HORACIO CASTELLANOS MOYA / ESCRITOR
“La risa, en Centroamérica, es un mecanismo de autodefensa frente al salvajismo de la Historia”
Albert Gómez 11/10/2024
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Debo confesar algo vergonzoso y es que, hasta que no me senté a escribir este artículo, llevaba un lustro leyendo mal a Horacio Castellanos Moya. Creía que entendía suficiente al autor salvadoreño como para hacerle una nueva entrevista y descubrí que estaba profundamente equivocado. El escritor hace literatura de la realidad, pero ¿puede el lector volver de la literatura a la realidad sin perderse por el camino? ¿Y puede hacerlo un lector europeo con la realidad centroamericana? Son muchas las preguntas que ha despertado una mala exégesis, pero empecemos por el principio.
Hará cosa de cinco años una amiga que trabajaba para Planeta me regaló Insensatez (Tusquets, 2005), novela en la que un periodista recibe el encargo de hacer un informe sobre los genocidios indígenas en Guatemala y enloquece durante el proceso. La novela me pareció escrita con maestría por el efecto de olla a presión que tenía el estudio y la narración de la violencia sobre el ejecutor del informe. Quedé prendado de ese libro y, rápidamente, aprendí de Horacio Castellanos Moya lo que puedes saber de él a golpe de clic: que estaba exiliado de El Salvador por escribir El asco en 1997 y que había sido periodista de conflictos más de doce años en su país y en México. Así que la siguiente adquisición estaba bien clara: El asco no me defraudó, me enamoré todavía más del estilo del autor, y de paso empezó mi obsesión por Thomas Bernhard, que daría para otro artículo. El asco es un libro escrito con buena técnica y lleno de excesos, perfecto para jóvenes confusos (estudiantes de Periodismo o de lo que sea). A continuación leí El arma en el hombre (Tusquets, 2013), que narra las peripecias de un tipo que parece Rambo y que tiene problemas para adaptarse a la sociedad después de ser mercenario. Leyendo esos tres libros me llevé una impresión errónea del autor; o parcial, para ser más justos. Conforme a ella, se trataba sobre todo de un tipo divertido, centrado en la paranoia y los excesos, aficionado además a técnicas narrativas como el monólogo. No es que el drama de los supervivientes a los conflictos no estuviera ahí, estaba por todas partes, era todo tan omnipresente que solo podía pensar en términos literarios.
La lectura de El hombre amansado (Literatura Random House, 2022) funcionó como transición hacia una nueva percepción del autor. Esa novela cuenta con las dosis de paranoia y exceso a las que estaba acostumbrado, pero también con la presencia de Erasmo Aragón, uno de los personajes de la saga familiar que estaba escribiendo Castellanos Moya y que yo empezaba por el final. Fue con Tirana memoria (reeditado este septiembre de 2024) que me di cuenta que es un autor que investiga con mayúscula los efectos de la violencia y la política centroamericana, a secas. En Tirana memoria, la novela más ambiciosa de Castellanos Moya, según el New York Times, nos encontramos también con personajes que apenas controlan sus pulsiones y self-obsessed, pero sobre todo con un perfil de los golpistas durante los últimos días del dictador Maximiliano Hernández, con el locutor Clemen al frente, que cuenta el aciago destino de la saga familiar de los Aragón, que va ya por su séptima entrega. Hay un perfil del dictador loco, entregado a asuntos esotéricos como la teosofía espiritista, y el enorme drama de los revolucionarios que deben esconderse, y de sus parejas, que sufren los castigos. Decía Vargas Llosa que la novela es la historia privada de las naciones; aquí nos encontramos un testimonio literario del golpe de Estado en El Salvador, pero escrito mediante la técnica del diario, así que podemos ver el peso de la intrahistoria cuando la esposa de Pericles nos explica el destino de los golpistas reprimidos mezclado con asuntos domésticos.
Pero aquí no terminan los malentendidos. Leí los ensayos Roque Dalton: correspondencia clandestina (Literatura Random House, 2021) y la reedición de La metamorfosis del sabueso (Literatura Random House, 2023) y de nuevo descubrí que había entendido mal muchos asuntos. Lo primero es que Castellanos Moya se ha hartado de que le pregunten por El asco, que para él es un experimento literario que palidece al lado de otras obras suyas más recientes. Lo segundo es que, con Roque Dalton por bandera, resignifica “el quiebre vital de un arquetipo o modelo de escritor en Latinoamérica propugnado por la revolución cubana: el escritor combatiente para quien la lucha revolucionaria era el eje de su vida. El asesinato de otros poetas militantes a manos de los regímenes represivos –el peruano Javier Heraud, el argentino Francisco Urondo o el nicaragüense Leonel Rugama– más bien reafirmaba ese modelo, en tanto que la muerte de Dalton mostró con descarno que el componente criminal de la violencia revolucionaria no es mejor que el de la violencia reaccionaria. A Dalton lo mató la forma organizativa que él consideraba más pura y auténtica, la única que no llegó a criticar en sus versos; lo asesinó su propio modelo de escritor combatiente, su misma utopía”. Otra cosa es que Castellanos Moya se pone en guardia si un periodista le dice que lo suyo es la escritura de la violencia o novela política. Él mismo explica que “mis particulares geográficas, históricas y privadas son esenciales, pero más esencial es aún la lengua en la que escribo. Soy un escritor en lengua castellana; es la definición que me gusta”. Y añade: “Soy un escritor de ficciones, no un político metido a redentor. Por eso, si la patria que me muerde es la memoria, no he encontrado otra forma de ajustar cuentas con ella más que a través de la invención”. Sobre sus fronteras añade: “Mi identidad nació desgarrada entre dos países, dos familias, dos visiones políticas del mundo. El desgarramiento, pero también la confrontación. Nací en Honduras, viví mi infancia y juventud en El Salvador, y he pasado la mayor parte de mi vida adulta en México. Ahora resido en Guatemala. Yo podría encarnar esa abstracción llamada el centroamericano. Pero tampoco me siento completamente de ninguna de las naciones que he mencionado: persiste cierto distanciamiento, la sensación de no pertenencia, cierto sabor a extranjería”.
Así la cosas, como pueden suponer, he escrito y reescrito las preguntas que me proponía hacerle, entrando, como sus personajes, en una pequeña paranoia o loop, poseído por un genio maligno que me decía que de algún modo seguía sin comprender a Castellanos Moya (ya que algunos textos los escribió hace más de una década). Ahora vive en Iowa, donde da clases en la universidad. Hemos quedado esta tarde para una llamada, veremos cómo va.
En la reedición de Tirana memoria aparece la elogiosa cita del New York Times, ¿cree usted que es su novela más ambiciosa?
Cuando se publicó la novela en 2008 el New York Times publicó una reseña diciendo que era la más ambiciosa, y hasta ese momento lo era. A esta altura no sé cuál es más ambiciosa, si esa o Moronga, en verdad. Creo que en términos históricos es más ambiciosa Tirana memoria, también porque establece las bases de la saga de la familia Aragón. Pero es difícil para mí decirlo con total certeza, cada libro se escribe con una nueva intensidad, con ciertos objetivos, y la comparación no solo tiene que ver con lo largos que son, sino también con el desarrollo de personajes.
¿Qué interés tenía en el monólogo o diario para explicar hechos históricos?
La verdad es que es la única novela en la que uso un diario, en las otras, como Desmoronamiento, utilizo archivos o cartas. La historia es la siguiente: cuando yo estaba comenzando a escribir esta historia, que transcurre en el año 1944 en El Salvador, de ese matrimonio, los Aragón, el dato fundamental es que el esposo, Pericles, estaba preso. Entonces mi primera idea fue escribir la historia desde el punto de vista de Pericles, pero tras varios intentos y varios bloqueos me di cuenta de que no había forma. En ese tira y afloja de cómo entrar en la historia, se me ocurrió la idea de que la contara la esposa de Pericles, que es la que tenía más distancia. Entonces pensé que recrear su voz oralmente en un monólogo era un poco complicado, no me sentía cómodo, mientras que poniendo la voz por escrito en un diario me daba más margen para moverme en la mente de un personaje lejano, una abuela conservadora. El diario me pareció la forma más pertinente de tomar esa distancia.
Uno de los temas es la paranoia, sí, pero no creo que sea el tema central del libro
En sus novelas se suele tratar el tema de la paranoia, pero en Tirana memoria se trata en grado superlativo, que es la paranoia del golpista.
Evidentemente, dos prófugos de la justicia que han sido condenados a muerte, como son Jimmy y Clemen, viven en un estado de paranoia. Viven en un estado de paranoia natural, si los capturan los matan, como han hecho con todos sus camaradas del golpe. Entonces uno de los temas es la paranoia, sí, llevada al colmo con Clemen, porque el otro, como militar, tiene mayor temple. Ahora bien, no creo que sea el tema central del libro, es solo un tema que explica cómo en la saga de la familia Aragón, desde Clemen, la paranoia se instala por hechos históricos, no como enfermedad clínica. Una paranoia que surge de condiciones históricas y que se transmite a su hijo Erasmo.
¿Le interesaba hacer un perfil del dictador y que se enmarcara dentro de esa tradición de novelas latinoamericanas?
No, en absoluto. A mí no me interesaba hacer una novela de dictador en el sentido tradicional. El dictador no aparece en la novela, es solo una referencia, un accidente histórico que explica lo que sucede. No me interesaba en absoluto repetir la fórmula del dictador con sus contradicciones. A mí lo que me interesaba era contar cómo se pelea con una dictadura y todas las emociones y contradicciones que esa lucha genera en la familia. El dictador era brujo, medio rosacruz medio esotérico, tenía ideas extrañas de la vida, pero podría haberse llamado de otro modo. No me interesaba desarrollar ese punto, me interesaba la dictadura como represión, que es contra lo que pelean los personajes de la novela.
Salieron las novelas de forma caprichosa, según mis estados emocionales y creativos
Menciona la saga de la familia Aragón, ¿cómo gestiona un narrador sin mapa el hecho de construir una historia familiar de siete entregas?
Esta es una pregunta que quizás solo tenga una respuesta. Voy construyendo la saga en la medida que los personajes me lo van pidiendo. Si usted lee la saga en términos cronológicos históricos o si lo hace según los criterios de publicación hay una gran diferencia. La saga, históricamente, empieza con Tirana memoria, pero antes de eso escribí dos novelas con los personajes de la familia Aragón, que son Donde no estén ustedes y Desmoronamiento. Lo que da la idea de que fui construyendo el camino según las inquietudes de los personajes. En el momento en que empecé a pensar en Pericles surge Tirana memoria, en el momento en que pensé en Clemen surge Desmoronamiento y así, paulatinamente, han ido naciendo según las necesidades de expresión de ciertos personajes. Ahora sí, las tres últimas novelas son una secuencia, pues son las tres de Erasmo Aragón, El sueño del retorno, Moronga y El hombre amansado. ¿Cómo se gestiona? No podría tener mapas en el escritorio sobre la familia, hay una sensación de personajes en la mente, hay una historia nacional en mi mente, hay una forma en que esos personajes son víctimas de hechos históricos, y de allí van arrancando las narraciones. La primera vez que yo escribo sobre los Aragón es en Donde no estén ustedes, que salió en 2003; la mitad de la novela va sobre el hundimiento de Alberto Aragón, el hermano de Clemen e hijo de Pericles. No sabía que iba a escribir una saga en ese momento. Así que la palabra que puede definir todo esto es caprichoso. Salieron las novelas de forma caprichosa, según mis estados emocionales y creativos, más que productos de una planificación cronológica.
Ahora que la saga ha alcanzado los siete números, ¿se imagina un acercamiento ideal con un orden concreto?
Quizás el mejor sea a posteriori, ordenarla cronológicamente y empezar por Tirana memoria. Eso sería ideal. Pero eso depende del lector, hay lectores que son reacios a seguir lo cronológico y les gusta lo azaroso de la lectura. Pero pasa que hay novelas como El sueño del retorno o El hombre amansado, que si se leen sueltas no se tiene una dimensión de la saga, eso es inevitable, porque no han sido publicadas en conjunto.
Roque Dalton escribió el verso “nunca logré contener la risa”. ¿Qué opinaría de un crítico que dijera que hay comedia en su obra?
La forma de ver el mundo en la que yo me formé estaba cargada de humor para resistir
Diría que en buena parte de mi obra pueden encontrarse aspectos de comedia, en el sentido de que el humor, en el caso de Centroamérica, es un mecanismo de autodefensa ante la grosería de la vida y los eventos históricos, el salvajismo con el que se han gobernado esos países. Ese humor no es tanto un propósito mío, es más bien comedia inconsciente. Yo no me lo propongo, lo que pasa es que la forma de ver el mundo en la que yo me formé estaba cargada de humor para resistir. Entonces quien señalara que en mi obra hay una buena parte de comedia no se equivocaría, es idiosincrasia latinoamericana para defenderse de la violencia e irracionalidad reinantes.
En el otro lado de la comedia está la violencia. He visto que no se identifica como escritor de la violencia, prefiere hablar de la memoria. ¿Cómo han marcado recuerdos familiares, como un bombazo en la infancia o un padre condenado a muerte, su tratamiento de la violencia?
No he reflexionado sobre el aspecto del cómo las anécdotas personales de la violencia han influido en la forma en que yo escribo, no lo he hecho, así que no le puedo responder esa pregunta, supongo que la permean toda. Imagino que ver el mundo como yo lo veo está permeado por los grandes hechos traumáticos de mi vida, pero con precisión decirle “este trauma tiene que ver con esta forma de escribir” no lo haría, no lo podría hacer y no me interesa hacerlo.
En su ensayo sobre Kenzaburo Oe menciona que éste ha desarrollado una estética de la curación que no se ha desarrollado en Latinoamérica.
No se ha desarrollado esa estética de la curación porque no se ha desarrollado una sociedad interesada en curarse. La estética es expresión de una moralidad, y en Latinoamérica no es esa la moralidad que impera. Hay asesinatos en masa, desapariciones, pobreza extrema, instituciones corruptas, dictaduras, nuevos tipos de dictadores ahora que son reciclamiento de la vieja mentalidad, y si la sociedad no le da sentido a eso no tiene necesidad de curarse, entonces tampoco se va a expresar literariamente. La estética no navega sola, ¿verdad?
¿Qué le parecen los ritmos de producción que se imponen en el novelista actual?
Creo que si uno se impone un ritmo de producción de una novela al año uno está más cerca de la fábrica textil que de la obra artística. Para mí la obra en todo momento me va a imponer su ritmo, no se lo voy a imponer yo a partir de las necesidades del mercado o de mantener una imagen. Si a mí no me sale una novela en tres años es que no me sale. En mi caso sería una traición profunda a mí mismo imponerme escribir una novela al año, ¿qué locura es esa? Las cosas se van sedimentando y tienen su momento. No hay que confundir una lógica de creación de mercado con una lógica de creación artística. Yo comprendo a los novelistas que deben hacerlo, y no tengo nada en contra de ellos, pero si yo tuviera que hacer eso me traicionaría. No empecé a escribir para vender libros, empecé a escribir como una necesidad de expresión; vender libros luego es un accidente excelente. No voy a someter mis ritmos vitales de acumulación, alejamiento y expresión a las necesidades del mercado.
Debo confesar algo vergonzoso y es que, hasta que no me senté a escribir este artículo, llevaba un lustro leyendo mal a Horacio Castellanos Moya. Creía que entendía suficiente al autor salvadoreño como para hacerle una nueva entrevista y descubrí que estaba profundamente equivocado. El escritor hace literatura de...
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