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Llevamos el tiempo suficiente de la presente temporada como para saber que el Atlético de Madrid no ha comenzado bien el curso. Tras una reconstrucción fallida durante el verano, que en algún punto ha sido catastrófica (y un día, si quieren, hablamos de eso), el equipo está en esa peligrosa dinámica en la que no le sale nada. Lo que no sé es si ocurre por falta de encaje o por incapacidad. Lo primero tendría solución. Lo segundo, no. Donde los jugadores no están, la legendaria magia de Simeone, por lo que sea, tampoco llega. Ni de lejos. Hubo un tiempo en el que cuando no había juego, había resultados. O que cuando no había resultados, al menos había personalidad y carácter suficiente como para creer en el proyecto. No es el caso. No lo es desde que en agosto empezó a rodar el balón, y lo es todavía menos hoy, después de caer en Sevilla haciendo el ridículo. Es difícil saber a qué juega este equipo. Tan difícil o más que saber a qué quiere jugar.
La primera parte del encuentro podría perfectamente entrar en el particular museo de los horrores del Club Atlético de Madrid. Pocas veces he visto a este equipo ser tan incapaz, tan mediocre y tan inferior a su rival. Y ni siquiera hubo que esperar mucho para ver lo que iba a ser el desenlace final: a los tres minutos, Nahuel decidió defender a Perraud desde la distancia, De Paul, que estaba ya cansado, prefirió no encimar a Abde y éste, agradeciendo el gesto, se metió hasta el área para cruzar un balón que Giménez, sin querer, acabó metiendo en propia puerta, haciendo el único gol que subió al marcador.
Faltaba mucho partido, pero lo que vino después fue todavía peor. El resumen de la primera parte es, de hecho, muy sencillo: el equipo de Simeone jugaba el balón como si fuese un puñado de extranjeros con jet laga los que les acabasen de explicar las reglas del balompié, el Betis les quitaba siempre la pelota y llegaban hasta la portería de Oblak para fallar la ocasión. Y así, más o menos, todo el partido. El Atleti se colocó en un clásico 4-4-2, pero eso era una mera anécdota. El equipo no era equipo, sino una colección de individualidades muy mediocres. Nahuel está a un nivel que le costaría ser titular en el equipo B del Sporting Vallecano. Reinildo era incapaz de dar un pase a un metro de distancia, no digo ya intentar hacer algo con el balón que no fuese despejarlo. Witsel se giraba y se movía con la velocidad de un trámite en el Ministerio de Industria. De Paul hacía de De Paul. Es decir, no hacía nada. Koke, alcanzando un nivel extremo de lentitud e imprecisión en la circulación de balón, perdía balones como si no hubiese mañana. Gallagher corría en círculos mientras preguntaba si los suyos eran los de verde o los de rojo. Lino, que hace un año parecía Champagne, se quedaba en gaseosa. Y así todo. Solamente Griezmann recordaba de vez en cuando que su equipo jugaba teóricamente al mismo deporte que su rival.
Abde fallaba un gol delante de Oblak tras un pase de Johnny que los mediocentros colchoneros defendieron con la mirada y los centrales con el oído. Simeone, completamente perdido, cambiaba el dibujo a un 5-4-1, que es como combatir el crimen organizado dibujando al carboncillo. Dio igual, claro, porque el problema del Atleti no es de dibujo, sino de proyecto deportivo, de preparación y de jugar al fútbol. Diez minutos después, el Betis remataba al palo tras otra salida esperpéntica de balón. Los rojiblancos no es que fueran incapaces de dar dos pases con sentido, es que eran incapaces de dar el primero. El Betis llegaba antes a todos los balones, lo hacía con más fuerza y también con más intensidad. Ganaban en todo. El Atleti, mientras tanto, se mostraba como un puñado de jugadores aturdidos y mal entrenados.
Simeone cambió en el descanso a Reinildo y Gallagher por Sorloth y Galán. Personalmente me resulta incomprensible que Nahuel siguiese sobre el terreno de juego, pero es que este año no entiendo nada de lo que hace el entrenador argentino. El equipo pareció tener mejor pinta, pero para eso bastaba con correr hacia adelante sin caerse. Consiguieron incluso hacer un par de jugadas que acabaron en sendos disparos de Griezmann y Julián Alvarez, pero ahí se acabó todo. Rápidamente volvimos a la espesura, a la mediocridad y al fútbol Neanderthal. También a las ocasiones verdiblancas. Hasta el colegiado se sumó a la fiesta para inventarse un penalti por una supuesta patada de Galán a Fornals, que el VAR tuvo que anular.
Solamente en el tramo final, con la salida a la desesperada de Correa, el Atleti llegó hasta la portería de su rival con cierta capacidad de peligro. El argentino, que es de los pocos jugadores con sangre en las venas, tiró el balón al palo por dos veces (una con el pie y otra con la cabeza), en lo que podía haber sido un injustísimo empate.
¿Y ahora qué? Pues uno empieza a estar harto de tener que responderse esta pregunta cada tres o cuatro días. Me temo que ahora poco. Llevo escribiendo desde hace tiempo que veo un proyecto en decadencia y por eso pienso que, a corto plazo, solamente se pueden poner tiritas. A largo plazo, que os donde habría que mirar, mi sensación es que hace años que no hay nadie al volante, así que soy pesimista. Pero estamos en mitad de la travesía y no tiene sentido desangrarnos aquí, a mitad de camino. Paciencia. No queda otra hasta final de temporada. Para lo bueno y para lo malo. Creyendo como creo que el problema actual del Atleti es holístico, no creo que sirva de mucho cortar una sola cabeza. Tampoco creo que sea el momento de movimientos tectónicos radicales o de golpes de pecho. Ahora no. Paciencia, insisto. No queda otra.
Llevamos el tiempo suficiente de la presente temporada como para saber que el Atlético de Madrid no ha comenzado bien el curso. Tras una reconstrucción fallida durante el verano, que en algún punto ha sido catastrófica (y un día, si quieren, hablamos de eso), el equipo está en esa peligrosa dinámica en la que no...
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