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El Atlético de Madrid ha sufrido lo que seguramente sea la derrota más contundente de la era Simeone. Por el fondo y por la forma. Por el resultado, por las sensaciones y por el juego. El Benfica ha pasado por encima del equipo colchonero con la contundencia de un rodillo de granito y la facilidad con la que un niño espanta a una mosca. El equipo luso ha sido superior en todo, hasta el punto de humillar a su rival, que parecía más un puñado de modelos en decadencia que un equipo de fútbol. Han hecho cuatro goles como podían haber hecho otros cuatro. Han tirado diez veces a puerta, mientras el Atleti no ha sido capaz de hacerlo una sola vez. Es difícil encontrar excusas porque no las hay. Un equipo ha jugado al fútbol y el otro ha hecho el ridículo. Es así de sencillo.
El equipo de Simeone lleva demasiados años jugando esta competición como para no saber que es temerario salir al césped con la intención de que no pase nada. El problema es que el Atleti, lejos del Metropolitano, suele salir al césped con la intención de que no pase nada. Y no sé por qué lo hace, la verdad, porque rara vez sale bien. Intuyo que es algo que viene desde el banquillo. Él sabrá. O quizá sea simplemente una interpretación torticera de lo que debe ser la gestión de esfuerzos. Una que está basada en el genotipo y la edad de algunos jugadores.
El caso es que, para no variar, fue el rival, un aseado Benfica, el que se quedó con el balón nada más empezar. Ya a los seis minutos, Oblak tuvo que sacar su mejor versión para atajar un remate a bocajarro de Pavlidis, tras la salida de un córner. Cinco minutos más tarde, los portugueses decidieron no perdonar un grosero error en la salida de balón de los rojiblancos. Un pase de Reinildo digno de un futbolista de otra categoría, Koke, en modo taconcitos, que no está preciso, Lino que no es defensa, Witsel y Llorente que no ajustan y el balón que llega a los pies de Akturkoglu para batir por bajo a Oblak. Sin despeinarse, con Di María pareciendo tener otra vez veinte años gracias a la generosa defensa colchonera, el Benfica ya iba ganando.
El gol hizo que el Atleti decidiese empezar a jugar al fútbol. Asumió que en este deporte se utiliza una pelota, adelantó algo la presión y miró por primera vez a la portería contraria. El problema es que con eso ya no vale ni en la liga de la Chopera. Comenzó a trenzar jugadas, sí, pero a la velocidad de unos domingueros ebrios. Tuvo más posesión, sí, pero tan estéril como abanicar la brisa. La falta de ideas era tan patente, que daba miedo. Todo pasaba por los pies de Koke y De Paul, pero eso significaba ralentizar el juego, parar el ritmo y buscar la jugada más complicada y menos dañina posible. Griezmann creo que estaba también por el campo. A veces la pelota le llegaba a Lino, que se regateaba a sí mismo con gran precisión. Eso lo hace francamente bien. En un mal centro al área, sin querer, el brasileño dio con la pelota en el larguero. Fue la mejor ocasión del partido. Llorente se rompió a la media hora y fue sustituido por Nahuel. En el último minuto de la primera parte, un saque de banda, como lo oyen, dejó a Pavlidis solo frente a Oblak.
El planteamiento de Simeone, o quizá el no planteamiento, había sido nefasto hasta entonces, pero siempre se puede empeorar. Quitó en el descanso a Griezmann por Sorloth y quitó también a De Paul y Koke por Gallagher y… ¡Javi Serrano! Para sorpresa de nadie, no salió bien. El Atleti comenzó la segunda parte volviendo a ser incapaz de sacar el balón jugado, pero con mucho más caos en el campo. Encima, a los cinco minutos de la reanudación, Giménez y Gallagher pisaron a un rival dentro del área. Di María convertía el penalti para poner el 2-0.
A partir de ahí, la hecatombe. Oblak, el mejor de su equipo, volvía a salvar un mano a mano, del propio Di María, cinco minutos después. Al Benfica le bastaba con mover el balón a ritmo europeo (el triple de rápido de lo que Koke, De Paul o Witsel tienen en la cabeza) y presionar como un equipo profesional. Sólo con eso, qué envidia, su rival se deshacía como un azucarillo. El Atleti no sólo no reaccionaba, sino que daba mucha pena. Lento, plano, torpe, mediocre, sin ideas, sin carácter y sin actitud.
Simeone, poseído quizá por una fuerza maligna, entendió que la mejor forma de remontar el partido era quitando a Julián Álvarez y sacando a Giuliano. Lógicamente, ocurrió todo lo contrario. En el minuto 74 Bah remataba un córner completamente solo dentro del área pequeña. En el 82, Reinildo hacía otro penalti claro, que convertía Kokcu para fijar el 4-0. Por si se lo están preguntando, sí, el partido acabó en el área rojiblanca y con Oblak salvando ocasiones claras de gol.
La realidad es que las sensaciones del equipo no han sido buenas en ningún momento de la temporada y que Simeone no parece dar con la tecla. Desgraciadamente, me quedo sin espacio para sugerir las razones de la parálisis. Eso sí, veremos en fechas venideras lo que ha dolido esta sangría lisboeta.
El Atlético de Madrid ha sufrido lo que seguramente sea la derrota más contundente de la era Simeone. Por el fondo y por la forma. Por el resultado, por las sensaciones y por el juego. El Benfica ha pasado por encima del equipo colchonero con la contundencia de un rodillo de granito y la facilidad con la que un...
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