MALOSERÁ
Como en 1994
La política española repite ese olor a escandalera diaria que marcó aquellos felices noventa, cuando el sagrado fin de acabar con el felipismo justificó el empleo de todos los medios al alcance de la mano
Antón Losada 18/10/2024
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España es un país que se repite a sí mismo. Cada generación piensa que sus dificultades para incorporarse al mercado laboral son la más graves de la historia, sus listas de espera en la sanidad pública suman las más largas en los cuarenta años de breve historia de nuestra sanidad pública, sus problemas para acceder a la vivienda constituyen los más difíciles de la larga serie histórica de booms y contrabooms inmobiliarios que hemos soportado y la clase política que le ha tocado encarna la más analfabeta y deprimente desde los dorados años de la Transición; que todas sus señorías leían a don Miguel de Cervantes por la mañana, declamaban a William Shakespeare en inglés por la tarde y recitaban a Charles Baudelaire por las noches en francés.
Cada generación tiene efectivamente su afán. Nada más boomer y poco empático que hacer de menos su padecer despachándolo con una apelación genérica a tus propios tiempos y angustias. Pero conocer la historia no significa aceptar el presente, mucho menos justificarlo; solo ayuda a entenderlo. Durante los años noventa, los españoles dedicaban el sesenta por cien de su sueldo a hacer frente a unas hipotecas que multiplicaban por siete los intereses de las actuales, la sanidad no ofrecía ni de lejos una prestación universal accesible en todo el territorio, el desempleo alcanzaba la cota del 24,5% en 1994 y los salarios dejaron de crecer en términos reales para iniciar una larga serie de incrementos puramente nominales. Un modelo basado en fabricar o construir barato, vender caro y salir corriendo con las ganancias cuando se agota el mercado de turno funciona así; ayer, hoy y siempre.
Se preguntará, amiga lectora, por qué le cuento estas batallitas del abuelo. Porque España ahora se parece mucho a aquel 1994. Porque entonces no se decía “Márchese, señor Sánchez”, pero se decía “Váyase, señor González, váyase”. Porque entonces no había un portavoz parlamentario del Partido Popular que declarase a Jiménez Losantos que su obligación es “acabar con este gobierno por todos los medios posibles y lo vamos a hacer por todos los medios a nuestro alcance”. Pero teníamos a Luis María Ansón al frente de un sindicato del crimen admitiendo que “había que terminar con Felipe González”, esa era la cuestión. “Al subirse el listón de la crítica se llegó al extremo de que en muchos momentos se rozó la estabilidad del Estado… Tenía razón González cuando denunció ese peligro, pero era la única forma de sacarlo de allí. Fue necesario poner en riesgo el Estado para acabar con González”, se podía leer en El País el 17 de febrero de 1998.
Paradójicamente, entre aquellos heroicos caballeros prestos a poner en peligro el Estado para salvar la democracia, perviven el propio Jiménez Losantos, quien sigue en el extremo alto del “listón de la crítica”, y el propio González, que va escalando con brío hasta lo alto del mismo extremo que antes denunciaba.
La política española repite hoy ese olor a escandalera diaria y final de todas las Españas que marcó aquellos felices noventa cuando, certificada la dificultad de darle el finiquito en las urnas, el sagrado fin de acabar con el felipismo justificó el empleo de todos los medios al alcance de la mano.
El último episodio lo protagoniza el fiscal general del Estado, embarcado a la fuerza por un Tribunal Supremo que anunció ir a por él desde el primer día en un reboot del clásico “Quiero la cabeza de Alfredo García” de Sam Peckinpah que bien podría titularse “Quiero la cabeza de Álvaro García Ortiz”. Si no hay secreto no puede haber revelación de secretos. Primero se buscó el secreto en una nota de prensa. Ahora han pasado al plan B: la filtración. Si fuera posible identificar quién filtra los papeles de la justicia, el propio Supremo no sería el Manneken Pis con Miguel Ángel Rodríguez de surtidor inagotable. El auto del Supremo sabe perfectamente adónde va. No busca una condena imposible. Le basta abrir la investigación para forzar la renuncia y cobrarse la pieza.
En 1994, el cóctel mortal para el gobierno de Felipe González fue la agitación diaria de una mezcla perfecta entre corrupción, malestar social y profunda crisis económica. Hoy la corrupción la pone el caso Ábalos y si no la hay se la hace parecer, como en el caso de Begoña Gómez. El malestar social crece desde la realidad y una evocación casi mística de un pasado ideal que nunca existió enfrentado a un presente donde los padres rentistas devoran a sus hijos precarios. Sólo falta una profunda crisis económica para reproducir aquella fórmula mágica; pero no le pierdan la fe al Banco Central Europeo.
España es un país que se repite a sí mismo. Cada generación piensa que sus dificultades para incorporarse al mercado laboral son la más graves de la historia, sus listas de espera en la sanidad pública suman las más largas en los cuarenta años de breve historia de nuestra sanidad pública, sus problemas para...
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Antón Losada
Profesor Titular de Ciencia política y de la administración en la USC. Doctor europeo en Derecho por la USC. Máster en Gestión pública por la UAB. Escritor y analista político. Padre de Mariña.
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