak ha dimitido como jefe de Gobierno tras llevar a los suyos al peor resultado histórico. 

La pésima noticia es que Farage sí estará en el parlamento. En 2019 había caído a los 650.000 votos. Ahora, su extrema derecha revive y vuelve a sus máximos históricos de 2014-2015 lo que, en un contexto de baja participación, resulta muy preocupante. La buena noticia es que el sistema electoral les castiga mucho y solo han obtenido 4 escaños, frente a los 119 de los tories. Por tanto, mantendrán ese aire de marginalidad casi extraparlamentaria y no parece que, de momento, vayan a hegemonizar el espacio conservador. 

Si los franceses hubiesen tenido el sistema electoral británico, a una sola vuelta, probablemente habrían votado distinto. Pero con los resultados del domingo pasado, proyectados, la extrema derecha de Le Pen habría sacado 297 escaños y tendría mayoría absoluta en la Asamblea Nacional con su 33% de los votos. Por suerte, hay segunda vuelta. Una segunda oportunidad histórica este domingo para no fallar y concretar un bloque electoral de todas las fuerzas democráticas, cambiando el destino de Francia y, por tanto, de la UE. Esperemos que salga todo bien.

En definitiva, si nos salvamos es por los pelos. La ola ultra sigue. Todavía le queda fuerza. Puede que no haya tocado techo. Hay que resistir. Intentar pararla y revertirla. Para eso, hay que hacerlo todo muy bien. Lo tiene que hacer muy bien el próximo gobierno de Starmer en Reino Unido. Lo tiene que hacer muy bien el Frente Popular francés en el caso, improbable, de que el destino les sonría este domingo. No hay margen para errores. Tampoco en España, donde esta legislatura no está brillando ni por sus conquistas sociales, ni por lograr la necesaria regeneración, ni por contar con una izquierda orgullosa de su forma de hacer política. 

En el banquillo ya sabemos quiénes están, aguardando su hora para tocar poder. La corriente de la época les favorece. Solo tienen que esperar a que las fuerzas democráticas (liberal-conservadoras incluidas) se hagan el harakiri. No lo podemos permitir. Seamos rebeldes. Seamos optimistas. Seamos exitosas. Reocupemos el espacio público. Arrebatémosle a Aznar su famosa frase y que “quien pueda hacer, que haga”. Es urgente.