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El ascenso reaccionario de nuestro tiempo obliga a las fuerzas progresistas y de izquierdas a encarar con urgencia el debate sobre las alianzas para combatirlo.
Hoy como nunca es necesario plantearse el tipo de redes necesarias para contrarrestar la bien articulada y generosamente financiada Internacional Reaccionaria de los Milei, los Abascal, las Meloni o los Netanyahu.
Tras unas elecciones marcadas por la guerra, el genocidio en Gaza y por una crisis ecológica y social aguda, algunas fuerzas políticas han reabierto el debate sobre su adscripción a los grupos del Parlamento europeo. En los Comunes, espacio en el que milito desde hace diez años, una mayoría clara se pronunció hace unos días a favor de permanecer, como en la legislatura anterior, en el grupo de Los Verdes. Sin embargo, una minoría significativa votó por la integración en el grupo de La Izquierda.
Un ecosocialismo exigente
Desde las premisas de un republicanismo de izquierdas a la altura del siglo XXI, resulta inconcebible oponer justicia social y justicia ecológica. Por el contrario, solo una perspectiva genuinamente ecosocialista permite hacer frente, simultáneamente, a las sangrantes desigualdades generadas por el capitalismo contemporáneo y al colapso ambiental y energético.
Obviamente, no todo lo que lleva la etiqueta ecosocialista puede considerarse tal. Igual que hay un socialismo verbal que ha degenerado en simple social-liberalismo también hay un ecosocialismo retórico que en la práctica, sobre todo en la práctica institucional, se ha revelado a menudo como ecoliberalismo.
Hay un ecosocialismo exigente que puede rastrearse en el pensamiento de activistas como Francisco Fernández Buey, Yayo Herrero, Chico Mendes o Vandana Shiva. Este ecosocialismo, practicado por miles de movimientos campesinos, indígenas, sindicales, tanto del Norte como del Sur Global, es incompatible con el capitalismo verde tan publicitado desde algunos centros de poder.
Este ecosocialismo parte de la impugnación abierta de las relaciones capitalistas que explotan y precarizan el trabajo, al tiempo que arrasan con la vida en el planeta. Y es crítico, al mismo tiempo, con las relaciones patriarcales, coloniales y el belicismo que las alimentan.
De lo que estamos hablando, en definitiva, es de un socialismo radicalmente democrático que va de la mano del ecologismo político, del feminismo y del pacifismo. Frente a él hay otras variantes, originalmente impregnadas de ecosocialismo, que han experimentado derivas más conservadoras o liberales en aspectos básicos. El caso de Los Verdes alemanes es uno de ellos.
La derechización de Los Verdes alemanes
Es un hecho compartido que el ecosocialismo más impugnador encontró un impulso innegable con la irrupción en los años ochenta de Die Grünen, los Verdes alemanes. Jorge Riechmann, uno de los principales referentes del ecosocialismo peninsular, ha dado cuenta de las esperanzas que su aparición generó entre vastos colectivos alternativos. Concebidos en su origen como un proyecto de partido de nuevo tipo, internamente participativo y en contacto permanente con los movimientos sociales, se convirtieron pronto en la fuerza ecologista por excelencia de Europa.
El problema, como el propio Riechmann constata, es que el originario impulso transformador de los Verdes alemanes no tardaría en desvanecerse. Tras la caída del Muro de Berlín y con la expansión de la Unión Europea y de la OTAN a Europa del Este, comenzaron a experimentar una derechización creciente. Ya convertidos en fuerza de gobierno, sus sectores ecosocialistas y ecopacifistas fueron progresivamente marginados o expulsados. El partido acabó asumiendo muchos postulados liberales en materia económica y posiciones cada vez más belicistas y atlantistas en política exterior.
Los Verdes se han alineado a menudo con las posiciones liberales de la Comisión europea
La participación de Los Verdes en el último gobierno encabezado por Olaf Scholz no ha revertido su deriva conservadora, la ha acentuado. Los Verdes se han alineado a menudo con las posiciones liberales de la Comisión Europea, han alentado sin mayores críticas el crecimiento del gasto en armamento, han apoyado deportaciones a solicitantes de asilo y han tenido algunas actuaciones indefendibles en relación con el genocidio en Gaza.
Es verdad que otros partidos verdes como los belgas o los irlandeses han mostrado una sensibilidad mucho mayor ante la causa palestina. Pero lo cierto es que el peso de los Verdes alemanes en el conjunto de los verdes europeos continúa siendo determinante, y no encuentra equivalente en ninguna de las fuerzas integradas en La Izquierda europea.
Desde dónde construir un antifascismo inteligente
La mirada crítica sobre la deriva de los Verdes alemanes no expresa un sentimiento marginal. Es compartida por numerosos activistas ecologistas, sindicales, agrarios, o antibelicistas de Europa y de nuestro entorno. Esto es claro entre las gentes de Izquierda Unida (de Esquerra Unida en el ámbito catalán, balear o valenciano) y parecería serlo dentro del propio Sumar, que en las últimas semanas de campaña entendió que su cabeza de lista a las europeas, Estrella Galán, debía ir al grupo de La Izquierda. Pero incluso en los Comunes, donde hubo mayoría a favor de Los Verdes a escala catalana, la preferencia por La Izquierda fue nítidamente mayoritaria entre las asambleas y la coordinadora de Barcelona.
En los Comunes, donde hubo mayoría a favor de Los Verdes a escala catalana, la preferencia por La Izquierda fue nítidamente mayoritaria
Estos posicionamientos críticos respecto de los Verdes alemanes dentro de las izquierdas se han incrementado, sin duda, tras su tibia reacción a la criminal represalia israelí en Gaza. Y nada indica que el fenómeno vaya a ser pasajero. Por el atlantismo y el militarismo a menudo acrítico defendido por Die Grünen dentro de la coalición alemana de gobierno. Por la manera en que han minimizado el peligro de una escalada nuclear en Ucrania, tras la ilegal invasión de Putin. Por la excesiva aquiescencia frente a las actuaciones criminales de Israel en Palestina. Por su escasa sensibilidad con muchas luchas de América Latina o África. Por sus devaneos liberales en relación con algunos acuerdos comerciales y con la propia Comisión Europea.
En este contexto, muchas compañeras y compañeros de los Comunes, pero también de ERC, el BNG o Compromís, ven más útil dar ciertas batallas democratizadoras desde Los Verdes y la Alianza Libre Europea. Es respetable. Pero en el actual contexto geopolítico, seguramente tienen más peso los argumentos que optan por una alternativa ecosocialista, feminista y antibelicista, construida desde la Izquierda europea y de otros espacios externos como la Internacional Progresista.
Nada de esto puede hacerse idealizando a ningún grupo con representación en Estrasburgo. También en la izquierda europea, de hecho, existen familias muy diversas, con posiciones a veces contrapuestas y también criticables. Tratándose, sin embargo, de un grupo confederal, la posibilidad de construir articulaciones diferentes es mayor. Esto hace factible, y en mi opinión más deseable, impulsar, en una línea sugerida hace tiempo por gentes como Pablo Bustinduy y Miguel Urbán, entre otros, una alternativa ecosocialista unitaria, transversal, desde La Izquierda, junto a fuerzas plurales y nuevas figuras independientes. Desde el Bloco de Esquerda portugués a Podemos o las alianzas rojiverdes nórdicas, pasando por La France Insoumise, el Sinn Fein, EH Bildu o, ahora, independientes como el alcalde de Riace Mimmo Lucano, perseguido de manera infame por defender a refugiados y migrantes, y recientemente incorporado a La Izquierda.
Por una nueva Internacional, de fuerte base local
Sea como fuere, ninguna de estas consideraciones permite eludir la verdadera tarea impostergable: el establecimiento de frentes amplios o frentes populares entre diferentes fuerzas de izquierdas, verdes, socialistas, con el propósito de construir, junto a movimientos sociales y sindicales de base, una nueva Internacional. Firme frente al neofascismo, sí, pero firme también frente a las políticas capitalistas ecocidas, racistas, patriarcales, que explican su emergencia.
Para ser fuerte, esta nueva Internacional debería ser capaz de reunir a movimientos comunitarios implicados en la reversión a pie de calle de las prácticas antisociales y ecológicamente suicidas hoy vigentes. Pero también debería articular alternativas institucionales en diferentes escalas, desde la municipal a la planetaria, actuando en los Estados, más allá de ellos y a menudo en contra de sus lógicas burocratizadoras, mercantilizantes y belicistas.
Un proyecto internacionalista impugnador y desobediente con el capitalismo dominante es más urgente que nunca
En estos tiempos ásperos atravesados por horizontes distópicos, un proyecto internacionalista impugnador y desobediente con el capitalismo dominante es más urgente que nunca.
Hay un rico acervo internacionalista que debe aprovecharse. El que viene de los Foros Sociales y las movilizaciones en defensa de otra Europa y otro mundo posibles. El que viene de iniciativas como los Tribunales internacionales de los Pueblos contra las guerras o en defensa del agua como bien común. También el que hoy se vincula a propuestas como la de una Constitución para la Tierra, auspiciada por juristas como Luigi Ferrajoli, Raúl Zaffaroni o José Antonio Martín Pallín.
El cosmopolitismo de base popular que debe construirse puede rastrearse ya en la Primera Internacional de 1864, punto de reunión de sindicalistas, anarquistas y socialistas de diferentes filiaciones. También ha sido evocado en el cine o en la literatura, como muestra el alegórico “Proyecto de Constitución para Ciudad Republicana con Declaración de los Derechos del Hombre, de las Mujeres, de los Niños, de los animales domésticos y Salvajes, incluidos pájaros, peces e insectos, y de las plantas sean de alto Tallo u Hortalizas y Hierbas” que Italo Calvino atribuyó a Cosimo Piovasco di Rondò en su libro El barón rampante.
Para frenar la barbarie que la Internacional Reaccionaria asume como un destino inevitable, Europa debería revolverse contra el determinismo y repensarse radicalmente. Los Frentes amplios y los frentes populares como el francés marcan un camino. Que pasa, necesariamente, por asumir lo mejor de sus luchas rojiverdes, violetas, antibelicistas, y por soltar de una vez el lastre del colonialismo y del eurocentrismo arrogante.
El ascenso reaccionario de nuestro tiempo obliga a las fuerzas progresistas y de izquierdas a encarar con urgencia el debate sobre las alianzas para combatirlo.
Autor >
Gerardo Pisarello
Diputado por Comuns. Profesor de Derecho Constitucional de la UB.
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