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NOVELA

El poder del wéstern

Sobre un territorio encantado en el que caben repeticiones, fantasmas y códigos de otros géneros

Albert Gómez 28/09/2024

<p>Fotograma de <em>Bone Tamahawk</em> (2015). </p>

Fotograma de Bone Tamahawk (2015). 

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Este verano aparecieron dos artículos sobre wéstern de Fernando Navarro y Weldon Penderton. Los dos apuntaban la tesis de que este género, relacionado tradicionalmente con la hombría, habría ido más allá para representar todo tipo de disidencias y, por lo tanto, viajando más lejos de la crítica de blanqueamiento al expolio realizado por los colonos, habría logrado representar el macrocosmos en su microcosmos con olor a desierto. Uno de esos artículos, publicado en ICON, venía al hilo de la edición de La balada de la mano de oro (Niños gratis, 2024), escrita por el propio Penderton y Albert Kadmon, uno de mis heterónimos cuando escribo ficción especulativa. La balada de la mano de oro es un wéstern marica en el que dos jóvenes descubren el sexo y el mundo adulto sin un lenguaje heredado, buscando entre intersticios sus propias definiciones. He escuchado sobre todo comentarios positivos del libro, pero también alguna crítica diciendo que se trata de un wéstern políticamente correcto o woke, juicio que no me parece justo. El género del Oeste viene tratando lo que le ha dado la gana desde mucho antes de que nosotros lo hiciéramos en 2024. Quiero aprovechar esta oportunidad para explayarme en lo que creo que es el poder del wéstern.

Un mundo ‘pulp’

Tengo recuerdos relacionados con el Oeste asociados a mi padre y mi abuelo. Cuando mis padres me dejaban un fin de semana en casa de mis abuelos, miraba con él películas del Oeste a partir del mediodía hasta la hora en la que dieran un partido, trufada la experiencia de anécdotas acumuladas sobre los actores o directores. De mi padre he heredado el hábito lector y una buena colección de libros, entre los que se encuentran decenas de títulos de Marcial Lafuente Estefanía, Curtis Garland o Ralph Barby. No sé qué tenían los bolsilibros de Bruguera que llamaron mi atención en detrimento de pasatiempos más modernos, pero ese fue mi primer contacto con el Oeste, junto a las películas. Un Oeste pulp, de spaghetti y chorizo wéstern, siempre al oeste del río Misisipi, en el que caben argumentos de lo más disparatados, incluso toda clase de monstruos alimentados por la venganza. Era un género con la misma salud de la que disponen ahora los superhéroes, que por una parte son exportados en gran cantidad por los estadounidenses, y por la otra han logrado ser replicados por otros sistemas culturales con sus propios héroes.

En el wéstern pulp de los bolsilibros del Oeste todo valía: un pistolero podía acertar con una bala a kilómetros de distancia, un vaquero podía intentar construir una utopía, un sheriff pretendía derrotar a cincuenta bandidos, un cazarrecompensas perdonaba al forajido por una deuda de honor y los nativos secuestraban adolescentes a los que enseñar sus costumbres. Y luego está todo el weird western, especialmente el de Curtis Garland, heterónimo de Juan Gallardo Muñoz, en el que los vaqueros podían ser visitados por el Conde Drácula o por una momia egipcia, como puede verse en el tomo que recopiló hace unos años para su editorial Alberto López Aroca (Monstruos en el Oeste, 2015). Paradigma de este subgénero es la serie italiana Zagor, con más de seiscientos números mensuales, publicada desde los sesenta por Sergio Bonelli y actualmente difundida en España por Aleta Ediciones. El weird western toma el nombre de la homónima publicación de DC de 1972 que profundizaba en la pasión popular por el Oeste mezclado con la ciencia ficción que venía existiendo desde las dime novels a inicios del siglo pasado. Este subgénero ha dado toda clase de cómics, películas (como atestigua el ensayo editado por Jesús Palacios en Applehead Weird western: cine del Oeste sin fronteras) y novelas, pero a lo mejor los que más han calado en la cultura popular sean el pistolero sin nombre de La torre oscura (1982) de Stephen King o el malhumorado personaje de cómic Jonah Hex que logró una malísima película en 2010. Finalmente, añadir que algunos de sus relatos fundacionales aparecen en el libro de Robert Howard El horror del túmulo, junto a otras historias de weird western, traducido por Barsoom este mismo 2024.

He escrito muchas cosas a cuatro manos, incluso a doce, y para ello he seguido distintos sistemas, más o menos interactivos. En La balada de la mano de oro yo escribí el primer manuscrito y Weldon escribió por encima. Si me preguntas por mi aportación al libro, creo que le di ese toque pulp del que os hablo, en el que los protagonistas interaccionan con cosas del futuro como la hiperstición o un glory hole.

La literatura pulp ha sido denostada desde siempre, incluso entre sus editores, por la mala calidad del papel, y no falta quien no haya dudado en relacionarla con la baja cultura. Dudo que con lo que yo diga vaya a cambiar la opinión de los que solo leen novelas clásicas o literatura realista. Los que, alejados del prejuicio clasista, disfrutamos de la literatura popular ya sabemos lo que nos encanta. No soy Umberto Eco, pero sí sé que la literatura de género bebe del potencial metafórico de la literatura para permitirse el lujo de hablar de todo hablando de cualquier cosa. También estoy convencido que, en la misma medida en que se recupera a H.P. Lovecraft, también se irán desempolvando otros autores de la época dorada del wéstern (o al menos seguro que lo harán los estadounidenses, aquí nuestro sistema cultural a lo mejor se corta una mano antes de reconocer autores populares que no dieran el salto a Planeta como lo hizo Ledesma, quien firmaba como Silver Kane).

Cuentan la siguiente anécdota: como Lafuente Estefanía había sido ingeniero para el bando republicano, no podía conseguir un buen trabajo en la época franquista, por lo que se resignó a escribir novelas del Oeste. Eso sí, como buen ingeniero construyó un sistema en el garaje de su casa para generar argumentos. Se dice también que cuando murió, para estirar de la teta del becerro de oro, sus hijos continuaron empleando el sistema para enviar novelas del Oeste a Bruguera, hasta que una estanquera de Valencia descubrió que se repetían y avisó a la editorial del fraude. Aparte de la experiencia casi borgeana del proyecto, este sistema lulista demuestra a la perfección que todo cabe en una historieta pulp. Otro autor, mucho más posmoderno, que ha demostrado que todo cabe en la literatura de género es Robert Coover, que hizo en Noir para la novela negra lo mismo que hizo en Ciudad fantasma para el wéstern (ambos publicados aquí por Galaxia Gutenberg): demostrar que es un territorio encantado en el que caben repeticiones, fantasmas y códigos de otros géneros.  

Biopolítica en el Oeste

Algunos lectores señalan que La balada de la mano de oro está muy bien documentada, eso tengo que agradecérselo a Weldon Penderton, que es lector de esa otra clase de wéstern, el histórico, como el que publica Valdemar en su colección Fronteras. Poco puedo decir sobre este otro Oeste tan realista que no sea sacado de Wikipedia, pero si acaso lo que más me interesaba junto a Weldon era la posibilidad de reconstruir una historia de biopolítica sexual. Incluso una cosa tan aparentemente sencilla como un beso es profundamente cultural. Como no tengo los conocimientos para escribir una historia cultural sobre el beso como la que Naief Yehya ha escrito sobre los hongos alucinógenos, ni tampoco los conocimientos de arquitectura de Paul Preciado para trazar una arqueología de heterotopías sexuales, pues empleamos el poder de la novela para señalar una serie de intuiciones que, de paso, nos permiten hablar de la construcción de la masculinidad.

Pero tampoco somos los primeros, se nos adelantó por poco Pedro Almodóvar con su Extraña forma de vida, un wéstern doméstico. También lleva años trabajando en mujeres y disidencias en el Oeste el editor de Proyecto Estefanía, que transgrede los códigos a su manera pero mantienen el formato bolsilibresco. Y mucho, mucho tiempo antes, desde los orígenes prácticamente, está la figura de Dorothy M. Johnson, que se ha encargado de otro tipo de vida en la frontera como puede verse en sus ensayos sobre las mujeres indias o en El hombre que mató a Liberty Valance. Por el camino también debería señalar las hombrías crepusculares de Cormac McCarthy en su Trilogía de la frontera o en la sangrienta Meridiano de sangre.

‘Splatterwestern’

Lo más parecido al pulp ahora mismo, por consumo masivo y producción popular, es el splatterpunk estadounidense: hay centenares de autores, algunos con pseudónimo; tienen una difusión enorme gracias a Amazon Kindle y se presentan como un pasatiempo para sacudir el cuerpo. No es este un artículo para hablar de este otro género, pero sí convendría señalar un par de cosas más. La primera es que tiene tan buena salud que a diferencia de otros géneros hay decenas de autores que viven exclusivamente de ello, publicando dos o tres novelas al año, como Jon Athan, Duncan Ralston o Edward Lee (ya me gustaría saber, en el mismo sistema cultural, cuánta gente vive de la poesía). La segunda cosa a señalar es que funciona como una comunidad en las distintas redes sociales, políticamente muy transversal, que permite los sistemas de difusión sanos que sustentan todo el género. Como os digo, se encuentra en plena salud y continuará creciendo ya que la principal red de difusión, Amazon KPD, está muy lejos de haber llegado a su verdadero potencial y le queda mucho por crecer.

Señor, suélteme el brazo, estamos aquí por el wéstern, pensarán algunos. Me he detenido a hablar de splatterpunk porque actualmente existe el splatterwestern, una mezcla del Oeste con el horror extremo. El subgénero alcanzó fama en la comunidad splatter gracias a las ediciones de Dead Head Press con autores en su catálogo como Kristopher Triana (publicado por Dimensiones ocultas), Bryan Smith y Christine Morgan, ganadora de un Splatterpunk Award. Los precedentes son Richard Brautigan (El monstruo de Hawkline) y Jack Ketchum, que paradójicamente es considerado padrino del splatterpunk, pese a que en entrevistas renegó de este diciendo que se había adelantado varios años a la moda y que luego la habría sobrevivido, que publicó The Crossings en 2003 (¿la traducirán alguna vez sus editoras españolas de La biblioteca de Carfax?). El mayor ejemplo del tono de todas estas novelas de las que os estoy hablando es la película Bone Tamahawk (2015), en la que un hombre que se rompe una pierna debe recuperar a su esposa secuestrada por nativos que despellejan vivas a sus víctimas. Ese es el tono general de violencia de estas publicaciones.

Pensaréis que no es casualidad que uno de los autores de La balada de la mano de oro, servidor, sea también el principal editor y traductor de splatterpunk y splatterwestern en España. Concretamente hemos publicado tres títulos en Pathosformel, en la que trabajo junto a Sergi G. Oset. Empezamos con El sheriff Goodman contra Pinhead y otras espeluznantes aventuras (2023) de Takeshi García-Ashirogi, traducido por Colectivo Juan de Madre y con prólogo de David Bizarro, por lo que significa tener en nuestro idioma más cuentos traducidos del autor hispano-japonés de culto, responsable de miles de cuentos, lo más parecido a un maestro pulp vivo en el presente. Como buenos cuentos pulp tiran de elementos populares y el sheriff protagonista, un hombre trans que ha huido de la ciudad para completar su transición, se enfrenta a villanos pop como Hulk, Pinhead (de la saga Hellraiser de Clive Barker, otro padrino negado del splatterpunk), la Death Note sacada del universo del manga, Karl Marx, Friedrich Nietzsche o dinosaurios salidos de la película El valle de Gwangi (1969), una obra maestra de weird western. Creo que el volumen demuestra que no hay que hacer demasiadas peripecias para hacer encajar un héroe que no sea un tipo cis hetero en una trama del Oeste, también que funcionan narrativamente bien los homenajes.

Teníamos una colección dedicada a enfrentar cuentos de dos autores y en el tercer número se tenían que ver las caras los colombianos Hank T. Cohen y Stephany Méndez. Como eligieron el lejano Oeste como territorio en el que situar su enfrentamiento finalmente el volumen vio la luz con el resto de splatterwestern. Cohen, un autor que ha publicado new weird con Vestigio, apuesta por el tono más pulp poniendo como protagonista a una heladera encarnada con un poncho. Personalmente, me recuerda a unas memorias de Gabriel García Márquez, diciendo que debía buscar el calor para poder escribir sobre países tropicales inventados. No sé si, como él, Cohen inventó un sistema de calefacción para su habitación, pero sí que transmite el calor y el sabor a venganza de cualquier leyenda. Méndez teje un escenario de redes de soporte animales demostrando que La Guajira colombiana también puede ser escenario de westerns. Su relato me recuerda a los excepcionales cuentos de Donna Haraway en los que vemos todas las redes que atraviesan a un individuo o especie. Los dos relatos vienen compilados en Balazo fecundante (2024) y están para ponerse las botas.

Finalmente, este septiembre hemos publicado Praderas de sangre (2024), una antología de splatterwestern internacional en la que también participamos los dos editores, que teníamos muchas ganas de escribir algo del subgénero, junto a autores como la argentina Flor Canosa o Takeshi García-Ashirogi repitiendo de nuevo con un homenaje a Shintaro Kago (acaso el mangaka de ero-guro más famoso del presente). La historia de Canosa empieza con un aborto y demuestra que tampoco hay ninguna dificultad en construir venganzas femeninas en el Oeste.

Sirvan estos tres libros de splatterwestern como ilustración de mi tesis inicial, que todo cabe en el microcosmos del Oeste para hablar del macrocosmos general. Ya sean vaqueros o forajidos, el género físico no importa demasiado en las narraciones pulp, que sin problemas pueden romper con los tópicos históricos para reflejar ideales del presente. Aunque actualmente no tengan la presencia de los superhéroes, la realidad es que el poder del wéstern se mantiene fuerte. Tan vivo que puede decirse que trota hacia el horizonte.

Este verano aparecieron dos artículos sobre wéstern de Fernando Navarro y

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Autor >

Albert Gómez

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