Crónicas hiperbóreas
Felipe González y el pensamiento Nanana
Sin necesitar pase ni asistencia alguna, el expresidente se embaló a darle a Sánchez, a Zapatero, a Sumar y a ‘tutti quanti’. No tuvo ni una palabra sobre la extrema derecha, ni sobre el PP
Xosé Manuel Pereiro 25/05/2024
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Se me ha pasado una de las horas más largas de mi vida. Una hora, tres minutos y 45 segundos que ha durado el programa de El Hormiguero en el que ha participado Felipe González. Un político me dijo una vez: lo malo cuando das un mitin no es que veas a alguien que mira el reloj, sino cuando ves que lo sacude pensando que se le ha parado. Yo me he pasado esos 3.825 segundos mirando fijamente la barrita que marca el progreso de la reproducción del programa, temiendo que se hubiese quedado estancada. Pero no era la barrita, era el invitado.
Por si ustedes, como es mi caso, no son consumidores del show de Pablo Motos, les informo que la cosa se inicia como un circo de tres pistas de efectos especiales, protagonizado por el propio Motos, y ambientado por una sintonía apropiadamente circense. Cuando uno espera que Motos, o sus invitados, irrumpan en el plató como John Belushi y Dan Acroyd en el escenario en The Blues Brothers, el presentador y unos secuaces para mí anónimos se marcan una coreografía de orquesta verbenera al son de “(It Goes Like) Nanana” de Peggy Gou. Acto seguido, Motos prodiga besos y guiños al público. Si me recreo en la suerte –como creo que dicen los taurinos– del arranque del programa es porque hasta ahí llegó la diversión.
Felipe González traspuso el telón con una cara que era toda una definición de la expresión “campechano” y una carpetita que le daba el aspecto de un jubilado que lleva unas contabilidades a unos autónomos amigos o hace la declaración al resto de la familia. Error. En la carpeta portaba una edición en rústica de la Constitución que, como demostró a lo largo –muy largo– del programa, al igual que el catecismo del Padre Astete o el Libro Gordo de Petete, tiene una receta para cada problema.
Dejémoslo claro de entrada. Sin cuestionar otras cualidades que lo puedan adornar, Motos como entrevistador es limitadito. Suelta cuñadeces y espera con cara de póker que el invitado ponga la gracia, la profundidad o la enjundia. Yo no esperaba un ejercicio de periodismo como cuando Gabilondo le espetó a las primeras de cambio al entonces González presidente del Gobierno si era el “señor X de los GAL”, pero sí algo mejor que halagar a un señor de 80 años recordándole sus mayoría absolutas y preguntarse si en estos tiempos se pueden gobernar en “minoría y con esos socios”. Desde la mayoría absoluta de Aznar en 2000, sólo Rajoy ha obtenido otra, en 2011, y el resto de los gobiernos, a consecuencia de los caprichos de los electorados, se han formado con negociaciones a varias bandas.
Pero la pregunta/sugerencia le sirvió a González para abrir la carpeta, enarbolar la Constitución y hacer una demostración comercial sin compromiso de las bondades que la adornaron, como el consenso, la libertad y el bienllevarse. Virtudes que parecen que han caducado ahora porque no se le aplican a “los socios” que no quieren a España. “En Cataluña fue donde más se votó la Constitución”, enfatizó González sacudiendo el libro, y de paso la verdad. Aproveché para tomarme un respiro y consultar el BOE de núm. 305, de 22 de diciembre de 1978. Las únicas comunidades que mostraron una especial idiosincrasia en aquel referéndum fueron Galicia (por su elevado índice de abstención, seguida por el País Vasco) y el País Vasco (por el porcentaje de rechazo). La primera provincia catalana en entusiasmo participativo fue Girona (18º puesto) y la primera en mostrar su apoyo, Lleida (8º puesto). Lástima de una Silvia Intxaurrondo.
La Constitución sirve tanto para argumentar contra la amnistía como para demostrar que los familiares de los políticos tienen que aguantar lo que les echen
La Constitución sirve tanto para argumentar contra la amnistía –por la igualdad de los españoles ante la ley– como para demostrar que los familiares de los políticos tienen que aguantar lo que les echen (“mi hijo Pablo tuvo que invocar el derecho a la intimidad cuando se vio rodeado de cámaras cuando fue a examinarse de la EBAU”). Y si no había artículo constitucional a mano, estaba su experiencia personal y su conocimiento de los actores internacionales. A los 20 minutos, Motos anunció que iban a entrar en materia: Cataluña (como si antes estuviesen hablando de donde podría recalar Mbappé). Ganó Illa, y desactivó el procesismo, pero a costa de llevar el procesismo al resto del país, y nunca sabremos si Illa hubiese tenido mejores resultados sin Sánchez.
Al presentador le concedió la gracia de criticar que se señale a algunos periodistas (“yo hago entretenimiento, pero en el breve espacio que hago actualidad me incluyen entre los del fango”, aprovechó para victimizarse modestamente Motos). No tuvo muchas más oportunidades. Sin necesitar pase ni asistencia alguna, ni dejarle prácticamente abrir la boca, González se embaló a darle a Sánchez, a Zapatero, a Sumar y a tutti quanti. No tuvo ni una palabra sobre la extrema derecha, ni sobre el PP (y lo tuvo a huevo cuando alardeó de que él nunca había llamado a ningún director de periódico), ni mencionó a Feijóo, ni a Vox. Ni siquiera explicó por qué protestan los que reivindican la sanidad y la educación pública que él, con razón, se enorgullece de haber instituido. Escuchándole, parece que toda su obra se la está cargando eso que llaman sanchismo.
Únicamente al final provechó para pedir que se renovase de una vez el CGPJ
Únicamente al final, en ese momento en que antes los invitados en la tele aprovechaban para saludar y ahora en los debates se llama “el minuto de oro”, aprovechó para pedir que se renovase de una vez el CGPJ (“cuando el PP da tantas razones para no hacerlo es que no tiene ninguna”), aunque sea, in extremis, por sorteo. En resumen, como decía la letra de la canción del bailoteo inicial: “No puedo explicar / Tengo un sentimiento que, simplemente, no puedo borrar / Solo un sentimiento que no, que no dejaré atrás / Porque es algo que está en mi mente / Supongo que dice así: / Na-na-na /Na-na-na”. Pues eso.
Se me ha pasado una de las horas más largas de mi vida. Una hora, tres minutos y 45 segundos que ha durado el programa de El Hormiguero en el que ha participado Felipe González. Un político me dijo una vez: lo malo cuando das un mitin no es que veas a alguien que mira el reloj, sino cuando ves que lo...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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